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        Por Pedro Granados 
        
         
         
         
         
        
          
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        Eduardo González Viaña (Vallejo en los  infiernos, 2009) escribe para enfatizar o corroborar la tesis de Roberto  Bolaño (Monsieur Pain, 1999). Conclusión: Vallejo fue siempre -no sin  razón- un perseguido político. Para sustentar este diseño estético-ideológico  de sus novelas, tanto el escritor chileno como el peruano, elaborar un héroe  sin fisuras. Galante, masculino, vengador, comprometido contra la injusticia,  permanentemente correspondido en la amistad y solidaridad por sus amigos de la  Bohemia de Trujillo, en el caso de Vallejo en los infiernos; y, por lo  tanto, diseño del héroe que trasvasa hacia aquel grupo trujillano todo (Zoila  Rosa Cuadra, Haya de la Torre, Alcides Espelucín, Antenor Orrego, etc.). La novela  de González Viaña no es sólo sobre César Vallejo; en realidad, es una elegía  del Grupo Norte a través de un carácter emblemático, el poeta que nació en  Santiago de Chuco. En este sentido, el político, es un texto que declara sus  simpatías hacia el aprismo que fundara, y sólo a este aprismo originario,  Víctor Raúl Haya de la Torre. Por su parte Monsieur Pain, conocida  también como La senda de los elefantes, reconstruye a Vallejo -los  últimos instantes de su vida y de su enigmático hipo en la Clínica Arago de  París-- a través de las andanzas y perplejidades del protagonista de la novela,  el mesmerista Pierre Pain, una vez que va intuyendo y, atando cabos,  convenciéndose del asesinato del poeta peruano a manos del fascismo  internacional. Años 20 del siglo pasado: post guerra, Guerra Civil española y  preparación a la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial. Vallejo, pagando con  su vida su adhesión política a uno de esos dos bandos. Ambos novelas, por otro  lado, persuasivas y muy bien escritas.
              
          Sin embargo, ambos autores --como la mayoría de vallejólogos hasta hoy en día--  evitan Trilce o sólo lo rodean; ciertamente por complejo e incómodo (de  “incómodo Polifemo”, J. L. Borges dixit). Es decir, González Viaña acaso  escribió la novela de Los heraldos negros; como Bolaño, por su parte, ha  ensayado la suya en base a los poemas de París. Pero nos falta la novela  política de Trilce. O, de modo prejuicioso, de antemano este poemario no  lo consideramos político. Sin duda, nos hace falta entender todavía mejor este  libro y la estancia, desde 1918 hasta prácticamente su partida o huída a Europa  en 1923, de César Vallejo en la capital del Perú. Aunque esta opacidad de  militancia política del poeta, en contraste a la de otros insignes amigos suyos  trujillanos, ya ha llamado la atención de los críticos especialistas en su  obra. Cabe aún preguntarse: Es que Vallejo no militó en Trilce y sólo se  dejó, por aquellos años, absorber por su pasión con la quinceañera Otilia  Villanueva Pajares. Es que Trilce  queda encerrado en la cárcel de Trujillo. O es que, en el poemario de 1922,  Vallejo juntó varios fragmentos -y una imagen de sí mismo en ellos, muy lejos  de la unitaria y didáctica que comunican las novelas que sucintamente vamos  reseñando- y militó políticamente de otro modo. 
          
          Actualmente, si no se trata en específico de una novela, tratamos de responder  a dichas preguntas en un libro que vamos terminando; su título “Trilce: húmeros  para bailar”. Nos vemos en el capítulo próximo.