Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Pedro Granados  | Autores |
         
         
        
          
        
         
        
        
         
        
         
          Ajuste de cuentas, una antología “a  cuchilladas”
        Por  Pedro Granados
        
        
        
        
        
        
         .. .. .. .. .. . 
        Ajuste de cuentas.   La poesía colombiana del siglo XX (Palma de Mallorca: Agatha, 2014) de Harold  Alvarado Tenorio, una antología “a cuchilladas” --como bien subraya Antonio  Caballero en el Prólogo--, se abre con unos muy elocuentes epígrafes, acaso  arbitrarios e injustos, pero no menos demoledores sobre la poesía colombiana:  “En los artistas y poetas de Colombia hay un fatal divorcio entre su expresión  y las raíces del pueblo” (Waldo Frank); “Tierra de copleros y serenateros,  Colombia es un país cerrado a la poesía moderna” (X-504 o Jaime Jaramillo  Escobar); “En Colombia el oficio de escritor está tan prostituido y  tergiversado que se llega a designar como tales a éste o aquel por el hecho exclusivo  de que proclame una determinada consigna política” (María Mercedes Carranza);  entre otros tres e ilustrativos testimonios más.  Es decir, y a modo estrictamente personal, es  como si este libro de Alvarado Tenorio se tocara y continuara con una breve  nota que hace cuatro años (2010) escribiéramos en nuestro blog, bajo “Palotes  de un autista comprometido”, y sobre semejante tenor:
                    Fervor de Cali
          En un muy reciente  viaje a Colombia visité, brevemente, Cali; ciudad que no conocía, aunque de la  que tenía --acaso como todos ustedes-- ya algunas buenas referencias. Llegué un  sábado por la tarde y me alojé en el centro de la ciudad. Por la noche, en un  local de rumba de la carrera cuarta, ocurrió la epifanía. En toda la poesía  colombiana que he leído hasta el momento, salvo algunos memorables atisbos, aún  no ha penetrado aquella tromba de conocimiento y de dicha que constituye una  sesión de baile en Cali. Acontecimiento que si fuera llevado a la literatura  --digo, no como mero referente, sino como evento en el lenguaje-- superaría  largamente y con creces, sólo por poner un par de ejemplos, lo conseguido por  García Márquez y sus epígonos; por Mutis y, junto con él, sus soporíferos  continuadores. La poesía colombiana --repito, con algunas notables excepciones (Gómez  Jattin, J. M. Arango, Alvarado Tenorio, entre pocos otros)-- en general anda  encorsetada, maniatada dentro de una elegante camisa de fuerza. Camisa, esta  última, hecha de irrelevante soliloquio, modales periclitados, y un prejuicio  inmenso sobre lo que es la cultura, el pensamiento y el buen decir. Donde está  la alegría, allí mismo hace morada la poesía. O, dicho también de otro modo,  donde a costa de intensidad y sabiduría atinamos a conjurar el sufrimiento.
              
          Así pues, invito a los poetas colombianos, muy en especial a los bogotanos  --que simpaticen o no con este inca postrero--, a visitar las discotecas del  centro de Cali; y ensayar cada uno sus pasitos de salsa… o como podamos  denominar aquel baile endiablado. Grillos sobre una plancha caliente, elfos  ubicuos, honores reencontrados, tauromaquia. Y un otro yo mejor, regalado de  pronto para ti solito (poeta), entre tu utilería de corona de espinas y la  grave lección de tus versos de oficio.
              [http://blog.pucp.edu.pe/item/117465/palotes-de-un-autista-comprometido-ii]
         Obvio, Ajuste de cuentas  no es una  nota ni un artículo ligero, más o menos inspirado, sino un libro de casi de 700  páginas donde se ensaya una crítica pormenorizada del contexto  ideológico-político-social-cultural y se ventilan también, con certera  sensibilidad, los poemas aquí compilados.   De este modo se repasan los autores que van desde “El Modernismo”  (1882-1915), escuela o estética vigente y acaso predominante incluso hoy mismo en  Colombia (tanto en su poesía como en la crítica de ésta), hasta los poetas del  periodo que Alvarado Tenorio califica como “La república del narcotráfico”  (1985-2002).  Es decir, se recorre autores  representativos de los grupos “Los nuevos”, “Piedra y cielo”, “Mito”, “El  Nadaísmo” y el de “La generación desencantada” de la cual Alvarado Tenorio, sin  auto-incluirse aquí, es un reconocido representante. 
        Propiamente  ninguno de los poetas compilados queda  indemne aquí.   A cada uno les ha caído su tanto de torta con crema directamente sobre  la cara; aunque, eso sí, a algunos más que a otros.  Verbigracia, leamos la envergadura de la  recibida por Juan Manuel Roca:
         “Ha ocupado, sin intermitencia alguna, todos los  espacios que ofrecieron a la poesía los inventores del Frente Nacional y sus  ministros de Educación y Relaciones Exteriores, y su influencia moral como  etílica, agresiva y poética, sólo puede medirse contando las veces que ha  golpeado a botella a los poetas de su país (416) […] él fue el aparejo que  cambió el rumbo de la poesía colombiana.   Roca, con la colaboración de los sindicatos de maestros y una secta de  partidarios de la combinación de todas las formas de lucha contra el estado,  lograron lo que nunca pudo hacer Gonzalo Arango: convertir en fanáticos de la  catacresis [una metáfora sin un adecuado  referente literal] a los ignaros aspirantes a poetas de su tiempo” (418).
         Claro que en esta puya contra Roca,  a todas luces aquí merecida, Alvarado Tenorio refracta también --así como en  varios pasajes de este libro-- su propia poética.  En el fondo se trata de  Modernismo (cultivo de la retórica, cuidado  de la sintaxis y conciencia de la etimología… tan caras también a Borges)  versus una Vanguardia que el autor de Ajuste  de cuentas percibe, más bien, frustrante y frustrada en Colombia.  Por lo tanto, renovación de la poesía  colombiana que no iría más allá de la “catacresis” que nuestro autor  repara como el legado de Roca a la poesía  actual de su país.  Vanguardismo colombiano  criticado también en otro momento, digamos estelar, cuando se ventila la poesía  de Jaime Jaramillo Escobar (aquel que se fuera a Cali, lugar preferido de los  antioqueños, porque “allá disque estaba el diablo”) cuya obra se halaga sin  tapujos y cuya fotografía ilustra nada menos que la portada de Ajuste de cuentas:
         “Sorprende, entonces,  cómo en una sociedad y unas escuelas literarias como las colombianas de  mediados del siglo pasado, que entendían, de muchas maneras, el propósito  último de los vanguardismos como un elogio del progreso y los llamados avances  de la tecnología, Jaime Jaramillo Escobar decidiera ignorar los lenguajes del  presente y navegar por las aguas arriba de las edades eternas, haciendo de sus  ritos y de sus movimientos, la forma de su poesía” (373)
         “Ritos  y movimientos” los de Jaramillo Escobar que, por otro lado, nos invitan a  ilustrar una tesis segunda, complementaria a la anterior y acaso de estirpe no  menos clásica, en la poética de Harold Alvarado Tenorio: “La muerte, en  últimas, como lo más banal y cotidiano de nuestra existencia, porque de lo que  se trata verdaderamente en la vida es de la carne y del espíritu, es decir, del  cuerpo, donde se suman y se restan todas las posibilidades del poema, allí  donde yace su origen y su fin” (374).    Ergo, y sumando ambas tesis, tenemos más Borges que Huidobro, más Neruda  que Vallejo en la estética del autor colombiano.  Asunto que nos parece de lo más justificado y  hasta natural de parte de alguien que piense la poesía desde su propio  país.  En Colombia prosperó el Modernismo  y ha sido posible encontrar epígonos de Neruda (o de un Kavafis muy  latinoamericano) o incluso reproducir a Borges; pero un Vallejo allí no ha  habido y pretender imitarlo, sin duda, resulta mucho peor.
         En Ajuste de cuentas algo sucede sí con los poetas nacidos a partir de  los años 60: “Un lenguaje libre de retóricas, sartas de metáforas, o las  sandeces abyectas de ciertas poesías de festivales y concursos [Alvarado  Tenorio piensa sobre todo en el Festival Internacional de Poesía de Medellín]”  (641).  Figuran aquí Mauricio Contreras  Hernández, Fernando Molano Vargas, Antonio Silvera y, acaso el más  representativo de la camada, Toto Trejos: “La poesía tal vez la deba/ A mis  años de infancia./ De pequeño, en vez de abatir pájaros,/ levantaba jaulas para  atrapar nubes.// Las veía en el cielo,/ como aves exóticas/ que podían, de  momento,/ transmutar en animales/ o asumir formas diferentes.// Ahora que sé  que no hay musas ni hadas/ construyo palabras para atrapar del aire/ lo que  dice el silencio” (“Trampas”).