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        La poesía es la búsqueda de uno mismo: Entrevista a Juan de la Fuente Umetsu
         Por Paul Guillen 
 
        
        
          
        
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— ¿Cómo  surgió la idea de “Vide cor tuum”?
          —  “Vide cor tuum” llegó a mí sin  previo aviso. Dice T.S. Eliot que “la experiencia de un poema es  tanto la experiencia de un momento como la de la vida entera”. En mi escritura  esa experiencia se desarrolla sin previo aviso y en “Vide cor tuum”, dicha  condición se hace más patente que nunca. “Vide cor tuum” llegó a mi vida cuando  menos lo esperaba. En agosto de 2015, había viajado por compromisos literarios  a Santa Cruz de la Palma, un mágico lugar en las Islas Canarias y tierra natal  del mítico poeta Félix Casanova, llamado el Rimbaud español. Estaba alojado en  un hotel frente al cual vislumbraba el  cerro y el mar como una visión de mi  propia vida (mitad hombre, mitad pez). Estaba terminando, entonces, de trabajar  los poemas de mi libro “Puentes para atravesar la noche” (publicado en 2016,  bajo el sello de Paracaídas Editores), cuando de pronto, tras la lectura de un  fragmento de “La Vita Nuova” de Dante Alighieri, surgió la visión: “Vide cor  tuum”, un poema de carilla y media que me desnudó por completo y que me apartó  de todo aquello que estaba haciendo en esos momentos. Pensé que allí, en ese  súbito texto, acababa todo, y esperé continuar con mis pendientes, pero no: el  poema me siguió convocando y estuviese donde estuviese me llamaba, me requería,  me abordaba con pasión incontrolable. Atravesé Santa Cruz de la Palma, recorrí  Madrid, volví a Lima y el poema continuaba. Confieso que a lo largo de los años  he aprendido a construir ese espacio para lo posible que me permita materializar  mi escritura; esta estrategia de sobrevivencia la he ido perfeccionando cada  vez hasta volverla más sofisticada. Para la escritura de “Vide cor tuum”, hice  uso de una de mis pasiones, la tecnología, y así proseguí los caminos que me  demandaba el texto; usé el block de notas de mi smartphone y aproveché los  momentos que se me presentaban para seguirlo escribiendo. Lo que comenzó como  un poema de carilla y media, se prolongó a lo largo de los días para  convertirse en un texto de sesenta y cinco páginas. Aquí no hubo medias tintas.  Lo digo, porque siento que el dictado vino desde alguna parte, creo que desde  el futuro. La imagen quántica traspasando las noches y los días en pos de un  verso que la revelara como una visión o la profecía de uno mismo. Fue una  especie de encuentro de lo que he vivido con lo que viviré; el regreso al  origen que no está en el presente, ni en el pasado ni en el futuro, porque está  al mismo tiempo en todas partes y en ninguna.
cerro y el mar como una visión de mi  propia vida (mitad hombre, mitad pez). Estaba terminando, entonces, de trabajar  los poemas de mi libro “Puentes para atravesar la noche” (publicado en 2016,  bajo el sello de Paracaídas Editores), cuando de pronto, tras la lectura de un  fragmento de “La Vita Nuova” de Dante Alighieri, surgió la visión: “Vide cor  tuum”, un poema de carilla y media que me desnudó por completo y que me apartó  de todo aquello que estaba haciendo en esos momentos. Pensé que allí, en ese  súbito texto, acababa todo, y esperé continuar con mis pendientes, pero no: el  poema me siguió convocando y estuviese donde estuviese me llamaba, me requería,  me abordaba con pasión incontrolable. Atravesé Santa Cruz de la Palma, recorrí  Madrid, volví a Lima y el poema continuaba. Confieso que a lo largo de los años  he aprendido a construir ese espacio para lo posible que me permita materializar  mi escritura; esta estrategia de sobrevivencia la he ido perfeccionando cada  vez hasta volverla más sofisticada. Para la escritura de “Vide cor tuum”, hice  uso de una de mis pasiones, la tecnología, y así proseguí los caminos que me  demandaba el texto; usé el block de notas de mi smartphone y aproveché los  momentos que se me presentaban para seguirlo escribiendo. Lo que comenzó como  un poema de carilla y media, se prolongó a lo largo de los días para  convertirse en un texto de sesenta y cinco páginas. Aquí no hubo medias tintas.  Lo digo, porque siento que el dictado vino desde alguna parte, creo que desde  el futuro. La imagen quántica traspasando las noches y los días en pos de un  verso que la revelara como una visión o la profecía de uno mismo. Fue una  especie de encuentro de lo que he vivido con lo que viviré; el regreso al  origen que no está en el presente, ni en el pasado ni en el futuro, porque está  al mismo tiempo en todas partes y en ninguna.
         —  ¿Qué  referentes tuviste en cuenta para la composición de este poema-río?
            —  No hubo referentes, no hubo intención alguna. No creo en los poemas  deliberados; creo que uno debe prepararse permanentemente para recibir a la  poesía; uno debe construir una visión de su arte y estar dispuesto a asumirlo  con todas sus consecuencias. En el trayecto de la escritura, acudirán en tu  ayuda todas aquellos a quienes has leído. En el caso caso de “Vide cor tuum”  mis aliados fueron el terceto de Dante, los haikus de Basho y la libertad sin  ataduras del surrealismo, entre otras apariciones. He sentido a Moro, sobre  todo cuando me refiero al surrealismo, pero también a Char, a Bretón. Y, entre los peruanos no sé  más; es tan grande la poesía peruana, que es imposible abordar su influencia.  Uno tiende a ser todo lo que ha vivido y leído en su vida, y ese soy yo. No  tengo más conciencia al respecto. Soy adicto a la poesía, me enamoro  continuamente de los libros de antiguos y nuevos autores y recorro el mundo con  ellos; pero debo decir que he tenido compañeros de ruta durante la parte más  difícil del proceso creativo, la corrección de “Vide cor tuum”. Estos  compañeros han sido y son para mí como oráculos, amigos leales, confidentes  para escalar los días con firmeza.  Allí  han estado T.S. Eliot con “La Tierra Baldía”, Octavio Paz con “Piedra de Sol”, Inger  Christensen con “Alfabeto”, José Gorostiza con “Muerte sin fin”, César Moro con  “Amour a Mort” y el poderío incesante de las “Elegías de Duino” de Rainer María  Rilke, en una inapelable traducción de Juan Rulfo. Cuando estaba en esos  momentos en los que no tienes idea de lo que tienes en tus manos y no sabes qué  hacer, ellos aparecían, revisaba sus textos tratando de encontrar alguna señal  que me ayudara en mi camino. No le debo nada a nadie, porque le debo todo a  todos. Nunca sabré hasta que punto los siguientes versos que formaron parte del  poema, pueden describir lo que viví con “Vide cor tuum”: “Has terminado este  poema / O este poema ha terminado contigo”.   Sea como fuere, este poema me pertenece en la medida que lo he escrito y  me es ajeno porque lo he terminado y lo entrego al mundo y yo también me voy  con él.
        — Sé que participaste en los talleres de la poeta Carmen  Luz Bejarano. 
          Empiezas a caminar para buscar a tus semejantes. Así llegué a la ANEA  (Asociación Nacional de Escritores y Artistas), donde tuve la suerte de conocer  a Carmen Luz Bejarano, quien es clave en mi vida, y encontré grandes amigos, de  diversas edades. Conocí a Magda Portal, tan joven en alma y energía como  nosotros, a Francisco Izquierdo Ríos, a Mario Florián, a Catalina  Recavarren  y también a muchos poetas que  recién se iniciaban. Supe rápidamente adonde quería ir, pero me fui por otros  caminos. A estas alturas de mi vida, ya no cabe un “si hubiera ido, si hubiera  hecho, si hubiera publicado, si hubiera puesto o quitado tal o cual poema”. Las  decisiones son futuro y no pasado y hay que avanzar siempre, pero sin olvidar  nunca nuestras ra íces. Carmen Luz Bejarano es la poeta más poeta que he conocido. En aquella  época, yo tenía una imagen romántica de la poesía y Carmen Luz era poeta en  cada gesto, cada frase, cada silencio. Tenía un respeto absoluto por la  palabra. Nunca voy a olvidar eso. El taller que ella dictaba en esa antigua  casona del jirón Puno en el centro de Lima, se extendía  a su casa de la residencial San Felipe, que  se convirtió en un verdadero hogar literario para mí, Eduardo Adrianzén, César  de María, Mario Bellatín, Fernando Obregón, Luz María Sarria y otros jóvenes  escritores. Mi visión de la poesía y la literatura encontró allí un primer  impulso. Fue el gran comienzo que me acompañará toda la vida. 
        — Has sido  reconocido en varios concursos literarios. Muchos de ellos en la década del 80  como el Concurso de la Municipalidad de Lima (1981), el Concurso Manuel  González Prada (1985) y el Concurso El Poeta Joven del Perú (1985). ¿Nos puedes  comentar acerca de esos libros ganadores, puesto que recién publicaste tu  primer libro en 1999? 
          — He  escrito mucho, he publicado poco. Alguien me preguntó lo mismo hace algún  tiempo y gatilló una parte de mí que mantenía en la sombra: esos libros como  hijos de un pasado remoto, están dentro de mí. Al recordar me emocioné mucho,  porque me di cuenta cuánto esfuerzo había hecho, cuánta vida había quedado  atrás. Pero ese esfuerzo nunca es en vano, pasa a formar parte de lo que estás  construyendo ahora o mañana. Uno escribe porque no tiene certezas y sin embargo  tampoco escribe para tenerlas sino para retar a la incertidumbre, al deterioro,  a la fugacidad de la vida. Los concursos han sido para mí una especie de  búsqueda de señales que me indicaran si el camino o las caminos que tomaba  estaban bien o sencillamente no había caminos; generalmente, no llevo brújulas  ni poseo mapas, no sé quién me guía, tal vez todos los poetas que he leído y  leeré, o quizás aquellos que nunca llegar é a leer. Recuerdo los nombres de los libros  que escribí, pero no sé si en verdad eran libros; quizás debo decir como  Nietzsche: “Esto no es un libro: ¡qué encierran los libros, / esos sarcófagos y  sudarios! / El pasado es su botín / pero aquí vive un eterno presente.” Una  noche, en un ataque de locura subí a la azotea de la casa donde vivía y los  quemé. Algo murió conmigo aquella vez y algo se quedó dentro de mí, que luego  creció para escribir lo que he escrito y publicado hasta este momento. Tarde o  temprano los poemas llegan a ser, de eso estoy seguro, pero no tengo idea  alguna de si eso ocurrirá en esta vida o en otras vidas. Mientras tanto, escribo  desde lo inmutable para construir lo mudable, lo que le da movimiento a mi vida  y sentido al viaje, aunque a veces no haya necesidad de moverse de ningún  sitio. No creo haber buscado explicaciones, sino más bien yo me he pedido  explicaciones por pretender alejarme estúpidamente de la poesía, cuando esto es  imposible. Poesía es ver y escuchar fundamentalmente, más que respuestas lo que  se busca son preguntas. Cuando escribo poesía me conecto con mi mundo y con el  mundo; con mi interior y el exterior. La poesía conecta todos los tiempos, tal  vez al hablarte a ti, le estás hablando a alguien que no ha nacido aún o tal  vez estás terminando de decir algo que alguien del pasado no pudo terminar de  decir. La poesía es una forma de vida y también es una forma de conocimiento;  es una forma de curación recíproca: la poesía te cura y al mismo tiempo te da  la facultad de curar. Después del viaje del poema, eres más tú, pero al mismo  tiempo ya eres otro, el otro que llegó tras el poema. Escribo para aquel que me  dicta en cualquier momento un mensaje que debo trasmitir y que es mi propio  mensaje. Sentir que soy poeta, es lo que determina mi voz; hay que escribir  como uno es y eso pasa primero que nada por aceptarse. La poesía viene a ti,  pero solo te acepta cuando vas a ella.
                      — Tu  Segundo apellido es Umetsu de origen japonés. En algunos de tus libros, por lo  menos, desde Las barcas que se despiden  del sol encontramos especies de aforismos o haikus. ¿Cómo se dio esta  relación en tu poesía?
          — Quizás lo más literario de mi vida sea mi apellido japonés. Quizá por este  motivo soy escritor y más precisamente poeta. Mi abuelo fue el único Umetsu que  llegó al Perú. Hasta mi juventud, su biografía estuvo rodeada de secreto y de  ficción, tanto así que en algún momento pensé que solo era eso: una ficción. La  certeza llegó cuando mi hermano mayor viajó a Japón y visitó a la familia, y  envío fotos con los hermanos y sobrinos de mi abuelo, así como imágenes de la  urna donde habitan sus cenizas. Al fin, tuve la certeza de que los Umetsu  existían y también Makiso Umetsu -que era como se llamaba mi abuelo-, aunque él  ya había muerto hace muchos años, en 1974. Compromisos impostergables, hicieron  que Makiso Umetsu regresara al Japón durante la segunda guerra mundial y jamás  pudiera regresar al Perú. Existen postales y cartas de añoranza infinita a sus  hijas y a su esposa -que llegan hasta los años 50 del siglo pasado-, pero luego  de esas misivas irrumpió un inmenso y doloroso silencio. Mis contactos  con la colonia Nikkei en el Perú, no fueron inmediatos, antes tuve que resolver  el misterio de mi origen nipón, aunque aún tengo que adentrarme más en ello.  Más que vivencias y recuerdos, lo Nikkei ha influido en mi escritura a través  de mi ADN, de mi sangre, de ese espíritu milenario que se trasmite de  generación en generación y que aparece quieras o no, seas consciente de ello o  no. Es parte de un proceso de autodescubrimiento y redescubrimiento; es hermoso  conocer tu origen, de donde vienen tus palabras y una parte imprescindible de  tu voz. 
        — Quisiera que nos comentaras sobre tu labor periodística que estuvo ligada a la  literatura en el Diario El Peruano y la revista Fin de Siglo. Recuerdo una  entrevista que le haces al poeta Guillermo Chirinos Cúneo. ¿Qué nos puedes  contar de esa experiencia en particular?
          — La vida está compuesta de señales,  de ángeles, de apariciones que te van señalando qué camino tomar. Creo que  desde muy joven tuve esos encuentros, pero me equivoqué mucho, tomé otras  rutas, me tardé bastante en llegar adonde debía. Nadie se ha equivocado tanto  como yo, me digo con frecuencia, pero en verdad esto que llamo equivocación es  un encuentro milagroso con mi vocación de poeta y mi propósito en este mundo. Y  en ese tránsito vital, además de la poesía y la literatura, siempre ha estado  presente el periodismo. La entrevista a Guillermo Chirinos Cúneo es uno de esos  momentos que te acompañan toda la vida y a los que recurres cada cierto tiempo  para regresar a lo humano, a lo sagrado; ese lugar sin tiempo en el que puedes  dialogar con el universo; ese instante de sintonía con todos los instantes, en  el que miras el rostro de otro y te preguntas por tu vida. Sin embargo, creo  que uno de mis pendientes en la vida es escribir sobre ese encuentro. Cuando  redacté la entrevista para El Peruano aún no lo había asimilado; de repente, lo  estoy asimilando recién y aún no acabo. Por intermediación de dos amigos poetas  llegué a su casa de El Callao, su madre abrió la puerta y nos hizo entrar a mí  y, si no me equivoco, a la fotógrafa Silvia Izquierdo. Era una casa en  penumbras y lo primero que llamaba la atención era una gran escalera que venía  de un segundo piso y dividía la sala y el comedor. Por allí bajó Chirinos Cúneo  lentamente cuando su madre lo llamó. Era alto, con unos ojos grandes y  profundamente negros en los que despuntaba el brillo de la locura. Era muy  afectuoso y con modales de caballero antiguo. Nos estrechó la mano, nos  agredeció haber venido. Su locura era luminosa, no había oscuridad en él. Su  voz te penetraba el alma; era como si te hablara desde un tiempo remoto, con  una voz que atravesaba poderosas fuerzas para poder llegar a manifestarse. Era  un ser poseído por la poesía. Hablaba como si estuviera orando. Se sentiá mucho  dolor en él, mucha soledad. La mamá trajo dos sillas, él se sentó en una de  ellas y yo en la otra, mientras la fotógrafa le tomaba fotos. Tomo varias, pero  solo he visto circular una de ellas; deben haber más en el archivo de El  Peruano. En el curso de la entrevista, por la escalera enorme, fueron bajando  uno por uno otros familiares del poeta. Y en un momento, uno de ellos dijo: “yo  también escribo”, los otros lo miraron en silencio; volví los ojos para verlo y  luego continúo la entrevista. Chirinos Cúneo siguió hablando, como si las cuatro  personas que habían bajado no estuvieran allí. Su madre no dejaba de mirarnos.  Al final copié en mi libreta algunos poemas inéditos que me alcanzó en ese  momento y que luego aparecieron con la entrevista. Me mostró una gran cantidad  de textos, incluso, quiso que me llevara varios de ellos, pero no lo hice; tal  vez debí hacerlo, preferí no traspasar el mito del poeta de “El idiota del  Apocalipsis”; de una rápida lectura de los poemas nuevos percibí solo ecos  lejanos de lo que fue en su momento una poesía brillante y no quise hurgar más;  temí desilusionarme o tal vez como en aquel verso de Carlos Oquendo de Amat:  “tuve miedo y me regresé de la locura”. Pero una parte de mí se quedó en ese  encuentro y una parte de él se quedó conmigo. Tal vez regrese alguna vez a  buscar lo que dejé;  tal vez reciba alguna vez lo que no quise recibir entonces.
        — Por  último, quisiera que hicieras un balance de tus cinco libros en conjunto. ¿Qué  nuevos proyectos vienes preparando?
          — La poesía es un oficio profundamente solitario y al mismo tiempo  inevitablemente colectivo. Cuando escribes no sabes en verdad a quién le  hablas; quizás eso no es lo más importante, lo más importante es hablar,  conectar con algo, transitar un camino que te reúna con el universo. La poesía  es la búsqueda de uno mismo, aunque nunca llegues a encontrarte y también es el  encuentro contigo en el mismo momento en el que vuelves a perderte. Nunca hay  ni habrá certezas en la poesía. Siempre recuerdo el poema de W.S. Merwin sobre  Jhon Berryman: “nunca se puede estar seguro / uno muere sin saber / si algo de  lo que escribió era bueno / si te hace falta saberlo no escribas”. Considero  que mi primer libro, “Declaración de ausencia”, publicado recién en 1999, es un  viaje fuera de mí mismo; así como considero que “Las barcas que se despiden del  sol”, publicado en 2008, es un viaje de regreso a mí; nunca parte y contraparte,  sino complemento y revelación de la palabra. “La belleza no es un lugar”  (2010), expresa ese encuentro y ratifica la decisión del viaje como una forma  de transitar la poesía. Creo, siento, que “Puentes para atravesar la noche”  (2016), cierra una etapa de reafirmación de mi condición de poeta y traza  nuevos caminos en mi trabajo literario. Algo se cierra y algo se abre a la vez;  eres todo lo que te ha pasado y al mismo tiempo eres alguien completamente  distinto. Lo sorprendente es que preciamente eso que te hace distinto es lo que  siempre fuiste. Así lo creo, así lo siento. He escrito mucho, he publicado  poco. Sigo escribiendo mucho no sé si seguiré publicando poco. Con mi poema-río  “Vide cor tuum”, editado este 2017, he mirado mi corazón. Todos los libros, una  vez publicados, siguen su propio camino y nunca se sabe adonde van.