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Quedarse mirando una pichanguita
Presentación de Soy de la Unión, de Patricio Hidalgo Gorostegui (Lolita editores, 2013)
Por Andrés Florit
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Zafarrancho: tole-tole, confusión, barullo de jugadores casi siempre cerca de uno de los arcos y que da pie a que se golpeen entre ellos sin que el árbitro tenga demasiada claridad de lo que ocurre. Cuando el zafarrancho es prolongado y termina en gol o en lanzamiento penal o en gol anulado, no es extraño que el asunto se convierta en gresca generalizada.
La definición que acabo de leer se encuentra en el Diccionario Ilustrado del fútbol, de Patricio Hidalgo y Francisco Mouat, y he querido comenzar leyéndola porque en uno de los capítulos más personales de Soy de la Unión, que se titula “Familia y estadio”, Patricio Hidalgo imagina que el hijo que aún no tiene lo acompaña al estadio y de a poco comienza a enriquecer su vocabulario “con palabras esenciales: pretemporada, fixture, palmarés, indumentaria, isquiotibial, pubalgia, chanfle, diferencia de gol, horizonte ofensivo, cuadrangular, rabona, tole-tole, zafarrancho”.
El paladeo de esas palabras propias del fútbol, para alguien que viene integrándose al lenguaje, como es el caso de ese futuro niño de camiseta roja, va determinando necesariamente un modo de vida distinto y singular dentro de una colectividad que lo recibe y pronuncia esas mismas palabras, que para cada uno resuenan distinto o tienen diferentes connotaciones. El asombro y la extrañeza que provocan esas palabras que se usan cotidianamente, al pronunciarlas de nuevo, al pensar en ellas, al intentar definirlas.
La poesía se nutre de eso. No de palabras, sino que de la forma en que ellas dan testimonio de una particularidad en el lenguaje que todos compartimos. Las palabras que escogemos dan testimonio de una singularidad y al mismo tiempo crean y hacen posible esa singularidad. En este libro, Hidalgo compenetra su propia historia y su experiencia personal como hincha con la memoria colectiva de todos los hinchas de Unión y los fanáticos del fútbol. Las palabras funcionan como delimitación de una experiencia singular pero también como puertas a experiencias nuevas, propias, como hito inicial de un trayecto que luego va bifurcándose por la ruta que cada uno tome.
Sé que mi forma de leer este libro es distinta a la forma en que lo leerán los hinchas de Unión, o los hinchas de otros equipos. Pero tampoco creo que existan “los” hinchas de Unión: creo que, pese a que comparten una historia colectiva –que en este libro está muy bien contada, de manera muy vívida aunque se trate de hechos que pasaron 50 años antes de que el autor naciera-, no hay dos hinchas que puedan contar exactamente la misma historia de su equipo, con los mismos énfasis, y menos que tengan la misma experiencia personal de cómo se hicieron hinchas del equipo, qué campeonatos vivieron más a concho, cuáles han sido sus mayores alegrías y frustraciones después de un pitazo final.
Hidalgo no viene a hablar por la boca de nadie: habla a título personalísimo y deja hablar a muchos otros, vivos y muertos, para que entre todos cuenten esa historia que Hidalgo se rehúsa a contar solo: es decir, este libro podría haberse tratado perfectamente de cómo Patricio se hizo hincha de Unión, las cosas que ha vivido, más un mínimo de documentación histórica, y habría hecho un gol re bonito, sin dar un solo pase. Pero parte de su estilo es dejar hablar a otros, no comerse la pelota, formar un solo camarín con todas las generaciones de jugadores, dirigentes, hinchas y funcionarios, en el que él es uno más, pero tiene la palabra. Tiene la pelota y la ofrece, como un gran conductor. Creo que en este libro juega de 8, distribuyendo y dando pases gol, incluso haciendo algunos goles de tiro libre, pero también asumiendo labores defensivas cuando hace falta.
Yo no lo conocí personalmente, pero creo que Jorge Teillier hubiera disfrutado este libro. Lo hubiera leído de un tirón, antes de volver a releer las revistas Estadio del año 40, y seguramente hubiera anotado al margen más de algún comentario, algún recuerdo de esas épocas que Hidalgo narra con mucha información y agilidad. No sé de qué equipo era Teillier, pero me parece que este libro no es sólo para los hinchas de Unión; ni siquiera es exclusivo para los fanáticos del fútbol. La prueba fehaciente soy yo mismo, que hace quince años dejé de leer los suplementos deportivos y los cambié por las escuálidas secciones de cultura de nuestros diarios. Las mismas que, tontamente, no han publicado nada acerca de este libro, que ha sido recibido en exclusiva por las páginas deportivas, siendo que claramente no es sólo “literatura futbolera”, aunque esté hecho para ir a dar a ese estante.
“La nitidez que busco no se cimienta en la investigación, sino que en la perspectiva”, dice Hidalgo en las primeras páginas, cuando comienza a adentrarse en su propia historia, que está conectada subterráneamente con la historia del club. Y no es que eluda la investigación, pero tiene claro que lo importante al momento de armar un relato con toda esa información que va recopilando no son los meros datos, que son mudos, sino que los detalles significativos, el sentido que él da a esos datos y sobre todo las imágenes, tanto visuales como auditivas, la posición en que pone la cámara o la grabadora. Patricio cuenta que eligió ser de Unión en honor a un abuelo suyo que no conoció y al que está dedicado el libro, don José Ignacio Gorostegui, fallecido en 1967. La complicidad de Patricio con su abuelo, que iba a Santa Laura solo, hace sesenta años, habla de algo más que de fútbol. Cuando recorre las calles adyacentes al estadio, anota: “Nada luce como reciente, el único cambio en décadas parece ser el nombre de la calle. Esas eran las construcciones que veía mi abuelo antes de entrar a la tribuna”.
Este es un libro de matices, que lo vuelven inclasificable. Hay mucho fútbol, desde luego, pero también hay autobiografía, crónicas barriales, luz de patio, humor, poesía, sin que ninguno de esos elementos sea subsumido por otro. Quiero decir, resulta igualmente importante la historia de la séptima estrella del club, como la del abuelo de Hidalgo, la nota al pie que nos informa del agraciado origen del nombre de los calzados Gino, el gran poema de Erick Polhammer sobre el arquero Jesús Trepiana, la historia de la ya demolida sede social de Carmen 110 que me recordó la película “Luna de Avellaneda” de Campanella, las afortunadamente parciales y apasionadas crónicas de Julio Martínez, el capítulo sobre los peores jugadores que han pasado por Unión, la declaración de que Jorge González sea probablemente “el único rockero de Chile” a la que adhiero o la carta póstuma que le escribe Hidalgo a su amigo Chicha, compañero de universidad e hincha de Unión que tuvo una muerte temprana.
Para ser franco, a mí ya no me interesa el fútbol en sí, ni creo que sea un valor absoluto que haya que defender en la sociedad. Una de las razones por las que me dejó de interesar es que se ha vuelto un negocio feo, como casi todo en este país. Pero me interesa muchísimo la forma en que algunas personas lo viven, a contracorriente de las sociedades anónimas, las polémicas televisivas y los traspasos millonarios. Hidalgo por supuesto es uno de ellos, pues detrás de su amor a la camiseta se cuela un estilo de vida con el que esa camiseta es coherente. Él lo dice mucho mejor que yo: “Eres hincha de la Unión como tienes afinidad con las películas que no dan en los multicines, el candidato presidencial que de ningún modo va a pasar a segunda vuelta, los perros sin pedigrí y el escritor que nunca va a estar entre los diez más vendidos. Prefieres los bares sin aspavientos, con una carta modesta, pocos parroquianos y un refrigerador ronroneante. Adoras los barrios, detestas las autopistas. Buscas alejarte de las modas, las casas ostentosas y las mujeres remodeladas. Te parece sospechoso lo que se exhibe en un estadio lleno. Te gusta mil veces más Montevideo en invierno que Buenos Aires en temporada alta. Descrees de la modernidad, pudor te provoca el lujo, por nada del mundo andarías en un auto último modelo. Prefieres la tribuna semivacía de la Catedral con mujeres, niños y abuelos, a la galería repleta del estadio Nacional con gritos amenazantes y petardos ensuciando el viento”.
Sé que hay poesía y verdad en el libro de Hidalgo porque después de leerlo y aunque suene exagerado –si hay algo que comparten poesía y fútbol es la exageración-, veo cosas que antes no veía, pongo atención a detalles que antes me resultaban invisibles o inaudibles. Uno le agarra cariño a Unión leyendo este libro y por ejemplo, se detiene a leer noticias que antes no tenían ningún interés o sentido:
-la pelea que estuvo a punto de transformarse en gresca generalizada entre los jugadores de Unión y Católica el 17 de julio pasado, donde hubo 3 expulsados por cada equipo y José Luis Sierra fue acusado de provocar a la hinchada de los cruzados al salir de la cancha, tuvo sentido para mí y no me pareció extraña, ya que había leído el capítulo “En busca de un clásico rival”, donde se habla de la creciente rivalidad entre ambos equipos, con antecedentes que se remontan a la década del 40;
-luego, más o menos en la misma fecha, la prensa deportiva informaba del interés de Colo-Colo por el delantero Gustavo Canales, lo cual tuvo sentido para mí y no me pareció extraño, ya que Hidalgo me había hecho ver que los albos siempre se llevan los mejores jugadores de Unión y desarman equipos a los que les ha ido muy bien; así pasó con José Luis Sierra en los 90 y también, más recientemente, con Emiliano Vecchio, por poner dos ejemplos significativos. Al respecto, otro fanático de Unión, mi amigo Julio Ávila, escribía en su cuenta de Facebook: “para variar los inoperantes y mal nacidos de los flaites de colocolo se roban otro rojo más, igual que Vecchio y tantos otros, que te vaya como el culo, chúpalo indio mal nacido”;
-tampoco me pareció extraña la forma de expresarse de mi amigo Julio, a quien perfectamente imagino asumiendo el papel de puteador solitario que describe Hidalgo en su libro: “El rol es ejercido por diferentes personas en el tiempo, pero lo característico es que sea uno solo por partido. Su actividad primordial es horadar la dignidad del árbitro del encuentro. En los intervalos pasa revista al guardalíneas más cercano, a algún jugador carenciado en lo técnico o falto de confianza y a la figura emblemática del cuadro rival, especialmente si es que su señora es modelo, ha sido sorprendido en actos de indisciplina o gusta de los teñidos capilares en tonalidades claras”.
Así, he estado atento a las novedades de Unión, que no son ninguna novedad: es una historia circular, en la que cambian los protagonistas pero hay constantes que se repiten. “El que tiene carácter tiene también una experiencia que siempre vuelve" dice Nietzsche, y Unión es un equipo de carácter, por lo que el hincha tiene que estar dispuesto a pasar por los mismos cielos e infiernos de vez en cuando.
Por ejemplo, el rendimiento que ha tenido el equipo, luego de ganar el campeonato pasado, no debiera ser motivo de preocupación. En Copa Chile son los únicos que han perdido con el modesto Barnechea, de la segunda división, en su propio estadio, por 3 a 2; pero en 1992 el equipo también partió lento y terminaron ganando esa copa. Además, como explica el Mataor Sánchez en entrevista con Hidalgo, al hablar del tiempo en que Unión estuvo en segunda, “Veíamos un video de un rival, los encontrábamos discretos, pero contra nosotros eran otros, se jugaban la vida. No se entregaban hasta que les metíamos un par de goles. Eran jugadores que a lo mejor nunca más pisaban la cancha del Santa Laura”.
El domingo traté de sintonizar el partido de Unión contra Iquique y ninguna radio lo transmitía, sólo daban el de Antofagasta contra Colo-Colo. Tuve que escuchar ese partido para enterarme de lo que pasaba en el Tierra de Campeones y C, a quien invité a escucharlo conmigo, me dijo: “¿Pero de verdad vai a escuchar el otro partido para que de repente digan cómo va Unión? Qué triste”.
A mí no me parecía tan triste, luego de haber leído a Hidalgo, que ha vivido lo mismo y lo seguirá viviendo: “Los de equipo chico sabemos que en la radio nuestro partido no se transmite si un grande juega a la misma hora. Me acostumbré a escuchar partidos como Colo-Colo / Cobresal o Universidad de Chile / Deportes La Serena con la esperanza humilde de que se escuchara en algún momento la alarma de gol”.
Esa “esperanza humilde” es la que le da el tono a este libro, un tono de resignada alegría de fondo, la voz de un sujeto que disfruta la terquedad en el error, que se para contra el viento porque sí y lo seguirá haciendo. Hidalgo reconoce ser un hincha “sentimental”, pero ni el más duro de la Furia Roja dejará de conmoverse con pasajes como el del Chicha, o como el del niño que va en brazos de su viejo padre a Santa Laura porque no puede caminar. Tampoco dejará de reírse, porque Patricio Hidalgo tiene la misma madera que Honorino Landa: no se toma el fútbol a la tremenda, sabe ponerle un poquito de pimienta a las cosas, juega sin canilleras y prefiere seguir haciendo reír al mismo público de siempre que ser transferido al extranjero. Escribe no por ganar, sino por pasarlo bien en la cancha, o por quedarse mirando una pichanguita cuando va pasando por afuera. Y la portada, en ese sentido, es apropiada: el escudo de Hidalgo es un corazón y en él no hay estrechez. Muchas gracias.