
        
        Presentación de (in) completa, poesía de Paula Ilabaca. 
          MAGO Editores
        Exijo a Paula Ilabaca  que Escriba un Nuevo Libro
        Daniel Reyes León
        El Arte se complace en poner en duda incluso su  carácter 
          de ficción revindicando una proximidad al mundo, una
 
          inmediatez por su  atención a la piel de las cosas, a un
 
          exterior sensible de los cuerpos, última  etapa antes de
 
          acceder a su interior secreto
             Pere Salabert
            (“La   Redención de la   Carne”)
        Lo nuevo está en el  acontecimiento de su retorno
          Michel Foucault
            (“El Orden del Discurso”)
        
        Desde recordar el número de teléfono 141, el cual  indicaba la hora exacta y la temperatura en Santiago, hasta declarar a Helena,  la de Troya, una incompleta. Así se rehizo el libro “Completa”, y se hizo el  libro “(in) completa”, que ahora presentamos.
        Decir que el desgano, la familia, que el sexo, que las  colecciones, que los miedos, que el hocico, la mandíbula o una ciudad tienen la  tranquilidad de ser finitos, porque la finitud es una certeza y no un deseo, es  parte de esa refabricación. Porque un libro es finito, delicadito, y  trabajosito, si no pregúntenle al editor. Porque todas las palabras de “(in)  completa” no son la negación de “Completa”, sino más bien lo que quedó de su  rescate, de un rescate hecho al modo de Helena de Troya, ya que, como dice  Paula en las últimas páginas de este libro: 
        
          
            armé mi propia guerra de Destroya
              con el caballo de palo de mis hermanos
              lloraba en mi ventana
              convencida de la   Grecia tan lejana
              (ahora instalada en los techos vecinos)
          
        
        Una guerra, sin duda, de bajo coste, no una guerra  espectacular sino una destinada a eliminar, en sus batallas, lo que haría del  libro “(in) completa” una obra, un nuevo libro, listo para ser recorrido por  los vecinos, los hermanos o los presentadores. La guerra de Destroya se sitúa  antes del final, lo que permite hacer tabla rasa y comenzar desde cero, como si  no hubiese nada antes, como si “Completa” y “La perla suelta” no existieran,  como si nunca se hubiesen escrito cartas.
        Lo nuevo está en el acontecimiento de su retorno (M. Foucault)
        ¿Qué es lo que se ha dejado atrás?
          
          En “(in) completa” hay una pérdida, pero, ¿De qué se  trata esa pérdida? Me he intentado preguntar con ambos libros en el velador,  cuál es la pérdida. Y reflexionando sobre esto me encuentro con la idea de la obsolescencia programada u obsolescencia planificada, que no es  otra cosa que diseñar productos con una fecha de caducidad, que se vuelven  inútiles después de cierta cantidad de años, meses o días, con el objetivo de  invitar a que sean reparados o renovados completamente. En principio esto suena  macabro, y ecológicamente lo es, pero si lo pensamos bien, el mundo cultural al  amparo de las modas no es otra cosa que una versión intelectual de la  obsolescencia planificada, y aunque muchos crean pensando en la eternidad o la  durabilidad de lo creado, son muy pocos los que logran alguna forma de trascendencia.
        Hace un tiempo atrás, un artista llamado Sebastán  Preece encontró en  una casa familiar en el sur de Chile, un montón de libros  semi petrificados que se almacenaban en el subterráneo de esta casa abandonada.  Los extrajo, los catalogó y los fotografió, los cuidó y los ayudó a que  continuaran su proceso de petrificación. De vez en cuando los exhibe, nunca ha  sabido de qué libros se tratan y creo que tampoco le interesa demasiado. 
        El asunto es claro, el objeto  libro como cosa es eternizado de forma que no se puede acceder a su contenido,  pasando a ser 100% objeto, mudo y hermético. Paula, por el contrario, petrifica  su libro “Completa” exacerbando al máximo su posibilidad de ficción,  rescribiéndolo como un blog, hablándonos de lo obsoleto en tiempo real,  rescatando el eterno presente de la lectura y —conceptualmente— desligándose  del objeto.
        Así me respondo qué es lo que se pierde y de paso  comprendo que la obsolescencia programada de “Completa” se da por la soledad de  “(in) completa”, por este hipertexto de baja tecnología que vincula algo  voluntariamente obsoleto con esta  novedad irresuelta en su título. Aquí es  donde me pregunto si se hará con la idea de cerrar el círculo, de encontrar low  fans que coleccionen las copias inencontrables de “Completa”, o con la idea de  hacer libros para una eternidad ajena. Sea lo que sea todo se encuentra al  amparo de esta pulsión violenta y discontinua, con esta sepultura anticipada de  un libro que, al mismo modo que un país entero lo hizo hace algunos años, sepulta  su modernidad, antes que esta nazca, condicionando su memoria.
novedad irresuelta en su título. Aquí es  donde me pregunto si se hará con la idea de cerrar el círculo, de encontrar low  fans que coleccionen las copias inencontrables de “Completa”, o con la idea de  hacer libros para una eternidad ajena. Sea lo que sea todo se encuentra al  amparo de esta pulsión violenta y discontinua, con esta sepultura anticipada de  un libro que, al mismo modo que un país entero lo hizo hace algunos años, sepulta  su modernidad, antes que esta nazca, condicionando su memoria. 
        Tan poca voluntad tenemos para recordar en Chile, que  siempre buscamos la excusa en el paisaje, en los terremotos o desastres. Tan  mala memoria que un libro completo lo tenemos que incompletar menos de diez años después que nació, y lo de los  desastres lo hacemos consciente, por conveniencia, para así poder hacer tabla  rasa y escribir sin miramientos de todo eso que somos. Prefiriendo llevar una  mochila de olvidos que una de recuerdos.
        Hace algún tiempo atrás hice una lista de diez cosas  para olvidar. Diez recuerdos de los que, decididamente, debía deshacerme. No he  querido ver esa lista por razones que ustedes comprenderán, pero aun tengo  nociones de su orden, que iba primero, que iba en el séptimo lugar. Sin  embargo, no recuerdo exactamente que cosas son, que recuerdos deben permanecer  en el olvido. Esta conveniencia es de doble filo, porque en algún momento es  posible que confunda algo olvidable con algo recordable y me sitúe en esa frontera  cada vez más incierta de la memoria selectiva, esa voluntad de descarte que,  creo, hizo escribir “(in) completa”. 
        Una sensación similar me provoca este libro: un olvido  voluntario, como los juegos de lotería en los que se debe raspar para encontrar  un premio, casillas del azar, de las cuales conoces su forma, su ubicación,  incluso lo puedes memorizar, pero quizás prefieres no saber si guardan un  premio o un siga participando, y lo dejas así, con esa capa de esmalte gris  abrillantado, dejando que el tiempo calme la necesidad cultural de rasparlo y  saber que contiene, de saber que es uno el que construye su azar, es uno el que  construye los libros que escribes, las obras que levantas.
        Este libro se nos abre con siete años de distancia,  pero se cierra aun más atrás. Si Portishead nos recuerda alguna confusa  borrachera invernal, el poema del fin de Marina Tsvetaeva nos trae el llanto,  el del nacimiento y el del luto, recordando que el llanto, como dice Bataille,  es tan discontinuo como la risa.