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        Yo no escribo más
            Presentación  de Halo  [19 poetas chilenos  nacidos en los 90] 
            Héctor Hernández Montecinos, compilador. JC Sáez Editor. 
        Paula Ilabaca N. 
        
        
        
         
        
        
        
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        El año pasado, en una de las sesiones de  mi taller de creación poética Texturas, que dirigí en Balmaceda Arte Joven,  Daniel Medina Lillo – el último de los antologados en Halo  y el más joven de mi  taller-  leyó por primera vez. Tomó un  cuaderno de colegio que al parecer era de Matemáticas, buscó una hoja escrita  de principio a fin y dio lectura a uno de los textos más desconcertantes que yo  había escuchado en años. Algo se hundía en su texto. No recuerdo si era un  madero, el rostro de un hombre o un pedazo de carne de Cristo que se maceraba  por las corrientes abisales. Al sumergirse iban apareciendo peces, crustáceos,  seres marinos escalofriantes. Nunca tuve tanto miedo. Nunca tuve tantos deseos  de que siguiera leyendo una y otra vez a pesar de mi miedo. Hacía muchos años  que una lectura de poesía no me levantaba  la tapa de los sesos – al decir de Emily Dickinson – y hacía muchos años  que no me quedaba sin palabras con las que comentar algo al finalizar su  lectura. Fue por ello que agradecí el gesto que espontáneamente hizo uno de uno  de los chicos del taller: dejó su lápiz sobre la mesa. Luego lo siguió otro, y  luego otro, y luego otro. Comenzamos a reír. Al principio no entendí muy bien  qué pasaba y cuando lo recordé, puse también mi lápiz sobre la mesa de trabajo.  Con eso se selló el hecho unánime de que Daniel nos había superado con su  texto. Días atrás yo les había contado que hacía 15 años atrás, cuando yo fui  alumna de Balmaceda, un compañero de mi taller dijo: yo no escribo más, háganlo  ustedes, y en un gesto rimbaudiano dejó el lápiz al centro de la mesa. Yo no escribo más, yo no escribo más, porque  amo tu escritura y hoy tu escritura  me dejó sin habla, eso parecía decir ese lápiz, esos lápices dejados al  centro de la mesa aquella tarde. 
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        Es diciembre del año 2012, con HH estamos  distanciados. No nos hablamos hace poco más de un mes. En ese entonces me llega  un correo de Rodrigo Hidalgo para decirme si estoy interesada en ser profesora  de Balmaceda. Le respondo de inmediato que sí. Me dice que me dará la segunda  temporada del año, el taller de invierno, pues el de otoño lo tendrá Héctor.  Respondo que sí, haciendo caso omiso a que Héctor también sería profesor, que  los dos seríamos profesores en el lugar donde comenzamos a escribir, los dos  seríamos profesores allí y estábamos distanciados. No sé si fue esta razón o  pudo haber sido cualquiera otra la que nos hizo reconciliarnos. Es entonces  cuando HH me pide que cambiemos de fecha: si puedo ir yo en el taller de otoño  y él en el de invierno. Le digo que sí, absolutamente que sí. Me correspondió  entonces audicionar a más de 60 postulantes que llegaron a Balmaceda Arte Joven  a “escribir”. Después de un par de semanas le escribí a HH sobre el taller.  Emocionada, sin quererlo, sin saberlo tampoco, había llegado a un taller real,  donde los participantes se quiebran la mano escribiendo, donde viven la  escritura, y donde el texto es un asunto de vida o muerte. Emocionada le decía:  hoy hicimos tal cosa, hoy leímos esto, hoy conversamos sobre esto otro. Una  nueva pandilla se estaba formando.
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        Escribo: el riesgo vital de toda  antología es la apuesta que realiza el antologador al decidir quiénes son los  que van en ella y quienes no van. Elegir el número de los participantes, el  número de textos. La palabra se transforma en número. Diecinueve poetas de los  noventas. Diecinueve poetas: 14 hombres, 5 mujeres. Una remembranza a los  diecinueve náufragos, un juego. Borges también amó tanto a los números. 19 años  tenía HH cuando decide dedicarse a la poesía. 19 poetas fueron los elegidos  para esta entrega. Miro el índice y no puedo creer que ya estén publicados.  Este es el segundo riesgo vital de toda antología: cuántos van a sobrevivir,  cuántos van a dar la muerte por la escritura. Miro el índice del libro, HH  eligió muy bien, excelentemente bien. Al mismo tiempo, no puedo dejar de pensar  en aquella antología de los poetas nacidos en los ochentas que aún no existe–  en realidad podría decir poetas-creadores-gestores-editores que ya poseen una voz potente que traspasa al texto -  e imagino el índice: Camilo Herrera, Elias Hienam,  Mariela Malhue, Juan Guillermo Jeldes, Constanza Marchant, Jorge Cid, Agustín  Hidalgo, Daniela Catrileo y el gran Juan Carreño. Pienso también en los  noventeros que no están en “Halo”, mis recordados niños de la Carnicería Punk,  los Moda y Pueblo que transitan por un texto que no es poesía ni prosa que a  veces es  música y también arrebato:  Vicente Palma, Fanny Leona, Leonardo Quezada. Y mi querido y talentoso Luis  Vicente Fresno, que hace poco hizo su aparición en la escena poética nacional.  En el libro podrá entregarse una propuesta de escena, pero no debemos olvidar  que existe otra escena que se escabulle del papel, del documento.
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        ¿De dónde nace el sonido? Seguramente de  una reverberación misteriosa. He leído a cada uno de los participantes de la  antología y me sigo preguntando ¿de dónde proviene la música? ¿De dónde  emergieron todos? Una de las tardes en mi taller “Texturas” de Balmaceda –  insisto en este espacio, pues aquí estuvieron gran parte de los antologados que  después pasaron por el taller de HH   “Escrituras del desastre” que fue durante el invierno del año pasado en  Balmaceda -  creí escuchar la voz de  Matías Tolchinsky, pero ni él conocía a los chicos del taller ni ellos tampoco  lo habían leído. HH ya lo había antologado en la segunda entrega de “4M3R1C4”:  Matías cierra esa antología y abre “Halo”. Matías participó en una lectura  preciosa que cerró mi taller junto a Roberto Ibáñez, el niño amado de la poesía  chilena y ahí se conocieron todos. Pero vuelvo al recuerdo de aquella tarde en mi  taller: Matías parecía estar en todas esas voces y todas las voces parecían  estar en él. Reverberaban voces entonces. Me atreví a pensar en una generación.  No fue necesario decirle a HH, pues él ya la estaba inventando. 
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        Voy en camino a la presentación y se me  ocurrió escribirles unos consejos, recados, cosas que me parece importante  compartir con ustedes el día de hoy. Acá van:
        
          No escriban: vivan.
            Crean en la obra, y no tanto en los libros.
            Los amigos pasan: la pandilla de poetas siempre  se queda.
            No conversen sobre literatura: discutan sobre  ella.
            Cercenen el cuerpo y expongan la fugacidad de la  carne.
            Despierten por la mañana y lean un poema.
            Amen los textos y desconfíen de los poemas,  entonces me corrijo: despierten por la mañana y lean un texto.
            Conviértanse en ese reguero que pasa dejando un  hito de sarro por las calles de la ciudad.
            El mejor texto es aquel que nadie quiere  escuchar, el que todos detestan escuchar.
            Amen a su editor por sobre todas las cosas (y  mucho más a su antologador).
            La poesía no existe, el lenguaje está de moda.
        
        
          Santiago de Chile, diciembre 2014. 
        A HH todo mi amor y admiración, siempre. Gracias  por invitarme a presentar este hermoso libro.