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SOBRE CÓMO PRESTARLE EL CUERPO AL AMOR
El amor de los salmones. Ed. Los libros de la mujer rota, 2018. 134 páginas
Por Paula Ilabaca
Publicado en https://wp.nyu.edu/gsas-revistatemporales/ 5 de febrero de 2019
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Pienso en Francisco. Pienso en un color. Pienso en si el amor tiene un color. Pienso en si el cuerpo tiene un color. Este es un libro de cuentos. Este es un libro sobre cuerpos. Pienso por qué hay tantos cuerpos en su libro. Pienso en los trozos de cuerpo que habitan su libro. Su libro con cadáveres y cuerpos desintegrados. Trozos de 
cuerpo van por las páginas. Las habitan, se destruyen, sudan y penan. Hay muchos cuerpos en su libro.
Pienso en esa tarde en que Francisco y yo, conversamos sobre literatura.
He conversado con muchos jóvenes autores sobre literatura. Pero yo, yo recuerdo mucho esa tarde. El color del mar, el cielo. El color del vino blanco que bebimos. Blanco el vino y blanca la página. Siempre hay blanco cuando uno habla de literatura.
Pienso en Francisco y su primer libro.
Pienso en mi primer libro. El primer libro de Claudia, su editora. En esos momentos cuando ninguno de los tres nos conocíamos. Pienso en muchos primeros libros. El primer libro de Héctor, el primer libro de Diego, de Pablo. De Rodrigo. Pienso en muchos primeros libros.
Existe siempre esa emoción, ese frenesí. Algo maravilloso que borra, de pronto, toda la lucha de sacar adelante un primer libro. O un segundo libro. O un tercer libro. O el libro número diez. El libro que sea que la promesa de turno sea capaz de prometer. Esa emoción borra la lucha, la derrota, el no puedo más. Porque eso pasa cuando uno escribe con el cuerpo. Con la vida. Hay momentos en que no se puede más.
Hablo con HH por chat. Le digo que el libro de Francisco es tan alt-lit-sarduriana. Al rato me corrijo. Al rato estoy en un cuento muy convencional. Después estoy en una joya vibrante y filosa. Después estoy en una cámara, en un arma, en un espejo que me muestra a mí misma preguntándome quién soy esta noche.
Pienso en Sarduy de nuevo. En los pies de Cobra. En sus artilugios de plástico. En ese barroco sabido, amado, reescrito. En ese coser de pieles y cuerpos, en esos pies. Pienso en cómo hemos utilizado el cuerpo en un texto. En cómo hemos prestado el cuerpo al amor. Pienso en los números de los cuentos de Francisco. En los visto. Hubo un tiempo en que no había sushis ni wassap ni baterías de celulares acabándose. Hubo un tiempo en que los cuerpos heteronormativamente yacían en un sofá o una cama y se lamían y se decían que se amaban. Me gusta que ya esos moldes se vayan cayendo, acabando. Que vayan cayendo, que todos caigan, que caiga todo.
Pienso en los salmones. Pienso en el color salmón. En su textura. En su salinidad, en su corporalidad. En lo resbaloso de sus cuerpos. En el pegoteo. En un salmón cocido. Al horno. Asado. Pasado. Maloliente. Al sol. Fuera de su hábitat. Fuera del agua, del mar. En esa vida y mutabilidad se sitúan los textos de Francisco, en ese hedor y sencillez, en esa laxitud compleja y rotativa de su palabra. Gracias a él por sus textos, gracias a la mujer rota por corporizarlos.
