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        Pespuntes para Miga
            Poemas de Elías Hienam. Libros del perro negro, 2013 
          
          Por Paula Ilabaca
        
          
          
           
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        Este último  tiempo he estado leyendo los textos de una nueva generación poética chilena que  nace, donde casi todos son entre adolescentes y jóvenes muy jóvenes: el poeta  más joven que he leído tiene 16 años y escribe estremecedoramente bien. El otro  día me sorprendí replicándole a un connotado poeta de los noventas que yo sabía  mucho de poesía “joven” – qué difícil es cuando hablamos de poesía joven ya que  es demasiado subjetiva esta categorización y ya todos los sabemos – y él me  replicó que podía decir lo mismo que yo y nos miramos con cierto odio y como  midiéndonos en lo que sabíamos. Finalmente decidí callar, y prontamente en la  mesa donde discutíamos, comenzaron a hablar de los libros que habían leído de  las nuevas generaciones y sentí pánico: verdaderamente no sabía de poesía  recién publicada. Sin embargo luego pensé que si bien no alcanzo a leer todos  los libros, sí he estado participando de los procesos escriturales de libros  que aún están escribiéndose. Fue así  como conocí a Elías, en un taller del año 2007 en el que yo era la tallerista y  en el que también estaban Sebastián Herrera y Mariela Malhue. Presenciar, en  ese entonces, y casi durante un año esas redes de amistad, textos y amor, fue  como ver la poesía en tres dimensiones. Quizás por eso digo que sé mucho de  poesía inédita o joven o nuevísima como dije hace poco.
         Elías Hienam  ya no es de las voces nuevísimas. Su  trabajo como poeta y editor es ampliamente conocido por el campo literario  latinoamericano. Es por ello que la entrega de su nuevo texto es más que nada  la continuación de una voz que ya me suena sabida. No digo con esto que sea la  misma, pues la voz, como todo, muta en el tiempo, se traslada, se empodera o  desvanece. Pero sí me gusta esta voz que me es sabida, reconocible, amable. Y a  través de ella, Hienam nos hace vivir en un artilugio no barroco – para nosotros  que lo somos tanto – pues lo que él realiza es mostrarnos el recorrido de un  instante. El libro de Hienam es de una sencilla complejidad en la palabra. Palabra  que no palabrea, palabra que se dibuja exacta en cada página.
                      Miga es un jaikújapo. Miga es una mirada que contempla el fuego de una relación que se desvanece. Miga es un instante donde estamos  presenciando el viento, la llama, la tierra o el hielo. Miga es también el  humor que casi siempre los poetas olvidamos por estar enfermos o  convalecientes. Miga se mueve en la  sabiduría popular. Miga se instala en  Pomaire.
        
                        Qué recurso ese de la greda que utiliza Hienam: una mixtura  misteriosa, pues abandona el barro (lo barroco, lo barroso) y elige la greda  para utilizarla como uno de sus materiales; la greda es una arcilla moldeada y  convertida en objetos; la greda se extrae de la tierra, de los surcos de la  tierra o de sus orillas. Miga es una pelota de deseo y reproches. 
        
        Miga es lo cotidiano. En Miga hay plantas que crecen en antejardines.  Miga son costras que no se rascan. 
          
          Pienso en el  título del libro: Miga. Pienso en una  miga de pan, evidentemente, como algo que está en la mesa del comedor después  de comer o tomar once.  O en la cocina,  abandonada en el suelo. Recordé a un amigo que adoraba las pelusas. Yo pensaba  que hablaba de las cartas o dientes de león, pero no, él amaba las pelusas, tal  cual, como una idea de una basura ínfima que se va juntando de forma deliberada  y sin ningún fin excepto pegotearse. Insistía en describirme la siguiente  imagen: él echado en su cama en Madrid observando una pelusa a pleno sol en  verano, volando de un lado a otro. También escribió sobre eso en cartas que me  enviaba. Lo preciso y pequeño de una pelusa o una miga. Quizás es estúpido que  elabore especulaciones con respecto al título del libro, pues quizás es amiga devenido en miga. Quizás es qué  cosa. Los títulos precisamente son lo que uno menos cree que son. 
        La lectura de Miga me recuerda lo que continúa de la ya conocida cita de Emily  Dickinson en la que dice que cuando escucha poesía se le enfría el cuerpo y es como si se levantaran la tapa de los sesos.  Después de esas palabras ella agrega lo siguiente: “Cómo vive la mayor parte de  la gente sin pensamientos. Hay mucha gente en el mundo (usted la debe haber  notado en la calle). Cómo viven. Cómo sacan fuerzas para vestirse por las  mañanas”. Miga es como internarse en  esos pensamientos que nadie tiene o elabora. Es lo más parecido a lo que podría  decir o cómo podría intentar describir este bello libro.