Desde hace un tiempo en el panorama de la literatura chilena se ha dado una tendencia a las escrituras sobre nada, que no comienzan ni terminan, escrituras que le toman el pulso a lo contemporáneo, donde personajes agobiados por la monotonía de la vida en la metrópolis y el sin sentido de las relaciones interpersonales, vagan por narrativas sin conflicto, desprovistas de clímax, básicamente solos en el texto. Algo que a los gringos les gusta llamar slice of life, pero que mis amigos y yo preferimos decirle “realismo fome”, aunque técnicamente en ciertos espacios la denominemos Lat Lit, o lo que sea.
Entre tanta narrativa sobre nada, “La regla de los nueve” es una novela sobre hechos, un hecho en particular: las múltiples vidas de un cuerpo. Y es en el descalce entre las partes donde se demuestra la pericia de Ilabaca para construir voces. Cinco narradores, cinco puntos de vista sobre un chico y su destino, que a la vez revisan el impacto en lo micro, en las vidas apenas contadas, del mito de la transición a la democracia. La novela rescata una de las promesas de la narrativa contemporánea, que no existe vida lo demasiado insignificante como para no ser literaturizada, pero lo radicaliza al llevarla a un litigio de voces, una zona donde hasta el testimonio del protagonista se vuelve sospechoso.
Múltiples entradas y ninguna es la principal, solo queda un hecho: el cuerpo vivió. Esto es todo para la novela y a la vez insignificante para el mundo: “Cuando todos se hayan ido, caminarán frente a la casa unos niños rumbo al colegio, y lo que pasó ese día será igual a cualquier otro que se suceda después de esa madrugada”. Este cuerpo que ordena la historia convoca a todas las voces, desde lo amoroso, lo filial, lo práctico y el dolor. “La regla de los nueve” trabaja con cuidado cada uno de los puntos de vista, negando un relato de sociedad homogeneizada –dúplice de la democracia de los acuerdos– en la exposición de un conjunto de vidas mínimas, pero vidas al fin y al cabo.
Para los que quieran creer que este texto es un policial, el misterio no está en la aparición de un cuerpo ni en la reconstitución de escena, sino en cómo cada narrador refuta a la voz anterior, abriendo zonas de indeterminación en el relato, obligándonos a volver sobre cada una de las voces y sus silencios. La novela ocurre en aquello que constantemente está escapando a su clausura, la sin razón de los acontecimientos, la imposibilidad de una verdad sobre su desenlace.
Su valor está en la heterogeneidad del conjunto de testimonios, crítico al mito de una única verdad oficial, es en la diversidad que cada punto de vista quiere hacerse partícipe de la historia.
Si “La regla de los nueve” se piensa como una novela generacional, es porque instala las preguntas para cuestionar el presente de nuestro país, pero lo hace alejada de militancias obvias y el chicle estirado de la narrativa de los hijos. La escritura de Ilabaca instala la tragedia, el micro-infierno, en las villas de la clase media, recuperando la épica de la vida cotidiana, que se consume en una ciudad extraña a punto de transformarse en masa indiferenciada: “Creo que ella piensa como yo, que en los lugares públicos y populosos es más difícil que alguien te mire”. Porque las vidas que se escriben en la novela son incandescencias que pasan desapercibidas, como la llama de un encendedor, pero que en un descuido al prender una cola te pueden quemar la nariz.
Los testimonios y voces de la novela están cubiertos de estas pequeñas marcas, a veces casi imperceptibles, que aparecen en el descuido de la frase suelta: “Nadie toma un solo libro hasta que los lea todos yo, les dije. Podríai entonces dejarnos que los leamos nosotros también, dijo el mayor. Yo me reí con burla, si en tu vida has tomado el diario para leer algo, nadie toca los libros, les dije. Nadie toca un solo libro de los que quedaron”. Es el puntillismo, la frase minuciosa, donde Ilabaca coloca las fracturas personales, los secretos que escapan a los testimonios de los personajes. Y así una dueña de casa sumisa y callada se revela a sus hermanos matones: “Nadie toca un solo libro de los que quedaron”.
“La regla de los nueve” no es la primera novela de una poeta, es una publicación más de una autora, que con gran manejo de las voces y lugares de la narrativa, viene a responder por qué hay tanta escritura sobre nada, a problematizar un presente homogéneo al llenar de sentido las vidas mínimas que giran en torno a un hecho insignificante, cuestionando al nihilismo urbano que a veces parece apoderarse de la escritura.
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Página chilena al servicio de la cultura dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Presentación a “La regla de los nueve”
Paula Ilabaca Núñez. Emecé, 2015
Por Francisco Molina