UNA LITERATURA EN ALZA
La rebelión africana
Patricio Jara
Revista de Libros de El Mercurio.
Domingo 3 de Junio de 2007
La actualidad de la literatura africana puede ilustrarse con un ejemplo quizás pedestre, pero no menos revelador: hace cuarenta años, importantes clubes europeos crearon escuelas de fútbol en las principales capitales de ese continente. Dos décadas después, al momento de la cosecha, aquellos talentos fueron llevados a Europa y de sus raíces sólo quedó el color de piel: muchos nunca volvieron a sus países y otros simplemente se nacionalizaron. Hubo ghaneses en la selección de Alemania, nigerianos jugando mundiales por Polonia y, era que no, también un gran escándalo.
La controversia por este fenómeno se extiende, de paso, a diversos ámbitos, entre ellos la literatura. El tema estuvo presente el año pasado en el Salón del Libro de París y ahora en la Feria de Madrid. ¿Basta ser africano para hacer literatura africana? ¿Deben escribir sólo de donde provienen? ¿De qué sirvió emanciparse de las colonias si todo lo que publican los nuevos autores africanos va destinado al lector europeo?
Pese al cuestionamiento, hay al menos un consenso: el despegue de la literatura africana moderna ocurrió a mediados de los '50 gracias al novelista y poeta nigeriano Wole Soyinka. Tras recibir el Nobel de Literatura en 1986, su obra terminó de abrir la puerta para que muchos autores de su generación fueran acogidos al otro lado del Mediterráneo. Esa labor hoy es continuada, entre otros, por el ugandés Moses Isegawa (1963), cuyas Crónicas abisinias (Ediciones B) le han valido el rentable apelativo de "el García Márquez africano". Radicado en Holanda, Isegawa ha sido el referente, al menos en cuanto a llegada, para los autores del recambio, quienes se hacen cargo del motivo literario del continente: el desarraigo, los traumas de las dictaduras y de la tortuosa e inevitable occidentalización.
Según el escritor marfileño Ahmadou Kourouma (1927-2003), sólo hay dos maneras de escribir en África: para los africanos, y denunciar situaciones más o menos conocidas, "corriendo el riesgo de no vender mucho al dirigirse a gente que no sabe leer o que no dispone de los medios para alimentar su lectura", o bien, ampliando sus temáticas más allá del continente, "como aquellos autores africanos que residen en Francia y que publican para lectores exclusivamente europeos".
LA DURA ADAPTACIÓN CULTURAL
Tal como en Sudamérica, la gran herencia que tuvo la África subsahariana tras la independencia fue la lengua de las colonias. La opinión del crítico literario de Label France, Tirthankar Chanda, es que la nueva generación de escritores africanos, cuya plataforma editorial está en Francia, Inglaterra, Bélgica y Portugal, ha tomado distancia de la vena realista y pintoresca de inicios del siglo XX y hoy su interés no es otro que la modernidad de Occidente, planteando el conflicto entre pertenencia y universalidad, entre sus raíces y el Primer Mundo donde les ha tocado crecer, entre el imaginario tribal y el catolicismo o el islam.
El mejor reflejo de este sentimiento está en el relato Una oración de los vivos, de Ben Okri (1959), narrador nigeriano educado en la Universidad de Essex, director de la revista literaria West África y ganador del Brooker Prize en 1991 con La carretera hambrienta (Espasa Calpe). "Detrás de nosotros, en el pasado, antes de que ocurriera todo esto, había todas las posibilidades del mundo. Había todas las oportunidades para, partiendo de cosas pequeñas, crear una historia y un futuro nuevos si hubiéramos llegado a verlas —apunta Okri—. Pero ahora sólo quedan las canciones de la montaña de la muerte. Buscamos a nuestros seres queridos mecánicamente y con sequedad en los ojos. Nuestros estómagos ya no existen. Nada existe, excepto la búsqueda".
Al trabajo del nigeriano se suma el de su joven compatriota Helen Oyeyemi (1984). Radicada en Inglaterra, su novela La niña ícaro (El Aleph Editores) cuenta la historia de la dura adaptación cultural de una chica de padre inglés y madre africana. Oyeyemi recibió un anticipo de 650 mil euros. Todo un record para una autora inédita, extranjera y africana.
AFRICAN PSYCHO
La liberación política de las antiguas colonias europeas implicó, también, una liberación temática de lo antes obligatorio: miseria, violencia descontrolada, esclavitud y discriminación. Hoy, cualquier joven inmigrante camerunés que ha pasado todos los días de su vida frente a la Torre Eiffel tendrá el derecho a contar su vida sin más exigencias que la del idioma heredado.
El propósito inicial de aquella literatura instrumentalizada por los procesos revolucionarios hace foco en el individuo. "Empezó a explorar las mentes tumultuosas y los corazones de las sociedades recién liberadas", apunta Robert Marks, historiador de la Universidad de Illinois. Sin embargo, reconoce una tendencia inquietante: la nula presencia de temas como el sida dentro de los relatos urbanos, lo que se explica por un bache generacional o bien como un sospechoso intento de negar aquello que les duele y los vuelve más africanos. A fin de cuentas, escribir hoy de las metrópolis del continente es también escribir sobre una de esas seis mil personas que sucumben diariamente en África a causa del virus.
"Algunos se sienten a gusto, pero otros mantienen relaciones conflictivas", explica Bernard Mangie, director de la colección "Afriques" de la editorial Actes Sud, sello que ha publicado a una treintena de autores provenientes de Sudán, Zimbabwe y Costa de Marfil. "Al igual que los latinoamericanos, los africanos están transformando profundamente los idiomas imperiales europeos, introduciendo registros y sensibilidades que antes no existían".
El congolés Alain Mabanckou (1966) es uno de los autores más influyentes y admirados entre los jóvenes autores subsaharianos. Según Juan Montero Gómez, profesor español experto en el tema, "su escritura es temáticamente descentrada, pues sus vivencias se encuentran a mitad de camino entre una África cada vez más lejana y una Francia que no acaba de encajarlos". Tras obtener el Gran Premio Literario del África Negra 1999 con su novela Bleu Blanc Rouge, el congolés escandalizó a la crítica con African Psycho (2003), novela que relata la accidentada vida de Gregoire Nakobomayo, un joven huérfano empeñado en emular los crímenes que cometiera "Angoualima", el nada literario y muy real asesino en serie de su país.
La misma radicalidad de las páginas de la novela de Mabanckou se ha visto hoy en el discurso de los jóvenes autores africanos, quienes rechazan la concepción pintoresca de la literatura de su continente. En medio de la batahola, quizás el más perjudicado ha sido el propio Wole Soyinka, acusado de ser "demasiado tradicionalista". El autor de Los intérpretes nunca ha contestado abiertamente las críticas del coro empeñado en afirmar que hoy la literatura africana no existe. Soyinka siempre supo que, tarde o temprano, como todos los relevos saludables, aquello debía ocurrir.
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África posee una tradición oral rica y milenaria que desempeña una indudable función social, política, pedagógica, ético-religiosa y hasta lúdica. Las literaturas orales y escritas de hoy se nutren de esta tradición. En ella se hace un fecundo inventario social con la proyección de conocimientos ancestrales que hablan de la relación indisoluble entre la naturaleza y el hombre, de la interacción entre lo vivido y lo sobrenatural. La realidad, la memoria histórica y la invención descabellada se dan la mano en los grandes textos orales que existen en casi todas las lenguas con un número importante de hablantes. Constituyen fuentes inmediatas e inagotables para unas escrituras que se liberan bajo el ritmo de la palabra y el juego incesante de las lenguas.
Entre los grandes relatos de base oral se pueden citar Chaka (1925), de Thomas Mofólo, y Soundiata ou l'épopée mandingue (1960), de D. T. Niane, en los que hay una confluencia de mitos, relatos, epopeyas, leyendas, genealogías, elegías, cuentos, poemas, fábulas y teatro popular.
La reapropiación de los grandes relatos orales es uno de los rasgos sustanciales de las letras africanas actuales. En su obra poética, Senghor incorpora su mundo serere y reescribe la vigencia del mítico personaje histórico Chaka. Por su parte, Wole Soyinka hace buen uso de las disposiciones poéticas de los mitos orales yorubas en el conjunto de su tejido narrativo. Un maestro de la palabra como Amadou Hampaté Bá construye su misterioso mundo poético a partir del caudal mitológico de los pueblos de Malí.
Desde una aguda conciencia de la dialéctica lengua-escritura, la narrativa africana afianza sus invenciones estéticas desde una remodelación creativa de distintos lenguajes, en constante diálogo con los procedimientos orales, creando así una lengua propia y renovada, que nombra la multiplicidad de voces en un espacio proteico que supera la convención de los géneros literarios. Las audacias lingüísticas parten de onomatopeyas, repeticiones, proverbios o traducción literal del saber tradicional de lenguas autóctonas. Estas innovaciones estéticas precisan un uso específico de la lengua sin ningún tipo de complejo ni sometimiento. Para el escritor africano, la
lengua del otro, que se vuelve suya, es un instrumento que intenta asir lo real o el imaginario africano, es decir, vislumbrar las representaciones, los valores y las prácticas sociales más arraigadas"
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