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Entrevista / Nuevo libro
Patricio Jara, con mapa y mochila

Por María Teresa Cárdenas 
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 23 de agosto de 2009

"El circo llegó a Cristo de la Roca anunciado por el bullicio de los perros", se lee en la primera línea de Quemar un pueblo (Alfaguara), y de inmediato trae a la memoria otros célebres comienzos de novelas. Esta vez la escribe Patricio Jara (Antofagasta, 1974), narrador y periodista de múltiples intereses, y sin duda prolífico. En un solo año ya han aparecido Prat (Bruguera), su novela sobre el héroe de la patria, y una recopilación de relatos vampíricos, Las zapatillas de Drácula (Norma). En todo caso, aclara: "Es sólo un asunto de fechas, de algunos planes que se atrasaron y otros que se adelantaron. Prat la tenía pensada desde 2004 y la escribí recién en 2008. Los cuentos de Las zapatillas... los vengo trabajando desde 1994, de los tiempos de la universidad. Y esta novela tiene partes armadas en 2005, cuando aún vivía en Antofagasta".

Liderado por Lucio Carbonera, un traficante que ha cambiado de giro, el circo llega desde Asunción y Lima a este pueblo de nombre religioso -"en el norte, y en cualquier zona desértica, la gente loca cree ver rostros celestiales en los cerros"- en fecha indeterminada. Sus atracciones son una serie de personajes "monstruosos" -un niño con cabeza de rana, siameses, un hombre cubierto de pelos-, que a diferencia de otros lugares que han visitado, en Cristo de la Roca causan temor y rechazo.

Cómo se gestó el circo, las historias de cada uno de los personajes y las vicisitudes que viven hasta llegar a este pueblo están narrados en breves y ágiles 150 páginas, la misma extensión de sus últimas ficciones. "Cada vez me convenzo más de que escribir es cortar", afirma.

- ¿Con qué ánimo te enfrentas a la escritura para explorar tan distintos registros?
- Cada libro comienza con una certeza que poco a poco se va transformando, a veces se diluye o bien se vuelve algo mayor. Es parecido al ánimo que uno tiene cuando sale de excursión al cerro: no basta con las ganas, también necesita una mochila grande y sobre todo un mapa, porque deben ser excursiones largas y no hay que volver llorando. No me gustan las novelas que son, como se dice, un viaje al interior, a la búsqueda de alguna esencia perdida. Para qué, si sé perfectamente cómo me llamo, de dónde vengo y cuánto calzo.

-Algunos personajes de esta novela tienen las características de los "monstruos" agregados al libro de Ambroise Paré que rescatas en "El exceso". ¿Fue ese el detonante?
-Por supuesto. La investigación para El exceso fue tan grande que se abrió a otros temas. Así me pasa siempre. El mar enterrado surgió de una hebra de El sangrador. Y de El sangrador también surgió El exceso. En cambio, Prat fue armándose mientras trabajaba El mar enterrado. La conexión en este caso está en los personajes y en algo que para mí es fundamental para una historia: que alguien esté en el lugar equivocado y se haga cargo. Los personajes reconocidos como "monstruosos" a ojos de los demás, en vez de cambiar su entorno, lo incendian.

- ¿Qué significado tiene para ti el fuego, que marca dos momentos clave?
- Fue algo de lo que recién vine a darme cuenta al momento de titular la novela, que se llamó de varias formas durante estos cuatro años de trabajo. Si bien los incendios estaban desde el primer borrador, fue después cuando me di cuenta de que estaban relacionados y podía hacerse una lectura conectada. El fuego, en todo caso, en esta novela va acompañado de decisiones drásticas.

- ¿Qué es lo que dinamitan, en el fondo, el doble estándar, las contradicciones de la religión, el sometimiento a las leyes?
- Creo que es el sometimiento. La certeza de que hay cosas que no se pueden arreglar por la buena, que nadie está siempre obligado a los buenos modales ni a la diplomacia.

- ¿Cuánto le aportó la investigación periodística a este relato?
- Muchísimo. A veces lo paso mejor investigando que escribiendo. Pero no le pondría apellidos a la investigación. Que sea periodista es un dato, simplemente. Como también que a veces sigo tres o cuatro temas diferentes y no siempre quiere decir que de eso vaya a salir una novela o un reportaje.

- Tus libros siempre buscan darle un giro a lo establecido por la historia o la tradición, incluso con personajes tan instalados como Arturo Prat. ¿Encontraste aquí esa veta en los esclavos negros que llegaron al norte de Chile?
- La veta de los esclavos africanos la encontré, justamente, cuando fui a la Universidad de Tarapacá a presentar El exceso . Allí conocí a descendientes directos que me contaron muchas historias. Entonces la novela aún era un embrión y estos personajes calzaron justo. Incluso diría que irrumpieron en la estructura del mismo modo como lo hacen en la novela.

- Y contradicen la idea de que en Chile no hubo una cultura de la esclavitud.
- Pero ¿qué diablos fue la Guerra de Arauco sino una lucha mapuche para no someterse a la esclavitud del español? Hay bastante de ese tema en nuestro país y no sólo respecto de los africanos, también de los chinos que los contrabandistas dejaban encadenados en las cuevas y roqueríos entre Antofagasta e Iquique y cuyos cuerpos momificados aún están ahí. Poco se sabe de eso. Muchos de esos esclavos chinos fueron liberados por los soldados chilenos en la Guerra del Pacífico para que les ayudaran a pelear contra los peruanos.

- ¿Por qué te interesa esa búsqueda de lo otro, de lo desconocido?
- No es que lo busque. Simplemente es en lo que me fijo o con lo que me encuentro.

- ¿Cómo andan tus deudas con el realismo mágico?, ¿crees que es un camino válido todavía para expresar estos hallazgos?
- La misma deuda y el mismo respeto de cualquier persona normal que sabe que El reino de este mundo y Cien años de soledad son, por sobre cualquier pataleta vanguardista, novelas importantes. Más allá de la moda que se instauró a mediados de los 90 de tirarle caca a García Márquez, y de la que muchos terminaron arrepentidos, creo que es complicado hablar de claves o formas o caminos literarios como si se tratara de prescripciones médicas. Cada libro pide su forma.

- ¿Reconoces alguna deuda con autores más contemporáneos, como Fernando Iwasaki o Federico Andahazi?
- Admiro mucho el trabajo que hacen ambos, que habitualmente es instalarse en un punto exacto de la historia y comenzar a escarbar o a dinamitar. Las crónicas de Inquisiciones peruanas, de Iwasaki, y la novela Las piadosas, de Andahazi, los considero dos libros brillantes. Lo mismo El alienista, de Machado de Assis, o El calígrafo de Voltaire, de Pablo de Santis. Al final, pura tripa sudamericana revolviendo la historia que nos enseñaron y hasta nos obligaron a memorizar. Todos son libros con los que he sentido que no andaba tan perdido... pero también hay otros, en un registro distinto, que aprecio montones, como El informe de Brodeck, de Philippe Claudel, que es de lo mejor de los últimos años.

- ¿Es ese interés por lo distinto lo que te ha llevado a incluir médicos y precursores de la ciencia en tus relatos?
- La medicina es la única profesión verdaderamente imprescindible. Su historia es el reflejo más directo de nuestra evolución desde la época de las cavernas; un relato que lo abarca todo. Piensa que la guillotina, estrenada en la Revolución Francesa, con todo lo que implicó, fue estudiada, promovida y perfeccionada por un médico, el doctor Joseph Guillotine, y aquello se transformó en el símbolo de un proceso histórico mundial. Pero él sólo buscaba, como dijo, un método "más humano y menos doloroso".

- Aparte de los libros publicados este año, escribes regularmente artículos y haces clases en la universidad, sin contar con que hace un año fuiste papá. ¿Me puedes explicar cómo organizas tu tiempo y tu cabeza?
- Es el trabajo, hay que hacerlo bien y tratar de pasarlo bien. En todo caso, en lo concreto, salvo Prat, los otros libros fueron terminados antes del nacimiento de mi hija, que ciertamente es lo más relevante que he hecho en mis 35 años. Todo lo demás es papel.

 

 

 

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