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Acerca de Quemar a un pueblo, novela de Patricio Jara
Por Diego Zúniga
Publicado en revista Contrafuerte N°3, diciembre de 2009
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Y de pronto aparece un oso. Sí, en mitad de la playa del pueblo Cristo de la Roca, ese pueblo ubicado entre Tongoy y Los Vilos, sus habitantes observan a un oso pardo nadando en el mar. Es uno de esos momentos epifánicos que no suelen ocurrir mucho en las novelas chilenas de los últimos años, pero que está en Quemar un pueblo, de Patricio Jara. Un instante que para Juan Manuel Vial fue un hilo a la deriva, como señaló en su crítica en el diario La Tercera, mientras que para Patricia Espinosa, de Las Últimas Noticias, es un detalle más de cierta saturación que existe en la novela. Cierta saturación que molestó a ambos críticos pero que, justamente, es uno de los puntos más altos del libro: un oso pardo en medio del mar, luego de que el lector ha conocido el show de “Atracciones internacionales”, un circo de freaks comandado por Lucio Carbonera, ex traficante de armas, quien reclutó a un niño con cara de rana, un hombre lobo y unos hermanos que tienen un mismo cuerpo.
Y de pronto aparece un oso, luego del circo y de los esclavos negros y de Cristo de la Roca.
¿Un hilo a la deriva?
La freakería sin onda
Patricio Jara nació en Antofagasta el año 1974. Vivió toda su juventud en esa ciudad, donde estudió periodismo y se transformó en un agente cultural, creando revistas e invitando a escritores a dar charlas a la universidad. Pero el salto vino en el año 2002, cuando publicó su primera novela, El sangrador (Alfaguara), que obtuvo el premio del Consejo Nacional del Libro, en la categoría inédita. De ahí en adelante Patricio Jara se dedicó a escribir y escribir novelas que irían apareciendo siempre en editoriales transnacionales: De aquí se ve tu casa (Alfaguara, 2004), El mar enterrado (Seix Barral, 2005), El Exceso (Alfaguara, 2006) y Prat (Bruguera, 2009), entre otras. Los premios también se acumularían, igual que las críticas favorables, surgiendo dos temas que, en efecto, recorrerán toda la obra de Jara: el norte chileno y lo excéntrico. Motivos que en Quemar un pueblo volverán a aparecer, dejando en claro que Jara es de esos escritores que más que escribir libros, lo que hace es construir una obra. Una obra freak, en este caso, que tiene el mérito de ahondar en ese tema mucho antes de que lo freak se convirtiera en moda, como ha ocurrido en este último tiempo. Aunque no sólo se debe a términos temporales esta cualidad, si no que también porque los temas freaks que aborda Jara no están vinculados a artistas excéntricos o detalles onderos actuales. No, Jara tiene una obsesión por la Historia y sus novelas están ambientadas en diversos siglos y países: mientras El sangrador ocurre en Antofagasta, durante el siglo XIX y cuenta la historia de un dentista que inventará el primer taladro dental; en El exceso la historia ocurrirá en el siglo XVII y se narra la vida de un joven cirujano que en Francia buscará demostrar que la cura a las enfermedades humanas está en la transfusión de sangre entre personas y animales.
Mientras en los medios se habla de una grupo de escritores chilenos donde el tema que los une es el freakerío (Jorge Baradit, Mike Wilson, Álvaro Bisama, Francisco Ortega), no deja de resultar extraño que a Patricio Jara se lo deje fuera. Probablemente sea el hecho de que Jara comenzó a publicar antes que ellos. O acaso sea, de frentón, el tema de que sus libros hablan sobre freaks, pero sin onda. Aunque tampoco esto significa que Patricio Jara sea un autor secreto. No, porque sus libros sí se han reseñado en los medios de comunicación y han tenido, casi siempre, una buena cobertura que lo han llevado, incluso, a estar en el ranking de libros más vendidos, como ocurrió con Prat, publicada este 2009 y que resultó ser una biografía ágil y amena, completamente distinta a su versión televisiva.
Monstruos chilenos
Por supuesto que el tema de lo excéntrico no es algo que haya inventado Patricio Jara. Basta con pensar en El obsceno pájaro de la noche y Patas de perro como dos grandes referentes de nuestra narrativa en los que nos encontramos con monstruos, parecidos a los que protagonizan Quemar un pueblo, pero sin la oscuridad que presentan las obras de Donoso y Droguett. Ese lado no es el que le interesa a Jara en su última novela, sino más bien todo lo que rodea a este circo de monstruos, que se expresa en el pueblo Cristo de la Roca.
Antes de arribar a este lugar, el circo recorrió varios países de Sudamérica hasta que llegaron a Lima y decidieron bajar hacia Chile. En estas ciudades la recepción de “Atracciones internacionales” fue siempre positiva, generando curiosidad entre la gente, que iba a ver en masa el show del circo. Sin embargo, en Cristo de la Roca las cosas serán completamente distintas. Acá no habrá amabilidad, acá vivirán la discriminación que de alguna forma evitaron a partir de este show de entretención. Acá, en definitiva, chocarán contra la realidad de un pueblo moralista, que vive dirigido por una especie de dictador llamado Florencio Muruaga.
Acá aparecerán unos esclavos negros. Acá aparecerá el oso pardo en medio del mar, como si fuera un guiño al primer capítulo de Lost. Aunque acá estamos en el siglo XIX y en el norte de Chile y no en una isla, en medio de la nada.
Y acá ocurre algo: Cristo de la Roca parece otra cosa. No un pueblo, sino un escenario crítico, nuestro escenario crítico y los monstruos, los libros que aparecen y desaparecen de él. Los freaks que son juzgados sin piedad, que a veces tratan de pasar inadvertidos y lo consiguen y son aceptados, quizá tibiamente, pero aceptados. Pero hay otros freaks que no les interesa la modestia, no, otros que quieren ser ellos, pero que en un lugar como Cristo de la Roca no lo conseguirán nunca, porque sus habitantes, porque sus mandamases, porque a ratos parece que su concepción de la vida, de los libros, de lo que es bueno y malo, es algo que nadie, por ahora, ha logrado comprender.
Norte
No es casualidad que Cristo de la Roca quede entre Tongoy y Los Vilos. La obra de Jara se ha destacado por ubicarse, escenográficamente, en el norte de nuestro país. Basta pensar en El mar enterrado, novela donde Patricio Jara centra la historia en un marino boliviano que debe abandonar su vida dedicada a leer y enseñar, y enfilarse para combatir en la Guerra del Pacífico.
Es que el mar y el desierto parecieran ser personajes fundamentales en la obra de Jara. El desierto que está siempre en silencio, como un animal mudo que levanta la vista y acecha a sus habitantes. Y el mar, por donde llegaron los esclavos negros al pueblo. Por donde llegó el oso pardo. Y que, de alguna forma, termina siendo el camino por el que se desata el drama en esta historia, donde los hilos a la deriva de los que hablaba Juan Manuel Vial en su crítica, no son más que esos elementos que hacen a Quemar un pueblo una novela que presenta un proyecto distinto y coherente. Esos hilos a la deriva, esa saturación de la que hablaba Patricia Espinosa tienen coherencia en una obra como la de Patricio Jara. Y un oso pardo en mitad del mar es similar a las ranas volando desde el cielo en la película Magnolia, de Paul Thomas Anderson: cosas reales que no pasan en la realidad, pero que emocionan. Momentos epifánicos que nuestra narrativa ha olvidado por temor a ser incomprendida, pero, finalmente, son esos instantes que el lector nunca olvida, pues mediante ellos consigue conectarse con algo que va más allá de cualquier convención. Ahora ya no se trata de recibir un mensaje, de saber si la estructura es novedosa o si los personajes están bien delineados. Tampoco se trata de que la novela plantee grandes reflexiones acerca de la vida y la literatura. Esto, un oso en mitad del mar, es un quiebre como los que uno percibe en los cuentos de Borges, en la poesía de Juan Luis Martínez, en las novelas de Kafka: un lugar en el que realidad y ficción se cruzan para no volver a juntarse nunca más. Un lugar que todo lector, por un instante, busca encontrar y quedarse ahí, conmovido, sorprendido, desahuciado.