Pedro Lemebel: “Escribo con el pálpito urbano”
Por Guido Carelli Lynch
Revista "Ñ", Jueves 13 de Enero 2011
El mejor personaje de Pedro Lemebel es Pedro Lemebel. Novelista, hombre de radio, performer y militante; cabe imaginarlo casi siempre como un protagonista central de sus crónicas, de sus novelas. Pensaba volver a la Argentina para festejar el Día de los Derechos Humanos, pero sin demasiadas razones, le avisaron que no iba a ser de la partida. La última vez que estuvo en Buenos Aires fue a principios de 2010, una semana antes del terremoto que devastó a Chile, cuando vino al estreno de la adaptación teatral de Tengo miedo, torero. Entonces, accedió a una entrevista con Ñ, a pesar –claro– de que dice aburrirse en los encuentros con los periodistas. “Me aburre repetir lo mismo, cantar el mismo tango, el maricón solo, de la izquierda caída, caída ahora más que nunca. Son los costos del arte”, recita el chileno, que con cada respuesta vuelve a sí mismo y promete regresar a Buenos Aires para el estreno de una nueva adaptación teatral de Gerardo Begérez, esta vez la de Loco afán, crónicas del sidario.
Siempre se movió en los márgenes del mercado. Hasta que se convirtió en un ícono, en uno más de esos autores latinoamericanos que publican en las editoriales españolas de prestigio y también, en las multinacionales. Esa fatalidad –la naturaleza de los canales de distribución editorial– no desdibujó su perfil político y reivindicativo, del que a veces parece renegar. “Me gusta mucho ser un tránsfuga. Es fácil que te signen como el escritor o personaje que siempre tiene que decir lo que los demás no se atreven a decir, como el chivo expiatorio. De eso también estoy un poquito cansado, me gusta más desapercibir, desapercibirme tanto en las letras como en mi cotidiano también y también provoco alergia, así, escozores con lo que escribo. Tampoco quiero ser el detonante de las incomodidades sociales porque de alguna manera yo vivo solo también, ando en la calle solo, y uno nunca sabe donde puede quedar algún gatillo furtivo”, dispara con más poesía que verdad.
- Pero el mercado, la crítica institucionalizada genera un espacio a medida de cada escritor, aunque sea incómodo.
- Crean un espacio para la diferencia o para los desadaptados, para los inconformistas. A mí me dicen resentido, que tengo un gran resentimiento social, por supuesto, por supuesto, por supuesto que soy resentido.
- Y desde ahí escribe.
- Y ahí escribo. Yo no tengo nada que ver con esos escritores frente al mar en una casa en Malibú vestido de lino blanco fumando puro, no tengo nada que ver con eso, y escribo por la ciudad, escribo con el ruido, escribo en la ciudad, escribo con el pálpito urbano y con esos desajustes y esos reacomodos del alma prófuga urbana frente a los mecanismos intolerantes del neoliberalismo y del poder; como se pueda. Porque me creo la guerrillera suicida, ¿no?
El fantasma de Isabel Allende acaba de posarse en este departamento en el que Lemebel habla, juega a Lemebel. No es el único nombre que el chileno evoca en sus respuestas dispersas. Recuerda a Copi, Puig y anécdotas con Perlongher. Con todos ellos –por pereza intelectual, si se quiere– se lo ha comparado. Ahora –asegura– la homosexualidad se granjeó un lugar más fácil y menos incómodo, también en la literatura. “Se instaló un modelo de gay proclive y protegido por el sistema, una especie de gay que no le hace daño a nadie, y que se preocupa solamente en las cosas gays y que vive en un barrio gay, y que tiene un canario en la ventana, que lee libros gays, que los tiene en la mesa aunque no los lea pero los tiene en la mesa para que sepan que los lee, este prototipo gay es muy pero muy similar al modelo norteamericano, al gay de San Francisco, al gay academic. Antes las locas estaban en las peluquerías, no estaban en las academias, en las ferias del libro ni todo eso. Ahora hay un prototipo de homosexualidad que se instaló junto con el neoliberalismo y junto con la globalización”, dice.
- ¿Por qué?
- Porque ya no somos un peligro, menos ahora que el sida ya es un resfrío. El sida en su momento fue una catástrofe pero una catástrofe aglutinadora. En su momento, cuando este prototipo gay se instalaba junto con la onda disco, junto con todo ese patrón masculinizante de lo norteamericano, de los gays norteamericanos que es gay power, el sida operó como una nueva forma de lucha, una forma de replantearse. Se necesita instalar la homosexualidad en otros estamentos que siempre han sido más ocupados por la virilidad, por el machismo; la economía por ejemplo, la ingeniería. No debemos estar solamente en carreras como el teatro o las decoraciones de interiores, como sucedió con la mujer en Chile. A través de eso nosotros percibimos todos los discursos, los discursos liberacionistas, los discursos más rupturistas, más liberadores.
- Y sin embargo la propia sociedad chilena no podía aceptar hasta hace poco la sexualidad de Gabriela Mistral.
- Qué grandiosa la parada en ese tiempo. Tuvo que haber sido difícil ser lesbiana entonces. Qué impresionante volver a conocer a esta otra Gabriela que no tiene tanto que ver con ese estigma de madre que le instaló el envidioso canon literario chileno. Ella era la única mujer que estaba en ese falo egocentrismo entre los Parra, entre los Neruda, entre los Huidobro, era la única mujer.
Política, literatura y género se confunden en el discurso de Lemebel. El desagrado por Piñera y “su gobierno con ecos pinochetistas”, por la falta de una oposición sólida en Chile, se confunden con nombres de escritores amigos –Mario Bellatin, Ricardo Piglia, Naty Menstrual y de revolucionarios. Es que ya nadie habla de su admirado subcomandante Marcos, tal vez sólo Manu Chao.
“Pero uno no se va a arrepentir de lo que se enamoró, ¿o no? No porque haya fracasado ni porque se haya transformado. La culpa es cristiana y mi amor es pagano. No me voy a arrepentir de todo lo que me enamoré y que doné al Partido Comunista y de que me tatué la hoz y el martillo en la cara, qué sé yo, que me gustó Neruda a rabiar con sus 20 poemas de amor que era como un hit”, dice en un arrebato de poesía automática.
Exige un cigarrillo y otro fumador sale a escena entre sus recuerdos. Su compatriota Roberto Bolaño, la estrella distante de la literatura latinoamericana, que –asegura– le hizo un mal terrible. “Dijo que yo era el mejor poeta de Chile, justo cuando se iba y me dejó con el odio de todos los poetas de Chile. Siendo tan mala onda, resultó buena onda conmigo el Bolaño. Ahora le publicaron hasta los calcetines, como decía Neruda. El sabía que se iba a morir, de alguna manera, y tenía un humor tremendo. Yo estaba fumando porro y tomando alcohol y él no podía nada de eso, entonces se ponía tremendamente irascible”, lo recuerda y se lamenta de no haber forjado una verdadera amistad.
Desde hace un año coquetea con la posibilidad de editar su último libro Serenatas cafiolas –crónicas musicales y urbanas, en las que también hay lugar para Buenos Aires, en la Argentina. Promete que llegará, aunque sea en versión pirata. Sus opciones son el gigante Planeta o la piratería cibernética. Así es Lemebel, que por enésima vez vuelve a cambiar el manifiesto de su propia obra de sí mismo. “Yo no soy tolerante ni tampoco soy democrático, soy revolucionario. Y no tengo amigos, tengo amores –eso de los amigos, del cumpa, del yunta– es tan masculino. Yo tengo amores”.