EJERCICIO
DE DIALOGO:
Entrevista a Pedro Lastra
Por Sergio
Rodríguez Saavedra y Francisco Véjar
Con más de tres décadas fuera del país dedicado
a la docencia en la Universidad de Nueva York, en Stony Brook, pero
transmitiendo su amor por la poesía en diversos países
del mundo desde los cuales siempre llega una noticia de este extranjero
tan propio de nuestras letras, Pedro Lastra se apresta por
primera vez el año 2005 a entregar su vasta experiencia en
las universidades chilenas. Aprovechamos pues su visita a Santiago
por algunos días para dejar huella en su patria de un hombre
que lleva nuestras letras por todo el continente.
-
Usted que lleva más de treinta años ejerciendo en Estados
Unidos ¿Cómo definiría este periodo de extranjería?
Creo que la distancia del mundo propio puede ser favorable para
un escritor, porque permite una mayor objetividad del juicio sobre
el trabajo de uno mismo y el de los otros. Alejado de los intereses
de grupo, de las polémicas y rencillas que eso suele generar,
el extranjero que se disponga a asumir de la mejor manera esa condición
puede afinar, en la soledad de su extranjería, los instrumentos
mentales, por así llamarlos, con los cuales medir el alcance
o las limitaciones de su escritura, en relación y contraste
con lo que otros ambientes le ofrecen. "Las luengas peregrinaciones
hacen a los hombres discretos", escribió Cervantes, y
si no siempre se llega a ese desiderátum del buen criterio
no es, sin duda, culpa de las peregrinaciones sino del peregrino.
En mi caso, pienso que ese largo periodo me ha resultado beneficioso:
tengo la esperanza de que las experiencias humanas y culturales que
he podido vivir lejos de mi país hayan enriquecido, si no mi
trabajo literario, algo más importante: mi sentido de la vida.
- Ha rescatado en su trabajo ensayístico a autores de América
Latina que deberían ser revalorados; con respecto a este tema
¿Qué valor asigna a la obra de Ricardo Latcham?
La obra crítica y ensayística de don Ricardo aparecida
en diarios y revistas desde la década del veinte hasta su muerte,
en 1965, es el más vivo registro de la actividad literaria
y cultural del continente que pudieron conocer los lectores chilenos
de su tiempo.
Esa tarea incesante y a la vez irradiadora lo convierte en el cronista
e historiador indispensable de una época latinoamericana de
gran efervescencia, pero en la cual las condiciones para el diálogo
entre nuestros países eran poco o nada favorables. Su importancia
para el desarrollo y difusión de ese diálogo es semejante
a la de otras excepcionales personalidades hispanoamericanas, de las
cuales estuvo a menudo amistosamente cerca, como Mariano Picón
Salas, Raúl Porras Barrenechea, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez
Ureña o Afranio Coutinho. Fue el suyo un tiempo de fervor humanístico
ligado a lo nuestro, y expresado en sus escritos con tanta sabiduría
como claridad, valores de la letra infrecuentes hoy día. Con
Alfonso Calderón hemos tratado de que ese legado, constituido
por lo que llamamos sus "lecciones" de Chile y de América,
no desaparezca del todo, y con ese espíritu publicamos hace
tres años la antología suya titulada Crónica
de varia lección.
- ¿Cuéntenos algo de su relación con Enrique
Lihn?
Desde que lo conocí, a comienzos de los años cincuenta,
Enrique me impresionó siempre como una personalidad extraordinaria.
Al decir esto pienso no sólo en el gran poeta que fue sino
en la totalidad de su trabajo artístico y literario. Nuestra
relación de tantos años estuvo marcada por las notas
de la más fraternal cercanía y, de mi parte, por la
admiración que tenía y tengo por los dones de su inteligencia
y por la entereza de su carácter. Debo decir también
que su ausencia es algo relativo para mí, pues su obra y el
ejemplo de su conducta se manifiestan de manera muy viva en mi memoria.
Señalé algunas de las razones de ese aprecio por la
persona y por el escritor -a quien sigo sintiendo al mismo tiempo
como un maestro y como un hermano mayor- en un diálogo con
Oscar Sarmiento aparecido en la revista Taller de Letras, Número
24, 1996, y recogido después en su libro El otro Lihn,
publicado en Maryland el año 2001.
- Desde la perspectiva del que está fuera ¿Cómo
ve el medio literario chileno?
Hasta donde alcanzo a verlo, me parece un panorama con muchos
altibajos, sobre todo en la prosa narrativa y sin menoscabo de algunos
logros considerables (he releído con renovado interés
en el último tiempo a Gonzalo Contreras, a José Miguel
Varas y, sobre todo, a Jorge Guzmán, para cuyas obras pediría
una mayor atención crítica). La producción poética
es, sin embargo, lo que siempre sobresale y lo que uno puede recomendar
a menudo a otros lectores sin salvedades ni reticencias. Lo que me
parece más precario es el diálogo crítico, que
si no se juzga inexistente sí se puede calificar como extremadamente
insular (y no me refiero al que se genera en los medios académicos,
que no llega a inquietar ni a sus mismos productores): pienso en el
diálogo, que existió alguna vez, destinado a orientar
a un público general, que encontraba en esas palabras sugerencias
y estímulos valiosos. En muchos otros países el ejercicio
crítico es fecundo y por eso mismo sentido como necesario y
respetable: uno puede seguir el animado movimiento cultural de esos
lugares en suplementos de diarios o en excelentes revistas literarias
y de arte: ocurre en México, en el Perú, en Colombia
(lo que es admirable en un país tan dolorosamente convulsionado),
en Venezuela, en Argentina; recibir y leer algunas de esas notables
publicaciones hace muy penoso el contraste con las carencias de nuestro
AQUI.
- En su caso ¿El académico está presente
en el poeta?
Antes que un académico yo soy un lector que se ha ganado
la vida invitando a leer a quienes se han visto obligados a escucharlo.
Esto significa que si no hubiera sido profesor, de igual manera mis
lecturas y otras vivencias artísticas me habrían motivado
lo mismo en mi quehacer poético. Las actividades y las preocupaciones
del profesor no son las del poeta, e incluso creo que a veces pueden
tener una relación conflictiva. Siempre estuve muy cerca de
los libros, y de esa proximidad hice al fin mi profesión, pero
la verdad es que nunca me sentí muy a gusto en el ambiente
académico y si hubiera podido elegir en el momento oportuno
hubiera elegido otras tareas, como las de bibliotecario.
- Después de la obra de Enrique Lihn que conociera bien
y la de Jorge Teillier ¿Hay renovación en nuestra poesía?
No sé si RENOVACION es la palabra justa para insinuar una
valoración del proceso de la poesía chilena, que creo
ver mejor caracterizado en la variedad de sus propuestas desde el
notorio iniciador que fue Carlos Pezoa Véliz. Prefiero por
eso la idea de una continuidad incesante, manifestada en las modificaciones
de las grandes líneas que marcan ciertos momentos de ese proceso,
en el curso del cual Enrique Lihn y Jorge Teillier representan dos
opciones cumplidas con la plenitud que celebramos. Es obvio que esa
continuidad está en la esencia de toda historia literaria y
es, por lo tanto, la negación de una clausura: a la poderosa
expresión lograda por Lihn y Teillier han seguido nuevas y
originales proposiciones, como las de Óscar Hahn y Juan Luis
Martínez, por ejemplo, y las que se anuncian ahora mismo en
las obras iniciales de varios poetas jóvenes que he tenido
la
oportunidad de leer o de escuchar.
- ¿Cómo ha sentido la edición oral y escrita
de su obra en nuestro país estos últimos años?
Ha sido una cordial y sorpresiva forma de reencuentro con viejos y
nuevos amigos, con los cuales me he sentido al fin entre los míos.
Menciono de manera especial a Silvia Aguilera y Paulo Slachevsky,
de Ediciones LOM, y a Ricardo Gómez López junto con
Uds., los animadores de RAYENTRU, porque son quienes han querido verme
como el poeta que, pese a cierta marginalidad de mi trabajo en ese
espacio, no he dejado de ser. Las ediciones más o menos recientes
de LOM -Noticias del extranjero y Palabras de amor-
y el CD Canción del pasajero editado por Ricardo, me
han permitido continuar un diálogo algo privado pero siempre
estimulante con los pocos lectores que uno puede tener después
de más de treinta años de ausencias y distanciamientos,
pues mis versos publicados en otros lugares no eran conocidos en Chile,
donde he seguido siendo sólo o principalmente un académico
más entre tantos como abundan en esos mundos profesorales no
siempre amigos de la poesía. Jorge Teillier celebró
en 1969 mi retorno, dijo "desde la erudición a la poesía",
y ahora pienso que él habría compartido conmigo este
sentimiento animador de recuperación más plena de un
quehacer que comprometió nuestras vidas desde la juventud.
¿Y qué tiene en carpeta Pedro Lastra en cuanto a
su obra poética?
Tengo en proyecto un libro, que imagino ilustrado, con una selección
de poemas en cuyo centro está, de una manera manifiesta o algo
secreta, la presencia de Irene, mi mujer. También conservo
y reviso notas en las cuales creo ver algún "porvenir
poético". Si ese porvenir se materializa en el o los versos
anotados en diversas circunstancias o lugares alcanzando la forma
deseada, su destino final será alguna nueva edición
de Noticias del extranjero.