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Bienaventuranzas para la creatividad nacional

Por Pedro Lemebel
Este texto fue leído en el Festival de las Ideas, Universidad Arcis, 21 de abril de 2006.
Reproducido en La Nación, domingo 23 de abril 2006.


Las nuevas propuestas cinematográficas, esas teleseries siuticonas que se llevan todo el presupuesto, que son el juguete cultural de los niños ricos, e intentan mostrar un Chile próspero, un Chile destraumatizado por el rigor fílmico de la técnica. Un Chile de parientes político-culturales sin mayores conflictos, pero sicóticos en el incesto aislado del triunfalismo.

 

Recién instalado en el mando de la Nación el electo Gobierno, la inaugural presencia de una mujer que asume los intrincados mecanismos del poder, como una nueva y gloriosa primavera, llueven las bienaventuranzas de todos los sectores y mejores augurios para una causa minoritaria que, por fin, lidera el rol fundamental de la política institucional. Nuevos tiempos, nuevas causas, nuevas voces, nuevas sensibilidades que emergen ante la esperada presencia de una Presidenta, de quien se espera haga real los proyectos sociales y justicieros en la marginación genérica, incluso más allá de la simétrica paridad. Como también la ansiada reforma cultural que los intelectuales, artistas, cantores y artesanos postulantes al Fondart esperan cada año, a todo sol, con sus carpetas amarillas (por suerte cambiaron de color) en esa larga fila mendiga que se instala el último día, a última hora, frente a las puertas de la Secretaría de Cultura, donde timbran de recepcionadas las estéticas piojas de un posible sueño. Y son tantas las ambiciones de los aspirantes a artistas que sudan corriendo a la fotocopiadora con sus proyectos en la mano. Son tantas las cartas de apoyo que uno debe firmar en estas fechas, donde se presume vendrá la oleada de nuevas (otra vez la palabrita) subjetividades emergentes. Pero al final, luego de esperar el mes con las tripas contorsionadas, resulta que al chico pintor punki le faltaba una coma, al universitario jotero (jote y jota) le sobraban páginas, se excedía sobremanera en los fundamentos, exceso de tollo, decía con otras palabras la evaluación de su abultado manifiesto. También la decepción alcanza a la chica plástica y performera, que inventó cartas de apoyo, incluso del extranjero, sin saber que Joseph Beuys hace varias décadas ya estaba muerto. Casi al igual que el concursante pasado de moda, el viejo coreógrafo colibrí, que soñó tener los problemas domésticos y sexuales resueltos, al menos por un año. Pero al buscarse en el diario donde se publican los resultados, en esa letra mísera de los nombres elegidos, no se encuentra. Con sus ojos miopes recorre el abecedario, y se da cuenta que otra vez se repiten el plato los mismos apellidos de siempre. Sobre todo las mismas becas de apoyo al teatro, que resulta ser el mayor beneficiado en las campañas políticas de la Concertación, donde fue la guinda de la torta. Al parecer, porque teatro, teleserie y campaña operan como la levadura del flan electoral en la pantalla. Entonces, a los perdedores, o a los críticos o idealistas depresivos, sólo les queda esperar sentados hasta el próximo año, cuando se abran los concursos gubernamentales para los futuros imaginarios estéticos. Las nuevas propuestas cinematográficas, esas teleseries siuticonas que se llevan todo el presupuesto, que en algunos casos son el juguete cultural de los niños ricos, e intentan mostrar un Chile próspero, un Chile destraumatizado por el rigor fílmico de la técnica. Un Chile de parientes político-culturales sin mayores conflictos, pero sicóticos en el incesto aislado del triunfalismo. Ese mismo Chile progre que come faisán en una mesa coja, el mismo Chile joven que se desangra viernes a sábado en las veredas del narcotráfico. El mismo país que sanó las heridas memoriales amnistiando a sus verdugos. No faltaba más, si aquí sobra la plata, aquí chorrean los proyectos, aquí los artistas ahora nos sentamos juntos a profetizar la creación. Y nos emborrachamos de optimismo para brindar con las tarjetas de crédito por las bienaventuranzas artísticas del libre mercado. Tenemos el porvenir en las manos para llenar los paseos públicos de carnavales democráticos, reggaetones del pensar, festivales del criticismo cultural. Es extraño que casi no aparezca en el programa de esta actividad la palabra crítica o cuestionamiento, reemplazadas por revisión, replantear, reformular. Como si fuera tan fácil, como si fuera efectivo y tomado en cuenta este palabrerío del resentimiento. Por cierto, una digna palabra, “resentir”, volver a sentir, un desprestigiado pero fértil vocablo que polariza la vacua discusión sobre la cultura de estos tiempos. Aquí nadie piensa sin plata, aquí nadie propone sin arañar unas chauchas del fondo de cultura. Y está bien, no faltaba más, no íbamos a hacerle el trabajo a los nominados, sólo por las felicitaciones, o por saberse archivado en el gabinete ministerial. Aun así, uno también sabe que después le espera la hipócrita segregación políticamente correcta, escuchar entre bambalinas que alguien dice: No se construye nada con el anarquismo. Y… ¿qué más quieren?, si les estamos dando la palabra. El derecho a disentir. Y en realidad, uno entiende estos espacios como de palabras prestadas, de palabras cargadas de buenas intenciones, de palabras brillantes, como lindas piedras tiradas al agua, que expanden un momento las centrífugas incendiarias de su queja, y sólo llegan hasta los bordes clasificados del proyecto oficial.

 

 

 

 

 

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Bienaventuranzas para la creatividad nacional.
Por Pedro Lemebel.
Texto leído en el Festival de las Ideas, Universidad Arcis, 21 de Abril de 2006.
La Nación, Domingo 23 de Abril de 2006.