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Lemebel:
el derecho a la diferencia
Por
Deny Extremera y Mavy Padrón
La Ventana,
Portal informativo de la Casa de las Américas
Usted
puede estar o no de acuerdo con Pedro Lemebel pero nunca quedará
indiferente ante su persona y su escritura. Transparente, como esas crónicas
suyas que muestran las venas y el corazón bombeando, atrevido cuando de
decir su verdad se trata, aparece en esta entrevista respondida con la parquedad
que imponen los correos electrónicos pero con toda la altura que es capaz
de alcanzar en su vehemente verbo.
-
Se impone que nos hable de sus orígenes como escritor. ¿Cómo
llegó a la literatura?
—En
realidad, lo de la literatura vino relacionado con el activismo gay. Durante la
dictadura, en un acto de la izquierda, leí el manifiesto Hablo
por mi diferencia. Parece que gustó y me lo pidieron para publicarlo
en un semanario, me pagaron y me pidieron otra colaboración. Allí,
cuando tuve el dinero en la mano, se activó mi amor por las letras. Tengo
una relación de sobrevivencia con la literatura, más que de trascendencia
ontológica.
-
Usted ha recibido importantes elogios de escritores y críticos, quienes
opinan que es “un icono de la
narrativa latinoamericana actual”. ¿Cómo se ve a sí mismo
como creador? ¿En qué punto de la literatura chilena actual se encuentra?
—No son tantos los halagos, a veces
es solo por exotismo. Desconfío de las palmadas en el hombro, me desarman
la silicona. Eso de escritor de culto, es una güevada. Yo ando por las calles,
viajo en colectivo, me confundo con los olores y sabores de mi pueblo. El resto,
son detalles. En el álbum macho, familiar y tradicional del canon literario
chileno quizás soy la tía solterona cronista. No lo he averiguado.
No me interesa esa parentela vinagre.
-
Ha expresado alguna vez su rechazo a la ficción y su apego, demostrado
en su obra, a la realidad. ¿Por qué? ¿Qué le llevó
del cuento a la crónica, de la ficción a la realidad? ¿Cuánto
tiene Tengo miedo torero de ambas?
—Antes
escribía unos cuentos en un taller literario de señoras, me aburrí
de ese tecito letrado. Me solté el pelo, me subí las faldas y apareció
la cronista contingente (que venga el burro y te lo cuente). Lo de Tengo miedo...
fue real en un setenta por ciento, por suerte, gracias a la Virgen de las locas,
si no, no estaría mandando estas plumas venéreas vía Habana.
- Usted habla de
lo necesario de la soledad para un escritor pero la referencia a la búsqueda
e importancia vital del amor es un punto clave en su obra. ¿No hay contradicción?
—No
recuerdo haber hablado de la soledad del escritor como edén literario.
Yo escribo con el ruido social, con la pachanga colectiva que llega y veo desde
mi balcón, me asquea ese éxtasis inspirado frente al mar a lo Hemingway.
Con respecto a la contradicción, es sano contradecirse, a veces te permite
repensar. Uno se aburre de encontrar la misma vieja todas las mañanas en
el espejo del baño.
-
Hace veinte años escribió Manifiesto (hablo por mi diferencia),
evidente declaración de principios. ¿Mantiene los mismos de entonces?
—Absolutamente,
o tal vez, casi, siempre hay ajustes, revisiones. Han pasado ríos y años
en el ínter tanto. Negarlo sería mesiánico. Aunque la música
sigue siendo el plañidero éxtasis de la Internacional.
-
Ante el creciente éxito editorial y mediático ¿cómo
burlar el sesgo mercantil con el que quizá le quieran encubrir, convirtiéndolo
más en un personaje y difuminando la voz, lo que dice el Lemebel “políticamente
incorrecto”?
—¡Qué pregunta
más cabrona, siempre me la hacen como si viniera de Miami! El tema es cómo
seguir siendo alterador en un sistema tan cooptador. Bueno, tengo tretas, artimañas
y mañas para entrar a palacio por la puerta de servicio, dejar los alacranes
venenosos y salir como si nada.
-
Carlos Monsiváis ha escrito que la suya es una literatura "de la ira
reinvidicatoria", y usted mismo ha dicho que en su escritura dominaba la
rabia, que quería temperar mejor esas furias para construir un corpus con
otro tipo de ofensiva. ¿Ha sentido alguna transformación en ese
sentido? ¿Temperar esa rabia no sería menguar la fuerza que define
su obra, la eficacia política de su escritura?
—Quizás
decir temperar, es hacer un alto, un respiro en el batallante caracolear de mis
escritos. La edad pesa, pero culo y corazón nunca le van a faltar a esta
vieja.
- Nueve años
han pasado desde su primer y único viaje a La Habana. Entonces estuvo como
artista plástico junto a Francisco Salas, su compañero de Las Yeguas
del Apocalipsis; ahora regresa con su primera novela y es, a la vez, el primer
encuentro del público cubano con su obra. ¿Cómo espera sea
recibida Tengo miedo torero en Cuba?
—Tan
bien como se recibe un texto amigo, sangrado en los avatares de la lucha contra
la dictadura de Pinochet. Ojalá guste, emocione o disguste, que también
es una forma de aprecio. Espero encontrarme con el mismo afecto que recibí
en mi viaje anterior. Me emociona el reencuentro como si fuera un viejo amor,
un primer novio, un paisaje humano que amé antes de conocerlo.