En la ceremonia de incorporación como miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, en mayo de 2011, leí unas páginas tituladas “Una vida entre libros y bibliotecarios prodigiosos”. La presencia de mi maestro Ricardo Latcham era muy central en ese texto y especialmente en los párrafos finales, referidos a los trabajos que preparábamos sobre él con Alfonso Calderón, el personaje amigo a quien dediqué mi intervención en esa oportunidad: Alfonso fue otro de los discípulos cercanos de don Ricardo y gran parte de nuestra relación tuvo que ver con ese magisterio.
Al concluir mi autobiográfica lectura académica mencioné las circunstancias de mi último encuentro con don Ricardo, precisamente en el espacio de su biblioteca, que tan familiar fue siempre para nosotros. Señalé que esa era otra historia, pero que volvería alguna vez sobre ella, aunque esta tenía mucho que ver con el tema de mi discurso. Resumo ahora el sesgo sombríamente anunciador que al poco tiempo adquirió para mí esa situación:
El domingo 3 de enero de 1965 recibí una llamada de la señora Alicia de Latcham. Ese día la prensa informaba que el escritor y gran humanista venezolano Mariano Picón Salas había muerto en Caracas el viernes 1° de enero: don Ricardo estaba consternado con esa noticia y la señora Alicia me pedía que fuera a acompañarlo. Como todos sabíamos, Picón Salas era uno de los amigos más entrañables de don Ricardo.
Lo encontré en su biblioteca y, como me imaginaba, visiblemente alterado. Después de un breve comentario de la noticia me pasó una tarjeta que había recibido en la mañana del 31 de diciembre, con estas palabras: “Lea esto”. En la postal enviada desde Caracas poco antes de la Navidad, don Mariano le contaba a su amigo que acababa de ser designado presidente del Consejo Nacional de Cultura de Venezuela. Pero mi sorpresa no solo tuvo que ver con la inquietante coincidencia de la recepción de ese correo a pocas horas de la noticia de su muerte, sino por lo que leí en las líneas finales: “Tú serás el primer invitado a un ciclo de conferencias en tierras venezolanas. A ver si volvemos a encontrarnos en el viaje del mundo”. Le devolví en silencio la tarjeta a don Ricardo, mientras él musitaba como para sí mismo: “¡Qué viaje es este, qué viaje es este!”. En otro momento, la mención de ese “viaje del mundo” hubiera sido motivo de una reflexión más alegre, porque ella remitía al título de un libro de principios del siglo XVII, no poco fabuloso y de referencia frecuente para don Ricardo, y del que habría hablado muchas veces con su erudito compañero: “Viaje del mundo del licenciado Pedro Ordóñez de Ceballos, quien se llamaba a sí mismo ‘El clérigo agradecido’, y cuya lectura me había recomendado don Ricardo hacía algunos años. Pero ahora no hubo ninguna de esas alusiones secretas que sabios lectores como ellos deben haber desplegado en sus diálogos. La repetida exclamación ‘¡Qué viaje es este, qué viaje es este!”, apuntaba, como lo supe demasiado pronto, a una precognición. Don Ricardo partió dos semanas después a La Habana para participar en el Jurado de Ensayo del concurso Casa de las Américas, y murió allí el 25 de enero.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El último diálogo con el maestro Ricardo Latcham
Por Pedro Lastra
En Marginalia. Notas de lectura. (Altazor, Chile, 2022)
Publicado en Papel literario, Venezuela, 3 de septiembre 2023