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PEDRO LASTRA Poesía completa

Por Fermín Higuera


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En el 2007, en El Encuentro Internacional de Poesía de la Universidad de Carabobo, Valencia (Venezuela), tuve la suerte de conocer al escritor Pedro Lastra (Quillota, Chile, 1932).  El primer acercamiento no fue con él sino con su esposa Irene Mardones, con quien surgió una suerte de afinidad y simpatía mutua que nos ha venido alumbrando hasta hoy. Con Pedro las cosas fueron más lentas pero en aquel Festival coincidimos en la programación de recitales fuera de la ciudad de Valencia y en el recital. Para mí fue todo un premio poder hallarme a su lado. El Festival estaba organizado en torno a tres grupos: un grupo de poetas extranjeros (entre los que yo me encontraba), otro grupo de poetas del país anfitrión (venezolanos con obras tan acabadas como la de Gustavo Pereira (1940, Venezuela) y el poeta homenajeado, la figura alrededor de cuyo magisterio giraba y se prestigiaba el propio festival. Por entonces, no sabía nada de Pedro, ni tan siquiera había oído hablar de él y pregunté a mis amigos venezolanos sobre el mismo. Ellos me respondieron que era un clásico viviente y que en el círculo más selecto de los poetas se le consideraba un maestro de la poesía, de la altura de Rafael Cadenas y Octavio Paz, poetas, ambos, admiradísimos por mí.  Aunque conocía algo de la literatura iberoamericana, en realidad, era un profano de su inmensidad oceánica. Esa carencia se ha ido subsanando algo gracias a Pedro Lastra (en lo que respecta a él y algunos asuntos chilenos y continentales de su interés) a lo largo de  nuestros once años de amistad, en los que religiosamente nos hemos ido entregando nuestras publicaciones. Mas incomparablemente mayores para mí fueron sus regalos. El primero fue una antología bilingüe de sus poemas traducidos al griego actual traducido por Rigas Kappatos (publicado en Atenas 2001). No es casualidad que halla sido traducido al griego porque en su poesía los temas grecorromanos son recurrentes como lo demuestras sus poemas: Reflexiones de Aquiles, Teseo, Sísifo, Plinio revisitado, Eróstrato entre nosotros. En ellos se explicita el uso de los temas griegos y la asimilación del tono elegíaco y reflexivo de poetas helenísticos como Kavafis y Elytis, pero, implícitamente ese modo se extiende por toda su obra aunque sus temas no se limiten al griego, sino que como verdadero humanista, se interesa por todos los asuntos y las épocas de lo humano. En nuestro idioma, al menos hasta dónde yo conozco, no existen poetas helenísticos en su puridad, con en el caso de Sophia de Mello en el ámbito de las letras portuguesas. Pero si algunos de nuestros poetas puede ser considerado como helenístico quizás lo sea Pedro Lastra.  El segundo de sus regalos fue Al fin del día (1958/2013) poesía completa, edición y prólogo de Francisco José Cruz (Sevilla, 2013). El tercero Nostalgia del silencio, libro de entrevistas que le hizo Marcelo Pellegrini y cuya edición estuvo al cuidado de Ernesto Pfeiffer (2014, Editorial Pfeiffer, Santiago de Chile) y por último Poesía completa cuya edición fue  cuidada también por Ernesto Pfeiffer (Ediciones de La Universidad de Valparaíso, 2016). Aunque cuando leí junto a él en Puerto Cabello y en la clausura del Festival en Valencia sentí con claridad su altura ética y poética, literaria y humana, fue con la lectura de sus libros, que al principio tan sólo eran parciales y, después, hasta donde él las ha considerado poesía completa cuando me aseguré completamente. Todo este proceso me llevó a confirmar el descubrimiento, para mí enriquecedor, de una de las voces más originales y depuradas del idioma.

No fue baladí que para mí fuese desconocido entonces, durante El Festival de Carabobo, porque una de las característica de nuestro poeta es la de ser poeta de los poetas, de los ya iniciados en el arte del verso y el poema, porque ese es el ámbito en donde siempre se ha movido, entre estudiosos y poetas. La discreción de su carácter aunque esconde una llama intensa y pasional, no es el mejor salvoconducto para expandirse. Así que yo me encontré en aquel Festival con un poeta cuyo tono nunca se rompía, que expresaba cuando leía una depuración aquilatada del oído poético. En España en donde prejuiciadamente se asocia el modo iberoamericano con la exageración de las cadencias, y la curva excesiva de las entonaciones de Neruda, me hallé frente a un poeta que transmitía sus versos sobriamente, como una planicie estable o la línea inalterable de un horizonte diáfano. Me di cuenta que esa respiración mantenida, ese pulso de la lectura, suponía un conocimiento profundísimo de la respiración y de todos los aspectos físicos: métrica, versificación, modelo espacial y corporal de poema, selección y discriminación del vocabulario. Y metafísicos: contención (contención verbal y de las imágenes), advertencia contra lo sentimental y la hipérbole, asimilación del principio clásico de la desafección y el distanciamiento, semántica en constante metamorfosis y, sobre todo, revisión y diálogo de él mismo con su otro yo, su prójimo, una especie de aspiración al conocimiento y el retrato del alma, de corporeización del sueño y las sombras inasibles de nuestro autor. Para mí uno de las maneras más efectivas de conocer a un poeta es oírlo leer. A este respecto siempre recuerdo las lecturas reveladoras de Octavio Paz, Gonzalo Rojas y Gamoneda en la residencia de estudiantes de Madrid. Octavio Paz, en mi opinión con su fea voz atiplada desempeñó un recital de poemas comparable a los mejores conciertos de instrumentistas o cantantes que antes había oído. Gonzalo Rojas me transmitió su fiereza vital, el valor incandescente de su hombría, su retórica libre de los prestigios del poder. Gamoneda, con su voz grave y quebrada, mantenida, lo mismo que la de Pedro,  consiguió hacernos llegar el bajus firmus de la muerte. Así que cuando oí a nuestro poeta en Venezuela me di cuenta de que detrás de su aparente sencillez había una gran poesía, resultado de una alquimia llena de preparaciones previas: higiene, limpieza y ordenamiento del taller, selección de los materiales adecuados para la transmutación. Me percaté de que su poesía era de la magnitud de los anteriormente citados y que podía estar tanto a la diestra como a la siniestra de los mejores.

A mí me parece que el objetivo de su poesía es la revelación del alma. Pero no es un poeta del tipo de San Juan de la Cruz, que encuentra su incomparable perfección y sus millonarios hallazgos siguiendo una guía de encuentro con lo divino, sino que parte de su experiencia laica, que se fundamenta es dos pilares: lo amoroso y el conocimiento literario. No es que San Juan de la Cruz no escriba sobre su experiencia. Su pasión mística es la suya, pero una experiencia que si no niega el resto de lo vivido, al menos lo pormenoriza, lo hunde en el silencio en lugar de reivindicarlo como conjugaciones de la totalidad de su experiencia. En la breve producción poética es como si el santo tan sólo existiera en base a un anhelo que sólo alcanza momentáneamente, en el corto orgasmo del éxtasis. Sin embargo en Pedro Lastra el diálogo con su otro yo, el prójimo y sus múltiples desdoblamientos y conjugaciones son la causa primera de su existencia:

                        EL SEXTO SENTIDO

                        Este día
                        y el otro
                        en mí tienen su origen y también su destino

 y, por el contrario, la incapacidad para vivir desde su persona la propia experiencia, la constatación de la muerte.

                        DIARIO DE VIAJE

                        No tengo nada que encontrar en la realidad,
                        un paisaje agotado por los viajeros
                        que me han precedido en el ejercicio de estas contemplaciones

En Pedro Lastra la totalidad de la vida, las facetas incontables de sus asuntos, son dignos de ser elevados a la experiencia del poema. Si hiciéramos un computo de las palabras más usadas por nuestro autor en su obra poética creo, sin temor a equivocarme que la que más veces aparece es “sueño”. Aunque Pedro cuando se refiere a sueño no es solamente al sueño nocturno sino también al sueño diurno, el mismo en el que se sumerge en el acto de su escritura. Del sueño nocturno se nutre. De él saca avisos y guías que lo ayudarán a volcarse en el sueño diurno que quizás sea menos convencional y que bajo su influjo el poeta y el enamorado orientan sus esfuerzos. Estos sueños en el día que hacen posible sus poemas se hallan rodeados del ambiente onírico y los atributos de la noche: niebla, oscuridad, pájaro y ave, cielo y viento. Estas palabras quizás sean después del vocablo “sueño” las más usadas en su obra. Dicho de otro modo, su escritura descansa sobre la inmensidad de la sombra, sobre la constatación del subconsciente aunque no permita que los materiales surreales tomen las riendas de su pensamiento poético. Pedro Lastra ha asumido lo más verdadero del surrealismo, la extrañeza de lo otro en uno mismo, incluso muestra su simpatía por autores plásticos como Duchamp o Magritte, pero en nuestro autor nada debe salirse del pulso de su pensamiento poético, que es una manera de pensar más flexible que la cartesiana, pero quizás aún más exigente que la misma porque nos arroja al trance por el que se entrega el soplo del alma y consigue hacer tangible el soplo en el poema. Freud en su análisis de la novela Gradiba de Wilhelm Jensen se pronuncia súbdito de la poesía y los sueños diurnos, el delirio de los mismos es para el psicólogo un síntoma de la represión de los recuerdos infantiles. Pero también nos aclara que en ese delirio y en esos recuerdos infantiles hay un latido de la verdad, que se mueve por estratos aún más profundos que los del análisis, cuyo vehículo es la poesía y que, también, nos puede encaminar hacia la sanación. El que sufre un sueño diurno y poético es susceptible de sanación, de llegar primero a su verdad. Pero la postulación amorosa de Pedro no es blanda ni sentimental, participa de la reciedumbre de Gabriela Mistral y de la ferocidad de Neruda, Huidobro o Vallejo. Quizás la ferocidad sea un rasgo de la poesía chilena (recuerdo ahora a Gonzalo Rojas y Oscar Hahn), el énfasis desafiante de la masculinidad y sus impulsos. Esto es fácil entender que se contrapone a la tradición del amor gentil del occidente francés. Pero si la poesía trovadoresca se propagó generando una pléyade riquísima que alcanzó también a Galicia y Valencia, aportando los frutos prodigiosos de Martin Codax y de  Ausias March, uno de los precursores de pensamiento poético a la manera más actual, como la de nuestro propio autor, este rasgo de fiereza y temeridad, de reciedumbre sin concesiones a lo sentimental ha dado una tradición importante en Iberoamérica.

                        ESPERO CADA DÍA QUE CANTE LA SIRENA

                        Yo no pienso taparme con cera los oídos
                        apenas cante la sirena
                        bogaré hacia la orilla
                        sorteando las agua resonantes,
                        las agitadas olas que dibujan tu rostro

Pese a esta fiereza y su pronunciamiento en pos de la experiencia y lo vital Pedro Lastra también debe ser considerado un poeta neoplatónico.

                        CANCIÓN DE AMOR

                        ¿No era inmortal tu rostro?

                        MADRIGAL

                        En el sueño inventé para ti una canción:
                        tus ojos alejaban en ella a la muerte
                        y tus manos venían
                        a borrar el celaje de algunas estaciones
                        sombrías del amor,
                        un invierno muy frío en el sur.

                        Huyó de mí en el día la canción,
                        fue hacia ti
                        que eras la voz amada
                        de ese coro de sombras.

Así que si Pedro es esencialmente un poeta de la metafísica de la escritura, pero cuya materia de reflexión es su propia experiencia como poeta, amante, amigo, estudioso de la literatura y simpatizante con el arte en general que reivindica su tránsito como persona por el mundo de los hombres, habría que añadir que es por ese orden (porque aunque parezca aleatorio es importante su ordenamiento). Podríamos decir que, en primer lugar, es un poeta de la experiencia amorosa, en segundo lugar, de la literaria. Podríamos decir también que la suya es una poesía del amor, del amante y la amada, y que esto se puede corroborar en un grupo mayor de sus poemas. Pero no sólo es un poeta del amor confesado del amante sino también un poeta del Eros trascendido en las formas de la amistad y el diálogo con la obra de los otros que no son, ni más ni menos, sino otras maneras de la vinculación y el amor.  Los poemas de ese primer grupo son cortos y cercanos a lo que se viene llamando como poesía del silencio. Son escuetos para que el vacío, lo inefable de la experiencia apasionada, resplandezca. En ello no sólo hay un rechazo a los excesos Nerudianos o creacionistas, sino que sintoniza su escritura con mucho de la mejor poesía contemporánea. Recuerdo que en las palabras previas a sus lecturas en Carabobo insistía en dos pilares sobre el que había levantado su obra y de los que se declaraba un seguidor obediente: el de la poesía y la amistad. Su carácter pudoroso y recatado le impedía decir que del amor y lo amoroso, las vicisitudes aquí o allá con otras mujeres, era otra de las piedras angulares de su obra poética. En la actualidad lleva ya muchos años junto a Irene Mardones y con ella sí es verdad que ha sido explícito. Supongo que la superación de ese pudor lo abrirá hacia una producción más torrencial y abundante. Ha sido un hombre afortunado sentimentalmente, siempre acompañado por mujeres, con hijos suyos o de otros a los que también ama como si fuesen de su sangre, con maestros venerados y alumnos agradecidos, con amigos al más alto nivel de la poesía.

Pero es cuando escribe sobre la experiencia literaria cuando le surgen poemas más largos donde el hilo narrativo esconde un esfuerzo versificador, si cabe aún mayor. Noticias del maestro Ricardo Latcham, muerto en La Habana es quizás el ejemplo más fulgurante de esta otra vertiente de nuestro autor. Con la precisión de un notario enumera todos los dones que le transmitió su gran maestro y lo hace compatible con el tono emocional y elegíaco, un equilibrio casi imposible que sólo por obra de una contención, que en vez de renegar de lo pasional se enraíza en la misma, hacen posible el poema y el estremecimiento. Este debería hallarse en cualquier antología competente de nuestro idioma. También podríamos citar al respecto los poemas Eróstrato entre nosotros y Para hablar con los árboles, donde Pedro Lastra también nos muestra que su servidumbre para con lo otro y los otros no se limita a su labor docente y ensayística, sino que desde el impulso del poema y su economía intenta transmitir lo que necesitaría cientos de páginas de una tesis universitaria plagada de laberintos, citas bibliográficas y llamados a notas a pie de página. En este volcarse hacia el arte y la escritura de los otros no solamente se expande su vocación docente sino un valor que rige su vida: la amabilidad con lo otro y los otros, una virtud que es un salvoconducto que le ayuda a vincularse. Sin embargo, aunque no deba ser considerado antagónicamente a esta suerte de alteridad profesa, sino como una manera que lo complementa, en Nostalgia del silencio, una selección de entrevistas dispuestas por Marcelo Pellegrini declara algunos aspectos de su unicidad,  su conciencia de pertenecer de manera general a la tradición del idioma y particularmente de la de Chile, donde recibió su formación y trascendió entre los poetas coetáneos, tomó fuerza  para recibir o abrirse con poetas de otros países iberoamericanos. Pero volviendo a su obra, en la edición de Poesía completa de la Universidad de Valparaíso aparecen dos nuevas entregas: Transparencias e Inéditos.  En Transparencias nuestro autor parece descansar del diálogo abismal en el que capta los movimientos de su alma, discusiones y acuerdos, paradojas y soluciones, un esfuerzo por rentabilizar las permanencias  en el espacio del aislamiento. Ahora es más inmediato, menos dialogante con esos tironeos interiores, sencillamente se vuelca como un agua clara sobre las hojas, se vuelve real y cercano. Como los naturalistas se limita a pintar las cosas y confía que el aire de las mismas transmita su alma, que ahora es el alma ya desligada de los forzamientos del acto, y las dé a la luz. Ya en el primer poema de este nuevo libro Pedro hace un pronunciamiento poético de este otro tipo de surgimiento. Que este poema, como algunos más de este apartado, no lleve título es síntoma de que el texto aspira a no tener la necesidad de dar pistas para su comprensión, su propia desnudez es más directa y efectiva.

                        UNA VEZ MÁS EL VIENTO AGITANDO LOS ÁRBOLES,
                        no el de otro tiempo
                        semejante a nosotros: este hacía
                        su voluntad, tomaba
                        poco a poco la forma
                        de aquella soledad que provocaba.

En esta sección sigue siendo recurrente el tema de la amistad. En uno de sus poemas se despide del poeta venezolano Eugenio Montejo al que le dedica una elegía que es celebración en la plenitud del encuentro. (Para alguien que no conozca la tradición literaria de donde surge la poesía de Pedro Lastra su lectura es ilustrativa. A mí me ha hecho informarme al menos de poetas y escritores como Omar Cáceres y González Vera, de críticos y ensayistas como Graciela Coulson o Ricardo Latcham, que son notables por sus obras o por el relato de sus vidas o por ambas cuestiones). No sé si la para mí nueva manera de Pedro Lastra que se muestra en Transparencias e Inéditos es fruto de una evolución o de una voz paralela que le ha ido surgiendo mientras escribía los poemas ya publicados.  Tenemos el caso de Pessoa y, en nuestro ámbito de Machado o Lope de Vega, que nos ejemplifican cómo diferentes tonos, incluso diferentes voces, pueden convivir y coexistir en el mismo poeta. De cualquier modo la publicación de estos dos últimos grupos expresan el descanso existencial de alguien que hace de la autoexigencia el merecimiento a la vida y su tarjeta de identidad. Aunque Pedro Lastra siempre se ha pronunciado a favor de lo vital, de la experiencia como punto de partida de su pensamiento poético, también es verdad, que ha tamizado a la misma, la ha discriminado y acotado con su dialéctica interna. Es ahora, con estos últimos poemas, cuando por fin puede entregarnos un texto que denuncia a Pinochet. Era más fácil ponerse al lado de Víctor Jara. Censurar o reprochar es un acto complicado y terrible para el alma y Pedro defiende al alma por encima de todas las cosas. Ha tenido que reprobarlo oblicuamente, en principio, como el que se enfrente al horror que suscita la medusa, indirectamente, apoyándose con el escudo y espejo de la ética y los paralelismos históricos para, cuando ya le ha cortado la cabeza, mirarla de frente.

                        EROSTRATO ENTRE NOSOTROS

                                                ***

                        En mi país, el Palacio de Gobierno,
                        llamado La Moneda,
                        no era como el templo de Artemisa,
                        sino modesta réplica
                        de otros y lejanos edificios magníficos,
                        pero era el Palacio de Gobierno,
                        y también fue incendiado
                        por orden de un Eróstrato
                        ay!, cercano a nuestras vidas,
                        y a quien sus enconados enemigos y víctimas
                        recuerdan y execran
                        y tienen cada día en su memoria,
                        haciendo de su nombre
                        el Santo y Seña de su permanencia
                        en una aborrecida
                        casi inmortalidad.

                        (Septiembre 2015)

He transcrito tan sólo la segunda parte de poema a la que le antecede una parte mucho mayor en la que Pedro nos cuenta la historia de Eróstrato. Junto a la elegía a Ricardo Latcham debe ser considerado uno de sus poemas más largos. En él consigue una denuncia que no es panfletaria, pronunciarse políticamente y sin situarse en la cortedad cerril de los partidismos. Pone el énfasis en los elementos de la barbarie que hay en el ser humano: “ay!, cercano a nuestras vidas” ¿Qué es lo que hay de cada uno de nosotros en ese desaforado animal? Pero Pedro no termina su libro con este poema terrible sino con Para hablar con los árboles, su opuesto y al mismo tiempo complementario, un canto al encuentro de su nuevo amigo el pintor ecuatoriano Servio Zapata. Comienza el poema hablando de los árboles y el bosque, atributos de Artemisa. Ambos son signos y espacios y que le pertenecen a la diosa virgen y en torno a los cuales construye el pintor su obra con veneración.  No nos pasa desapercibido que esto se contrapone con el poema anterior, Eróstrato entre nosotros, en donde nos relata la profanación y destrucción del templo de la diosa cazadora. Artemisa es la diosa de la aventura interior, todo artista se pone bajo su jurisdicción cuando se entrega a trabajar en su obra, se encomienda a ella todo el que se sumerge en una aventura interior. Nos aísla y nos vuelve virginales y hembras, receptivos y paridores.

Hasta aquí hemos llegado en el recorrido y análisis de la obra poética de Pedro Lastra. No sabemos si a partir de ahora el elemento de la transparencia definirá sus poemas futuros o si alternará de uno a otro registro de su voz. De cualquiera de las maneras tenemos ante nosotros una obra en la que no hay sílaba, palabra, verso, estrofa o poema donde se rompa con el tono o la precipitación descuadre el pulso. El rigor y, por qué no decirlo la perfección, de su escritura nos ha entregado una obra unitaria que es inmensa en su profundidad. Resulta verosímil que al tocar este libro único toquemos también a Pedro.

Madrid, 21 de Julio del 2018



 

 

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PEDRO LASTRA Poesía completa.
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