Por los poetas perdidos
Nosotros disputamos a otro reino sus nombres
a otros dioses sus cuerpos siempre ardientes
que arrastraron los sueños, el amor, cuanto existe
más acá del abismo,
abrimos las ventanas de ese reino
y hablamos con la voz del hermano perdido,
nosotros, que hoy amamos las mismas criaturas,
las terribles, veloces criaturas del mundo.
Mano tendida
¿Quién te exilió de mí, o me exilié yo mismo
como de mi tierra?
Fue un día lobo, un día tigre fue
de oscuras madrigueras,
o acaso un día halcón,
ave de presa y no de cetrería
que te diera el alcance y te trajera
a mi mano tendida.
Se borraron las líneas de esa mano
esperándote.
Hoy vuelves a grabarlas
con un poco de sangre.
Leve canción
Mientras espero tu llegada
las aves sobrevuelan el jardín silencioso:
ellas también te esperan,
con sus alas dibujan tu figura
y te veo venir por un claro del bosque
junto al agua real
encantada por pájaros más veloces que el sueño.
Ya hablaremos de nuestra juventud
Ya hablaremos de nuestra juventud,
ya hablaremos después, muertos o vivos
con tanto tiempo encima,
con años fantasmales que no fueron los nuestros
y días que vinieron del mar y regresaron
a su profunda permanencia.
Ya hablaremos de nuestra juventud
casi olvidándola,
confundiendo las noches y sus nombres,
lo que nos fue quitado, la presencia
de una turbia batalla con los sueños.
Hablaremos sentados en los parques
como veinte años antes, como treinta años antes,
indignados del mundo,
sin recordar palabra, quiénes fuimos,
dónde creció el amor,
en qué vagas ciudades habitamos.
Balada para una historia secreta
Miras por la ventana un paisaje de invierno
y la maligna lluvia te destruye
porque eres la ausencia.
Estabas y no eras,
hablabas y el silencio:
nunca eres más bella que cuando sé que eres
la que no está conmigo.
No encuentro en la memoria
un nombre que te deje a mi lado, un instante,
un nombre que me salve de verte así, creada
por la palabra ausencia.
Y por eso la lluvia, y por eso el silencio
y la fuga que eres, y el vacío y el vértigo
que eres
cuando la ausencia toma tu figura.
Madrigal
En el sueño inventé para ti una canción,
tus ojos alejaban en ella a la muerte
y tus manos venían
a borrar el celaje de algunas estaciones
sombrías del amor,
un invierno muy frío en el sur.
Huyó de mí en el día la canción,
fue hacia ti
que eras la voz amada
de ese coro de sombras.
Presencia del amor
El tiempo del amor es el presente
el presente que todo lo contiene
la aparición real de tu alma y tu cuerpo
lo ilusorio de ti
tu encantamiento
también tu lejanía
a veces sólo un nombre
y una voz que yo escucho claramente a mi lado
¿es un sueño es un pájaro o el rumor de una fuente?
y aunque estés o no estés
sueño y pájaro y fuente
has detenido el tiempo
como en la vieja escena
contada en una fábula.
Gran desdicha tu ausencia
que yo procuro en vano conjurar
como ves
con pobres artes de imaginación
la pequeña moneda que le es dada
al hombre solitario
que te hace vivir en su memoria
como a una gacela perdida en el bosque
y encontrada en la noche del regreso:
porque fuiste quien eres de una vez
en una hora
de esplendor no abolido.
Relectura de Enrique Lihn
Porque escribí estoy vivo.
E.L.
Pero yo que no escribo,
yo que casi no tengo ya palabra,
Enrique Lihn, amigo de los mejores días
(esos que no llegaron)
qué puedo hacer por fin
para encontrar el reino que sólo el sueño crea
con la palabra que no estuvo en el sueño:
los pájaros de antaño
o una muchacha junto al jazminero
en el centro del patio, si es que hubo ese patio
y no lo inventa el otro que soy al regresar cada mañana
mi enemigo mortal, el que habita en mi casa,
el que niega y se burla
de mis pequeñas trampas de tahúr obstinado
o de aspirante al cetro de los justos,
si es que hay justicia y justos
y diluvios, con su inmortal paloma
y todo eso.
Plinio revisitado
Yo también, Cayo Plinio, me admiro como Ud.
cada día
de las grandes
y pequeñas costumbres de la naturaleza.
Tal vez si usted volviera,
Cayo Plinio,
vería nuevas cosas
y una sola costumbre,
porque la muerte sigue igual.
Al fin del día
Pues nada habrá de ser
lo que fue alguna vez,
mi doble cotidiano
y yo,
que soy su sombra,
habremos de mirar al dador de la vida
diciéndole
con la vieja y debida reverencia:
los que van a morir te saludan.
Regreso del hijo pródigo
a Marcelo Pellegrini
He olvidado los nombres
que fueron algún día
mi paisaje y mi llama
y es en vano
que agite la memoria
sus manecillas herrumbradas.