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Breve asedio a Pedro Lastra

Por María Teresa Cárdenas
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. Domingo, 12 de junio de 2016



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Más que recomendar libros o autores, Pedro Lastra incita a leerlos. Con pasión, con generosidad, con el entusiasmo de quien comparte un motivo de gozo. La palabra es suya, y se lee en la nota preliminar de Una vida entre libros: Letras de América, una selección de sus "experiencias de lectura". El libro no pretende ser historia, ayuda memoria, ni menos una guía para especialistas, pero sí -anota Lastra- "una invitación a compartir las incitaciones y sugerencias (...) procuradas por el diálogo que es siempre el encuentro de una obra con ese destinatario desconocido que es su lector". El libro ya está en imprenta, y la editorial Fondo de Cultura Económica anuncia su presentación para el 19 de julio. Una versión similar publicará en diciembre la Academia Mexicana de la Lengua, institución que en 2015 distinguió a Lastra con el premio Pedro Henríquez Ureña.

Los 40 textos reunidos abordan desde las crónicas de la Conquista hasta la literatura contemporánea, y culminan con su discurso de incorporación como miembro de número a la Academia Chilena de la Lengua, en 2011. El único escrito especialmente para este volumen -a petición de Julio Sau- es "Noticias de Roque Dalton", en el que sobresalen dos rasgos esenciales de Pedro Lastra: la amistad literaria y la vocación poética. El artículo concluye con el poema del mismo nombre, y tiende un puente con su Poesía completa, que ya está en librerías y con el que la editorial de la Universidad de Valparaíso inaugura un nuevo diseño, con lomo. Sin especificar a qué libros pertenecen, la primera parte es la más extensa, y se titula "Al fin del día" (1958 a 2013). Luego, los poemas de "Transparencias", libro de colección editado en 2014, y finalmente algunos inéditos de 2015. Enmarcando esta obra completa -o casi, como lo confesará en esta entrevista-, las palabras de dos entrañables amigos, el peruano Carlos Germán Belli y el ya fallecido Enrique Lihn, con "Posdata" (1975).


Entusiasmo de predicador

Formado en la Escuela Normal y en el Pedagógico, Pedro Lastra (Quillota, 1932) enseñó en escuelas y liceos, y durante más de treinta años fue profesor de literatura hispanoamericana en Estados Unidos, principalmente en la Universidad de Stony Brook, en Nueva York. Más de mil cartas -la mayoría de ellas donadas a la Universidad de Iowa- dan testimonio de sus amistades literarias, muchas de ellas iniciadas como asesor de la editorial Universitaria (1966-1973), donde creó la colección "Letras de América", e incluyó los nombres de Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier y José María Arguedas, entre muchos otros.

"Yo sé que usted quiere hablar de cosas mías", dice, rodeado de libros, en el escritorio de su casa de Ñuñoa. Pero antes comenta, exalta y regala un pequeño volumen de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil (Acantilado). "Yo ando como un predicador -dice con humor-. Fui a las librerías, arrasé con los que quedaban y los pongo en buenas manos. Este libro es el que a mí me hubiera gustado escribir". Breves fragmentos de obras, empezando por las de Aristóteles y Platón, describen la situación de la cultura a través de los tiempos, la valoración de lo "inútil". Pedro Lastra piensa en Chile: "Hay una parte muy importante sobre la universidad empresarial, que es una cosa terrible", dice. "Yo quiero que este libro circule; que lo lean personas que tienen un poder para llevar esas reflexiones a un terreno práctico".

Dice que su interés por compartir lecturas ha sido algo natural, "porque es lo que a mí me gusta leer, es lo que yo sigo con mayor fervor; los críticos, ensayistas que provocan una incitación. Por eso me gusta tanto George Steiner".

La memoria y el sueño son elementos fundamentales de la poesía de Pedro Lastra. "Yo digo que estas son mis astillas de realidad. El sueño, por lo que decía André Breton en su manifiesto: esa posibilidad maravillosa de vivir otra vida; es como una vida complementaria". Y respecto de la otra "astilla", afirma: "La memoria puede ser engañosa, pero es selectiva y creativa también".

Para cada afirmación, Pedro Lastra encuentra la cita adecuada, y varias veces se levanta a tomar libros del lugar preciso que ocupan en los estantes. Así, surgen los nombres más diversos. Yo siempre estoy citando gente -reconoce-; parezco una guía de consulta, aunque eso sería pretencioso". Cuando habla del sentido de pérdida y de que "la felicidad no conmueve ni incita", convoca a (Guillermo Enrique) Hudson: "Él decía que siempre le interesó la filosofía, la metafísica, pero que nunca pudo ahondar en ellas, porque se vio siempre interrumpido por la felicidad. Mire qué bonito eso".

- ¿Qué es lo que conmueve o incita al poeta?
- Aunque la inspiración esté tan desprestigiada, yo creo que hay algo de eso. Pero como decían los griegos antiguos, la primera palabra la dictan los dioses, pero lo demás es trabajo del poeta. Yo creo que uno escribe por descolocación y lejanía. Porque, volviendo a Hudson, nadie que esté feliz con el mundo se dedica a crear otros mundos paralelos, complementarios, compensatorios.

La primera noción de extranjería la tuvo Pedro Lastra en el liceo, cuando llegaron a los cursos superiores tres alumnos bolivianos. Más tarde, él mismo experimentaría ese sentimiento y quedaría plasmado en su libro Noticias del extranjero (1979). "La extranjería es una especie de descolocación que yo he tratado de vivir de la mejor manera, pero uno no puede pertenecer a otro lugar que no sea el de su origen. El país sigue siendo la infancia, su lengua, los recuerdos, la memoria".

Pedro Lastra no ahorra palabras para hablar de sus referentes, como Ricardo Latcham. "Él ha sido mi padre, mi maestro inolvidable. A él le debo todo. Y a Gonzalo Rojas. Él fue la primera persona que me apoyó como poeta, a pesar de que era un librito del que yo me he olvidado ( La sangre en alto ). Tal vez uno se pone excesivamente riguroso a la luz de lo que va haciendo. La edición era muy bonita, porque la había hecho Carmelo Soria.

- ¿No quiso incluirlo en esta "Poesía completa", o ya no lo tenía?
- No, si lo tengo. ¡Pero no quiero ni verlo!

Ese primer artículo de Gonzalo Rojas, en 1954, marcó el inicio de una amistad de toda la vida. "Gonzalo era muy generoso y estaba lleno de lecciones con la gente que él sentía tan cercana, y yo me sentí siempre muy cercano. Recuerdo versos que él citaba, como 'Ríete, Fabio, de poeta que no borra'. Esas son cosas que a uno no se le olvidan más".

Y que él mismo les transmite a los estudiantes que le regalan sus libros o le muestran un poema. Y aunque cita a Borges, diciendo que a veces la poesía joven le parece escrita por una "computadora enloquecida" -"claro, tenía que ser Borges, pero me hubiera gustado que se me ocurriera a mí"-, dice que aprecia mucho lo que trata de hacer la gente: "Nunca dejo de leer un libro que me mandan, y siempre lo leo con una esperanza. Eso lo dice Steiner: 'Un maestro no pierde nunca la esperanza'. Y me he encontrado con sorpresas".

- ¿Cree que su poesía ha quedado a la sombra del académico?
- Claro. Pero yo mismo he sido culpable de eso. A mí me importa mucho el trabajo académico, aunque no me gusta ese título. Pero soy un académico, qué puedo hacer. Yo me di cuenta muy tempranamente de que mi trabajo profesional ocultaba lo demás. Muy poca gente sabía que yo escribía poemas. Me pusieron ese sambenito, del profesor Lastra. Pero a mí no me desanimaba eso. Yo sabía que era otra tesitura, otra convocatoria la de mi alma, por decirlo así. Lo que a mí más me compromete, porque es un compromiso con la vida, es la poesía. Lo que pasa, y esto es verdad, es que la proyección o el ser reconocido como esto o como lo otro nunca me preocupó. A mí me interesaba hacer bien mi tarea. Hay un verso de Fernando Pessoa, que es de uno de sus personajes, Alberto Caeiro, que dice: "Ser poeta no es una ambición mía/ es mi manera de estar solo". Hay una sabiduría tremenda en esto, y así debe ser. Para mí, el privilegio es tener unos cuatro o cinco lectores, y conocerlos. De repente aparecen otros lectores. Entonces pasan a ser amigos.

- ¿Qué importancia le da entonces al Premio Nacional?
- Yo creo que ser postulado ha sido una cosa generosa de mis amigos. Creo que es un reconocimiento importante para toda persona que esté en estas tareas. Y si yo pudiera, los premiaría a todos, pero no se puede. Ahora, si se da, está bien; y si no se da, también está bien, porque esencialmente las cosas no cambian nada. Pero, claro, me sentiría como todo el mundo.



 

 

 

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