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JUAN EMAR Y EL RESCATE DE SUS ESCRITOS DE ARTE

Pedro Lastra


Jean Emar
ESCRITOS DE ARTE (1923-1925)

Recopilación, Selección e Introducción Patricio Lizama A.



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LA REEDICIÓN DE DIEZ EN 1971, con un memorable prólogo de Pablo Neruda, fue la buena respuesta que los escasos lectores de Juan Emar esperaban oír desde 1935. Ya se sabe que el público y la crítica lo ignoraron casi del todo en su tiempo, desconcertados por la novedad y la audacia de sus propuestas narrativas. Las excepciones fueron algunos escritores de su entorno y de las generaciones siguientes; muy pocos, pues no llegaría a doce la lista de quienes lo reconocieron como el escritor que iba a contribuir tan poderosamente a liberar a la novela y al cuento chilenos del “peso de la noche”.

Entre ellos, uno de sus mejores lectores fue César Miró, un amigo cercano a quien Juan Emar transformó en personaje del notable episodio de “Agosto 1°” del libro Un año. Miró -con una precisión que debió ser estimulante- tituló su artículo “Miltin, antinovela y sátira social”: una invitación a leer a Juan Emar de otra manera que no tuvo, al parecer, ningún eco. Pero hoy esa página nos lleva a recordar la lucidez con que el pensador uruguayo Carlos Vaz Ferreira leyó al gran Felisberto Hernández en 1929, anticipándose a muchos: “Tal vez no haya en el mundo diez personas a las que les resulte interesante y yo me considero una de las diez”.

La situación de Juan Emar en la literatura chilena ha cambiado sensiblemente en los últimos años, gracias a la atención con que lo ha releído una nueva crítica, alerta e informada: Ignacio Valente, Adriana Valdés, Alejandro Canseco-Jerez, Pablo Brodsky, Carlos Piña y Patricio Lizama son algunos de esos relectores “justos y justicieros”, como habría dicho Eduardo Anguita, un adelantado en estas valoraciones.

La imagen del narrador seguirá enriqueciéndose a medida que aparezcan los volúmenes aún inéditos de Umbral, que constituyen la mayor parte del trabajo de Juan Emar en este aspecto. Esas numerosas páginas esperan a un editor, así como lo tienen hoy, felizmente, sus escritos de arte dispuestos y anotados por Patricio Lizama.

El lector advertirá en seguida la importancia de esta tarea. Desde luego, el solo rescate de esos artículos y notas publicados en La Nación de Santiago entre 1923 y 1925 sería ya un aporte que no debemos demorarnos en juzgar como decisivo, por lo que agrega a nuestro conocimiento de un período histórico caracterizado por la pugna de tendencias antagónicas en el entero espacio cultural chileno. El propósito de Juan Emar, como lo muestra muy bien Lizama en su penetrante estudio y lo corroboran los textos seleccionados, no sólo se manifiesta como un rechazo radical al anquilosado sistema de producción en el campo de las artes plásticas, sino como un cuestionamiento del problema cultural en su totalidad: un punto de ataque central en sus escritos, por ejemplo, fue la precariedad, la limitación o insolvencia de una actividad crítica que Juan Emar consideraba indigna de tal nombre. Con muy buenas razones, Lizama define a Juan Emar como “un intelectual contendiente”, cuya acción provocó una fractura en el viejo sistema de preferencias culturales, favoreciendo así -sobre bases razonadas- el establecimiento de la vanguardia.

El interesantísimo volumen preparado por Patricio Lizama, a partir de exhaustivos estudios sobre el autor para su tesis de doctorado en la Universidad del estado de New York, en Stony Brook, nos ayudará a comprender y apreciar mejor esa época animada por la pasión, la inteligencia y el coraje intelectual de Juan Emar. Muchos lectores se preguntarán, sorprendidos, cómo pudieron permanecer ocultas por casi setenta años las noticias de tan sostenida e intensa tarea, y a la que nuestra actualidad cultural le debe no poco de lo que ha llegado a ser. La respuesta la encontrarán en este iluminador trabajo, tan oportuno como necesario.

Pedro Lastra
Sound Beach, N. Y., octubre de 1992

 

Nota del editor: Álvaro Yáñez, utiliza el seudónimo de Jean Emar, en los escritos de arte publicados en La Nación entre 1923 y 1925. Posteriormente, al publicar su obra literaria cambió su seudónimo por Juan Emar.



 



 

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