Y mire que ya pasó agosto y seguimos tan vivos y coleando los resfríos y toses que nos mortificaron en invierno. Pero por suerte pasamos, no todos porque muchos viejos no alcanzaron a llegar, y se los llevó la pelá del frío seco, del frío empapado, de esas lluvias con sistitis, lluvias de a gotas, lluvias mezquinas que a última hora se derramaron en un tormentoso aguacero. Y otra vez estuvimos en septiembre, este mes donde se junta toda la historia en una fusión de negros aniversarios, marchas difuntas y luego el festejo nacional del Dieciocho con empanadas y vino tinto.
Algo esperanzador viene acompañando el mes de la patria. Es como si el año se partiera en dos al florecer los aromos, al inundarse el cielo de volantines, al renovarse de jóvenes y estudiantes la sagrada peregrinación del Once al cementerio, y pronto y luego y después, tan rápido como aparecen las habas, las arvejas y tomates, vienen esos fragantes causeos primaverales para acompañar el típico asado, que humea en los patios de las poblaciones. Y entre más humo, entre más olor a carne chamuscada, más ganas dan de tomarse el copete sin límites que chorrea las veredas de curados durmiendo la mona a todo sol, a todo septiembre. El Parque Cousiño se transforma en la fiesta vinera que se llena de placer maraco de las fondas. Y al costado, las pipas de chicha, los mesones con anticuchos, los cerros de empanadas fritas que la masa consume encebollada, avinagrada, felizmente endieciochada eruptando.
Otra vez septiembre, el mes florido, el mes alocado, el mes oscuro en la evolución dolorosa que marchita los claveles rojos del Once. Y pareciera que todos los septiembres se juntaran en este último. Primaveras nubladas por la nube de pólvora incendiando La Moneda del 73. Primavera colorida del triunfo popular de Allende ese 4 de septiembre del setenta. Primavera de cambios y atentados ese 86, cuando todos pensábamos que de ese año no pasaba. El 86 es el año. En septiembre del 86 supimos que el dictador no era invulnerable.
Así, cada vez que llega septiembre, algo se renueva, algo nos dice en el despertar de la naturaleza que el año por fin llegó al mes límite, desde donde se desbarrancan rápidamente los meses hasta llegar a la Pascua. Y en este cambio de energía, sube el polen a darle alimento a las abejas. Estallan las corolas en el tecnicolor floral que pinta de primavera hasta el ranchal humilde de la patria. Amarillan los yuyos el tierral de la cancha de fútbol. Se blanquean con cal las latas mohosas del campamento. Los niños pobladores, con la cara lavada saltan afiebrados por el sol y la alegría de una pilcha nueva. Y en el desierto de fonolas los estropajos de banderas deshilachan el cielo herido por el tajo aéreo de los aviones militares que enmudecen la primavera.
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Otra vez septiembre
Pedro Lemebel
Publicado en Punto Final, 6 de octubre de 2000