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¿POR QUÉ LEER A LEMEBEL?

Por Francine Masiello
University of California, Berkeley
Publicado en
Nuevo Texto Crítico, Volume 22, Numbers 42-43, 2009


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Stanford University, mayo 22, 2007


Mi querido compinche del sur:

Hace tiempo, Pedro. Y con gran alegría te recibimos aquí. Estoy  tratando de armar un pequeño texto sobre tu obra pero de alguna manera me siento obligada a referirme a tus tacones altos. El título de este congreso. Con afiche y todo, tacones altos. Trasgresor y agresivo. De rigor. El cuerpo de la loca. Y es cierto, si no hay una loca en cada fiesta, las anfitrionas confiesan su fracaso. Sí, querido, así es. Por eso, Pedro, prefiero no entregarme a este tema. Además, vamos a decir la verdad, tus piernas no son  de las mejores. Y caminas mal en los tacones. Aún así me gustan los rojos más que los negros. Y los llevas hoy.

En cambio, pasemos a otro cuerpo. A la densidad carnosa de tus textos. Aquí quiero incidir en la riqueza de la forma, un cuerpo textual que vincula tu escritura más al cuerpo textual de Darío, dejando para otro día el cuerpo de Ru Paul o de Priscilla la reina del desierto o aquella reina del talk show, la bahiana Roberta Close.

Sí, Pedro, vamos al cuerpo de la escritura. Aquí respondo a la pregunta ¿por qué leer a Lemebel? Y para hacerlo, voy hacia la materialidad verbal que pololea con la página en blanco y con el oído del lector. Sí, Pedro; pienso en la emergencia de lo visible y auditivo, las pulsiones que cobran forma en el oído del otro, que se mastican como chicle en su boca. Evidente enganche con otro cuerpo, maña de seducción con ese otro, el cuerpo textual dialoga con el cuerpo del lector desconocido. ¿Pero cómo se articula esta erótica que parte del baile de las letras?

Empiezo con una declaración de principios. Si la obra literaria no toca el cuerpo del otro, no trae efecto alguno. Es atrevido lo que te estoy diciendo, sobretodo a la luz de tanta discusión sobre el bio-poder, puesto en circulación desde el estado mismo, con el fin de regimentar el deseo del otro, señalándole pautas fijas. Pero después esta otra cosa, la formación del mundo de los sentidos frente a lo inesperado.

Así, creo que la obra literaria en su mejor momento —es decir, en su instante menos obvio, menos previsible— ejerce un trabajo sobre los sentidos, conquistando así al público lector. Por el oído, por las escuchas, por el ritmo interior de la frase, el texto se avecina a este otro cuerpo; desde su propio ritmo de respiración, excita el ritmo interior del cuerpo ajeno. Es la voz autónoma del texto, construida por la pausa y el nudo,  por el fluir y la ruptura constantes, que da  forma a la frase emergente; le da materia y espesor. En última instancia, la materialidad sentida y escuchada hace entender de otra manera, más allá de cualquier significado preciso controlado por la vía legal. Será entonces un mensaje construido por rimas y cortes, por una lenta esdrújula que interrumpe el flujo llano de la oración. Tus textos llevan a ese punto, producen un desequilibrio, un lenguaje que tiembla.

Diría Deleuze que cuando el lenguaje se estremece de pie a cabeza, presenciamos el principio fundamental de la comprensión poética (1987, 108). El lenguaje se convierte en cuerpo. Pero es más. Dice el poeta Yehuda Amichal, “Lo que no es del cuerpo caerá al olvido” y seguramente estamos de acuerdo. Un lenguaje que toca las entrañas del lector, quizás a nivel celular, señalizando una materialidad anterior al lenguaje, entrega pura a los sentidos.

Tus crónicas ofrecen semejante propuesta, donde lo sensual reemplaza la chata razón, donde el cuerpo supera la conducta normal de la esperada lógica del plan narrativo. Construye otra memoria. El placer versus el orden. Una renuncia a la ley del estado. Corregir el neoliberalismo, entonces, no por la denuncia directa (que, desde luego, está en tus textos) sino por medio de los pasos de un bailarín extasiado que pisotea el papel en blanco. La sensualidad como elemento de goce negado por la economía de mercado encuentra su forma en la escritura de Pedro Lemebel.

Al abrir tu primer libro, está la cita de Néstor Perlongher: “Errar es un sumergimiento en los olores y los sabores, en las sensaciones de la ciudad. El cuerpo que yerra ‘conoce’ en/con su desplazamiento.” La esquina-espina, agudizado alfiler, engendra sensaciones para quien la cruce. Aristas de sentido, como vidrio quebrado, cortan la piel; también se oye un crujir de seda o el rasgón de spandex abaratado. Es así, creo, que funciona lo mejor de nuestras letras, plumero que se desliza  sobre muebles de madera, plumero que hace cosquillas a los niños, pero en tu caso, nada inocente, nada pasajero. Más que una cosmética, un rouge que tapa las arrugas de la vieja, el alfiler barroco de tu prosa llega hasta las entrañas.

Vamos entonces por partes. La mirada define el espacio del texto, sus objetos, las contigüidades y diferencias entre objetos; el ritmo conquista oídos y lenguas. Si la pista del baile es el espacio de la página, el tiempo está en el taconeo que se ejerce al compás de las palabras. Pero también salen  de esta materia bailable las políticas del texto. Mucho se ha hablado de tus agudas críticas en contra del neoliberalismo, tu manera de señalar los fracasos de la democracia y la torpeza de la burguesía chilena; tu incursión lúdica contra los militares y la hipocresía de  la clase media. Tus textos son altamente políticos, han llevado a la escena de la literatura, tu crítica a la economía de mercado que hace trizas de la vida de los pobres. En este contexto ¿quién se olvidará de la lenta  muerte de Madonna, sin pelo ni dientes, escena desde la cual pudiste denunciar el poder del imperio del norte? ¿Quién no   tendrá presente tu ataque a la cultura de consumo a través de la pequeña viñeta dedicada al disco gay? ¿Y quién se olvidará del estruendo causado por las botas de los milicos? Pero la incursión en la política corre también por la voz.

La voz, dijo Aristóteles, está en la respiración que encierra el nombre. El sonido que interrumpe el fluir de la razón, la intensidad del tono y el volumen que alteran el pensamiento lineal. La crónica de Pedro invita la entrega total al acento, la entonación y el timbre. Y a través de esta entrega, otra manera de pensar y pensarse. La voz que atrapa el oído del lector, mujer araña en el imaginario del otro, latencia que promete abrir los registros del idioma y resistir la censura.

Aquí estamos frente a una política del enunciado, otra manera de usar el texto para pensar la función de la voz por encima de los hábitos de la razón. El tono que decide el significado, el ritmo que transforma el sentido. Una manera de interrumpir las políticas chatas, de cortar en trasversal el sentido común (y deficiente) del medio pelo.

Por eso las esdrújulas frente a la palabra llana, el vuelo de la frase en hemistiquios pares, la cesura que interrumpe el flujo de la oración como el cuchillo que corta la carne. Y ¿qué es un cuerpo sino materia a rayar, tela formada por el pliegue, un satén que corre a  lo largo de un terciopelo o simplemente cutis herido? Oír y ver, para empezar, y luego tocar y  saborear. Espacio y tiempo expresados a través del cuerpo-texto. Desde los sonidos de los muchachos que hacen el amor en el Parque Forestal hasta la luz que Pedro arroja sobre la foto de las locas. Todos coinciden con el clic de la cámara, el flash fotográfico que enceguece y deslumbra al mismo tiempo, corto-circuito en blanco y negro, letra negra sobre hoja blanca.

El grano de la voz (dixit el amigo Barthes), la pequeña posibilidad de elidir la materialidad del sonido con el espacio físico del lenguaje. El frote verbal, como dirías tú, para “recuperar el contacto humano” (Esquina 14).

Yo he visto, Pedro, en  la feria del libro chileno, cómo tus fans de la  radio han venido a festejarte, los ancianos de barrios humildes, los abuelos con los niños en brazos. Antes de la convocatoria, yo había pensado que tu público hubiera sido la misma gente de siempre, es decir los intelectuales de clase media o los profesores universitarios, los amigos de Nelly, la tribu feminista, y por supuesto, los muchachos gay. Pero no, Pedro, tu público es bastante más grande; straight y gay, ancianitos y jóvenes cool, una comunidad  de radioyentes que se entusiasman con la onda de la voz. Es una manera de rearmar el contacto social a espaldas del neoliberalismo.

Allí por los “Nuevos chicos del bloque”, escribías sobre lo que el neoliberalismo casi, casi ha logrado borrar. Es decir el contacto entre cuerpos, la intimidad de las voces, deslizándose el uno sobre el otro, como las anacondas del parque forestal. No quiero borrar los fundamentos de una literatura gay, para señalizar otro camino de lectura, pero sí creo que tu obra ha despertado una erótica por las palabras que nos recuerda una sociabilidad perdida  en la bulla democrática. Sí, entonces demos gracia (éstas son tus palabras), demos gracias por los textos de Pedro Lemebel.


 

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