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Pedro Lemebel, mariposa de intemperie
Lemebel oral. 20 años de entrevistas, Comp. Gonzalo León. Mansalva. 240 págs.
Por Osvaldo Baigorria
Publicado en https://www.clarin.com/ 2 de Enero de 2019
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Abierta y dispuesta al escrutinio mediático aunque desconfiara y no le gustasen las preguntas armadas desde el prejuicio, esa loca que nunca salió del closet porque siempre estuvo afuera, según decía, ya que no tenía ni un armario en su casa proletaria del Zanjón de la Aguada, ahora extiende sus alas con gracia en Lemebel oral, cuarenta entrevistas compiladas y anotadas por Gonzalo León. A ellas se añaden dos textos publicados post-mortem y un brillante posfacio de Alejandro Modarelli, que traza un conmovedor perfil del “coliza cetrino, izquierdista y de pobla” que fue Pedro Lemebel hasta sus últimos días de 2014, cuando el cáncer había convertido a su garganta en una “gruta expuesta a las miradas”.
El cronista-poeta debía saber que la entrevista es una escena de cierto cuestionamiento, poder e inquisición. Y quizá no le hizo falta leer a Barthes para deducir que aunque un periodista parezca un “policía bueno, que te da la palabra y te da publicidad”, la voz distante y la influencia del medio siempre impondrá su presencia en la edición de ese interrogatorio. Pero se las arregló para escapar o dominar la escena con gran estilo, asistido por su velocidad de reflejos, en entrevistas con y sin firma en Chile, Perú o la Argentina, de reporteros más o menos famosos y otros no tanto, incluso colaboradores de esta misma revista. Preguntan Flavia Costa, Julián Gorodischer, Cristian Alarcón, Martín Lojo, Andi Nachón, entre otros, y Lemebel responde con inteligencia, humor y desparpajo a los mejores y a los peores interrogantes. “¿Barroco? Agrégale, caca, marihuana y un poco de deseo homoerótico”.
Rápido para enfrentar el lugar común de “¿nunca soñaste con ser mujer?” replica: “Pero cómo preguntas eso, rebajas la charla”. O con elegancia esquiva otras preguntas que califica de demasiado personales, por ejemplo, si un periodista quiere saber cómo previene el sida en sus prácticas sexuales, respondiendo “uso preservativos musicales” (boleros, valsecitos). Pero sobre todo en reportajes como el de Jerónimo Pimentel o el último que le hizo Catalina Mena por chat de Facebook cuando Lemebel ya no tenía voz a causa de su laringectomía, estamos ante un estimulante panorama de sus ideas sobre la sexualidad, la burguesía, la democracia, la derecha y por supuesto la crónica, ese subgénero o intergénero al que veía como un “ cadáver exquisito, una suma de retazos, materiales bastardos, un pastiche de canción popular, testimonios y voces de la calle” y también como una “coraza poética” frente a los poderes de la literatura y el periodismo.
En “Triángulo abierto”, la transcripción más o menos literal del programa de Víctor Hugo Robles en Radio Tierra en 1994, ya emergían esas marcas heredadas de aquel que aparecerá en sus declaraciones como un “detonante afectivo”, Nestor Perlongher, su autor más releído junto a Deleuze y Guattari (¿subraya los libros? le preguntaría luego un anónimo reportero de El Mercurio y él responderá: “Con rouge”): la reapropiación de los insultos (puto, mariposón, sodomita), la homosexualidad como construcción cultural, la marica como aquella que deconstruye, hace quiebre, fisura y entra en relación de alianza y contagio con la mujer, irrumpen en diálogos con oyentes que lo cuestionan y a los que responde con sarcasmo o cariño, según el caso.
Alguien lo critica por el notorio beso en la boca con que sorprendió a Joan Manuel Serrat –“una boca que sabe a hierba”– y él explica que aquel beso de india con sida fue una traición al conquistador, un beso político que “Serrat no va a olvidar nunca”. De paso le manda otro besito por teléfono a una oyente que dice que él es un personaje asqueroso, expresión que vuelven a usar en estos últimos meses de 2018 los estudiantes secundarios de un Liceo de Hombres en la zona norte de Santiago de Chile para negarse a leer La esquina es mi corazón. “Igual quiero mandarles un muac”, diría quizá Lemebel como le dijo a aquella audiencia de los años 90.
Había que ser valiente para enfrentar esa sociedad que se iba destapando tan lentamente desde el terror de Estado. Pero sobre todo había que tenerla clara. “Yo no le doy la mano a cualquiera –le dice a Pilar Morales Alliende–. A lo mejor soy una vieja porfiada, cascarrabias, pegá y resentida, pero con ese resentimiento yo escribo, es la tinta de mi escritura”.
La misma tinta en sus respuestas orales sobre el pinochetismo, el fascismo, el odio patriarcal a lo que es o deviene mujer, pobre, indígena, reventada, gorda, puta y marginal. Por eso pudo sumarse en 2010 a las huelgas de hambre de presos mapuches, por eso pudo definirse de izquierda aunque nunca fue militante orgánico ni afiliado a un partido, ni siquiera al PC donde sin embargo tuvo sus mejores amistades.
Un comunista pero libertario y con el don de una voz pública que supo hablar por y a favor de la diferencia, desde aquel famoso “Manifiesto” que leyó ante las izquierdas de los años 80, criticando la represión homofóbica en Cuba y reivindicando a la marica sudamericana, esa contrafigura opuesta al gay norteamericano modelado en el gimnasio, y contra la hipocresía de la moral media que puede aceptar al “gay profesional, farandulesco” pero que mantiene el estigma sobre la “loca triste, evidente y furiosa” de las clases populares, Pedro Lemebel se paró en ese lugar donde la palabra pueblo no necesita comillas ni mayúsculas porque la etiqueta es asumida con pícara franqueza: “Yo hablo del pueblo porque me acuesto con el pueblo”.
El libro incluye un curioso reportaje de Andrew Chernin al hermano de Pedro, Jorge Mardones, que aporta datos para la biografía aunque confiesa con candor que nunca ha leído una sola crónica de su hermano: “Es que yo no leo libros. Que me las lean, y yo las escucho”.
Buena respuesta. Todas las crónicas lemebélicas tienen que ver con el habla, con el murmullo y el susurro de las calles. Esa intemperie desde la que una mariposa nacida como Pedro Mardones en un hogar obrero supo aletear y cantar como rapsoda que narra las hazañas y las miserias de su tiempo.
Fotografía sup. de David Fernández