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Un premio colectivo
Pedro Lemebel candidato al Premio Nacional de Literatura 2014
Por Alejandro Zambra
QuePasa, jueves 31 de julio de 2014
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Parece un milagro que Pedro Lemebel haya encontrado un lugar en la literatura chilena. No sólo había que escribir sobre lo visto y lo vivido y hacerlo de un modo nuevo, sino también esquivar el circo mediático que intentaba convertirlo en uno de esos personajes que cada tanto la prensa recluta para generar la ilusión de pluralismo: uno más de esos tipos raros que supuestamente dicen lo que nadie se atreve a decir. Del otro lado estaba, también, el peligro de escribir para la academia, la tentación de construir un discurso “intelectual” y quedarse ahí, varado y lateado, traicionando el impulso de su escritura.
Lemebel supo ir más allá de las expectativas de la prensa y de los paralizantes marcos teóricos. Su obra, estudiada en decenas de universidades en todo el mundo, ha demostrado una consistencia y una relevancia mucho mayor que la que le atribuían los que lo ninguneaban a grito pelado en los 90, y que ahora, resignados a una escala diferente de lo políticamente correcto, siguen ninguneándolo sotto voce.
No tengo dudas de que Lemebel merece el Premio Nacional de Literatura, pero estoy menos seguro de que el Premio merezca a Lemebel. Los medios aprovechan la temporada para mostrar a los escritores peleando a lo Titanes del ring, cuando la noticia principal es que hay un premio pésimamente formulado y a nadie parece importarle. Entiendo que Diamela Eltit no aceptó que la postularan, y puedo imaginar y admirar sus razones, sobre todo después de la vergüenza -no de Diamela, sino de Chile- hace cuatro años, cuando se lo dieron a Joaquín Lavín (o él se lo dio a Isabel Allende, no me acuerdo). Que Diamela Eltit merece el Premio Nacional no creo que sea discutible, lo mismo vale para Germán Marín, quien sí fue postulado, y para otros tantos que, si el premio fuera -como debería ser- anual, deberían recibirlo.
Pero antes que nadie debería recibirlo Lemebel, que ha logrado lo que poquísimos consiguen: construir un público, crear lectores, muchos de ellos jóvenes poco o nada interesados en las lecturas obligatorias. Pienso en quienes salieron del clóset gracias a Lemebel, pero no me refiero solamente -lo que ya sería bastante- a los que después de leerlo se atrevieron a enfrentar su identidad sexual, sino también a quienes, homosexuales o no, gracias a él descubrieron o redescubrieron el brillo y el poderío de las palabras, la necesidad de una escritura, su urgencia: porque escribir de verdad, mirando a quienes amamos y a quienes odiamos de frente, y sobre todo intentando, por más que cueste o que duela, mirar hacia el fondo de nosotros mismos, es siempre salir del clóset.
Premiar a Lemebel sería premiar a esa multitud de lectores que más o menos por azar se encontraron con unos textos provocadores, extraños, chilenísimos, iracundos, amargos, divertidos, sentimentales, puntudos, elegantes, totalmente legibles y a la vez complejos, y luego siguieron leyendo a Lemebel y quizás también a otros escritores, y se atrevieron ellos mismos a sacar la voz. Pedro Lemebel nos recuerda que la literatura no es inofensiva, que no es un mero adorno, que le hace algo a la sociedad. Premiarlo a él sería premiar eso. Sería, pienso, un premio colectivo.