Una de las cuestiones más interesantes que ofreció la FILSA el pasado fin de semana fue el reconocimiento a Pedro Lemebel. El domingo recibió el Premio lberoamericano de Letras José Donoso, con cuyo dinero, como antes comentó, tal vez se pondría tetas, cuestión de la cual quizás el propio "Pepe" se hubiera escandalizado.
Aquello de ponerse tetas, lo notamos, resulta un aplauso útil para el medio literario contra el cual despotrica el propio cronista, quienes lo observan estupefacto como un objeto de arte y están atentos a que su pluma continúe hablando de suciedad y pobreza y que ojalá todo quede en sus páginas.
Si bien de esta senda varios se autoproclaman hijos y nietos del fallecido Donoso, esa idea del implante mamario de Lemebel viene a rememorar el protagonismo del escritor inserto en el canon chileno: ya no viviendo para el Premio Nacional de Literatura o el galardón del Cervantes, sino escribiendo la chispa que más duele, donde más urge, yendo a la llaga de la fantasía de la literatura.
Cierto es el legado del autor de Casa de campo que amamantó a una corriente de escritores que por hoy sobreviven de la pureza de las letras, pensando que las páginas deben hablar por sí solas. Que allí está todo. Pero hay otros, como Lemebel, que amplifican su noción de artista y escriben más allá de la esquina de los amigos o del acomodo de alguna Feria, usando sus líneas como bandera de lucha.
Aquí no hay cаrrito de la victoria, ni mucho menos, sino unas buenas tetas de la literatura que también las tuvo, a su manera, José Donoso.
