Un libro, "Loco afán, crónica de Sidario" (LOM Ediciones) ha puesto de actualidad a su autor, Pedro Lemebel. No en un desconocido en el medio literario y periodístico. Sus crónicas publicadas en diarios y revistas abordan con humor negro, ácido sarcasmo, fantasía e irreverencia el tema de la homosexualidad que todavía se teme tratar de frente, sin prejuicios y con racionalidad.
Lemebel no oculta su homosexualidad. En la vida diaria sus atavíos son sobrios y de color oscuro. Pero cuando se propone llamar la atención sobre su diferencia se viste con trajes llamativos y femeninos. En los peores momentos de la dictadura fue con el poeta Francisco Casas parte de un colectivo de arte llamado "Las yeguas del Apocalipsis" que realizó performances provocadoras e intempestivas. Denunciaban los crímenes y el colaboracionismo, llamaban a luchar por la democracia y la libertad, contribuían a incentivar las protestas y a alterar la digestión de los conformistas.
Ahora no acepta el neoliberalismo y dirige en parte sus preocupaciones hacia los enfermos de sida. Muchas de las víctimas del flagelo son homosexuales que a menudo mueren en el más dramático desamparo. Lemebel está en contra de la estigmatización de las minorías sexuales y esgrime como su causa la verdad y los derechos de todas las minorías.
Es un hombre de trato tierno y amable. Señala con cierto orgullo su condición de autodidacta. Procede del mundo poblacional santiaguino y mantiene estrecho contacto con sus organizaciones culturales. No pretende ser un líder gay sino un cronista de los segmentos más estigmatizadores de su diferencia. Por eso los protagonistas de sus crónicas y relatos son los travestis y los afeminados, quienes reciben más directamente la discriminación social. Tiene conciencia de que no son ellos representativos de todos los homosexuales pero quiere estar con los que provocan mayor rechazo e intolerancia.
No oculta nada de sí mismo y sus conceptos son claros y fundamentados. En esta conversación no rehuyó ninguno de los asuntos sometidos a su consideración.
—Tal vez la cronología biográfica a usted le resulte aburrida pero es necesario en esta conversación. ¿Quién es usted? ¿Cuándo descubrió su homosexualismo?
—"Nací en el Zanjón de la Aguada que no es un barrio sino un callamperío en la zona sur de Santiago. Mi primera casa fue una muralla que mi abuela, Olga Lemebel, compró. Le puso unas fonolas, algunos palos, un plástico y allí se cobijó la familia. Creo que no descubrí de repente que era homosexual. Siempre lo fui".
—El medio poblacional es, en general, machista ¿No era allí objeto de escarnio?
—"No tanto. En las poblaciones marginales existe una tolerancia de borde, de segregación. Allí conviven el marihuanero, la hija que se prostituye, el pequeño ratero, los cesantes crónicos, los minusválidos. Y también el 'coliza' que hace las sopaipillas".
—Almodóvar, que tuvo un origen parecido al suyo, ha contado que su infancia fue muy dolorosa en cuanto a que era muy afeminado y era el blanco de las burlas de su medio, ¿no le ocurrió eso?
—"No. En la marginalidad lo primero es la lucha por la sobrevivencia. Y el no tener qué comer ni de qué vivir hace que nadie se fije mucho en quién está a su lado. No les pasan un test de identidad a sus vecinos de callampa. Es como en la guerra: la pobreza es una guerra por sobrevivir. Es una emergencia permanente que descarta todas las otras preocupaciones".
—¿Tenía padre, madre, grupo familiar?
—"Y perros que me ladraban también. Mi madre, Violeta Lemebel, es hija natural. Mi abuela, Olga, al quedar embarazada de ella se arrancó de su casa en el sur y al parecer inventó el apellido Lemebel para que no la detuvieran como una prófuga embarazada. Yo adopté el apellido materno. Mi apellido, entonces, me viene por cadena vaginal: abuela - madre".
—¿Asistió a la escuela? ¿Cómo fue su relación con sus compañeros de curso?
—"Por supuesto mi madre se empeñó en que fuera a la escuela hasta donde era posible para los pobres mantener a un escolar. Mi paso por el colegio fue parecido al que tuvieron muchos mariquitas de mi tiempo. Me encantaba la educación física pero me resistía a ella. Temía bañarme con los machos en la misma ducha".
—¿Era un escolar mariquita?
—"Tenía un ala caída, imperdonable para los super machos. Era demasiado evidente. Cuando uno quiere que no se le note, todos los esfuerzos operan en contra. Es preferible la pasada clandestina de otra forma".
—¿Se sentía una especie de fenómeno?
—"A veces creía que era único en el mundo. Pero también estimaba que la mía no era una situación diferente a la de las mujeres a quienes yo veía tan aplastadas y tan segregadas como yo. Los mismos estigmas de la sociedad los sufren los indios, los feos, los inválidos".
—¿Su madre siempre supo lo de su ala caída?
—"Las madres siempre lo saben pero no quieren que uno les devele el secreto. No les gusta la confesión. Hacen la vista gorda y entienden todo. El silencio es en estos casos casi una forma de ternura".
—¿Definitivamente no quieren ninguna confesión?
—"Hay en ellas un manejo del asunto que va y viene. Es una suerte de complicidad tácita. Cuando preguntan dónde vas a esta hora y uno contesta 'voy a la esquina', adivinan en qué pasos andamos y se resignan. El enfrentamiento verbal con el asunto las obliga a definiciones y condenaciones y no quieren eso. No se juzga a quien se ama".
—¿De manera que nunca se sintió acomplejado?
—"No era un muchachito lúcido; era como todos los demás. Me lo lloraba todo. Las sucias aguas del Zanjón de la Aguada eran mis lágrimas. No obstante, uno aprende a reírse de la propia condición. Los homosexuales se escapan de la segregación con la parodia, con la caricatura de sí mismos. La risa es su máscara".
—¿Cómo siguió su vida adulta? ¿Cómo empezó a relacionarse con el mundo homosexual?
—"Traté de meterme en el medio social 'normal' para el que era un quiste canceroso. No me interesaba buscar a otros homosexuales. Escribiría cuentos en años de la dictadura que, por supuesto, ahondaban y trataban de reflejar el drama que le ocurría al país. Mi primera visión de los horrores de entonces ocurrió el 12 de septiembre de 1973. La gente contemplaba en un basural, que había cerca de mi casa, tres cadáveres de jóvenes acribillados. Nunca había visto cuerpos en tal desamparo: llenos de moscas, en la basura. Fue un impacto que me propuse reflejar en todo lo que hiciera en el futuro".
LAS YEGUAS DEL APOCALIPSIS
—¿Tiene eso que ver con "Las yeguas del Apocalipsis?
—"Sí. Un día me encontré con el poeta y videísta Francisco Casas en una de esas manifestaciones de protesta contra la dictadura. Nos dimos cita para planificar acciones que implicaran también a los homosexuales con la lucha, el dolor y la solidaridad. Y decidimos armar un dúo artístico provocador cuyo solo nombre produjera urticaria en el medio conformista y cómplice de la represión".
—¿Y qué hicieron?
—"Denunciamos la hipocresía y el acomodamiento a la dictadura. Antes de la bienvenida democracia éramos los maricas los que decíamos en parte todo lo que los otros no podían o no querían decir. Aparecíamos de pronto en los lugares más inesperados como travestis violentos y producíamos impactos que sacudían las conciencias. Lo curioso es que después que asumió Aylwin se nos cerraron muchas puertas. Ponían guardia para que no entráramos a los eventos".
—Recuerdo la irrupción de ustedes en el acto de proclamación de la candidatura de Aylwin por los intelectuales en el teatro Cariola...
—"Fue memorable. Recibimos más aplausos que pifias. Vestidos como vampiresas con Pancho Casas subimos al escenario al empezar el acto y desplegamos un lienzo que decía con grandes caracteres 'Homosexuales por el cambio'. Queríamos decir que también estábamos porque la pesadilla se acabara. Era una proclamación de los intelectuales. ¿Por qué no íbamos a estar? Mariana Aylwin nos decía después: ¡Cómo le han hecho esto a mi papá! Nuestra intención sólo era expresar el apoyo homosexual a los cambios que proponía el programa de la Concertación".
—¿Las "yeguas" reivindicaban a los travestis?
—"Los travestis no necesitan ser reivindicados por apóstoles sino quc los dejen vivir como son. Una de nuestras performances fue filmar un video en los prostíbulos de la calle San Camilo, los últimos reductos travestis. Iluminamos todo ese sector. Llenamos de estrellas las calles como un Hollywood latinoamericano. Lo hicimos para que los travestis se sintieran vivos alguna vez. Por una noche el barrio cambió".
—¿Dónde se encuentran los homosexuales? ¿Dónde pueden ser ellos mismos?
—"Le contesto con otra pregunta ¿por qué tendríamos que estar en algún lugar determinado? El sistema nos asigna un apartheid. Se nos quiere relegar a las peluquerías, a las cocinas, a los cuerpos de baile, al servicio doméstico, a la moda femenina. Debemos estar allí y no en otra parte. Y a lo que aspiramos es a sacarnos la estrella de David de los homos. Queremos estar donde están todos".
—¿Ese es el objeto de su literatura?
—"No el único. No quiero ser un escritor de mensajes. Publiqué en los años 80 un primer libro de cuentos llamado 'Incontables'. Pasó casi inadvertido. Después reuní algunas crónicas periodísticas y otros escritos en 'La esquina de mi corazón' que es un recorrido por la ciudad: cines, saunas, parques frecuentados por los gays, un itinerario por lugares ya perdidos. Ahora en 'Loco afán, crónica de Sidario' me preocupo de lo más desprestigiado, golpeado y ridiculizado de la homosexualidad latino-americana: los travestis".
—¿Y del sida?
—"Sí, en cuanto a que la epidemia va alterando los comportamientos sociales y también las estructuras culturales en este fin de siglo. La enfermedad ha desencadenado nuevas formas de represión corporal y le ha colocado más alambradas a la minoría sexual. Mi preocupación al escribir las crónicas de 'Loco afán' fue hacer un libro que tratara el sida desde otros puntos de vista".
—¿Cuáles?
—"Quise establecer una relación con los cuerpos vivos que ha tocado la epidemia. No desde el punto de vista médico ya que ellos trabajan con cadáveres próximos. Fui contaminando la palabra de mi escritura y haciendo una metáfora de la enfermedad a través de los cuerpos más damnificados: los de las minorías sexuales pobres".
—¿Y asume el nuevo horror que el sida ha creado hacia los gay?
—"Lo asumo. El sida ha renovado la demonización del pecado homosexual. Se llama 'La peste rosa' y hasta se ha dicho que es un castigo de Dios. Vivimos bajo el peso del pecado, seamos creyentes o no. Ahí están personajes obsedidos por el sexo como el obispo Medina para recordarnos que somos unos pecadores asquerosos. Pretendo revertir ese horror y acercarme con amor a la verdad y a la humanidad de los enfermos".
—En la lectura de su libro se advierte una mezcla de realidad y fantasía. ¿No cree que sus temas están un tanto metamorfoseados?
—"Trabajo en parte con materiales de la realidad manoseados por los medios de comunicación, los rescato y los reciclo para obtener ciertas vivencias que pasan por lo público. Después el mismo sistema de comunicación los sepulta. Es difícil saber lo que es la realidad cuando pasa por la TV
y las revistas. Me cuelgo de ese mundo oblicuo para obtener una representación esencial. Nada de lo que narro es falso aunque esté teñido por una ficción afectuosa".
LA CARICATURA GAY
—¿No caricaturiza a sus personajes y a su mundo? ¿No le entrega a los lectores una visión en exceso retocada y esperpéntica?
—"Yo recojo el teatro ambulante de la minoría travesti porque es su forma de sobrevivencia. Cuando las minorías agredidas usan la caricatura que se hace de ellas mismas, es para cruzar fronteras. Siempre se habla del estereotipo homosexual y ¿cuál es el estereotipo hétero? En la burla de los caracteres yo revierto la caricatura al sobredimensionarla hasta un grado esperpéntico que juega entre el drama y la parodia".
—No obstante insisto, ¿no está usted contribuyendo a la imagen grotesca y maniquea de los homos al ocuparse nada más que de tipos esperpénticos?
—"También la caricatura del homo es el tipo en boga en Nueva York: el modelo masculino, de pelo corto, de arito pequeño, de polera blanca, de jeans y zapatillas. El mercado vende un homo masculino. En Nueva York no vi 'locas'. Daba miedo encontrarse con ese olimpo macho, con los cueros, los músculos. Rechazo esa construcción ideológica y me pregunto hasta qué punto los homos han sido también cogidos por el sistema. Creo que liberarse del patrón macho que uno tiene en la cabeza es afirmar la identidad".
—¿Hay un tercer sexo?
—"No. Hay múltiples llamados de la sexualidad. Pero no hablemos tanto de sexo. Hablemos de construcciones culturales. También los jóvenes, los gitanos, los indígenas tienen su propia cultura. No todo está regido por el patrón macho. El deseo no es hombre ni mujer".
—El sida que tanto le preocupa, ¿no se ha convertido también en un artículo del mercado?
—"Por supuesto. El sida vende. Se ha marketizado. Hay un mercado en Miami, es como la Fisa santiaguina. Ese lacito rojo que es un símbolo parece destinado a estrangular a los enfermos. El sida produce fortunas aunque los enfermos pobres mueran solitarios y abandonados como leprosos de una sociedad que habla mucho de ellos pero que no se interesa por su triste destino si no produce ganancias a las isapres y otras instituciones neoliberales".
—Usted usa poco el concepto de "minorías". ¿No se considera parte de una minoría?
—"Cuando se habla de minoría hay que entender que uno no se está refiriendo a sumas aritméticas. Se trata más bien de una relación con el poder. Así los jóvenes son minoría frente al poder, lo mismo que las mujeres, los ancianos, en cuanto a que se les excluye de muchos derechos de las mayorías. En una entrevista de TV un candidato a concejal gay polemizaba con un diputado de la UDI que decía: 'me alegro que ustedes sean minoría. Ojalá siempre sean minoría', así consagraba la marginación de un segmento social que repudiaba".
LA IZQUIERDA Y LA HOMOSEXUALIDAD
—A propósito de política y políticos. ¿es usted anarquista, socialista o comunista?
—"Me sentía cercano a los comunistas pero me rechazaron una vez. No aceptaron mi militancia rosada. Por eso opté por servir al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. En situaciones de riesgo no hay segregaciones. Pude así tener alguna participación política que entonces era necesaria pasa luchar contra la dictadura. Creo que los apolíticos se acercan a menudo al fascismo. De ninguna manera soy apolítico".
—¿Y volvería acercarse a los comunistas?
—"No lo sé. Me parecen demasiado empaquetados. Pero eso sí me gustaría tener un aro grande con la hoz y el martillo. Tal vez ahora no me los podría poner: no están de moda. Pero por eso mismo quisiera tales aros. Me gustan aquellas causas que el sistema quiere enterrar".
—¿Qué le reprocha a la Izquierda en cuanto a su visión de la homosexualidad?
—"Siempre la Izquierda se ha jactado de su machismo. Hasta Federico Engels nos descalificó. Cuando alguna publicación de Izquierda toca el tema sin prejuicios es frecuente que haya reacciones indignadas de sus propios lectores. Les parece que un revolucionario no puede siquiera ocuparse del mundo gay. Hasta las mujeres militantes tienen que masculinizarse para ser buenos cuadros. Me parece interesante que Cuba tenga ahora alguna apertura sobre el tema con películas tan bellas como 'Fresa y Chocolate'. Tal vez se deba a que vive años difíciles. No sé si hubieran hecho lo mismo en sus tiempos gloriosos".
—¿Qué dice de conceptos tan usados como "hazte hombre", "palabra de hombre", "hay que ser bien hombre"?
—"Son sólo temores que se sienten. Expresan el deseo y la inseguridad de conservar la estabilidad, las garantías de ser macho. Un hombre oficialmente viril no puede dejar de serlo ni un solo minuto. Ni siquiera para mirarse a sí mismo. Es un esclavo de su virilidad construida por el miedo".
LITERATURA Y HETEROS
—¿Se siente parte de la nueva narrativa chilena?
—"No creo que haya una nueva narrativa chilena. Lo que hay es un nuevo mercado. No quisiera participar de la ola triunfalista de la literatura chilena actual. Mi libro anterior se agotó pero no apareció ningún comentario en la prensa. No sé si con 'Loco afán' ocurrirá lo mismo. Me pareció emocionante su recepción cuando fue presentado por LOM Ediciones en un acto público en la Biblioteca Nacional".
—De todos modos es difícil creer que no le interesa la opinión de la crítica...
—"Respeto a los críticos pero no me quitan el sueño. Me interesa más la opinión de una señora que fue al acto de la Biblioteca con su guagua que la de un crítico de bigotes nevados que me dijo paternalmente que le gustaban mis libros".
—¿No le disgusta aparecer demasiado enconado contra la mayoría hétero? ¿No está repitiendo los errores del movimiento feminista contra los machos?
—"En absoluto. La homosexualidad es sólo para mí un devenir de la sociedad humana. Pienso que hay que cruzar las barreras. Hay que convivir con los héteros para que se den cuenta de que no tenemos dos cabezas, que no somos fenómenos ni enfermos, que no estamos siempre a punto de caer sobre ellos para requerirles favores sexuales. Hay que destruir el horror. Hay que acostumbrarse a que somos iguales en la diferencia"
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Pecado homosexual
El ángel caído. Entrevista con Pedro Lemebel
Por Luis Alberto Mansilla
Publicado en Punto Final, N° 379, octubre de 1996