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Lengua larga
Lemebel oral: 20 años de entrevistas (1994-2004)
Por Liliana Viola
Publicado en https://www.pagina12.com.ar/ 9 de Noviembre de 2018
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Pedro Lemebel, luego de haber nacido en yunta como Yegua del Apocalipsis y de haber enrostrado la muerte de la dictadura y de la trama progresista en formato performance cuando ese género era conocido como escándalo o atropello, se le dio por dar besos a señores respetables y de fama internacional. Robaba chupones como se supone que deben hacerlo los galanes y los príncipes, sólo que él era un puto chileno camino al reconocimiento tardío. Ejercitó un mini terrorismo de labios y saliva en tiempos en el que el sida se contagiaba por el hecho de ser portador de homosexualidad. Besó de prepo a García Márquez y también a Joan Manuel Serrat en una de sus visitar a Chile. Luego dijo que uno sabía a cien años de soledad y el otro a hierba… Uno de los primeros hallazgos del libro Lemebel oral es un corpus de entrevistas en las que queda inmortalizada la reacción del público. Vergüenza ajena, indignación y una falta de respeto por la libertad del otro son las tres gracias que siguen protegiendo la buena conciencia del ciudadano reaccionario. Lemebel, un escritor besador que muerde y hace sangrar, desmantela aquí, con paciencia de resentida, lo que tiene bien podrido adentro, el pudor del bienpensante.
El impulso de revolver tierra y papeles para recobrar la voz de la gran yegua chilena y feminista que supo mojarle la oreja a los poderes de izquierda a derecha, no debería interpretarse como manotazo de ahogado en tiempos de pluma pasteurizada. Ni como ejercicio de la nostalgia porque se cumplieron cuatro años de la muerte de Pedro Lemebel. Ahora que sus profecías más pesimistas se están acomodando en los sillones presidenciales -“en la izquierda todos se están muriendo jóvenes, mientras que en la derecha los viejos se están pudriendo vivos”- y que el prototipo gay de los 90 que él denunció -“misógino, fachistoide”- está aliado con el macho que sustenta el poder, este libro constituye un recurso de amparo, un archivo de donde sacar municiones gruesas y finas. A lo largo de 20 años entrevistado por diversos medios, Lemebel despliega amorosamente y sin perder el malhumor como principio, una teoría sobre la resistencia marica o coliza, para decirlo en su idioma. Casi siempre, quienes preguntan dan la sensación de recién llegados a este idioma que no termina de descifrarse, que es mirado siempre desde afuera. Lemebel amplía la brecha caracterizando una y otra vez la lengua de la loca: “El pensamiento de la loca siempre es un zigzagueo, nunca te va a contar la verdad, la verdad tiene que ver con la cristiandad y con Dios, nosotros hacemos un zigzagueo, una oblicuidad del discurso”.
Lemebel oral, más que un libro de su oralidad es un libro de sus respuestas. A preguntas tontas o pertinentes, reacciona siempre con una compleja y profunda teoría de la loca. La resistencia hecha a fuerza de adoración por los bultos, los chongos, un ojo que no se equivoca, las lecturas que van de Pelongher a Guattari y una biografía que como es de pobre y marginal, algunos pretenden entender como confesión.
Si bien es cierto que en el género de la entrevista periodística la última palabra la tiene quien la firma y que la “voz pura” está encubierta en el juego pregunta respuesta y su posterior edición, la recorrida a lo largo de 20 años, permite encontrar a Lemebel en ciertas convicciones que va redondeando a medida que le preguntan. Su loco afán es una pedagogía poética y rabiosa, una pedagogía del resentimiento hecho flor. Lemebel, feucho, esmirriado, pobre y nacido en la zona más gris de Chile supo hacerse su propia olla popular en la que Manuel Puig y Carlos Monsivais aportaron cada uno un ojo. No da puntada sin hilo: en el relato de por qué usa el apellido materno que desplaza al Pedro Mardones con el que fue inscripto en el Registro Civil, trafica una interesante reflexión sobre las imposturas de una cultura machista: “es que todos los nombres y todos los apellidos son masculinos, te los pone el padre, o el padre los impone, hasta al apellido materno es patriarcal, porque se lo pone el padre a la madre, ¿te fijas? Entonces yo rescaté el apellido de mi madre porque es un apellido inventado por mi abuela. Mi abuela cuando se fugó de su casa, no quería que la encontraran y se puso Lemebel. El Lemebel es un apellido materno, no existe nadie más porque es un apellido inventado, de loca también mi abuela, ¿no?”
En estas entrevistas, que son posteriores a los años en que fue una figura espectacularmente disruptiva, piensa en voz alta las claves de una lengua propia latinoamericana, la puta crónica, que la iglesia hoy, si le prestara atención, bien podría definir como “ideología crónica de género”. Lemebel, que metía miedo al entrevistador recién venido a la tolerancia o a la vergüenza ajena, destila en estas entrevistas su loco afán, que es un afán pedagógico. Fue transmisor del ADN de las maricas originarias, ese actor político estético que fulguró en los ochenta y que parece en extinción, sin rebrotes, sin herederas. ¿Quién recogerá la herencia política de la loca? No las ropas, ni la repartija de platos y alhajas, sino la potencia de la loca latinoamericana, un personaje “en extinción frente al gay gringo, esa figura del fisicoculturista de musculatura dorada”. Este libro es un fragmento de su biografía y, también, como todo lo que hizo, una herramienta de lucha. ¿Y qué pasa con los homosexuales que no critican? Desde estas páginas y desde el más allá, la loca trasandina contesta con una maldición: se aburrirán solas mirando televisión y videos porno.