Pa más recachas siempre hay un lindo día el once de septiembre, una mañana nacarada en el aire primaveral que contradice la nube tenebrosa de su recuerdo. Y si más encima le agregamos que hasta este año la democracia lo canonizó de festivo. Nadie sabe a santo de qué. Porque si era para evitar revueltas callejeras con el relajado ocio dominguero, se equivocó, hizo mal el cálculo al tratar de distraer la memoria de este día con un extraño festivo que deja el ambiente clavado de expectativas. Porque la ciudad desierta climatiza la tensión, previene asustando, y al asustar, saca a flote la mancha menstrual en el trapo otoño del recuerdo. Al asustar, desborda las rabias del ayer con esos informes que entrega el director responsable de la seguridad en la Región Metropolitana. Y a través del altoparlante gangoso, es la misma voz, el mismo tono autoritario, el mismo bando de uniforme repitiendo que todo está controlado. Todo está en calma y hay mil quinientos policías para re-prevenir cualquier desorden.
Casi todo es igual al primer once, como si de antemano se escenografiara el teatro crispado de una nueva puesta en escena. Entonces, ¿para qué tanto blindaje estacionado en las calles? ¿para qué tanto despliegue de pacos a caballo por todos lados? ¿para qué tanta exhibición de cucas aullantes, guanacos, zorrillos y arsenales de bombas lagrimógenas si no se van a usar? Si las legiones de policías, con sus escudos, se van a quedar todo el día sudándoles las verijas expectantes, esperando con ansias que aparezca una banderita roja para movilizar la repre.
Pareciera que todo está preparado para justificar el gasto millonario de la seguridad. Las platas de todos los chilenos que se ocupan para montar la paranoia ambiental de un once, el guión trágico que se evacua a lo largo del día en la función premeditada de su montaje. Aunque hay ciudadanos que dicen: a estos vándalos no se les puede dejar a la buena de Dios. Quién sabe qué pasaría si no hubiera tanta vigilancia. Qué desmanes, qué violaciones, qué saqueos hubieran ocurrido el 73 si los militares no hubieran tomado cartas en el asunto. ¿Te imaginas Pichy qué hubiera sido de nosotros?
En la mañana de un once, aunque brille un dorado sol, hay quienes aún despiertan tiritando, hay quienes no se levantan, y se quedan enredados en las sábanas de la vigilia, dormitando, tratando de alargar la noche anterior para borrar o saltarse los números paralelos de esta efeméride. Son muchos los que no quieren saber el día que están viviendo, y no despiertan, y duermen, y tratan de flotar en las aguas gelatinosas del presente once. Tratan de huir, de evitar la evocación de esa fecha nadando en cámara lenta, nadando contra la corriente en el río numeral del calendario, que inevitablemente los estrella contra los unos apareados de esas columnas. En la mañana de un once hay quienes no dan la cara, y andan todo el día mostrando sólo un perfil, y la otra faz la ocultan en la sombra.
Quizás en el amanecer de un once, las contradicciones ideológicas toman palco de acuerdo al remember trágico o festivo que las convoca. Así, muy temprano, las familias milicas, arrastrando empleadas y perros, se dan cita frente a la casa del Capitán General para glorificar la masacre de su gesta. Enarbolando viejas fotos del tirano, renuevan los votos y aleluyas fascistas al son peorro de las bandas y voces de mando que juran la reiteración del golpe. Cada año las ancianas Pinocheras llegan con su banderita a cantarle el Happy Birthday para Augusto que "cada día está más joven", repiten dobladas y roñosas cuando el patriarca sale a la calle a saludarlas una por una. Tal como lo hace con los políticos de derecha, que de planchado terno azul, brindan con champaña cuando los tunazos de los cañones hacen sonar las copas con las violentas campanadas del once.
Una fumarola de humo azul se eleva en el Barrio Alto a los gritos de Ceache-i-Chi-Ele-e-Le. Chi-chi-chi-le-le-le-Dale duro Pinochet. En el colmo de un tenebroso mal gusto, una mamá le estira su niñito vestido de boina negra al Generalísimo, que empañado de emoción, se deja retratar besando al crío de camuflaje reiterando la postal de Hitler y su beso a la infancia del Reich. Qué emocionante Pichy. ¿Dónde habrá un baño? Porque me está goteando el alma.
Y como si no bastara esta caradura disfrazada de chocheras patrias, la sandunga de los bototos continúa en la misa de mantel largo en la Escuela Militar, donde el mismo fraile castrense eleva las manos al cielo y santifica el día más brutal de las últimas décadas. La segunda independencia Pichy. Seguro que fue inolvidable pos oye. Me acuerdo clarito porque Felipe Ignacio estaba chico, y se escondió en la pieza de la empleada cuando bombardearon Tomás Moro. ¿No te digo?
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(o "¿te imaginas Pichy qué hubiera sido de nosotros?")
En De perlas y cicatrices, LOM, 1998
Pedro Lemebel