Hace 10 años, el 23 de enero de 2015, a los 62 años, falleció el reconocido cronista nacional. En su última etapa trabajó más con su cuerpo, como lo había hecho en los 80 con Las Yeguas del Apocalipsis. Rupturista y mordaz, Lemebel efectuó su acción de arte pocas semanas antes de morir, frente a un puñado de amigos, internado por el cáncer que lo aquejaba, en la Fundación Arturo López Pérez. Sentado en una silla de ruedas, pide un espejo, maquilla su rostro, sobre sus piernas coloca una bandera del PC, abre los brazos para que lo registren y susurra: “Soy la Frida envejecida”.
Entre sus últimos proyectos, proyectos que no alcanzó a materializar, Pedro Lemebel tenía la opción de realizar una gira por España. Ignacio Echevarría le había conseguido varias presentaciones. El crítico español, quien estuvo a cargo de la selección de crónicas y el prólogo del libro Poco hombre (2013), sabía que la creatividad del autor chileno superaba el formato libro: sus actos eran verdaderas obras de teatro que causaban impacto entre los asistentes. Puestas en escena que incluía la lectura —con su voz seductora, incandescente e irónica—, además de música e imágenes. La idea era que Lemebel viajara a Europa junto a su asistente y sonidista Constanza Farías.
Pero el cáncer de laringe, detectado el 2011, cambió los planes. Entonces el escritor al que le pedían autógrafos, fotos y besos en la calle (“Lo que pasa que mi personaje es más público que el que escribe”, aseguraba) comenzó a vivir contra el tiempo y cada vez más seguido regresaba a la Fundación Arturo López Pérez, donde en 2012 fue sometido a una laringectomía parcial.
“Quedé con voz de ultratumba”, señaló por esos días Lemebel, quien se convirtió en una de las figuras más rupturistas, agudas y relevantes de la literatura latinoamericana contemporánea, traducido al inglés, francés, polaco e italiano. “Los públicos a los que llega Lemebel son diversos al público-lector, y si bien pueden incluirlo, por lo general lo trascienden”, escribe Soledad Bianchi en el libro Lemebel (2018). Entre las traducciones recientes al inglés está la selección de sus crónicas A Last Supper of Queer Apostles (Penguin Random House).
“Al Pedro lo reconocían en la calle y él siempre tenía disposición: sabía que esas personas eran su público. A todos les daba una sonrisa, un gesto, una palabra. Cuando pierde su voz producto del cáncer, se convierte en una voz intelectual, creativa, política, en un símbolo para la sociedad, es una voz que no se puede acallar, y su rostro es replicado en un mural, estampado en una polera”, cuenta Constanza Farías, quien en los años 90 conoció a Lemebel en la radio Tierra. Al poco tiempo comenzaron a trabajar juntos. A las crónicas que el escritor musicalizaba con canciones, se sumaron imágenes y un trabajo que implicó ensayar cada semana.
Labor que se tradujo en masivas presentaciones en la Feria del Libro de Santiago, en el Centro Cultural Estación Mapocho, y en países como Argentina, Cuba y México. Era un registro distinto, más personal, aunque siempre político, irreverente y popular. A fines de los 80, Lemebel había irrumpido en la escena cultural con Francisco Casas, cuando crearon Las Yeguas del Apocalipsis, cuestionando la impunidad heredada de la dictadura de Pinochet, la política de los acuerdos, junto a los Familiares de Detenidos Desaparecidos, que reclamaban —y aún reclaman— verdad, justicia y los cuerpos de sus seres queridos.
Por aquellos días, Lemebel y Casas realizaron una de sus obras más emblemáticas, Las dos Fridas, en la Galería Bucci, ubicada en calle Huérfanos. Con el torso desnudo, tomados de la mano, con pintura en el pecho, la dupla revivió por más de tres horas el cuadro homónimo de la artista mexicana Frida Kahlo, de 1939. “Es un cuadro que tiene varias lecturas, son dos homosexuales, dos amigas, dos lesbianas”, dijo Lemebel.
El registro de Las dos Fridas lo hizo el fotógrafo Pedro Marinello, en 1989, y hoy forma parte de la colección de los museos MoMA (Nueva York), Reina Sofía (Madrid), Malba (Buenos Aires) y el Museo Nacional de Bellas Artes (Santiago de Chile).
En sus últimos años, Lemebel se concentró en la ejecución de sus performances en solitario —creaciones donde trabajaba con el fuego y la memoria— realizando Abecedario, Desnudo bajando la escalera y Araña de rincón (o salmo del camello y la aguja). Ya había desarrollado los temas centrales de su producción en las crónicas reunidas en los títulos que van desde La esquina es mi corazón(pdf) (1995) hasta Háblame de amores (2012). Incluso anotó y bosquejó en sus cuadernos las acciones de arte que haría en un futuro.
“Pedro sabía que su estado era muy frágil”, comenta Juan Pablo Sutherland, amigo de Lemebel, quien presenció la acción de arte final del cronista en la Fundación Arturo López Pérez. “Aunque la posibilidad de la muerte estaba en el aire, en el fondo estaba sintiendo que podría pasar algo que cambiara ese devenir”, agrega el narrador, quien acaba de publicar el libro Lemebel sin Lemebel. Postales amorosas de una ciudad sin ti.
Sutherland apunta sobre el vínculo con Frida Kahlo: “Es curioso que Pedro volviera a ese gesto inicial de convocar a Frida, una Frida sin compañía”. Sutherland fue uno de los que fotografió el momento de la performance final. Desde el ángulo que él lo retrata, Lemebel aparece con un cartel de fondo, habitual en los centros médicos, que dice: “Exige tus derechos”.
Fotografía de Pedro Montes
El futuro de un hombre nuevo
Para su última acción de arte, un puñado de amigos llegó a visitarlo a la la Fundación Arturo López Pérez, en Providencia, entre los que estaban Juan Pablo Sutherland, el poeta y librero Sergio Parra; el dueño de la galería D21, Pedro Montes; Jaime Lepé, José Miguel Manríquez y el académico Fernando A. Blanco. Lemebel estaba en silla de ruedas, en un espacio común del recinto hospitalario. A un costado estaba su hermano, Jorge. Además de la actriz Irina Gallardo y Malala Ansieta (fallecida el 2020).
“No recuerdo si Lemebel ya estaba en esa sala un poco más amplia que su pieza de la clínica o lo trajeron en silla de ruedas. Éramos 10 o 12 personas”, señala Pedro Montes. “En un momento, empezó a pedirle a sus amigas maquillaje, un espejo, se empezó a maquillar las cejas, pidió brazaletes para sus brazos, se arremangó la polera blanca que llevaba, pidió un collar para taparse el orificio de la garganta. Pidió un pañuelo y lo usó de turbante sobre su cabeza”, añade Montes acerca de una escena que fue tan breve como intensa. Lemebel estaba descalzo. En un segundo encaró a sus amigos: “¿Ya po’ los huevones, no me van a filmar?”.
Con algo de temor, Montes sacó su celular y capturó algunas fotografías que acompañan este artículo. Además, hizo dos breves videos, donde se ve a Lemebel maquillándose frente a un espejo de mano. “Mientras le tomábamos las fotos que nos pedía, él seguía maquillándose, pidiendo cosas, más elementos para su performance. Parecía que todo lo hubiese pensado antes. Hasta que, en un instante, Lemebel empezó a posar: levantaba los brazos, su cuello, el mentón, miraba de costado”, señala Montes, quien viajó con Lemebel y Sergio Parra, en 2014, a la Bienal de Sao Paulo, en Brasil.
La performance en la clínica seguía. Sergio Parra le arregló, como ajustando una falda, la bandera del Partido Comunista. Lemebel se la subía como si fuera una prenda de ropa. El paño rojo e intenso de aquel partido donde encontró el amor incondicional y la amistad de Gladys Marín, a quien le dedicó su libro publicado de manera póstuma, Mi amiga Gladys(2016). Junto a su cama de enfermo, el narrador tenía una cajita musical donde se repetía la melodía de La Internacional.
Pero el PC también fue sinónimo de rechazo: históricamente no aceptaban a los homosexuales en sus filas. Sin embargo, Lemebel a la dirigencia ya le había enrostrado su queja, en un acto público de septiembre de 1986, cuando leyó el texto “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)”. Allí pregunta: “¿No habrá un maricón en alguna esquina desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?”.
Fotografía de Juan Pablo Sutherland
Por el lado salvaje
En Loca fuerte (2022), Óscar Contardo sitúa la última acción de arte de Lemebel a fines de diciembre de 2014. Pedro Montes comenta que lo más seguro es que así haya ocurrido, aunque en el libro recién publicado, Tu voz existe, Jovana Skármeta y Marcelo Simonetti se reproduce parte de un texto de Fernando A. Blanco, quien estuvo ese día en la Fundación Arturo López Pérez, y sitúa el episodio “un sábado de enero” de 2015: “Nos había pedido que fotografiáramos su loco afán performático, el proceso de obra había comenzado. Frente a mí, a nosotros, en dos o tres minutos, la sombra luminosa de Frida había acontecido”, anota Blanco, quien luego comenta que Lemebel dijo: “La Frida no envejeció. Yo soy la Frida envejecida”.
La pintora Frida Kahlo fue una figura citada en reiteradas ocasiones por Lemebel. Y, en esa referencia repetida, Frida se vuelve mapuche, una india latinoamericana como en la imagen de la portada de Adiós mariquita linda(pdf) (2004). El escritor mexicano Carlos Monsiváis escribió sobre ella: “Aquí está la dueña o la habitante de una vida turbulenta marcada por el dolor, el genio artístico”, en el libro Pasión por Frida (1992). Y sobre Lemebel dijo Monsiváis: “Es una de las presencias más irreverentes y originales de la literatura latinoamericana. Continuador de la trayectoria barroca de Severo Sarduy y del melodrama a lo Manuel Puig y Pedro Almodóvar, Lemebel reivindica el asombro frente al cuerpo y el enigma de sí mismo”.
Un genio artístico imposible de reducir a categorías. El mismo Lemebel escribe en “A modo de sinopsis” en el libro Poco hombre: “Podría guardarme la ira y la rabia emplumada de mis imágenes, la violencia devuelta a la violencia y dormir tranquilo con mi novelería cursi. Pero no me llamo así, me inventé un nombre con arrastre de tango maricueca, bolero rockerazo o vedette travestonga”.
Jaime Lepé conoció a Lemebel en los 70. También estaba ese día de la performance del artista en la clínica. “La lectura que yo hago es que por esos días sucedería pronto la Fiesta de los Abrazos, del PC. El gesto de agradecer, estando él solo enfrentando un cierre, una enfermedad, pero en ese momento viviendo un instante colectivo”, reflexiona Lepé, quien organizó con Constanza Farías la Noche Macuca, el 7 de enero de 2015, en el Centro Cultural Gabriela Mistral. Fue la despedida de Lemebel con su público.
Sobre la última performance, Sergio Parra, quien conoció a Lemebel a inicio de los 80, comenta: “Yo miraba la escena sorprendido. Quería que él sintiera que no le estábamos exigiendo algo. Pensaba, quizás, ¿no estará haciendo esta webada para agradarnos a nosotros? Ahora, con los años, con la distancia, se entiende todo. Fue su última acción de arte”, agrega Parra.
Días antes de morir, la morfina en el cuerpo de Lemebel alteraba su realidad. Sergio Parra no lograba hablar mucho con él cuando lo visitaba en la clínica. Sin embargo, se acercaba a su oído y le tarareaba el estribillo de la famosa canción de Lou Reed,Walk on the wild side. (Canción que el escritor usó en una performance donde caminaba con diferentes zapatos de tacos por el centro de Santiago). Parra repitió la escena con Lemebel ya muerto, mientras le daba un beso en la frente, la madrugada del viernes 23 de enero de 2015.
“En Chile hay tres figuras que ha elegido el pueblo, no la institución ni el Estado. Me refiero a Violeta Parra, Víctor Jara y Pedro Lemebel”, afirma Sergio Parra. “De alguna manera, la sociedad eligió sus tres representantes culturales. En la clase de los que sobran, en el baile de los que sobran, Pedro Lemebel representa a mucha gente. Es la animita popular”, dice Parra hablando en Metales Pesados, librería en la que tantas veces estuvo Lemebel, y termina jugando con un verso de la canción de Lou Reed: “Hoy Pedro seguiría en las calles, siempre en el lado salvaje”.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El lado salvaje de la Frida vieja:
la performance final de Pedro Lemebel
Por Javier García Bustos
Publicado en REVISTA SANTIAGO, 15 de enero 2025