En Lemebel Oral, 20 años de entrevistas. Edición definitiva, libro que acaba de publicar Editorial Mansalva (2024), Gonzalo León reunió más de cuarenta entrevistas que le hicieron diferentes periodistas de Sudamérica. Estos diálogos nos permiten conocer de cerca cómo pensaba Lemebel e intervenía en lo social.
Con su voz de marica loca expresó y corporizó a las minorías. No se refería a la cantidad de gente, sino a las relaciones de poder. Su lengua política abordó la marginalidad de las travestis, el sida, la homosexualidad, la prostitución y el mundo gay en los diferentes barrios.
Su atuendo: lentes y un pañuelo negro con las carabelas blancas típicas mexicanas sobre su cuero cabelludo porque decía que él llevaba a los muertos de la dictadura en la cabeza.
Pedro Lemebel encarnó a todos aquellxs que fueron silenciados, en un Chile tomado por el régimen militar, entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990. Sus decires fueron contestatarios a la derecha imperante en Chile y se dedicó a denunciar los discursos hegemónicos. Sintió siempre el dolor del pueblo, representó el cruce de clases y desde ahí tradujo la sonoridad de su época. Supo que la mayor lucha era no ser cómplice de ningún tipo de censura.
Pedro Segundo Mardones Lemebel, nació el 21 de noviembre de 1952 en un barrio marginal de Santiago de Chile a orillas del Zanjón de La Aguada, en el barrio La Legua, en el medio del barro. A sus 30 años se sacó el apellido paterno y pasó a usar el apellido de su abuela, quien fue madre soltera. En ese momento dijo: “necesito despegarme del peso de esa próstata”. Las paradojas de la vida hicieron que perdiera su voz por un cáncer de laringe. Murió a sus 62 años, un 23 de enero del 2015.
En Lemebel Oral, 20 años de entrevistas. Edición definitiva, (Editorial Mansalva), Gonzalo León reunió más de cuarenta entrevistas que le hicieron entre 1994 y 2014. En la lectura de estas conversaciones escuchamos cómo su lengua subversiva hizo tambalear la supremacía ideológica, religiosa, política y gramatical y cómo movió la estructura patriarcal con sus ideas revolucionarias. Sus apariciones fueron una manera de visibilizar lo disidente y lo segregado. También denunció la división sexual del trabajo y los diferentes privilegios de ser varón, cis, blanco y occidental. Se lo escuchaba decir que “aprendió la lengua patriarcal para maldecirla”, “devengo coleóptero que teje su miel negra, devengo mujer como cualquier minoría”.
En las páginas de este trabajo de compilación escribió: “la homosexualidad es una construcción cultural, yo trabajo fuertemente la figura de la loca (…) como una forma brillante de percibir y de percibirse, de rearmar constantemente su imaginario de acuerdo a estrategias de supervivencia (…) Y esa es una forma de pensar deambulante, no es la forma fija, sólida, del macho”. Su barroca y florida escritura poética y musical tiñó su militancia artística, porque siempre supo que “(…) leer y escribir son instrumentos de poder más que de conocimiento”.
A principios de los años 80, Lemebel comenzó a tener relaciones intelectuales y políticas con un grupo de la izquierda y en resistencia contra el gobierno dictatorial de Pinochet. Su abierta postura pública sobre su homosexualidad, no tuvo buena recepción por algunos miembrxs. A modo de protesta, en 1986, leyó su Manifiesto titulado: Hablo por mi diferencia en la estación de ferrocarril Mapocho de Santiago de Chile, mientras había una reunión clandestina de disidentes izquierdistas.
Parte de su Manifiesto:
“(…) No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la justicia
Y sospecho de esta cueca democrática (…)
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
la bandera de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve (…)”
Ese testimonio atestiguó su militancia y su aire performático travesti con sus tacos altos y un labial que le nacía en la boca y se extendía hasta la mejilla. Esta intervención fue la antesala del dúo que armó, al año siguiente, con Francisco Casas Las Yeguas del Apocalípsis. Personificando la versión femenina de los bíblicos jinetes del Apocalipsis y se autodenominaron de esa forma. Consistía en interrumpir sorpresivamente eventos culturales para cuestionar el sexismo, lo héteronormativo y visibilizar el SIDA. En una de las entrevistas de este libro contó que el objetivo de Las Yeguas del Apocalípsis “era exponer nuestras demandas a través del cuerpo: el cuerpo en escena, el cuerpo agredido de la homosexualidad proletaria”.
Hacían estas performances sin saber que se llamaban de esa manera las intervenciones que llevaban a cabo en el ámbito de las artes visuales, literarias y en la subcultura punk. No estaban enfocadas en el reclamo a conquistar derechos, sino en denunciar la violencia y en visibilizar las relaciones de poder. Debutaron el 22 de octubre de 1988, día de la entrega del Premio de Poesía Pablo Neruda a Raúl Zurita. Interrumpieron la celebración poniéndole una corona de espinas al poeta. En otra oportunidad se interpusieron, en un evento previo a las elecciones de 1989, subiéndose al escenario con tacos, plumas y un lienzo que decía: “Homosexuales por el cambio”, mientras Francisco Casas besaba en la boca al candidato Ricardo Lagos antes de bajarse de las tarimas.
Lemebel construyó su obra sobre lo diezmado de la sociedad e hizo de eso un culto de pertenencia. “Mi cuerpo es un campo de batalla”, mecanografió.
Unos días antes que muera le hicieron un homenaje en el marco del Festival Teatral Santiago a Mil. Estaba muy delicado de salud. Él insistió en estar presente. Unos amigos lo ayudaron a escaparse unas horas del hospital donde estaba internado para que fuera. Llegó en sillas de ruedas, vestido con un traje blanco y un pañuelo en la cabeza que hacía juego con una bufanda.
Su funeral captó todas las calles cercanas al cementerio Metropolitano. Murió popular, como fue él. Con un pueblo llorando, las rosas volaron sobre su ataúd y los pétalos compusieron su nombre sobre el asfalto. La gente sostenía carteles que decían: Hasta siempre mariquita linda.
Rebelde, valiente y maricón. Poético y lírico. Prestó su boca de travesti revolucionario a aquellxs que amedrentaron, reprimieron e invisibilizaron porque sabía que no hay lucha más devastadora que la mudez y el silencio. Ojo de loca no se equivoca, proclamaba siempre por ahí.
Pedro Lemebel: “Yo veo televisión con gafas oscuras”
Por Fernando Blanco y Juan G. Gelpi Esta entrevista apareció publicada originalmente en el Nº3 de la revista Nómada, de San Juan, Puerto Rico, en 1997.
Reproducido en BACHE, Argentina. 4 de abril de 2024
JGG: ¿Cuál es la concepción que tienes de la crónica que cruza tus textos, en los que la ciudad logra permanecer fija en tu mirada?
FB: ¿Existe algún diálogo con otros géneros, con algunas circunstancias históricas y culturales? Pedro Lemebel(PL): Digo crónica por decir algo, por la urgencia de nombrar de alguna forma lo que uno hace. También digo y escribo crónica por travestir de elucubración cierto afán escritural embarrado de contingencia. Te digo crónica como podría decirte apuntes al margen, croquis, anotación de sucesos, registro de un chisme, una noticia, un recuerdo al que se le saca punta enamoradamente para no olvidar. La crónica fue un desdoblamiento escritural que se gestó cuando los medios periodísticos opositores me dieron cabida en el año 90. Algunos editores se encandilaron con estas hilachas metafóricas que tenían mis primeras crónicas. Creo que pasé a la crónica en la urgencia periodística de la militancia. Fue un gesto político, hacer grafiti en el diario, “cuentear”, sacar cuentas sobre una realidad ausente, sumergida por el cambiante acontecer de la paranoia urbana.
FB: ¿Hay alguna demanda que resuelves al escribir una crónica? PL: Más bien exponer algunas situaciones filudas de la dictadura, el saldo de la transición democrática. Tal vez fue la crónica el gesto escritural que adopté porque no tenía la hipocresía ficcional de la literatura que se estaba haciendo en ese momento. Esa inventiva narrativa operaba en algunos casos como borrón y cuenta nueva. Especialmente en los escritores del neoliberalismo. Ese mercado, esa foto familiar de la cursilería novelada. El Chile novelado por el whiskey y la Coca del status triunfalista. Un país descabezado, sin memoria, expuesto para la contemplación del rating económico.
FB: Hay una gata en un cuento tuyo del año 86. ¿En qué la transformaste? ¿Era una gata hipócrita?
PL: Más bien callejera. Eran tiempos difíciles y, travestido de gata cuentera, podía pasar. Después esa gata se transformó en La Loca, se metamorfoseó desde el cuento a la crónica. Y allí está ahora sobre un par de tacos-agujas, acechante…
FB: ¿Y el oficio del escritor?
PL: Efectivamente, eso era cuando me llamaba Pedro Mardones y escribía cuentos. Usaba mi nombre legal como una chapa, y escribía narrativa como testimonio frente a los atropellos de la dictadura. En esa época publiqué los Incontables.
JGG: ¿Cuándo y dónde nace el Pedro Lemebel cronista?
PL: Creo que eso da lo mismo. Había demasiados talleres de cuento: la cocina del cuento, la jardinería del cuento. La ficción literaria se escribía en la sábana blanca de la amnesia. Había excepciones, algunas escritoras, pero en general se veía venir el boom del novelón cursi, una especie de coro literario del Neoliberalismo. Yo no estaba ni ahí. Muchos decían entonces que el Pedro Mardones del cuento era mi destino. Fíjate, creo que en ese momento -1986 y1987- me empezó a cargar ese nombre legalizado por la próstata del padre. Tú sabes que en Chile todos los apellidos son paternos, hasta la madre lleva esa macha descendencia. Por lo mismo desempolvé mi segundo: el Lemebel de mi madre, hija natural de mi abuela, quien, al parecer, lo inventó jovencita cuando escapó de su casa.
FB: ¿Lemebel es tu primera crónica?
PL: Algo así. El Lemebel fue un gesto de alianza con lo femenino, inscribir un apellido materno, reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti. El resto vino con las Yeguas del Apocalipsis, una experiencia político-cultural que realizamos con Francisco Casas en el Chile custodiado de los ochentas. Quizás esa primera experimentación con la plástica, la acción de arte, la performance, el video o las instalaciones fue decisiva en la mudanza del cuento a la crónica. Es posible que esa exposición corporal en un marco político fuera evaporando la receta genérica del cuento. Más bien se fue permeando con la noticia del diario, con el manifiesto homosexual que publiqué en esa época, con ciertas lecturas de mujeres escritoras que entonces daban la pelea. Tal vez, el intemporal cuento se hizo urgencia crónica en los artículos sobre homosexualidad y acontecer político que comencé a publicar en diarios y revistas. No sé, todo eso, Las Yeguas, el desacato, la invitación a mezclar géneros y artes desnutridas con panfletos militantes, la tentación de iluminar el suceso crudo y apagarle la luz a la verdad ontológica … Siempre odié a los profesores de filosofía, en realidad a todos los profesores. Me cargaba su postura doctrinaria sobre el saber, sobre los rotos, los indios, los pobres, las locas. Un tráfico del que éramos ajenos. Esa es la razón por la que mis escritos pasan siempre por medios masivos antes de transformarse en libros. Es una costumbre heredada de la dictadura.
FB: ¿Cómo así?
PL: Panfleteo los textos en revistas gays y diarios de mujeres. También en publicaciones más oficiales, pero allí me dicen que son demasiado literarios para el consumo periodístico. En cambio, la literatura los define como periodísticos. Y en ese borde equilibro los tacones de la crónica rosa. En ese borde, que se carga de biografía, cuando amanezco melancólica … Todo se vuelve impredecible al preguntarse, preguntarme cuál género le queda mejor a mi escritura. No es mi trabajo averiguarlo, tampoco el establecer la genealogía escritural de mi quehacer.
JGG: Pero hablaste de cierta filiación con escritoras.
PL: Por cierto. La narrativa de Diamela Eltit y la poesía de Carmen Berenguer son escrituras interesantes que, en conjunto con otros textos, han hecho contención al mal light de la literatura chilena, diversificando su conservadora uniformidad. Igual cosa con los textos de Francisco Casas que, también desde una poética homosexual, con su pasado de Yegua, han aireado el rancio ABC nacional.
FB: ¿En qué medida se estatuye la crónica como un espacio de escritura alterna que recoge la vida íntima o privada? PL: En la medida que exista una escritura que demuestre que el biombo de lo privado es asunto de economías. Nada más que un lujo que no pueden darse los habitantes los bloques periféricos, hacinados, unos sobre otros, en su metro cuadrado colectivo. Más que lo público y lo privado habría que fijarse en sus recambios. En cómo la oscuridad de un parque público acoge los deseos y sudores clandestinos, transformándose en un privado de urgencia, al paso. Mientras no aparezca la policía montada. También esta inversión se devela cuando la TV mete su ojo voraz en el hilachento privado de la pobreza, haciendo públicas sus miserias, sin respeto alguno. ¿De qué público o privado hablamos cuando los neo-ricos se enjaulan en sus condominios custodiados por dobermans o en privados llenos de armas, todo esto retocado por la nota social, la foto crónica de la revista Caras? Digo que estos espacios privados de la nueva burguesía son públicos cuando ellos dan permiso, después de acomodar el bergere junto a la biblioteca, dejando caer con descuido sobre el escritorio la última novela de Isabel Allende. Y eso es publical-light, ¿te fijas?
FB: ¿Rabia social, odio envejecido?
PL: Ponle resentimiento, no me asustan los recuerdos. Alguien dijo que yo escribía con mala leche. Yo lo entendí como leche negra. Me pareció exagerado porque la escritura es apenas un esbozo, un acercamiento meticuloso al espinudo rosal humano.
JGG: ¿Qué hay de teatro montado en tus crónicas? ¿Otro género?
PL: En realidad nunca fui tan devoto del teatro. No me gusta la representación, ni la ópera, ni el ballet ni todos esos montajes estéticos de la burguesía. Por eso Las Yeguas elegimos la performance, la acción de arte, ese riesgo plástico era más político y excitante. Pero también tienes razón, en mis crónicas hay algo de teatralidad, a veces me sorprendo interpretando al péndex poblador y pasa quizás por cierta maternidad incestuosa, una especie de doblaje que transita el deseo por mi lengua ventrílocua y esquizoide. Los otros personajes son aproximaciones afectivas, ironizaciones que corporizan mi libertad para decir.
FB: ¿Hay algún fondo de ojo permanente en tus crónicas?
PL: El Golpe militar y sus “golpecitos”. Es un fantasma tenebroso que me ojea desde el pasado. Esa pupila sigue vigilante, amnistiando, perdonando, reconciliando el dolor tatuado en la memoria. Pero creo que te refieres al ojo descriptivo que paisajea mis crónicas, tal vez el ojo que recorta fragmentos de esta realidad consumada y consumida en la fragua visual de la TV. No sé…
FB: Motivos para la escritura… por decir algo… de crónicas…
PL: La misma pregunta es un motivo, un exhorto para cronicar estos malos recuerdos. Pero también hay otros, más actuales, y, sin embargo, cargan el mismo pesar. Las múltiples implicancias que rebotan en la malla neoliberal impunemente. Son impensables las consecuencias sociales y político-culturales que se desatan cuando una bota aplasta una mariposa. Como en el cuento de Bradbury, te fijas…
JGG: La ficción, ¿es un motivo?
PL: No sé. Quizás adhesión con ciertas causas litigadas, reducidas sólo a simbolismo literario. Me afectan, me fragilizan, me comparten. Y en esa “demasiado herida” a ratos metaforizo, no sólo para adornar, más bien para complejizar el paisaje y el escenario del crimen. En ese sentido mis crónicas podrían ser el boceto de tiza que marca un cuerpo en la vereda.
FB: Háblanos de crimen, alguno en especial…
PL: Mira, creo que con la dictadura me basta. Mi crónica surgió de esas alambradas, por suerte. Digo que surgió, abortivamente, como necesidad de decir algunas cosas no dichas o tratadas solamente con la distancia congelada de la objetividad post-régimen militar. Temas como la pobreza, la homosexualidad, el sida y otros, fetichizados por el tráfico intelectual, o reducidos a temas de especulación periodística por esa representación cristiana terrible que una vez más los expone para su contemplación estética y misericordiosa.
FB: El fetiche, la exhibición y otras especulaciones aparecen en tus crónicas.
PL: Creo que no hago lo mismo. Mi corazón es pagano. Yo dejo que la herejía transite junto al sarcasmo, es mi forma de defensa. No soy juez, pero sí, a veces, verdugo. Total, yo no inventé la palabra justicia… y quizás ésa sea mi única oscuridad aún no empadronada por el ojo censor, la única mugrecita en el ojo pulcro de la vigilancia.
FB: ¿Qué hay de la lectura, eres un buen lector?
PL: Creo que no. Solamente leo algunos textos que me interesan como opciones político-culturales. Cuando pienso que hay tanto libro que no he leído y que no tengo tiempo de leer; cuando miro hacia atrás ese castillo tan elevado de la historia literaria, me dan mareos. Lo siento, creo que mis materiales escriturales están en otra parte. Tal vez en el sinsentido de un beso errante, a la deriva, a la pesca de un gesto anónimo frente al titular de un diario, frente a una tienda de videos donde la masturbación electrónica eterniza al voyeur paseante. Esas son mis lecturas, yo veo mucha televisión, trato de detectar la carie en la dentadura postiza del noticiario. Yo veo televisión con gafas oscuras.
JGG: Al leer tus textos se advierte un eco de los escritos de Gilles Deleuze. Carlos Monsiváis tampoco es ajeno a tus intereses temáticos, locales…
PL: Son experiencias distintas. Tal vez resonancias de asuntos o agujazos políticos. Vaya uno a
saber.
JGG: ¿De qué manera sedimentas en tus textos las lecturas de Deleuze y Monsiváis?
PL: Con Deleuze me unen complicidades sentimentales. Me llegó vía Félix Guattari cuando estuvo en Santiago dando unas conferencias. En una de ellas, en el Instituto Chileno Francés de Cultura, se juntó la manga de intelectuales postmodernos para escucharlo. Había mucha gente, acólitos del discurso, artistas y escritores que conocían su obra junto a la de Deleuze, y adornaban herméticamente sus preguntas. Entre el público había una mujer desconocida, al parecer una señora que venía pasando por la calle, y al ver el tumulto, entró y levantó su dedito para preguntar. Todos la miraron horrorizados, con esa vergüenza ajena que caracteriza a los chilenos cultos. “¿Qué es, para usted, el amor?”, le preguntó la mujer a Guattari, entre las risitas y los “¿cómo se atreve a preguntar algo tan obvio?”. Y Félix, con toda la paciencia del mundo, le explicó como a los niños… dedicándole prácticamente la conferencia a ella. Ahí esa mujer era minoría.
FB: Ese es un recuerdo, volvamos a la sedimentación de Deleuze u otras.
PL: Mira, no es que se trate de simplificar la complejidad mañosa del discurso académico, pero me imagino que esta entrevista tendrá otros recorridos. Ojalá. Por eso Deleuze para mí es fácil de traducir, por sobre aquellos que dicen que su lectura es ardua. Son ellos mismos los que quieren controlar sus lecturas. Ellos quieren un Deleuze difícil. Cómo no va a resultar fácil para mí entender lo que es el devenir. Los pobladores, las barriadas cariocas, los cinturones periféricos, los travestis callejeros saben lo que es el devenir. Lo practican a diario… pasar por el ojo de una aguja sin ser rico ni camello, deslizarse de un momento espinudo a otro, atento al cambio sólo y exclusivamente por sobrevivencia, por necesidad corporal de proteger el pellejo, por generar algo distinto del mercado neoliberal y su abulia burguesa. En ese sentido, resulta interesante corporeizar ese discurso, entenderlo -como urgencia política. Mientras que, para la Academia, Deleuze es una reliquia mantenida en alcanfor, para mí es una carta de navegación, ojalá repartida, deshilada y deslizada a la calle, al patinaje travesti, a la subsistencia étnica, a las mujeres. De una u otra manera ellos manejan los códigos tránsfugas del devenir, experimentan conceptos como transformar, alterar, metamorfosear, transfigurar. Ellos lo saben y hacen suyo el devenir en el oleaje cambiante de sus vidas.
FB: ¿Es Deleuze, entonces, un rizoma, un ritornello, una trayectoria que se fagocita a medida que se instala, inscribiendo en ese acto un espacio que hace circular el poder, las certezas… como en tus crónicas?
PL: Tal vez pudiera ser que la crónica del patinaje sea su propia huella, su memoria escritural alterada por la ficción. Quizás corno la sombra de un taco alto expuesto de una flama zigzagueante. No sé. En mis crónicas la recompensa de ese derivar tal vez sea el regocijo del ojo en la lentejuela travesti que consumió su brillo por una succión remunerada. Tal vez mi crónica es el excedente de ese recorrido, los desperdicios iletrados de su teoría. Pudiera ser.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Un libro reúne 20 años de entrevistas a Pedro Lemebel.
"Lemebel Oral, 20 años de entrevistas". Edición definitiva, Gonzalo León (compilador).
Editorial Mansalva (2024)
Por Natalia Neo Poblet.
Publicado en Página/12, 10 de abril de 2024