Tengo miedo torero (Anagrama, 2002) es la primera novela del escritor chileno Pedro Lemebel (Santiago, mediados de los cincuenta), quien ya ha publicado los libros de crónicas marginales Loco afán y De perlas y cicatrices. En su primera incursión en los terrenos de la ficción, Lemebel ha escrito una novela política sobre el Chile de Pinochet visto desde los ojos de un homosexual: La Loca del Frente. Un relato de prosa barroca y fuerte adjetivación en el que algunos críticos han visto la influencia magistral del argentino Manuel Puig. Este es un balance de la crítica a ambos lados del Atlántico.
Javier Aparicio Maydeu
Babelia
Sólo al iconoclasta de Lemebel (Santiago, Chile, mediados de los cincuenta) se le ocurre narrar la historia de dos fracasos y conseguir sin embargo que el lector no deje de sonreír. El autor de Loco afán, aplaudido a rabiar por propios y extraños, no ha abandonado los lúdicos e impúdicos salones de su crónica social del Chile gay, pero ya ha entrado sin embargo en los cuartos privados de la novela política manchada de rouge. Tenemos ahora al magistral cronista saltándose a la torera las pocas normas que se impuso en Loco afán, y sacándole punta a su lengua parlotera explicándonos por qué fracasó el atentado de Pinochet de 1986 en el teatro de guiñol parece que la bruja siempre gana y por qué fracasó también la relación homosexual del héroe protagonista, entre batallas campales, palos de ciego, gafas a lo Jane Mansfield y los cuplés de Sarita Montiel que dan razón al título. [...]
De envidiable frescura e irreverencia, esta valleinclanesca novela de Lemebel lidia el toro del idioma con manoletinas y verónicas de altura, entre los requiebros barrocos y el colorido del folclore y de la referencia cinéfila, muy cerca de la literatura de Manuel Puig, y hasta de la fiesta del idioma de Cabrera Infante. El humor sarcástico e inteligente de estas páginas debiera hacer reír hasta a los bustos de bronce del dictador.
Ana Sousa
Lateral
En la novela de Pedro Lemebel están presentes los puntales del miedo diario de un país entero: las cargas policiales, el toque de queda, los desempleados, los vagabundos, los registros nocturnos, las reuniones clandestinas de los miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, los desaparecidos Y es que todo ello, renovado, exuberante y extremadamente vivo, es lo que llegamos a conocer con la Loca Del Frente, homosexual arrebatador al que la conciencia política le nace de la mano de un amor militante.
Lo mejor de este encuentro apasionado entre la triste realidad política y el agridulce sueño de un amor imposible es que el autor dota al texto de una riqueza lingüística desbordante, casi barroca; apabullante y enloquecedora cuando habla por boca de su protagonista; aguda cuando toma la voz de la mujer del dictador, pero siempre deslumbrante y muy eficaz a la hora de presentar situaciones y estados anímicos, eludiendo cada vez el peligro del sentimentalismo. Lemebel evoca para nosotros ese tiempo duro de Chile con tal potencia expresiva, que sólo podemos dejarnos envolver por su narración, y despedirnos apesadumbrados de La Loca cuando el crepúsculo cae, al fin, sobre Valparaíso.
Andrés Aguirre
El Mercurio
La procacidad del lenguaje que el escritor imprime a estos habitantes de los fondos más oscuros de la ciudad, con su gracia, vulgaridad y sordidez, junto a un estilo de frases recargadas y de excesiva adjetivación, dan el tono exacto a personajes como La Loca del Frente. Ahora bien, todo este efecto de oropel quedaría en el aire si no fuera porque narrativamente la novela funciona. Los capítulos alternan con fluidez entre las escenas de la Loca y sus tristes, decadentes, impúdicos, patéticos devaneos amorosos con Carlos, su enamorado cuyo amor sabe imposible, y las escenas en donde el dictador está con su esposa que no para de hablar de sombreros y vestidos, mientras él se revuelca en la cama por las constantes pesadillas.
No vamos a hablar aquí de la gran novela chilena ni mucho menos. Sin embargo, es de lo bueno que se ha escrito en el país en el último tiempo, tanto por su capacidad de revivir un contexto sociopolítico con credibilidad, como por la certera forma de retratar la vida y la sicología de personajes marginales.
Camilo Marks
Qué pasa
En pocas páginas se percibe que continúa siendo un gran intérprete de la sensibilidad popular barroca, tan expresiva en las crónicas Loco afán y De perlas y cicatrices. Pero ha perdido la originalidad y frescura de esos textos. A poco andar, parece incómodo en su propio estilo, se repite en la utilización de los mismos recursos y la prosa se torna neurótica, chirriante, angustiosa, lo que no encaja con el material narrativo. Ello es manifiesto en el contrapunto a las aventuras de la Loca, cuando la primera dama de la época parlotea con su famoso marido y éste imagina simplones eventos, demostrando tales pasajes la poca capacidad de Lemebel para cambiar de tema y abordar, sin caricaturas, asuntos más complejos.
Como ha sucedido antes, el prosista no muestra cariño con los personajes y parece que sintiera, sin darse cuenta él mismo, una considerable dosis de odio o desprecio hacia el medio que dibuja y que ha recreado literariamente, subrayado por los excesos esperpénticos en que incurre. En esta primera tentativa novelística, la Loca, apenas un cuarentón, lleva placa dental que a cada rato se le cae, es casi calva, no presenta atractivos físicos y un sin número de detalles grotescos y macabros la harían repelente, si no conquistara al lector.
Esto acontece porque Lemebel crea un sentido escenográfico, rodeando los episodios con genuinos sentimientos.
María José López Pourailly
Red Universitaria Nacional
Quien alguna vez haya leído o escuchado hablar a Pedro Lemebel, jamás podrá decir que la voz de Tengo miedo torero, no es la suya. Así medio frufrú, almibarado y con sabor a postre de frutillas con crema y aún así, a pesar de su dulzura, profundamente marcado por el barrio, por las palabras recogidas en las esquinas de Recoleta, San Camilo, Mapocho o por las aprendidas en alguna galería de arte en compañía de alguna señora cuyo apellido contiene tantas erres y zetas como tarjetas de crédito su billetera.
La voz de Lemebel atrapa con su teatralidad de bolero en esta su novela, la que sin abandonar la mirada un tanto oblicua y sardónica de sus crónicas, llena las rendijas del alma con una historia que es amor del bueno, como en las canciones mexicanas, sangrado y violento, desesperado y calmo, imposible y real.