Casi borrado por el humear heroico de la Esmeralda en el Combate Naval de Iquique, este suceso devela otras pasiones que navegaban a bordo del histórico buquecito. Y si no fuera por el informe entregado por Gualterio Lekie, el médico de la embarcación, nunca hubiéramos sabido que en 1873, seis años antes de la famosa gesta del 79, mientras la Esmeralda surcaba alta mar en las olas crespas del Pacífico ondulante, cuando la tripulación dormía a raja suelta en el vaivén de la marea, el guardiamarina segundo Carlos Eledna no podía conciliar el sueño. Y entre más trataba de relajarse, más fuerte era la calentura que lo revolcaba en el camarote, pensando en el paje nuevo que había llegado esa semana. El bello José Mercedes Casanga, un jovenzuelo de nalgas apretadas por el pantalón blanco que usaban los aspirantes. Desde que lo vio subir a bordo en Valparaíso, esas ganas de tenerlo en sus brazos no lo dejaban vivir, ni siquiera podía concentrarse en las órdenes que le daba el capitán Arturo Prat, también joven en ese entonces, pero envejecido prematuramente por la calvicie que ocultaba bajo la gorra. Así, Carlos Eledna lo olvidaba todo ante la presencia del paje, que le preguntaba mil veces lo mismo, poniéndole esas caritas de cordero huacho cuando él pasaba revista a la tropa de marinos formados en cubierta. Al parecer el grupo se había dado cuenta del flechazo y también le hacía ojitos porque le gustaba sentirse empelotado por la mirada ardiente de Eledna, siguiéndolo, sapeándolo cuando el chico se desnudaba para acostarse. Tal pasión inconclusa era la tortura de Carlos, que, ahogándose de amor, salía a la cubierta desvelado para fumar un cigarrillo. Ya no le importaba el grumete anterior, con el cual había tenido un enlace secreto a través de varios viajes de la Esmeralda por el litoral central, pero era tan celoso, parecía una mujer enrostrándole cada trasnoche de farra en los puertos donde paraba el barco. Este otro era diferente, parecía un huasito falto de cariño en su humildad de paje naval venido del campo.
Esa noche, el viento esparcía una llovizna salada en la popa cuando descubrió la figura del joven flotando en la bruma. El cielo era un jirón de sargazos deshilachados que lo mantenían invitando, subiendo y bajando en ese coito estrellado de cielo y mar. Un ojazo de luna plateó sus cabellos cuando Carlos se acercó a sus espaldas, cuando el paje sin dejar de mirar el horizonte, y ni siquiera girar la cabeza, le preguntó: "¿Usted también sufre de insomnio?".
Desde aquella noche en que pasó de todo entre el paje y el guardiamarina segundo de la Corbeta Esmeralda, el navío fue el aposento nupcial donde la pareja de hombres dio rienda suelta al «amor que no se nombra». Cada noche, en cada amanecer, Carlos gateaba por la cubierta en busca de su pajecito, su José Mercedes, su guagüita naval, que lo esperaba donde mismo, en esa parte del barco a donde no llegaba la guardia. En ese rincón oscuro, donde la bandera al viento era un telón protector. Ahí mismo, el marinero lo bienvenía con su aliento de fiebre sumergida. Y eran tan felices anudados, empalándose uno sobre otro, que olvidaban la patria naval en los espolonazos de las cachas espumantes. Ni siquiera la luz sucia del amanecer los despertó esa mañana cuando los encontraron, semi desnudos, abrazados al pie del mástil donde flameaba el pabellón que los arropaba levemente con su sombra movediza.
Aquel violento despertar con el chapuzón de agua fría que les tiraron encima, fue el inicio de una pesadilla para los amantes descubiertos en cubierta. Carlos sólo atinó a taparse sus partes intimas con su guerrera, y el pequeño paje se enroscó en su desnudez como un caracol avergonzado que se protege ovillándose. Arriba, el círculo de capitanes los miraba con asco cuando Arturo Prat dio la orden de encarcelarlos separados para organizar el juicio. El tribunal estaría compuesto por el alto mando de la corbeta formado por: Luis Lynch, Arturo Prat, Carlos Moraga, Miguel Gaona, Enrique Gutiérrez y el médico Gualterio Lekie, encargado del peritaje de los órganos sexuales de los acusados. El hallazgo de semen fresco y pequeñas lesiones en el ano de los inculpados fueron pruebas suficientes para condenarlos por el "pecado nefando" o crimen sodomita, como se llamaba en aquella época al amor entre hombres. La sentencia dictaminaba diez años de cárcel para ambos en un presidio de Valparaíso, además de sesenta azotes a espalda descubierta en presencia de toda la tripulación.
La mañana era fría cuando Carlos y José Mercedes se volvieron a encontrar en cubierta para recibir el castigo. Los dos fueron amarrados al palo mayor y de un violento tirón les arrancaron las camisas. Apenas alcanzaron a mirarse, cuando el chicotazo del látigo les rajó la espalda con su caricia quemante. La huasca del verdugo les abría la piel una y otra vez, uniéndolos en el mismo ardor, en el mismo prohibido amor, que en ese altar flotante de la patria pagaba su delito. El joven paje sólo resistió cincuenta azotes antes de desmayarse, vomitando hiel por la boca. Después fueron encarcelados hasta que la Esmeralda llegó a Valparaíso, donde fueron conducidos al penal para cumplir el resto de la pena.
Hasta ahí la mano temblorosa del médico deja constancia del hecho por escrito. El resto nadie lo sabe. Pudo ocurrir que, después de los diez años de condena, Carlos Eledna y José Mercedes Casanga se encontraran nuevamente libres frente al mar. Cuando ya no quedaban testigos de aquel juicio, porque Prat y toda la tripulación de la Esmeralda se habían inmolado seis años antes, el 21 de Mayo de 1879 en las rojas aguas del Combate Naval de Iquique. Y ellos, la pareja de amantes humillados, se perdieron la oportunidad de inscribirse como héroes en las páginas de la patria, pero ganaron algunas borrosas líneas en la oculta bitácora de la historia homosexual.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Una historia de amor en la corbeta Esmeralda
Por Pedro Lemebel
Publicado en The Clinic, 25 de enero 2001