La primera vez que vi a Pedro Lemebel, fue en un primaveral día del año 2006 escapando del centro de Santiago tomado por el espeso humo de bombas lacrimógenas y corridas de secundarios por la Alameda hacia los establecimientos educacionales en toma, a fin de ponerse al resguardo. Se encontraba sentado en una banca, con una diáfana luz sobre su rostro cuya mirada se perdía hacia las aguas del Río Mapocho. Para ese entonces ya era un escritor reconocido tanto en Chile como en el extranjero, razón por la cual, como admirador de su obra, me acerqué con las excusa de que autografiara un ejemplar de su novela “Tengo miedo torero”, adquirida unos instantes antes por casualidad en la calle San Diego antes que me percatara de la estampida de los pingüinos (precursores de lo que el país vive en estos días de descrédito y crisis de las elites, así como de legitimidad del sistema político en su conjunto) hacia la casa central de la Universidad de Chile y el Instituto Nacional, razón que me motivó a desaparecer hacia calle Mac Iver, sin coligues esta vez como reza la letra de la canción de Mauricio Redolés.
Tras una breve presentación accedió a mi requerimiento con amabilidad, con esas formas casi imperceptibles y una breve sonrisa de despedida, sin embargo y para mi sorpresa, me solicitó lo acompañara un momento para conversar un instante, charla que luego derivó en un café en calle Eduardo de la Barra en las inmediaciones del Museo de Bellas Artes, donde entre anécdotas, opiniones políticas y literarias, se fue rápidamente la tarde, pero cuyo corolario para mí reafirmó no sólo mi gusto por la literatura sino también por la escritura, la que se desarrollaría en años posteriores, pero cuyo encuentro fortuito fue sin duda significativo.
2.- Las “Alitas Cortadas”
En su libro Zanjón de la Aguada (2003), Lemebel en su estilo particular se refiere a aquel lugar comenzando con las siguientes palabras: “Y si uno cuenta que vio la primera luz del mundo en el Zanjón de la Aguada, ¿a quién le interesa? ¿A quién le importa? Menos a los que confunden ese nombre con el de una novela costumbrista”. En efecto, el autor se hace cargo de su condición y más que renegar de sus orígenes, hace de ello fuentes de su obra que determinarán el tenor y estilo de su escritura, sin tapujos y con una coherencia y defensa de sus habitantes, su clase, hasta el final de sus días.
Lemebel siempre se refirió rememorando su niñez lo difícil de haber nacido en chileno siendo pobre, homosexual y de izquierda, haber nacido con las “alitas cortadas” como lo llamaba, lo que le valió como él mismo plantea en sus textos la discriminación, incluso dentro de su propio sector político, donde la homofobia era parte de la incomprensión y falta de tolerancia parte de una sociedad enferma y asfixiada en los años ochenta; un diálogo entre ciegos, que me recuerda el comentario de Alan Pauls sobre la novela de Manuel Puig “El beso de la mujer araña” cuando se refiere al tenor de esta enorme novela como “esta suerte de diálogo socrático entre un militante obcecado y una loca démodée se empecina todavía en traicionar todos nuestros afanes de sentido”. Y es que en Lemebel, el militante y la “loca” son parte integrante de una misma esencia, entre su responsabilidad política vista como ética de pensamiento y acción, y su identidad, aquella de las Yeguas del Apocalipsis. Dicha comunión contrasta con la incomprensión e incluso mofa de muchos de sus entonces compañeros de partido, más no amedrentan su desarrollo como persona ni menos , para nuestro beneficio, el de su propia obra literaria, claves para el movimiento LGTB, sobre todo en un enfoque no como mero movimiento reivindicativo de una “minoría”, sino como parte de un movimiento social más amplio que propugna cambios profundos en un sistema que por naturaleza y acento en el capital y poder adquisitivo, discrimina y segrega por naturaleza y antonomasia.
3.- Conversación con Víctor Hugo Robles: El “Che de los Gay”.
Víctor Hugo Robles, periodista, apóstata y activista homosexual, me recibe en el café “Crónica Digital”, en Plaza Brasil, en el centro de Santiago, con motivo de conversar sobre su libro “El Diario del Che de los Gays en Chile”, el primer tomo de la recientemente creada Ediciones Siempre Viva, cuya primera edición de agosto 2015, coincide con el primer año de conmemoración del fallecimiento de Pedro Lemebel. Precisamente en dicho texto, se incluye una columna titulada “Amores y desamores con Pedro Lemebel", publicada en The Clinic, el 29 de enero de 2015. En él Victor Hugo realiza una interesante retrospectiva del movimiento LGTB chileno, una genealogía más bien de principio a fin de sus luchas, desde su propia niñez a convertirse en el Che de los Gays, una apuesta política, estética y de activismo gay. De esta forma y como el autor lo señala: “Una creación simbólica y poética reencarnada en un cuerpo biográfico-político libertario”, y cuyo bautismo se debe a la coincidencia de fechas entre el 28 de junio de 1997 donde son encontrados los restos del Che en Bolivia con el día del orgullo gay. Desde que conoce Lemebel en los inicios de los noventa “coloreando la democracia post dictadura”, como lo señala Víctor en una reunión del Movimiento de Liberación Homosexual MOVILH Histórico, al cual le siguió una amistad como resaltad duradera en los años o como él la defina “larga, tensa e intensa”. “En el desaparecido Bar 777 me presentó el original de su primer libro de crónicas urbanas “La esquina en mi corazón”. Del bar punk-marica pasamos a charlar públicamente en Triángulo Abierto, el primer programa radial homosexual, lesbianas y trans de Chile que emitíamos desde Radio Tierra junto al escritor Juan Pablo Sutherland.
Escuchando música de Cecilia, Pedro Lemebel leyó crónicas y nos habló de la loca política, de la homosexualidad proletaria y de su polémico beso a Joan Manuel Serrat en Universidad ARCIS”, son parte de los pasajes que rememora Víctor en este texto, parte fundamental de este cúmulo de vivencias compartidas y que dan cuenta de los avances y retrocesos de las luchas de toda su vida, destacando como epílogo, este párrafo que conmueve: “Los últimos encuentros con Pedro fueron en la Fundación Arturo López Pérez. Yo arrancando del SIDA y me agarra el cáncer, decía irónico, mirándonos a nosotros las locas seropositivas, gorditas, rosaditas, sobreviviendo a punta de triterapia estatal”.
4.- Lemebel “In the Pulse”.
Al encender el televisor como ya está acostumbrada la retina, la realidad golpea con mayor intensidad de la que se quisiera, esta vez, un nuevo atentado contra un club llamado Pulse en Orlando que cuesta docenas de muertos, en manos de un “lobo solitario”, como si las muertes en otros ataques similares como los perpetrados escuelas estadounidenses como retrata el documental de Michael Moore de 2002 “Bowling for Columbine”, no fueran suficientes, precisamente contra sectores de la sociedad estadounidense vulnerables: niños y gays. Sin embargo, la segunda enmienda de su propia constitución legitima el uso y porte de armas, existiendo una poderosa asociación que defiende a ultranza dicha enmienda, realizando un intenso lobby y financiando campañas políticas en especial del Partido Republicano quien ha bloqueado en forma sistemática el intento del Presidente Obama por limitar y establecer mayores exigencias para su porte y compra.
Es imposible no recordar que el cine y la literatura presagiaron y retratan el nivel de violencia que existe hoy no sólo en Estados Unidos, sino otras partes del mundo, como el caso de los atentados al semanario Charlie Hebdo o en Niza este último 14 de julio por sólo citar dos destacados. El personaje que magistralmente retrata Robert de Niro en la película Taxi Driver de 1976 dirigida por Martin Scorsese, un ex combatiente de Vietnam que retorna a una vida donde la soledad lo lleva a los extremos de una locura producto de una alienación creciente y compulsiva, cuyo choque con la realidad de las calles de Nueva York lo conducen a la decisión de que la violencia es la única salida posible al entorno que lo rodea y que terminan con su vida en un tiroteo de un lúgubre edificio usado como prostíbulo.
Imagino viendo el atentado al club Pulse, el rostro de Pedro ante la misma pantalla de televisión y el inicio de “Tengo miedo Torero” inmersas en la violencia callejera al acecho de los “Travis” con autorización del estado para hacer valer el régimen y dar suelta a sus propias frustraciones: “Como descorrer una gasa sobre el pasado, una cortina quemada flotando por la ventana abierta de aquella casa la primavera del ’86. Un año marcado a fuego de neumáticos humeando en las calles de Santiago comprimido por el patrullaje. Un Santiago que venía despertando al caceroleo y los relámpagos del apagón; por la cadena suelta al aire, a los cables, al chispazo eléctrico. Entonces la oscuridad completa, las luces de un camión blindado, el párate ahí mierda, los disparos y las carreras de terror, como castañuelas de metal que trizaban las noches de fieltro.” Es cierto que son circunstancias y contextos diversos, no obstante, tiene un hilo en común: el uso de la fuerza, uno autorizado en virtud de una supuesta libertad refrendada a ultranza, otra legitimada por regímenes autoritarios, de ambos el arte y la literatura dan a cuenta amplia y ricamente y Lemebel se encuentra entre ellos desde su visión y cosmovisión y contra ambos violencias combatió como dijo Neruda el día que allanaban Isla Negra, con poesía como arma.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Lemebel in “The Pulse”
Por Rony Núñez Mesquida
Publicado en Le Monde diplomatique, 5 de agosto 2016