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La ramada de la Gladys (O la chingana presidencial)

Por Pedro Lemebel
Publicado en Punto Final, N°457. 29 de octubre de 1999



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Y al contarme la Gladys que pondría una fonda en el parque, por la candidatura, más bien para animarse un poco, porque en el dieciocho ese lugar es una caldera popular donde el pueblo se desraja chupando, comiendo, bailando o dando vueltas con los cabros chicos por el tierral de las fondas. Porque la gente necesita recuperar su alegría y su humor después de tanta burla parlamentaria. Más aún este año, cuando la justicia extranjera tiene de las bolas al tirano y se escucha por los aires primaverales "Feliz dieciocho, un año sin Pinocho". Algo habrá que celebrar este septiembre, le digo a la Gladys cuando me pregunta por un nombre para la ramá. Me pilla tan de improviso que no se me ocurre ninguno y ella me dice que le pondrá "La Chingana de los Abrazos" y yo le contesto que eso en la colonia era una casa de putas. Y la chica sin inmutarse me dice: ¿Y qué? Total han hablado tanto de mí, oye.

Al final la fonda queda como "La Chingana" aunque pudo llamarse "El paciente inglés", "Adiós Londres", "Mal Bicho", "Y love you, Garzón", "El Beatle Pinocho" o "La Moneda Conchesuma" por la salida de madre de la Gladys frente al palacio presidencial. Allí mojada como diuca por el chorro inmundo del guanaco, la candidata de la memoria chilena les gritó a Pickering y los otros: "Son unos conchasdesumadre", rompiendo de un guaracazo la formalidad hipócrita del discurso oficial, quebrando espontáneamente el buen decir de la conversa política frente a esa cobarde agresión. Varios puntos subió la candidatura con esa verdadera forma de reaccionar ante la violencia de la represión mariconamente dirigida a una mujer. Y al día siguiente, cuando los periodistas le preguntaron a ella ¿por qué usted ofendió a la madre de Pickering, si no la conoce? La Gladys contestó con valeroso desplante: "Yo no tengo nada en contra de esa señora, que debe ser una mujer respetable y no tiene la culpa de tener un hijo así". Dos veces se cagó la Gladys al compuesto Pickering y esa injusta mojada la animó a levantar su gran carpa de gitanos en el parque, "La Chingana de la Gladys". Y qué fue.

Así, al día de la inauguración, justo cuando a Frei unos huasos de la tele le daban un esquinazo con chicha importada, la Gladys con el cuello ortopédico, que debió usar por la violencia del guanacazo, se bailó su zapateado pie de cueca, arremangándose su minifalda dieciochera, mientras don Lalo Parra le guitarreaba una cueca chora. Bonita se veía la candidata de la Izquierda con sus mejillas enrojecidas por el pipeño cabezón que corrió como diluvio en esa Chingana Patria. La enorme carpa roja y blanca que se repletó de adherentes, pobladores, jóvenes universitarios sin la capucha, y tantos comunistas de ayer y de hoy que por unas horas zangolotearon la pena y el optimismo al compás del cumbiazo de Tony Rey y la evocación de la vieja Sonora Palacios.

Parece Año Nuevo, niña, le dije a la Gladys entre salud y salud, contaminándome con la euforia pobla que ensayaba sus coreografías sexis en la pista. Puede ser un lindo augurio, me contestó la chica, llenándome el vaso, contándome que la grandiosa Berta, la fondera más antigua del parque, le vino a dar la bienvenida. Si nos va mal en la candidatura, seguimos en esta, pos niña, le sugerí a la Gladys, que no alcanzó a escucharme por el sonido de la música. En ese momento repartía besos a los cabros chicos, a los curados, a las viejas y salía campante a menear la humanidad a los sones de una cumbia tecno. Desde lejos pude verla confundida entre la multitud de bailantes que la abrazaban, se sacaban fotos con ella y emocionados remecían la caña musical con el privilegio de bailar con un mito. A la distancia, y un poco nublado por el pipeño, la vi tan fresca, tan digna entre Carmen Soria, Dauno Tótoro, Mateo Iribarren y Alejandro Goic, que le hacían rueda viéndola girar tan linda, tan chiquilla al centro de los aplausos. Y hasta ahí no más me acuerdo, porque me traicionó la noche lujuria y la sed de placer y morí en una silla como tantos curados que despertaron la mañana después con un hachazo en la frente. Justo cuando la Chingana de la grandiosa Gladys abría sus puertas y las señoras voluntarias me pedían por favor que ayudara con los anticuchos. Y en medio de esa humareda azul la veo venir, acompañada por Tomás Moulian, tan fresca como una lechuga, diciéndome para callado. Y si nos va bien en la elección, Pedro ¿cómo le pondríamos a la fonda presidencial?


 


 



 

 

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La ramada de la Gladys (O la chingana presidencial)
Por Pedro Lemebel
Publicado en Punto Final, N°457. 29 de octubre de 1999