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Patrimonio - 2006 | index | Pedro
Montealegre | Autores |
La
Palabra Rabia Por
Pedro Montealegre Selección
de poemas del libro La Palabra Rabia
(Editorial Denes. Valencia, España.
2005)
Obra
ganadora del IV Certamen Cesar Simón de poesía de la ciudad de Valencia
(2005)
Mención Honrosa
en el Premio Municipal de Poesía de Santiago de Chile (2006).
Qué
es la rajadura, el tajo abierto de la palabra -o un hoyo en la calle- incluso
una herida
en el fémur de la ciudad, de un hombre que es ciudad, roturas
como género
partido por una uña -letal, carnicera- por un colmillo
dolor y llamado decir y mirar y dolor
de ojo dividido con cuchilla de afeitar,
dolor de quien escupe la vereda y produce
un alacrán amarillo. Este
poema es veneno: un ángel preso en el barrote, el esternón,
un
escarabajo -míralo: hay gemas y oro en el cobalto de sus élitros.
Es un adolescente
escribiendo con saliva: nos comemos el dolor, ¿qué
latido nos come? Estaré ahí
-por ti- con mi córnea. Ahí
reproduciendo en la caverna una escisión, una pupila como ésta
de
gato- uñas -finas- de gato, bigotes de gato, maullido de gato: metamorfosis,
el desespero de lo partido por lo nombrado: una raya en el pelo es, un reticulado
muy fino
por el lápiz de tinta del principal alarife. Un día
apareciste completamente trazado:
hormigas de sangre ordenadas en tus comisuras:
nada cuentan tus vértices. Dijiste: soy canon: dijiste: en la ciudad un
chico se rió como si ello no importara. Cada ebrio es
un indicio de
cólera cuando dices soy canon, y yo enciendo un neón, una amapola
seca.
Yo comienzo a romper una placenta de madre. Qué es la rajadura
sino un parto. Yo
te digo: vengo -todo tú coordenadas, todo referencias-
cada muerto te dice: cada tajo te ama.
Arder.
Arder. Sabor del salitre que abandona el cuerpo. Hedor. Piel quemada
en medio.
Y el beso. Fugar. Fagocito. Fuego. Fatiga. Y la Sal. El recuerdo
contamina.
El recuerdo. Égloga del solo que lee las llamas. Yo llamo, él siente
el abrazo del poema. La inanición del poema, similar a él mismo.
Sobrevívete, oye
el crujir de maderas, el crujir del hueso cuando se
encuentra con hueso.
Todo arde con el incendio. El agua es incendio. Lo indecente
reclama
su lugar en el incendio. Lo puro y lo sacro. Arder. Arder. Diga, ¿qué
sube
en el termómetro del ojo? Una araña de vapor. Una araña
de flúor, de fósforo, dos
átomos de oxígeno y uno
de carbono -así se crea un fantasma. Se trata de tierra.
Países
como hornos, fraguas de pan, dientes de lava -dulces- miel, delito, dáctilo
de
quien estira los labios y quema el placer. Pero hay engaño. Hay doler
en
la gramática de quien come. Y otro no. Y otro huele. Perros podridos,
dentadura
de perros como flores siniestras, gusanos bellísimos parecidos a hielo
formando
estalactitas. La oquedad. La memoria. Arder. Arder. Sudar la hiel.
Pedazo de
vidrio llamado ciudad. Tu fuego y tu fuga. Fagocito. Fatiga. Fe, y más
que
fe: falacia. Todo arde con el incendio -de sílabas, hombres. Y tú,
allí,
revoluciona el repertorio, ¿es de hierro?, ¿es ladrillo?
Construcción, no me sirves
para poder vivir. Yo quiero ser todos, llamarada
sin causa, más que arder
en direcciones del hábito. No habito.
Ser. Manga de polillas contra el lucero. Ser
de polillas destrozadas por la
palabra electricidad. Pero hay engaño. Ah, tierra:
con mujeres, hombres,
todos aplastados por la bota: Ver: hombres, mujeres.
Muéranse de hambre,
la pólvora cante con verdadero esternón. Esternón de ti
golpeando
el gong del contramaestre. Yo caigo. Yo caigo. Y tú, ¿qué
haces aquí,
si no hay más que arder? Arder. Arder, así
la marejada vista desde dentro.
Hambre de palabras, lenguaje cuya estructura
es una brasa en llamas, fría, sal
depositada en la lengua y, sin embargo,
glaciar. Salitre que abandona.
Niñas entumecidas sin saber qué
decir. Ciudad. Cíclope. Hombre. Desterrado.
Delito del poema que se
cae de la boca, ya diente, saliva. Vergüenza del aire,
presto a desaparecer.
Lo puro y lo sacro. Arder. Arder. Llama el beso
conservado en formalina. Pudrición
necesaria. Olor chamuscado. Y fe. Y fin.
Tómale
el pulso: el aire pega: Ta-tá, Ta-tá. Ritmo de qué,
-caliente,
rojo, golondrino de axila, hedor de testículos, azufre, hollín,
mango
de cacerola expuesto a la llama. En la fiesta: transe:, ¿sí o no?
-sobre el miedo- transidos, transar la fuga: chico contra la azucena:
friega,
friega. La muerte es así. Era guadaña. Refriégate contra
ella.
Tú viste eso: yo vi una azucena totalmente afilada. Un ángel
salió
del vapor bostezando: Ángel, gira; yo soy condensar:
gotas en vidrio,
tapa de olla al retenernos en Qué: ah, el hambre -sola
para la sal,
tonta para tentar. Comida. Comida -Apréstate, ahí:
están los peces:
se disputan la mosca. Sobre el agua, desde de la orilla,
me come el pez
-abre la jeta -lo negro es cosmos, ¿lo adivinas tú?
Allí, sobre el cielo,
desde el globo vacío, me zampo: ¿Qué?
Una célula es Qué -la calle es igual.
Si decimos roto, lo roto
viene y dice: ¿Qué? Y la Q abre una grieta
-y áspera.
Del pliegue, un lisiado sale. Enseña: mira mi pata de madera.
Decimos
madera: aludida viene y dice: ¿Qué? Y en la Q hay filiar
-velo
enredado, un cordero en la zarza, hijo de Abraham- d: ¿No se llama
madreselva,
acaso, ese tejido antiguo? Se llama luz -partiendo la nube,
gran insectario-
alfiler para un grillo. El cielo era negro. Y yo dije, tú,
color de
asesinados -manual de anatomía: todo traslúcido- Desaparecer,
di
Pedro apareciendo. Manuel preso en ojos: manos de tierra
para ser deshechas.
Cuentas de vidrio los ojos de pez -tus ojos, ¿qué hunden?
-no,
no: llanto. ¡No! O reconocerlos lisiados: un niño, dime, ¿qué
hace un niño
escondido en un muerto? Cuajo de plumas: era sarna lo
que picó
la línea buena de tu mano; harina la protuberancia abierta
de tu omóplato.
¿Nos confundimos con ángeles? No, moscas:
larvas. Sanguijuelas.
Nos volvemos bichos. Y si miramos al pez desde afuera,
en la orilla
-él salta, nos come. Se come. Se atraganta. Ja Ja: su
espina. Ja Ja: su espina
era necesaria: o la inanición. Ja Ja ¿Nación?
Perros de ciudad, hum: nutricios.
No, no. En el pueblo nunca se han visto
perros. Un ladrillo de luz
te golpea el labio. Del Paf un grito escapa diciendo:
¿Qué se rompió?
Esa Q controlada, que baile, que baile.
Dime esa Q que engloba la fuga
del ruido Paf. Yo sueno -sano- y mendigo el
pulso. Ta-tá, Ta-tá, palpita ésa,
la irresistible guadaña
-hoy día, azucena.. ¿Dónde estás? ¿Qué
hedor
te consume ahora? Si te hierve algo, ¿adónde irá
el resoplido?
Una célula está. Un niño lisiado también
está -un sonido inaudible
lo corta en sílabas. El corte -sabemos-
se inclina a parir. Cortaron, Manuel.
Cortaron, Pedro. Y vino el corte y dijo:
¿Quién me llamó? Unas membranas
haciéndose músculo,
dijeron -músculo: a través de esa Q, yo nací sin días.
Tras el hambre, unos hombres se asomaron a la orilla. Boca de pez, boca de
fe,
reflejo y reflujo. Lo decían ellos: yo sé lo que hubo. Países
celestes,
decolorados con flama, dialéctica de llamar al hueso: digan,
quién fue el nacido
que te sacó de cuajo ¿Hubo guadaña?.
El cuajo, el crujido dicen yo y yo.
El
horror conmina, su lengua de mariposa: revoloteo. Fuga
de quien pulsa el ojito:
Calavera, ¿te duele? Y dirá. Ay, Muerto;
conquista tu natura.
Pon la boca así cuando digas: costilla
cuya hermosura es chuparla. Manises
representa lo ardido; el súcubo
de la vía, arlequín, burla,
chirigota donde no hay chirigota. Ni goteo. Ósculo:
el desgraciado sobre
lo ardido: larga calle, largo plano, mausoleos así
-vivienda, piso,
serrucho y golpe del clavo -Ay, sentiste milímetro
a milímetro
su hierro. Sentiste rasgándole el bícep: crujir
un tendón.
¡Rask! Aquella fisura parecida a sonreír: la azucena de la muerte
abonada en la boca. Crece en el hueco -demasiado abierto- el abrazo.
El
horror pregunta, qué obituario: abecé, etcétera: se puede
ignorar
el chasquido, la lengua imitando gallinas -tartamudeo- se desmembra
lo
que se llama hablar: traba su verbo con una feca en llamas.
Quiere decir ira
pero le sale consomé; le salen virutas
de quien raspa una silla; el
espesor de saliva cuando rabea es así:
decir Oink de cerdo -me llamo
Oink de cerdo- tú palpas tu cuero
-pulido- de corzo. El horror parte
en erres los jirones del templo.
Rabia, crispar -los dedos- trenzarlos, carbón
en su punta:
vamos, comiencen a escribir. Manises. Puerto Varas. Fe
o bofe
de buey -no preguntó el miedo- asintió al cuchillo. ¡Qué
se yo
si lo partido fue el aire! Bofe. Hígado. Menester ver entrañas
antes
de ver la luna. Asadura, desguace, cámara de autopsia.
El horror nos
informa: mira tu padre: su pata de palo, su ojo de vidrio
impermeable a la
luz. Su mano metálica, cascanueces de qué.
Un petardo estalló
-silencio, dinos: ¿Qué fue de ti, allí derrotado,
escindido
como un higo? Boca de nadie te come y dice:
Papá, Mamá: lo que
llamamos Tú, transparente como Tú.
Una aguja de guerra te coserá
los labios. Aviones a chorro
trazarán geometrías difíciles
de entender. En la mesa el arroz,
expresión grotesca de lo inacabado.
Los sobrinos
en papel del blanco, ¿qué es desaparecer? Los muertos
de miedo
recomiendan asir. El horror girando y girando en un
carrusel, se
agota, se marea y es marea; clava la mariposa
en el ojo del caballo.
Todo
trémulo: miedo: la uña me comí, desprendida de la sombra.
Pájaros: miedo
de hermanos muertos en la lengua: la imaginación
al borde, allí el acantilado:
y el miedo coló, coló -lo
bueno de mí, de ti- los perros enterrados bajo el piso -el amo
llamado
a sus perros: sombras mías ¿están? Ah, los farmacéuticos,
lo que ellos mutan:
respiración por sestercios, medallas de celofán:
cuentas de rosario, dientes de potros
agotados en la molienda. Mira ese trigo,
al interior la Virgen: Virgen, ve y dame
otra flor, la vorágine, lo
que se llama várice, y dentro de ella, desnacido, todo tú
con
tu pulmón, sus insectos, su desconocida luminiscencia, novias sobre la
playa
confundidas con espuma -su velo es halo- pero están muertas, moradas.
Ve la medusa
flotando, fosforescente, entre la mancha de petróleo: se
oculta de quienes miran,
onanista de sal, algas enredadas en la palma de su
mano. Tirité de miedo: el frío
es pregunta retórica.
Doce veces pregunté; por eso las islas volvieron a juntarse,
la melodía
de la tierra al moverse y fundirse. Pero no, no era eso lo que me dolía;
era
el pliegue del cerebro chamuscado, llamando; había antes un metal,
había un eco
llamado niño y llamado eco. Pedro redondo confundido
con Pléyades, baja a la tierra,
muchacho parido bajo una gota de sangre,
que este vuelo no es tuyo, no pertenece
a aquéllos que digieren tu voz,
no pasta, no empaste de ortiga machacada con lluvia,
sabores necesarios: dormir
con la lengua ampollada por la alergia, y ver la historia.
Historia ¿estás?
Tú qué sabes de mí: calló el muro, calló el
ojo de un niño disparado,
calló de callar la mirada y el escupo,
el puño levantado de la hija: el obrero era yo; y tú
te comías
riéndote la boca del obrero, clepsidra sin causa, vidrio de espejo, vidrio
de piel
de chicos destrozados con el polvillo del ángel. El miedo que
rompe y raspa es un
sonido que produce otro golpe, el fin, el falso grito del
punto: qué haremos sin él.
La
peste de nombrar: erigir el mañío donde se empala a un clérigo:
la
peste de poner Nombre: Casa: el falo delicioso con forma de pez,
poliedro,
crustáceo, animal oscuro enterrado bajo tierra. Qué peste, ésta:
nunca
saber ¿qué punto pisas? Yo piso grava. Yo piso leche
derramada
de establo. Yo piso el panal en la boca de Píndaro.
Tú podrás
ser el tallo que quieras, el brazo que quieras, la rosa boreal,
la planta sola
que flota en la espuma, escarcha de la hora,
visión del perro dejando
su huella y diciendo: perro, la peste de ladrar,
la peste de mear -poste, ciudadano-
oh, la peste. Lenguaje inflado de la peste:
siempre la P: releer la bitácora:
el día -la crucifixión- la marca un ciempiés.
El día
-el crimen-lo marca un escarabajo ¿hay vida en el ámbar?
El día,
la coronación -ah- punto invisible: Chile presume:
soy punto visible.
Hola, yo me llamo Chile. Soy niña encaramada
en la punta de una ola.
Soy chico sentado al borde de éxtasis.
Tengo esta cara y ya no la ves.
Yo tengo una herida: hola, soy Peste,
y me dicen Herida. Yo tengo una herida,
la otra bala de Chile.
Hola soy Chile, mi balido es éste ¿no
se llama yo? Hola soy Yo:
yo tengo un dolor, la memoria, la noria. Defíname,
usted,
cuántos muertos bastaron, fina y larga alcancía, bracitos
de cobre,
boca abierta: ah. Yo digo: ah: soy niña mirando, el volantín
se pierde.
Yo digo: ah: mi boca recibe: hola, moneda, me llamo Batracio:
mi
boca es todo -el circo es pobre. La peste del pobre
¿no te hace llorar?
Yo le dije a un Pobre. Hola, Batracio,
yo leo -yo- lamo textos -no huyen ¿no
es milagro el cieno?
Leí a Marx, y lloré. Con Trotsky lloré.
Leí a Althusser -lloré
y caía nieve. La nieve es leer.
Me leí a mí mismo y sigo pobre.
Al no saber letras, me puse
a silbar. Hola, soy Letra:
lloro sangre, el mendigo ¿qué letra
es? Mi sangre es tinta.
Ve peste de tinta, el trazado cartógrafo. La
peste de ser
el único punto. No lo halla ni entiende el mismo cartógrafo.
Tráceme el mapa que no se ve -le dijo la niña: el profesional
soñaba.
El mapa existe en un país sin moneda, niña mía,
tú
que luces la moneda en tu boca larga, un país con medusas:
la
escritura entendida con la sola fotosíntesis, un gran útero, niña,
donde
Chile espejea lo que Pedro no. Hola soy Pedro,
yo escribo esta peste -así
asalto la miel: oh, la peste de Píndaro.
Pedro
Montealegre Latorre (Santiago de Chile, 1975)En
1996 fue premiado con el segundo lugar, mención poesía, en el Primer
Concurso de Literatura Pablo Neruda, del centro cultural homónimo,
en la ciudad de Valdivia.
En 1998 le es concedida la medalla Fernando Santiván, de la Universidad
Austral de Chile, por su aporte al la literatura al interior de esa casa de estudios.
En 1999 obtiene el primer y tercer lugar en el Segundo Concurso Universitario
de Poesía Navegando entre Versos, de la misma universidad y el hogar
estudiantil Huachocopihue. El año 2000 es galardonado con el segundo lugar
en el Primer Concurso Nacional de Poesía Joven Enrique Lihn. El
año 2005 resulta ganador del IV Certamen de Poesía César
Simón, en Valencia España. Este año ha recibido mención
honrosa en el premio Municipal de literatura de Santiago de Chile En 1999 publica
su libro Santos Subrogantes (Ediciones de la Universidad Austral de Chile);
el año 2005 publica su segundo libro, La Palabra Rabia (Editorial
Denes, Valencia), y recientemente ha publicado el poemario El Hijo de Todos,
(Ediciones del 4 de agosto. Logroño, 2006). Ha sido incluido en los libros-antología: Neruda, la Lluvia, el Río (Valdivia, 1996); Hipocampos (EVA
ediciones, Valdivia, 1998); Quercipinion (Ediciones de la Revista Trilce,
Concepción, 2000); Ocio Increíble (autores premiados, Barba
de Palo ediciones y editorial El Kultrún, Valdivia, 1999); Línea
Gruesa (Pájaro Verde Ediciones, Puerto Montt, 2000); Sur Fugitivo:
Antología de poetas de la Décima y Novena Región (Temuco.
Editorial Jauría. 2004); El decir y el vértigo, panorama de la
poesía hispanoamericana reciente 1965-1979 (Filodecaballos Editores,
CONACULTA Fonca, México, 2005); Voces del Extremo, Poesía y Vida (Fundación Juan Ramón Jiménez, Moguer, 2006). Artículos
de crítica y poemas suyos aparecen en algunas revistas chilenas y españolas.
Pedro Montealegre es periodista y actualmente cursa el doctorado en Lengua y Literatura
Hispánicas de la Universitat Jaume I, en Castellón y forma parte
de la Unión de Escritores del País Valenciano. Reside en Manises,
Valencia. |