ACUDEN A oscuras, niño de cloro, mujeres –el mismo salfumán de las estrellas–
bordados en adoquín. Su destino, el contenedor. Los chicos con sarna
en éxtasis definen: Tetragramaton, trinitaria –se les pinchan los ojos
con aguja –no pestañean–: van dentro, van dentro. Gorriones encerrados
en una pecera sucia: nada para nadie. La calle es así, un desfile: luz,
para qué esta luz, para qué este grifo, está seco –se gira, se escucha agh,
un condenado ahogándose en su horca. Agh. Su destino, el contenedor.
Estudiantes, paro, par de botellas. Oro. Miccionan oro, llenan el vidrio;
combustible. Verbo. Molotov del ángel: acto poético –revolución– locuacidad
del guanaco. Escupe –su belleza– plagas, un dedo sale de un dedo.
De él surge otro dedo. Le dice tú. Le dice eso. Dice esto no. Esto es un vidrio,
un beso sobre él, huella digital –interceptarla con polvito, luz ultravioleta.
Yo tengo una violeta –la chica escolar habla: cruza la avenida. Lucha y Letra.
Lucha –el chico–; el camposanto –letra. Dice: en mi ojo hay una violeta.
Agh. Agh, dice el gato muerto –ese chico lo humilla. Placer. Mugir. Pacer o decir.
Su destino –pacer– el contenedor –decir–. Su destino. Tapa. Inmundicia es la rosa.
De noche el camión eleva el polígono. La poesía al contenedor –rosa o raza–,
directa al apéndice –esa ballena –tapa– con ruedas, sirena, ara con ruedas
que dice pip, pip. He llegado aquí –pesadilla de chicos como gomas de mascar.
Le dice voy. Le dice allá. El cloro dice blanco, y no es eso: es esto.
.. .. .. *
Con un compás he llegado. Un rape o un pez gallo extendido en el compás.
Un signo redondo –una estrella de David inscrita en su centro. En su centro, no:
quien va a callar metiéndose un camaleón entero en su boca. El arte es así.
El hueco. Así. Uno lo imagina en el centro del pecho. Late el forado,
no una bolsa de agua caliente, esas de goma para calentar la cama. En la cama, yo
tuve un hijo, una letra, pero hizo schhht con su dedo, la casa de Platón,
el negativo de su boca. Ya no hay realidad, sino un montón de fotogramas.
La niña burguesa, el hámster en su rueda, vía láctea, ula hop, margarita en el barro.
Yo giro, y el cine de esto es ir. Tú giras, y el cine de esto es la luna,
no un plato de leche para beberla fría. Él gira, y el cine de esto es la noria,
el carrusel –es feto–, el agujero en la sien de un chico. Paf. El cine de esto
es morir, una avispa al cazarla y morir. Paf. Pero no. No es eso. Échate
arroz en el zapato y di yo me quedo. Péinate con raya y di: no me mueve
ni el cordón de mi madre siempre limpio. Siempre limpio. Las cajeras del
supermercado se pintan la línea de las cejas, la línea de los labios. Sus trazos son
cuerdas y dicen: yo no me voy de aquí; ándate tú, que estoy anudada.
Tengo trabajo. Suspira: uf, uf. Tengo trabajo dice el desaparecido –hay tierra encima
y no logro salir. Tengo trabajo y he llegado aquí: mi compás y un pez
extendido entre puntas. He llegado y la pesadilla es una sopa de letras
–una boca hace uf, y se enfría. Es un muerto –se enfría– y el vivo que suda un tic-tac.
MATERIA ESPECTRAL, la langosta y su merienda: tallo de trigo el banquete del sol,
el ojo que lo observa –milenario ojo del crótalo–. Te debo la pérdida,
la ganancia, el barro nutritivo de la voz, el gameto, el sencillo huir del poema
por los sépalos de la buganvilla. Pero no nos ataba esto. Teníamos suficiente
óxido y moho, hollín de sartenes para pintarnos de sioux. La guerra de ser
siempre malo y tú bueno. Dos son dos: Cronos / Zeus: no chicos besándose
contra el vapor de los saunas. Gracias al miedo que he elegido y me quitas.
A ti te debo el salpullido, la calle pegajosa como lengua de camaleón.
Estoy aquí, entre las fauces de la venus atrapamoscas. Dientes, cada día. Dos
tapas de libro cerrándose contra el índice. ¿Manos de qué? Dedo de apóstol
haciendo agujero, tumba para respirar, no boca, espacio desprovisto de ángel.
Gracias a ti, la turba, la fuga, la insidia, el golpe bajo, golpe del terrón sobre
la taza de té. No se compara al devenir, vernos sin vernos, nada simple
que nos besa, atadura escrita con limón, llama del día que revela la sed,
y el ser, y el signo: espanto la canción, amoniaco la melodía, lejía la letra
que más sabe de ti. Gracias a ti, el Talmud, el Corán. Yo que no leo, vi
al analfabeto frente al vórtice, el espejo iluminando las pestañas de los ciegos.
................. *
No se sabe qué está escrito y qué está imaginado. Te doy la urea, el sol que uno
orina en los buzones –es de noche. Levanto una ceja al tiempo
que bajo la otra, un paréntesis para nadie, lleno en rumor y no de él: una piscina
reflejando la luna –los garrapatas del bóxer son corcheas, pentagrama
su vientre de cachorro. No es ésa nuestra música, Manuel. Las avispas
roedoras de carne saben bien qué somos. Y de regreso, el frío es un regalo. Yo
te lo doy –dientes de hielo–. La rana congelada en un cubito resiste: el invierno es
un ojo abierto a su paso. Pero no muere; salta, el sonido del agua
como dijo Basho. Pero hay Levante. De regreso a la ciudad, la canícula, los
rostros –la guerra– merman, escinden: rotos en la imagen, sólo hablamos de esto.
Y está mal. Está mal. Pero traducimos así: ese eje de polígono
fue un tercero innominado, figura entre muerte y paleta de caramelo,
no explicable con lo escrito –lo imaginado no. Nos damos lo tercero
cuando hay alba, grafito ennegreciendo las uñas, purpurina en el cielo.
Se parten nueces al estirar las cervicales: el regalo no sirve, la columna se encorva
al telefonear al infinito. Y no. Y no. Los niños, no. Nadie en la ventana.
Piedras responden. Y el beso sabe a pómez; el agua a piedra. Bombas en
tu jeta de alevín: cerezas podridas, carbón, orugas, pañales sucios
con pólvora en mis branquias. Te doy el dilema, ¿lirio?, ¿lágrima? Nos vemos, Manuel,
con púas y no esto. El estío, ¿qué es él, sino una ruta al hastío? Un vilano es un ojo
y tú quieres soplar. La eclosión de parásitos rosados –su entrega
al mascarnos la voz. Ese es nuestro acuerdo, dos chicos que harán felices a las moscas.
TE DEJO LA TESITURA DE la calle, me refiero a su énfasis,
digo su filamento de calle dolida, como si fuera la mano
estirada de un ciego. Arqueología es el paso –la huella, numismática,
bifrontismo, el ventrílocuo –su verdadero diente–, ¿qué es?
–la pisada un sello, y es así: el aeroplano bimotor se abalanza
sobre la herida de Apolo –digo ésta, la herida del muchacho,
–su incompleta mirada– hablamos de mentiras y el avión se abalanza.
No la balanza, la carta de la justicia –el tarot, la rueda
rota del decir, porque las palmeras alineadas de la avenida son fósforos,
y tu bonanza es ésa: recordar los bosques, mugre de perros
donde crecen árboles, un enfermo terminal diciéndole al tronco:
luces imperecedero, es sabia y no es savia la ronda. Uno extiende
la mano y recibe el mismo hueso de uno. Uno extiende
la mano de hueso y recibe un ámbar –adentro del ámbar
un excremento de perro. Te dejo la tesitura de la calle, una partitura
de música. Digo: su ciencia de calle trazada, el dibujo
geométrico, varilla de castigo –el asesinado: matemática hostil:
cada punto del rostro corresponde a un féretro, el gemido es lumen,
–la selva que vi cabía en bolsas de esporas: el helecho. Un helecho
es el rostro –gime, con lluvia agria es lavado, lo menos, lo más
asesinado –un indio sin nombre– ética y entropía de la distorsión.
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Cada tajo del cutis, mismo desierto de Nazca. Lo árido
es combativo con sed. No se hibrida el celacanto –la pescadería–, ni
menos como salamandra –el hipocampo es incógnita. El ornitorrinco
va de un poema a otro. Con salto, pasamos de la ciudad al recuerdo
sin abejas del bosque. No digo el cliché, selva, cemento,
fragmento, cuadro sin luz de Mondrian. Puntos de fuga. Ya hartos están
de Puerto Varas, Valencia. Pero cuando el ojo supura
se puede hablar de mirada. Te dejo la tesitura de la calle, su
línea de autobuses rojos y amarillos, la bandera del país,
la sinrazón –implosión, explosión. País. País. Llenos de arcángeles los
chicos de la discoteca, llenos de tronos –legiones, cuerpos celestes, abejas
o granos de sésamo. Es mentira lo uno. La revista de novedades
–un mercadillo hippie– barrios antiguos reformándose de a poco.
Los nuevos vecinos dicen, ¿qué? o, ¡hay estrellas! Es mentira lo uno.
Donde haya un cartel de 1920 habita lo desvaído. La huella es
filatelia, carta astral, bolo alimenticio. Arqueología de calle,
–tal vez teología– dios mismo dice: no hay dios sin diez. Hambre, Belleza
consignadas al hígado. Un obrero es obrero, las niñas góticas,
las niñas lavadas que comen violetas, los chicos inmigrantes
–rayando la pared con aerosol– vibran, hacen luz –son el sol.
Los chicos en monopatines, ¿a qué cielo volarán? Serán el cielo
cuando estiren los brazos y las migas de pan aferradas a sus bolsillos
articulen las galaxias que esperamos ver. La ética de contarlas.
UNA MENTIRA APARECE, ladrona de la manzana dorada, higos, hijos, más
imágenes: chicos recogen la superficie del agua –el bajo cero irrumpía–,
señoras rubias, un casco rubio, una bola de helado de vainilla el pelo, barren y
se barren o no, no dejan pistas en suelo, sombra no, boleta de autobús no, palo de
chupachups no, barrido todo, nombrado todo. Una mentira –corre tú, la cortina, luz
definiendo el aire –no al revés– problemas de traducción: bona nit, siga el nom de la nit.
La pauta de pólvora a través de persianas, píxeles blancos: afuera, una moto
pasa, aserra –si el ruido fuera animal sería cocodrilo– y qué ruido eres tú: soy ruido ñu,
soy ruido mosca, el ruido treile, el aguilucho con su larga I latina. Dylan Thomas, el gato,
tiene ruido Manuel, tiene ruido Pedro. Dice: tengo hambre con Miau. O Ñau.
Pero cuando zumba el evangelio, el chorro de tinta que echa la sepia, digo: esto,
televisión, realidad, periódico: subjetivo es lo otro –múltiplo–, cuando, Manuel (Miau),
pones hilo en el ojo de las cosas. O cuando, Pedro (Ñau), clavas la aguja y dices AY:
Léase Ay: frío, hay hielo en la superficie del ojo. Hay niños pijos; han quemado
a una mendiga y dicen: Ay, no sabía que iba a arder . Léase Ay: asesinato y arder.
Televisión. Periódicos. Qué son ante ellos un ramo de ortigas. El debate: las estrellas
sin nombre –o mentidas– propiedad del espectáculo. Piso Cueva Santa: natividad
del 2005. Una mentira aparece: nos equilibramos en la punta de un trozo de hombre.
Podrían ser los cercenados testículos de Dylan. Leemos a Marx, Manuel. ¿Qué
significa hoy día leer a Marx? Pienso en Chile: el Teatro de la Lupe cuando, piel, canta:
falsedad bien ensayada, estudiado simulacro.¡Lo dice Frederic Jameson! Risa: luego,
la crónica interminable de Enrique Falcón. Los pobres escriben en dos tipos de papel:
en barro y en sangre. Cómo tienes cara, pétreo y Pedro, de detenerte aquí.
..... ... ......... ... . *
Cómo tienes cara de ver en luz, fluorescencia de muerto. El extrarradio de ciudad
–no el Radio de madame Curie– también visible con ojos cerrados.
Radioactividad del grillo –nueve años, pelo corteza de castaña– lo adivinabas tornasol
por su sola velocidad. Pero otra cosa sangra: otra edad pretende ocupar el espacio
anodino. ¿Hay ventana? Militamos –¡oh, agujero imperceptible!– la voz: voz, qué
dices tú de esto: A) Un sobrino, 16 años, asimetría –juego virtual–: decoración
de lo real. Beneficio: ala de drosófila por una sola imagen: espectáculo. Espéculo:
espejo rancio del decir, no puedes tu plusvalía, 16 años el sobrino: inmaculado el
gorrión entre bytes, sin lenguaje, velocidad –llenar el vaso, sí. Punto B), historia:
duelen muertos –vergüenza: ¿sin enterrar?– qué haces tú, con tu tatuaje, inflando
tu cuerpo de aserrín. Calle: autobús a Manises amarillo, Avenida del Cid –no aludimos
la Alameda santiaguina, lejos Chile –poetas y juegos de pantomima –egos
y geas de qué– fundadores de qué: Pedrito y el lobo. ¡Viene el Lobo! ¡Viene!.
¿Hay razón en devorar uñas o chupar el pistilo? Qué dices de esto, mundo (o nexo):
un desaparecido ya ni habla por la costra. Poema, qué dices: carta del loco. Lis
a medio salir (alga o algo, tirado en arena: es ciudad: no hay arena: ventana de
Manuel, política local, discursos –Fénix o loicas–, alimento de sujetos; Revolución
de hélice y no otra. Una mentira aparece, mientras doblamos, dobleces –somos de
propiedad pirata, doblones– regios de azoteas, extractores de vapor, antenas
captando la pulga, sujetos al vagabundo, ver: mirada menos mirada, igual
paso suyo, dirección hacia nada –un higo– sujetos al devenir, ciegos, zafios.
¿Se define el hartazgo?, ¿qué es lo traslúcido? Hijo muerto, hijo pobre –ahora sudas,
calle de Manises, y nada significa. Este texto –su lógica– para una gota de
barro, bilis: ojo de perro dañado, menos. El ahogado es cara y menos siempre es menos.
VES LA CIUDAD: yo vi –la ciudad– un bulbo abierto por la espada de un ángel –viste la ciudad
revuelta en su caldo– es mi Arte mi Caldo –viste la aspereza cutánea de sus calles –el ladrido allí
restableciendo la movilidad –ventanas blancas que se abren –falsas niñas que se asoman –hombres allí
desapareciendo en el aire, la canícula densa abanicada contra el muro. Yo también soy muro. ¿Y
usted, allí
podría asegurar: mi extensión es la misma? Resulta que la muerte es idéntica al plano.
Una ciudad vendida, transada, mercantilizada –¿Con qué?– con oropel –con beso –ciudad
labrada en espuma, repujada en cuero, marroquineros celestes apartando el calor, artesanos del verbo
que un arte prescinde: yo soy arte: yo también: mira, en mi dedo pongo algo de aceite:
mira: en mi dedo pongo un trozo de pan: ¿fue un sol? Lo fue. ¿No se trata de la lágrima
de un sujeto contra el sol? Es lágrima, pero aérea. Lágrima de ciudad al momento de nacer.
Nace un arte –¿Nace Usted?– dígame las palabras que el suplicio promete: consumir: transar
las palabras con que el sujeto se adhiere al vértigo. El bulbo abierto es un perro abierto.
La desolación de ver es la desolación del perro. Lindo tu ojo, dijo el ojo a su cuerpo. Ves la ciudad
pero ya no la ves. Yo soy la espesura y la nervadura ferroviaria. Yo soy la espesura: el pulmón, ¿qué es?
Extendido mi pulmón como un mapa en el plano, ¿el alarife ya sobra? Yo fui el alarife.
Aprendiz del oficio –¡Vaya oficio de mártires! El arte: una manzana consignada al vacío: Tú y tu vacío,
regresen a su geometría. Mis lineamientos conducen a una idea de muerte: está bien: está bien:
yo y mis lineamientos conducimos a ti: está bien: está bien: ahora redima, Usted, la palabra.
Ya olvidé cuál es –redima, Usted, la casa que somos. Ves la ciudad: yo vi –la ciudad– un ángel abierto
por la boca de un poema: no fue él: fue un perro: pero un perro es mi ojo: pero un perro es la boca
de la calle en vilo: ¿en hilo?: o su eco. Un Arte, la filigrana, donde el Poder aparece: le mando a Usted
que construya una torre. A esa torre bautice. Póngale País: pero Usted tenga en cuenta
que se llama Muerte, de la misma manera que la higuera ensombrece, y en su tronco tajean
el nombre de Dios. Ventanas blancas se abren. Gatos etíopes se asoman por los visillos
y atrapan la polilla llamada Ciudad. Yo me llamo Ciudad. ¿Y tú? ¿Y tú? Transada, mercantilizada
con la redondez de un hibisco, un jazmín en la cabellera de un ángel viejo –el calor, la falta
de historia allí –palabras circulares: muchacho, me hablas como si no estuvieras: no hay quién ni dónde.
YO TE DIRÉ LA VERDAD: no me dirás la verdad, porque el salmón es verdad, su color es
el brazo abierto de Rembrandt, me refiero a su muerto diseccionado en la morgue:
ay, doctor Morgue, ¿no fue Ud. quien diseccionó la cantárida? Su trabajo, ¿explica
la significación de la música?, ¿el movimiento de la chépica en el cementerio? O mejor:
¿explica la tradición milenaria –de China– de escribir ideogramas con la pata de un grillo?
Yo te diré la verdad, pero antes tu mentira: que esplenda, que esplenda: dame tu mentira.
Si me das una gota, quizás la verdad de la gota sea chépica: sea el cementerio
este libro esperado. O esta revolución: escribir siempre igual: mirar al muerto
con sus ojos de muerto: al final de ellos, la vibración de la luz: tal vez la verdad
sea atar esa luz a la idea del Arte: la idea del Arte, susceptible de ciudad: siempre ella:
su poder: su cuerno: le dice: unicornio, unicornio mío: haré de ti una esfinge.
Yo no quiero la esfinge. Yo quiero el rápido rasguño del gato: la fina pata del grillo
con que los calígrafos chinos describen la luna. Yo te diré la verdad: había un país
que se llamaba discurso. A ese país yo viajé. Yo dejé mi país en los límites de Otro.
Adivina el poder de la fusión: no lo sé. Yo tampoco lo sé. Porque el cementerio explica
las cosas más simples: lápida: tumba: tienen la concisión del punto –que es mosca–
tienen la concisión de la línea –el horizonte– haz una idea del Arte: los ojos del hijo
brotados de la inanición: no mueren hijos de hambre: nacen hijos de ella: yo lo maté
pero el que murió fui yo: el hijo tomó a ese grillo en su mano: ándate: huye: llévame ya:
dime la verdad –la profundidad de un ojo– sea el libro esperado. Un verbo capaz
de explicar su sinuosidad: ¿no se llama serpiente?: el vuelo de un coleóptero
estrellándose contra la ampolleta. Estaba tu Padre en la definición de Patria. Estabas tú:
no estaba yo: yo no miraba de reojo: yo miraba sin ojo: yo miraba con voz.
Yo te diré la verdad. Luego, cree lo que quieras: el salmón es verdad: el río: la corriente
arreciando. Ahí. La roca, ahí: el agua ahí: la verdad de la orilla se llama tierra.