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LOS DIVERSOS INSTANTES DEL REINO DE PATRICIO MANNS
Por Isabel Gómez
“Un pueblo sin historia es como
un hombre sin sombra”
Patricio Manns
Al tratar de dar sentido a las reflexiones sobre la
obra literaria de un escritor, surge la incertidumbre de no significar
lo que la palabra escrita ha generado, porque son tantos los momentos
cotidianos, en que lo acosa el murmullo incansable del ruido y las
imágenes, que con humildad nos podemos aproximar al mundo originario-maravilloso
que Patricio Manns ha esculpido con un lenguaje que nos envuelve
y nos atrapa en, estos instantes del reino, para que esos
sueños recordatorios se instalen en la memoria histórica, como situaciones
de vida que nos invitan a observar y observarnos desde todos los instantes
del reino. Estos mundos que a ratos se nos acercan, se nos alejan,
se interponen en nuestros diálogos, para encontrar su ser interior,
su ser literario. Y desde allí resignificar la palabra como única
testigo de nuestro ser epocal.
Los habitantes de Muerteputa se aferran a una memoria
de luchas, ellos “nacen sabiendo”, hay un juego con el rescate de
la memoria oral como una suerte de herencia cultural que nos permite
comunicar de generación en generación la importancia de este discurso
oral. Reordenar aquellas historias que se mueven de mirada en mirada,
como si fuésemos capaces de instalar en la memoria del espacio, aquellos
registros anecdóticos que fluyen, a veces de forma tan imperceptible,
que ni siquiera la palabra alcanza a abrazarlos, por ello estos testimonios
se hacen indestructibles y son recogidos, a modo de los juglares,
para que nosotros seamos testigos de su existencia.
Este mismo ser que está inserto en una sociedad donde
prevalecen las acciones de un ser deshumanizado, porque el sistema
lo instala bajo escenarios oscuros, donde la palabra se nos oculta,
con la construcción permanente de tópicos que nos traen: el dolor,
la pobreza, la injusticia, la miseria, la soledad, el caos, para que
los sujetos vivencien la angustia de la pérdida y traten de dar sentido
a sus vidas, incluso allí donde no lo hay. Aún así en estos “Diversos
Instantes del Reino”, hay una voz intimista que nos invita permanentemente
a no abandonarnos a la derrota, el autor nos dice “…Pero aquello no
es otra cosa que una simple presunción, porque todos nosotros sabemos,
desde los inenarrables orígenes del tiempo, que el Águila que Sueña
nada tiene que ver con la vergüenza o la derrota…”
Aquí, el día, la noche, son un suceder lineal que siempre
nos hace vivir planos y verticales, esa realidad se trastoca y nos
aprisiona, cuando al adentrarnos en los primeros episodios de “Diversos
instantes del reino” nos asombra con el personaje eje del hilo narrativo,
“caxicondor”, viviendo 600 lunas y tres lunas más por vivir y una
visión profética de un Águila que sueña localizaciones verbales, anunciando
contradicciones que le van dando una gran dinámica al relato. Lo originario
de una civilización que ha hecho de la apropiación individual el reino
de la lucha, una lucha que se ha expresado en guerra, muerte y exterminio,
haciendo prevalecer el ente que tiene el poder del arma más sofisticada.
Así se nos presenta un reino comunitario, cuyo sentido
existencial es el reconocimiento al suelo como matriz del vínculo
tierra- ser colectivo y que lo defiende como un Aquiles o un cóndor
bravío y el otro, un reino del desertor, cuyo vínculo es generar vacíos
sobre los cimientos de la apropiación, apropiación que aprisiona el
alma y nos hace fecundar, en cada instante la vaciedad, despojado
de la naturaleza y de la vitalidad de la cordillera.
La evolución de Muerteputa, es un desarrollo en círculo
no nos damos cuenta si existe un mañana, y si esta circularidad envuelve
acciones que le den vida a sus haceres, hay como un presente fijo,
como si este tiempo nuestro penetrase en aquellos seres y los acogiera
el inconsciente, o mejor lo invisible de nuestro pasado, lo precolombino,
lo que está fuera de la historia, todo lo vivido, ese mundo originario,
prescrito, por el dominador, y que al sumergirse en el mundo de Muerteputa,
hace que el dominado renazca, con sus mitos, ritos, visiones. Entonces,
en una atmósfera de sueños y evocaciones, las cosas, los ríos, la
cordillera, adquieren otra significación, los iconos generados por
los códigos arcillados por la mano de Manns, desconocidos por estos
narradores invisibles, van dejándonos una iconografía que endulza
la nostalgia, pareciera ser que somos muertos vivos, con los personajes
que en ciertos instantes son historia de nuestros vivos pasados, retrotraídos
en una dialéctica tan lúdica donde el carnaval se convierte en lo
dionisiaco de la vuelta a la vida, el brote de la naturaleza, simulando
un nuevo amanecer. Son seres que vivencian la circularidad de la tierra,
las tres lunas existen en la alegría y en el desvaneo del cristalino
arroyo donde caxicondor los protege, con su fuerza y su invencibilidad.
Cuando se adentra en Muerteputa, uno establece la relación
entre los comuneros y el desertor, éste alejado de su cultura, de
su mundo, es un hombre que no tiene mañana, toda su acción no tiene
significación existencial, vive su superficialidad perfecta. Este
ser indefenso, frente al mundo comunitario que lo percibe desde lejos,
porque el desertor no puede comprender un mundo tan distinto, además
su formación como ciudadano-militar fue lacrado por el poder abusivo
de quien maneja el poder, dicha formación instaló en su ser la animalidad.
Muerteputa guiado y orientado por el Caxicóndor se ha
mantenido sobre “tanto andar, tanto guerrear, tanto navegar, tanto
sufrir, tanto sollozar, para terminar balbuceando estos rústicos consejos
con las muertas lenguas de la herrumbre, al vencedor hiperbóreo Caxicóndor”,
es así como lo relatan estos narradores testigos y a veces protagonistas
del suceder del mundo de la comunidad.
“Ah, Muerteputa!” Como las barracas fundan el renacer
del suelo, la vegetación al aliento de la naturaleza. Al desertor
nada de esto lo conmueve, su lucha es subsistir, no respetando las
leyes, así el Caxicóndor nos dice “No es el huésped el que hace las
leyes, en la casa que lo alberga…” Subvertir el orden, romper y quebrar
el carnaval, que es el alma de Muerteputa, era su intención, pero
no lo logra, porque la fuerza de la comunidad es poderosa, con individualismos
que generan competencias y propiedad, todo es colectivo, la tierra
no tiene cerco, el cerco es el símbolo de la apropiación.
Volver siempre, siempre a la tierra, esos invisibles
límites que demarcan el territorio, como dice el narrador. “Sucede,
sin embargo, que nosotros no ansiamos otra tierra que estas duras,
adustas, agudas, ceñudas, pero amadas colinas, montañas, volcanes
y ventisqueros sobre los cuales vivimos, amamos, soñamos y trabajamos
con toda la pobreza de que somos capaces…”
La comunidad se construyó sobre una historia “inconmovible
y no puede revisarse”, cuya religión sólo es el hombre y la causa
de nuestro pueblo. Toda la existencia de Muerteputa se ha gestado
sobre la unidad, desde el profundo pasado, hasta el profundo futuro,
página tras página los ojos de la conciencia se ven recreados con
esta visión originaria, se van acostando las palabras y la satisfacción
de la lectura va dejando un dejo de reflexión dulce y amargo. La cultura
occidental lenta, pausada camina hacia una catástrofe como dice Nietzsche,
“con una tensión torturada que crece de década en década, incesantemente,
violentamente de frente, como un río que desea alcanzar el fin, que
ya no se desvía, que teme desviarse”. Este sino nos hace nostalgiar
la memoria histórica de un volver al aroma de la tierra, el fresco
aliento de la naturaleza, y como desertores leemos y vivimos este
sueño de reconstruir, por pequeños momentos, los diversos instantes
del reino, con todos sus misterios, sus interrogantes, su mirada filosófica
para volver a instalar los sueños como un camino urgente de recuperar,
porque “soñar es considerado un trabajo de prestigio. No hay impedimento
en el códice oral de Caxicóndor para quien lo desee puede conjugar
ambas formas de vida a lo largo y ancho de su existencia”.
Entonces, el autor vuelve a reconstruir desde la escritura
nuestra compleja realidad, a través de la construcción de un discurso
literario que nos conmueve, especialmente porque mantiene vivo nuestro
ser imaginario y nuestro ser interrogador, cuestionador, reflexivo,
haciendo que estos dos mundos sean capaces de enunciar otros en esta
América que espera recuperar su ser social, para encontrarse con el
otro y desde allí reconstruir nuestra historia, no como espectadores,
sino como protagonistas.
Los invito a leer estas historias que se tejen entre
sombras y luces, entre voces que hablan y aquellas que silencian.
Estas historias que se instalan, con la fuerza de la palabra en los
protagonistas de la vida. Los invito a leer estos reinos de la vida,
cuyo sentido, tal vez no sea explicarnos la existencia, sino vivirla,
sentirla, porque, como nos dice Manns, “Quien olvida prepara todas
sus derrotas futuras”.