Se trata aquí de una crónica novelada, y no de una verdadera novela, al menos, en el sentido en que las concibo hoy en día.
Poco tiempo después de publicar mi trabajo acerca de las masacres cometidas por las Fuerzas Armadas de Chile —incluido el Cuerpo de Carabineros— contra los trabajadores, el campesinado y los estudiantes, a lo largo de más de un siglo,(*) me topé en Iquique —era el verano de 1973— con el geógrafo Freddy Taberna Gallegos, a la sazón miembro de la Comisión de Límites Chileno-Argentina. Preguntó sin ambages por qué no había reseñado la masacre de "Marusia" en la obra aludida. Repuse que no tenía conocimiento de la masacre de "Marusia". Me dijo:
—Es un hito muy importante: por primera vez los trabajadores oponen la fuerza a los masacradores y se defienden con las armas en la mano.
Poquísimos, en Chile y en el exterior, conocían este episodio, probablemente el más sangriento y cruel de las luchas sociales de nuestro país. La prueba es que no se encuentran menciones anteriores a este libro, ni en textos especializados, ni en la prensa de la época, ni en folletos, panfletos, poemas o canciones. La única referencia que recuerdo está comprendida en uno de los films documentales de Heynowsky y Heinemann consagrados a Chile después del golpe militar de 1973. Ese film es posterior a este libro, pero este libro no fue conocido por los cineastas ni siquiera a través de una copia del original. Quien cita allí la masacre de "Marusia" es un obrero entrevistado por los realizadores alemanes en el Norte Grande. Lo hace en una frase breve, aunque absolutamente trascendida de emoción y de fuego, lo que revela que se trataba de un sobreviviente que presenció los hechos.
Trabajando sobre las huellas de "Marusia" me entrevisté poco más adelante con un ingeniero iquiqueño cuyo nombre debo —todavia— guardar en reserva. Este me llevó a conocer las ruinas de la Oficina Salitrera "Marusia". Soy, por lo tanto, uno de los escasos investigadores que sabe exactamente donde se encuentran. También aquel ingeniero me mostró algunas viejas fotografías de su propiedad. En color sepia, figuraban en ellas con indecible dureza e indesmentible veracidad, escenas del fusilamiento colectivo que cerró el episodio. Están descritas más adelante en una pagina especial de la narración. Este mismo fulgurante ciudadano me contactó en seguida —febrero de 1973— con el cuidador de la Oficina-Museo "Santa Laura"; situada en las alturas que dominan el puerto de Iquique. Era un viejo peruano, muy lúcido, también sobreviviente de la matanza de "Marusia". Registré su relato en una grabadora pero extravié la banda durante mi pasaje a la clandestinidad después del golpe del 11 de septiembre.
En La Habana, Cuba, redacté todo lo que recordaba, que no era poco. Así, estimo que más de la mitad de este libro es una crónica de hechos verdaderos, y el resto, reconstrucción novelada, en particular los diálogos, y ciertos pasajes como las conversaciones entre Selva Saavedra y Gregorio Chasqui, el episodio del "Medio Juan", la escena en que Sebastián Colivoro busca refugio en casa de Gregorio, la muerte del "mister" en una calzadilla de "Marusia", la conjura de los pilones, la llegada de los fruteros de la Quebrada de Pica, y otros todavía. En el libro no figuran los errores históricos que se me han imputado, en particular, el discurso de Recabarren en la pisadera de un tren calichero —alta secuencia de la versión cinematográfica de esta novela—. En efecto, Recabarren había muerto casi un año antes de los sucesos, lo mismo que Lenin. Consigno el nombre de Lenin porque está al centro de los debates políticos contenidos en algunas de las páginas que siguen.
Durante el año 1971 dirigí Radio "Coya", en la Oficina salitrera "María Elena". Esta Oficina se encuentra al interior de Antofagasta, en pleno Desierto de Tarapacá, próxima al Campo de Concentración de Chacabuco, habilitado después por la dictadura de Augusto Pinochet. Es así que no me resultan extraños ni el modo de hablar ni la vida cotidiana en una Oficina Salitrera. La reconstitución novelesca opera de este modo a expensas de la realidad. Los nombres de los protagonistas son comunes en toda la Pampa, en particular, el de mi personaje central, que encarnara el gran Gian Maria Volonte. El de Selva Saavedra me lo traje de Temuco en una de las numerosas escarcelas de la memoria. Corresponde a una mujer de carne y hueso a quien me unió una amistad entrañable. Presumo que todavía vive. En fin, lo espero. Hay todavía algo mas: en mi juventud dirigí un piquete de dinamiteros en las faenas de prospección de arcilla, como trabajador de la Fábrica de Ladrillos Refractarios "Lota-Green", de Lota. No me fue difícil reinventar ciertos métodos utilizados en "Marusia" por sus trabajadores para enfrentar los numerosos contingentes de las Fuerzas Armadas que subieron a matarlos.
Freddy Taberna Gallegos, mi primer informante, amigo ejemplar, está muerto. Habían tomado como rehenes a su mujer y a sus hijos inmediatamente después del golpe, pues Freddy habia pasado a la clandestinidad. Con la garantía personal del Jefe de la Plaza de respetar su vida, se entregó. Fue fusilado en octubre de 1973 en un Regimiento de Iquique. Este libro es una forma como otra cualquiera de rendir homenaje a los miles de compañeros alevosamente asesinados desde aquel septiembre aciago, por las balas y las torturas de la jauría pinochetista, tal vez porque, como dice Gregorio Chasqui, "una idea sin armas es más débil que un arma sin ideas".
Patricio Manns Trez-Vella, abril de 1993.
(*) "LAS GRANDES MASACRES", Colección "Nosotros los chilenos", Editorial "Quimantú", Santiago de Chile, 1972.
Primera edición: 50.000 ejemplares.
ACTAS DE MARUSIA
Miguel Littin, México, 1976, 110 minutos
(Película completa)
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Patricio Manns