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detrás de los caballos

Lo extremo es dádiva, peso del calor, lagarto transparente,
su lengua de harapo –muy dentro, muy dentro– enrollándose
en poco, al gestar pulso, pausa, la obertura. Míralo:
su bilis, su lis, flor dorada: menstruación, raja de fuego.
Una perra y su vulva, cono del Fujillama:
salen peces payaso. Se ríen ja-ja; me parto ja-ja. Rápidamente
se introducen en la anémona. Manuel, Manuel: compremos rosas;
los cactus crecidos en el excremento de Lola
subirán. Serán fauces. Compremos rosas, rojas por fuera,
amarillas al interior, guardianas de un huevo.
Se enredarán. Serán costra. Los jazmines.
Buganvilias púrpuras del duelo. Líbrennos del hedor:
tu abuelo moribundo. Esto somos, lagartos disecados al poniente,
su arder, su concepto. Levanto una escama
del traje de camaleón. Verás la llaga de Jesús.
Su influencia, esa ampolla: usamos lejía
para limpiar la terraza. Te enseño mi yambo: esta escama me encierra
en su jaula de grillo. Cri-cri, susurro, restregando mis patas
de atrás y la coda. Simula la coda, pero dar es durar.

Lo extremo, el ágil salpullido, conciencia de vacas
como libros –muescas– ocas abiertas en la vía, moscas
que la gente lee, levantando cejas, frunciendo el labio:
mueca blanca de ángel. La palidez, la vulva
de mi perra, su menarquía, cuando identifica y ladra
al peatón incitándolo: hazle hijos, peatón, humanos
mitad perros. Ese es nuestro mote: Papi y Papá.
La estrella del cielo –su matemática, su nutrición–
vulva de Lola, pétalos barridos para atar.
Esta culpa vuelve como otra planta de riego, algo que cura
sin sanar del todo, sólo lo justo: cuerpo devorado
por adición de verbo. Las cucarachas, nuestro valor.
Las bichas hacen nido en el baño (sobrevivirán
al veneno que le echemos). Barata y no rata.
No te quiero dar asco. Vienes con tu lienzo
–que es tu saber–, me envuelves. No es sudario
la leche de los eyaculadores aferrada al jazmín.

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Tu abuelo está a punto. Los míos –ya muertos–
dicen míranos… (Y el azúcar rancia de sus venas
vuelve alcohol las estrellas más lejanas). Mi abuelo sobre un naranjo:
el árbol florece. Corta ramas pequeñas. Nos dice: úsenlas
para retirar la cutícula. No enconará. Lo intentamos, en sueños.
Los muertos atraviesan la pared de casa,
arrecian sobre goteras, la humedad. Nuestras uñas
se llenan de antiguos: ¿lo ven? Les cuidamos.
Tu abuelo agoniza. En el hospital la cánula
se le enrolla al cuello. Nuestra distancia llena
de tubos parecidos. Tu padre prueba un coágulo.
Tu padre, como un viejo monje, se lleva un trozo de abuelo a la boca.
Con maldad –o bondad lejana, saco de arena
que vuelca sobre un amigo– llora. No es trozo.
No es un trozo. Tu padre prueba un fantasma. De la tripa del abuelo
sale un espectro, ojos amarillos, dos limones
similares a gemas (causa de risa). Va tu padre,
ajusta el gotero, enrolla al fantasma, se lo come.
Ven, me hecho con uno, dice, y llora. El resto
es inicio. Es resto no escampa. Tu madre, peace en peace.
Manuel, compremos rosas, que el abuelo
no aguanta. Un merengue pudriéndose al sol,
abundancia de los eyaculadores tras el sitio.

La vulva de mi perra. El zodiaco. Mis hermanos, pulsos
eléctricos, zigzagueantes, canto de golondrinas, esa rapidez.
Palpitaciones captadas por mis pestañas. Una se me desenrolla,
sube hasta mi cabeza, ausculta las ondas. Entonces las uñas
se agrandan. La del dedo gordo del pie se hincha,
una pantalla estupenda. Aparecen mis hermanos.
Golondrinas, golondrinas, cómo están, les digo. Ellos silban
fiuuuuuuu, ellos silban fiaaaaaaaa. Mi padre come
un trozo de sangre –otro fantasma– pero nacido
de puertas interdimensionales abiertas con sus cejas.
No seas así. No describas a tu viejo, borra esa
palabra del mío. La palabra se borra. Tu padre come
una mosca de algodón y mi padre come una mosca de seda.
Nuestras madres fuman compartiendo el cigarrillo
bajo una rosa de aceite. Nos gritan: “vayan,
detrás de los caballos. No pierdan de pista a los caballos.
Sobre nuestros pies, excrementos fragantes. Abonen las rosas,
los ojos del abuelo. Queremos camas bien hechas”.

 

 

Fue el amanecer. Fue resto –no mendrugo– de algo que es día. Besugo,
que pulsas tu escoria –es tecla–: nacer. Fue esto: yo me ayudo, pero rías
o no, o si no te fías, asbesto es tu médula, tu nombre y su nudo. Madrugo, y
la gloria no llega, no guía, ruta accesoria. Y supones crecer. Merecer
alcaloide, gotita de veneno, el vial de oro, una espina de cloro que me
hará acidez. Hez y poma, hez y poema, cuando sufro y azufre es el olor.
Pavor. Amor. Aroma. Visión de celuloide: diré a mi amigo Benny que
toque su piano. ¿Lo ves? Broma. Lo ha tocado. Broma. Ángel de la nota
es un ángel volado. ¿Al revés? Valor, violar marina, te cayó en el ojo
jugo de mandarina. Emblema de morir. Hay dolor, muertos que se
suben a la silla y comen arvejas. Vino la vieja y sembró semillas al interior
de las bocas de esos pobres caballeros. Lo verdadero es calma, lo cruel
también. Si tienes hiel, si tienes piel, y un cencerro de colgar en vacas,
dale al muerto otra silla, se la pones y se la sacas, le abres la tarasca y se
la llenas de gavillas. Eso es faltar. Es delatar porque el tema es huir. Lo
asumo, pechugo, que te hinchas, palomo: me asomo a ese vuelo y ese
cielo está alto. Salto y penetro en el finestro, perdón, se decía finestra.
Diestro beso, siniestra niñita es tu sombra quemada. Vino la alondra y
quedó embarazada. Vino un palomo y le dio pechuga. Madrugas de
noche y te acuestas de día. Algarabía y derroche, dijo el príncipe en ascuas.
Una aguja de cloro le cosió las palabras. Vino un loro esquelético: su
huevo atlético del que nació una calavera. Acelera, acelera, dijo el príncipe
en llamas. Fue el amanecer, el resto, el mendrugo. Si dices esto yo
mismo te ayudo; pero una bota es mi paso, una bota me oprime. Dime,
Segismundo, en qué mundo botas. Asumo derrota: Benny de Abba hace
gracias de piano –por quererlo estoy sano– pero el logro es un loro, a
mi lado su sitio. Te dice acertijos, ¿o se dicen gusanos? Y como aciertes
–tu ano es un rostro inerte–, te alaba: “haz errado: crucifijo, crucifijo”.

 

 

Lo hecho

No me mires así, no lo he hecho yo. No te he puesto a huevo
para tirarte a la cara un huesito de níspero. No importa lo que pienses
más allá de esas medusas, esas algas volantes que llenan el cuarto,
esas aguadas de humo. Un vidente, captándolas, diría oh yes,
¿es posible?, ¿es posible? Se trata de ectoplasma, ese chico está a punto
de definir lo álgido. Tráeme una tijera

perteneciente a un rabino, un hilo rojo, un dólar de plata.
El resto será suerte, que no cruce por la calle ningún micifuz,
la vecina en busca de una radiografía torácica. No me mires así.
Resulta volátil mi conminación. La hipnosis no ata.
Así estas cucharas dobladas con los ojos, la tostadora de pan,

migajas carbonizadas privilegio del vaticinio. Señorío del éxtasis,
esto serás tú. Un montón de hormigas. Corcheas rotas.
Un olor de sésamo. Lo que huele, en casa, es a uñas yertas,
a cáscaras de sodio desprendidas de un cutis. No lo he hecho yo,
no me mires así. Yo me rasco la espalda con un destornillador,
leo El capital, azuzo con un mondadientes a la mosca de la mierda,

su determinación intrínseca. Qué ingenuo eres, aún llevas el precio.
Llevas pegadas esporas de níscalo. Sacúdete esos pelos de gato.
Me darán alergia. Me darán ganas de encender la aspiradora,
crear un agujero, por truco o trato, y dirás “¡aleluya! Se trata de lo mío.
Eso mismo quería, ser succionado”. Diferente desaparecer

a ser atraído hacia el centro del centro con un solo chupón.
oh yes, es clarísimo. Creamos sin querer una dimensión errónea.
No me mires así, yo también soy torpe. Se trata de ectoplasma,
¿es posible?, ¿es posible? Es tono mayor. No estornudes
esta noche, esas amebas me asustan, hacen ruidos raros
se prenden como fósforo y dejan un punto.

 

 

6. Eso de que te lo claven. Y el hirsuto
Glande cobre vida. No moral la rosa, su recoveco: su petición
–Si es tan amable– de claridad. Lo genuino. Yo estoy
Arriba de la pelota. Me dañaste, pelotazo,
¡Fire in the hole!: cara impresa en el látex. No redimir.
Soldadito de plomo al interior de una sardina.

No con rabia. No vudú sobre el fetiche:
El trato sutil de las moscas.
El profeta escondido en el hocico que se pudre:
Dentera, caja bucal parecida a un xilófono. Si te pulso
Es marcaje. Lo podrido y su espora, su hongo volador,
Dardos invisibles de la grammostola. Cogote de yegua
o guitarrón, no igual que charrasca.

Realidad de un videogame. Lo genuino. La emoción y su
idiolecto. La mansalva de la definición. El púrpura. Lo horroroso.
Qué es el ensañamiento, cuando en los patios, en los
vanos de las puertas, la cerámica se complejiza –efecto mosaico
y sudoración– la tierna suma del laberinto. La lectura o distribución
del daño: lluvias en Madeira derritiendo la isla; la
publicación reciente de un libro: terremoto en Chile, lo
aciago del cieno; mancuerna de 17 kilos; vena hinchada de
un bíceps. La esperanza de transformarse en árbol. Eso de
que te lo. Eso de que te lo.

6.1. Claven. Claven y claros.
La diatriba (libelo o libido). ¿Que aterrice?,
Toma, aquí hay una pómez. Un tomate
Italiano –girando la manivela
De la cortadora de espaguetis. No semanarios
Manchados con harina, dibujos trazados con el dedo
En el vidrio invernal, la epidermis
De hielo sobre el capó de un automóvil.
Eso de que te escupan: te desvirgas. Las vírgenes
Asolan lo posible, paños manchados de sangre:
La perra de compañía intentando tragarse
Una pelota de caucho. ¡Fire in the hole!: marcas de dientes.

Realidad de un videogame. Tu prudencia, tu saña pedagógica,
tu inconsistencia renal, tus cálculos aritméticos, anteojeras o
parabrisas. Para brisas y viento estoy yo con mi mácula –clítoris
como el cacho de un rape voraz– mi soldado de plomo al
interior de su bacante. Es hirsuto. No es hirsuto. Eso de
que lo claven. Glande ocupando el lugar del sol. Ese arrebol.
Ese caracol. Mi gurú y su tercer ojo, instrumento musical.
Ponerle cuerdas a un hacha. Baile de poetas, el sonido métalico
cuando se toca con los dedos la punta de un bisturí bien
sujeto con los dientes. Eso de que te lo. Eso de que te lo.

Vibración:tiling. Vibración: tilong.



 



 

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"La pobre prosa humana".
Pedro Montealegre.
Amargord Ediciones, 2012