Proyecto Patrimonio - 2020 | index | Pedro Montealegre |
Autores |





 



Pedro Montealegre
- [ poemas ] -

Publicados en Antología Sur-Sud. Siete Poetas Chilenos
Plagio Ediciones, abril de 2008




.. .. .. .. ..

Pedro Montealegre (Santiago de Chile, 1975) es periodista. Actualmente cursa el doctorado en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universitat Jaume I, en Castellón, y forma parte de la Unión de Escritores del País Valenciano. Reside en Valencia desde el año 2001. Ha publicado los libros Santos Subrogantes (Ediciones de la Universidad Austral de Chile, 1998); La Palabra Rabia (Editorial Denes, Valencia, 2005), y El Hijo de Todos (Ediciones del 4 de Agosto, Logroño, 2006) y Transversal (Ediciones el Billar de Lucrecia, México, 2007). Ha sido publicado en las antologías El decir y el vértigo (Filodecaballos. Conaculta, México, 2005); Voces del Extremo, Poesía y Vida (Fundación Juan Ramón Jiménez, Moguer, 2006); y Diecinueve -poetas chilenos de los noventa- (J.C. Sáez Editor. Santiago, 2006).

 

8

Escribimos con hastío. Dejamos de explorar. La manzanas
fueron redondas –o previsibles– en el frutero. Las chirimoyas
fueron cabezas: pensaron el amanecer. Las nueces,
pequeños cerebros, ¿reflexionaron algo? El desvarío
nos atraganta con algodón, yodo oscuro en la boca. Taxidermistas
hacen brindis. Formalina. Amoniaco. Una lágrima
que olvida el ángel sobre un hilo. Y nos hastiamos
en la mención del lugar. Manises. Valencia. España.
La historia es la misma: no hay lugar, conflicto;
la revolución: la característica de una lavadora automática.
Los oprimidos son los testículos bajo el jockstrap.
Los hambrientos tienen la nevera llena. Los obreros
sienten empatía por los grupos neonazis. Los inmigrantes
deshojan sus dedos en la noche primaveral. Somos
más simples que flores. En la formulación de la pregunta
aparece una errata. Y es cómodo. Y es incómodo. Da risa
la respuesta. Sudo kerosene, zumo blanco de cebollas.

La libertad pinza el pezón de la memoria. Escribimos. No
lo hacemos más. Juramos que no. Pero el frío congela
la palabra hielo. La rabia desova, un salmón bajo el río.
Es terrible hablar. Escribir siguiendo el ritmo del murciélago.
Las moscas, alfileres volantes, si nos descuidamos
nos atravesarán. Y dirán ellas que es lluvia. Dirán ellas:
¡No hay equilibrio! Zumbarán y el matamoscas
se parecerá a nuestra mano. Pero no. Los crustáceos
nacidos de cuerpos pudriéndose al sol no parecerán
que ganan algo. Los murciélagos serán felices con mirar
–sus ojos de bruja– dos fósforos encendidos, pavesas
al quemar una nalga. Depredadores de moscas
los murciélagos escribirán. Revoloteo sobre el anochecer,
hoja en blanco de la luz –se cuela por la ventana
y atrae a los insectos. Y es cómodo. Y es incómodo
descubrirlo. La verdad, una aguja, instrumento de tatuaje.
Los comunistas han perdido la fe. La izquierda se rompe,
el caramelo de la crema catalana, la cuchara que penetra.
La izquierda, bigotes amarillos por lamer el postre.
El caramelo se quiebra. Caramelo. Acuarela: pintar la risa.
El amoniaco es la lágrima de un ángel enfermo,
tinta de escritura que no sirve para nada –sólo pule el oro,
la plata, empastes de muelas. Caries con verdadera bondad.

 

9

Pensará el eco que fui tras él. Que dije eco, eco, como buscando
un letrero falso detrás del sonido, una madriguera de osos
escondida en la pregunta, animal espiando detrás de la usura.
Quisiste, rey de sables –todo desnudo sobre la carta del pez–
cortarme, dividirme, volcar tu aliento –hielo en polvo.
Y no dejaré. No dejaré: la pregunta rota en púas,
violencia del pinchar, sobre el hijo, hoja rota con alfileres,
dientes de perro deseoso de carne, carne de tierra,
escritura caída desde el lomo de la mosca, mosca larga
bordando la cicatriz, cicatriz de agua contra la piedra,
contra el ojo. Padre labrado en la mirada del bicho,
ráfaga de signos –pretenden herir– anular el valor
herida mía contra la sutura, sutura de cuerpo desligándose,
huida más allá del portal. Quisiste de mí: figura y fraguada,
coger miel, el verbo, crujir el nombre una vez
expuesto a la llama: de ese modo endurece. Quisiste eso,
doblarme como una lengua, comerme para comerte.

Yo no supe bracear. No preferí la asfixia. Las algas fueron
longitud de tráquea. La quisiste vidrio, arrojar una piedra.
Quisiste la triza, cortar la vena del libro.
Trocearla. Hacerla gusano. Pero resistí. Estabas lejos.
La tierra me quería, los troncos de los árboles,
las ganas de aferrarme con las muelas a ellos –taparme la cara
con hojas, lianas, nidos de pájaros. Resistí a tu maldición:
quiero más sin tener más. No es avaricia,
es dar paso sobre niebla, esconderse pero mirando.
Porque me quisiste mal, te antepongo mi escudo, mi escritura rota,
el crujido del blanco, grado cero de arder o nevar.

 

10

Ibas a bautizar todo desde el ano. Saldría la flor violeta
de la pregunta, directamente desde el agujero –sus dientes–
y sobre muertos y vivos –su palidez como pista–
nos preguntaría: quién eres tú, cómo eres tú. Podríamos
pasar la semana. Calle igual. Bautizada con el aliento
de otra boca, la del desagüe, callejón contra mirada, apenas
un solar viejo, semi-grafittiado, nombrado por la ruta
de los micifús. No se contextualiza ni se entiende un temblor
como éste, no hay historia en la arcada donde hubo
antes vértigo, pero del bueno: ver unos narcisos amarilleando
el cemento de la demolición, triza donde ha hecho nido
tierra y humedad. Otro día le llamaremos milagro.

Otro día le llamaremos. Recordar el pavor,
el fantasma de la polución, sus formas reconocibles:
el ciclón –el verano, no tan hermoso como el de Oz–
despeinando la verdad. Algo así: un maniquí olvidado
frente al contenedor de basura; o medio, porque la otra
mitad se rebanó sin motivo aparente: algo parecido
simulas ser. Te ríes en Manises pero vas cortado;
pareces de piel, pero eres de escayola. Mejor dicho:
como el reloj de Dalí, tan blando: ése es el corte, aquello
que te falta, que paseas como la flor, la ruta empapada
por lo que bautizas o no, la lluvia de preguntas
ofrecida por tu ano como una sola gema. La libertad de mirar
la perfección del corte, el tallado, el rubí en boca de los perros.

 

11

Uno escoge el dolor. Lo amaestra –es cachorro:
siéntate. Levántate. Gira sobre el suelo, la tumba si quieres,
ladra aquí, gime allá. El ventilador se atasca por la basura.
Pelusas enredadas en su mecanismo –ellas nos cubrían
no como miseria: era protección– algo así ocurre
con la chica que llora –maldice el teléfono– el muchacho negro
cargando una bolsa, objetos perdidos: rastrea un lecho
a la vera del Sahara. La nube de tormenta: soy como tú.
El relámpago dice soy como tú. Tienes que sacarlo,
un caracol carnívoro, ¿no es tu cordura? La zona de la interrogación
invadida por serpientes, la rabia, labios que te chupan,
asco rodeado de hilos de bordar, una soga, la pureza de una soga,
trenzarla con juncos, palos secos desprendidos de ramas,
no para colgarte; para jugar sí. La mecánica del diazepam
no es dolor ni lo quiero. La probabilidad de acertar
con un golpe es tan poco. Pero vivir favorece. El cachorro
da vueltas persiguiendo su cola. Siéntate. Levántate.
Multiplícate por sombra, aire negro de morder.

Estamos ante su presencia. El miedo articula un sonido de oxígeno,
feroces ganas de aspirarlo. El aire como hermano malo
del aire que sirve. Estamos a punto. La invisibilidad me toma
–su dedo en el esfínter– intenta quitar la piedra, rabia
dotada de miel. Pones miel al interior. La ciudad
se abre. Es amapola. Roja ofrece su negro. Miedo tal
para pétalo cual. Blandura de morir, no. La vista
se repite y tampoco. Me lo he hecho en los pantalones.
Estoy muerto de miedo. Me lo he hecho. La ciudad
se permuta por otra, material parecido a una goma elástica
con la que compondrás una honda, la pequeña uve
de tu dedo medio y el índice. Uno escoge el dolor. Obsidiana
que no fue semilla. La pones en la goma, dedos tensos.
Apuntas, disparas. El sonido de la rabia. Ruta de ir o dividir

 

12

La sanación simplemente. El higo de la soledad echando néctar
sobre la boca que agoniza. La sanación, el nervio
de quien suda de noche. Va a aparecer. Va a aparecer. Vigilas
la sombra –la oscuridad fuera del ojo–, lo impenetrable
del observador, lo que lleva a huir siempre, hocico –agudo–
de cachorro. Que gime. Que busca la parte blanda de la colcha.
Un miedo leve –masticar hierba. Sacar de su cáliz
una flor morada, chuparla por debajo. Néctar
que te sana, cuando se te aparece la letra. Viene
la letra-padre con el viejo sonido de las cerraduras.
Y el espacio clava, púas transparentes de ortigas.
La letra-padre, rumor de zapatillas de levantar.
El talco forma nubes cuando el viento se cuela.
Las polillas, una forma de adiós. La naftalina
es una gema comestible. Tu dolor astilla de a poco
las tejas de alerce. Sientes el hacha partiendo leña.
Pero no estás ahí ni en algún sitio de acogida.
La sanación te sorprende, su forma grotesca: escuchas pasos
a las 5 de la mañana, hasta que se pierden.
Tus oídos de perro dan alarma, la sirena de un barco
que ha chocado contra un iceberg. Son las 5.
La noche se congela. Queda la música suspendida
en un aire sin posible. Luz cortada para siempre:
el contador de electricidad como si se hubiera tragado
un nido de avispas. La sanación rompe la tela.
Enseña una máscara de teatro noh, rictus de muerto
pero en la sola superficie: simular el desmayo
cuando asoma la visión. Y en la mirada hay un muro,
el negativo de una mano dibujada en él,
como si alguien hubiera tosido rociando saliva
contra la palma abierta. El sol que seca esa figura.



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2020
A Página Principal
| A Archivo Pedro Montealegre | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Pedro Montealegre
- [ poemas ] -
Publicados en Antología Sur-Sud. Siete Poetas Chilenos
Plagio Ediciones, abril de 2008