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La literatura como traición: un acercamiento a Estrella Distante de Roberto Bolaño

Por Pedro Montealegre





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No podríamos hablar de Estrella Distante, del chileno Roberto Bolaño (1953-2003), sin antes aclarar una cosa. Desde un punto de vista matemático, Claude Shannon nos habla de que la información se puede medir por la cantidad de ruido y desorden. Es decir, la cantidad de entropía –la dispersión informativa– que lleva una señal en el proceso comunicativo. Aquí se mide su probabilidad de contener datos, de computar, pero no sus intenciones. Esta posibilidad se sitúa en medio de ejes limpios y ecuaciones inmaculadas. Probablemente, la obra de Roberto Bolaño propone una espesura verbal y significativa que se torna problemática a la hora de analizarla, al menos considerando que Shannon pensaba en otra cosa, y si partimos de la base de que nuestra diferencia está también en otro lado. Hablo de la reflexión que se nos produce al enfrentarnos a enunciados tales como que en todo análisis existe una política expresa del develamiento. Este último corresponde, según creo entender, sólo a una propuesta de verdad, una interesada maniobra de clarificación ante materiales simbólicos que de por sí escapan a cualquier intento de legibilidad. En esta novela, la información se desborda, pero no sabemos hasta qué punto nos comunica de una forma fiable.

Esto se produce en la medida de que no hablamos de hechos que podrían ser abordados desde la historia, la antropología, la sociología, etc. Tampoco desde la robótica y necesaria teoría matemática de la información. En este sentido, Estrella Distante, nos propone un escenario donde la escritura es cómplice del terror, donde los escritores forman parte –víctimas o victimario– de la maquinaria represiva que anula al sujeto. Aquí, el proceso comunicativo se define por la “falta” de algo, por una carencia constante y constitutiva cuya revelación difícilmente se puede producir mediante una operación histórica de traducción. Sin embargo, la crítica literaria que define la vanguardia como la experimentación más arriesgada, pierde su centro –se desvirtúa– porque no nos es posible pensarla si quienes la esgrimen no propician la liberación del hombre por medio de ella, como originalmente se concibió. No podemos imaginarla si somos concientes en estas páginas de que la vanguardia –el robo de su espíritu– implica la explotación del pueblo por parte del poderoso, la tiranía, la violencia, la muerte, el miedo.

La otra utopía

En los talleres literarios en los que participan los jóvenes personajes de la novela, se habla de “pintura, de arquitectura, de fotografía, de revolución y lucha armada; la lucha armada que nos iba a traer una nueva vida y una nueva época, pero que para la mayoría de nosotros era como un sueño o, más apropiadamente, como la llave que nos abriría la puerta a nuestros sueños...” (p.13). Los aprendices del oficio de poeta se consideran como autodidactas: aprenden solos y la dinámica de taller es, paradójicamente, un pretexto que les permite llegar a ser así. Al mismo tiempo, un autodidacta siempre está bajo sospecha porque no posee, en apariencia, lo suficiente para considerarse completo o profesional.

Roberto Bolaño, en la voz del narrador, propone la analogía entre el autodidactismo y el sujeto latinoamericano definido por esa falta, esa minusvalía simbólica. Creemos entenderlo, sobre todo, si consideramos que los debates sobre identidad o territorios nacionales, a partir de ópticas pos-coloniales, concuerdan en decir que si algo caracteriza a los latinoamericanos es precisamente esa no-definición, el ser sujetos híbridos en sociedades híbridas. Nos encontramos en la novela con seres incompletos, asumidos autodidactas, como mal augurio de lo que fue su posterior orfandad; que no llegaron a crecer –porque fueron asesinados–; que no terminaron la carrera; que no llegaron a ser poetas; que no hicieron la revolución; que finalmente vivieron en un país inimaginado o extranjero.  Nos encontramos con sujetos  “distantes”, estrellas solas y naufragadas en otro espacio, hablando el lenguaje híbrido del transtierro y que se transformaron en sicarios o asesinos.

Si a la poesía la concebían como una forma de acceder a –o de llegar a hacer– la utopía marxista de la liberación, el golpe de Augusto Pinochet –trauma real que se inserta en la ficción como muchos otros datos–, queda aquí  expuesto como si se tratara de una gramática histórica, que produce un corte simbólico con respecto a esa forma de entender la literatura (y, rodeándola, la sociedad). Esta gramática generó, a su vez, una poética. La primera definió las reglas de lo real y quedó caracterizada por la institucionalización de la represión, el ataque sistemático en vista de la aniquilación total de las ideologías de izquierda, el lavado nacional de todo aquello que huela a marxista, la violación de los derechos humanos, el asesinato, la tortura, la desaparición, el exilio. La poética se entiende, por lo tanto, en cómo los sujetos a través de esas reglas se crearon, se re-crearon, se imaginaron, se visionaron, estableciendo puntos de diferencia descompensados, injustos e irreales: visibilidad para unos, invisibilidad para otros.

En la novela, esto queda grotesca y terroríficamente ejemplificado en la figura de Alberto Ruiz-Tagle, alias Wieder, el personaje principal. Se trata de un teniente de la fuerza aérea que, sin develar su verdadera identidad, forma parte de un taller literario en una capital del sur de Chile. Su interés es real, dado el caso de que escribe poemas y diserta con profundidad sobre poesía en los días previos al 11 de septiembre de 1973. Una vez ocurrido el golpe, mientras sus compañeros y compañeras sufren represión y encarcelamiento, el joven –frío, guapo y elegante militar– considera actos poéticos de vanguardia escribir con su avión frases bíblicas en latín. Asegura que esta lengua “se incrusta mejor en el cielo”. Asesina., también, a jóvenes mujeres poetas de las que pudo estar enamorado, como si se tratara de la gran performance poética que remecerá, según él, las letras chilenas. La utopía de los jóvenes poetas revolucionarios, a la que pretendían acceder desde la literatura, queda pervertida por el quehacer de Wieder. El,  además, recibe elogios de la crítica por sus versos en el cielo, mientras que, por otra parte, sus superiores hacen vista gorda –con sus respectivas cautelas– cuando expone, como una instalación macabra, las fotos de mujeres mutiladas por él ante el selecto grupo de amigos, artistas y periodistas del régimen. Es una forma de sanear la sociedad, de limpiarla de todo aquello nocivo y peligroso a su entender, defendiendo valores fascistas como la patria y dios, y acercándose a ellos mediante su forma de entender el arte y la literatura.

La traición

¿Qué pasa, entonces, cuando leemos que la vanguardia, lo que se cree como vanguardia, se desvirtúa y se trastoca? Probablemente, la respuesta es la revancha o la venganza; sin embargo, pareciera que ésta no se da en clave de acción artística o tampoco es pensada como oposición conflictiva desde la literatura. Pareciera un ajuste de cuentas personal –o grupal– hacia un asesino de parte de sus víctimas. Aquí la literatura pasa a un segundo plano: nuevamente se transforma en un código marginal con el que se reconocen los poetas, los perdedores, dado el caso de que tampoco a Wieder parecen entenderle en las altas esferas del poder. Este personaje, finalmente, continuará buscando una poética desconocida –que aún así no logra completarlo– en otras áreas como la pornografía, en el disfraz, en efímeras revistas nazis, en poemas misteriosos y crípticos.

La vanguardia –la utopía de la vanguardia poética– pareciera traicionar a unos y otros para destinarlos al abandono, a la invisibilidad y a la muerte. Se trata de un arma de doble filo que puede cambiar al mundo o destruir a quienes la esgrimen. En Estrella Distante se produce otro efecto inesperado: a causa de esta avanzada, por una parte inacabada y por otra pervertida, los poetas supervivientes, ya mayores, terminan pareciéndose en el anonimato, en la inanidad y en la rutina. Extranjeros e inmigrantes, reciben la resaca política de un supuesto regreso a la democracia en Chile ya entrados los 90. No obstante, se miran problemáticamente en esa ficción porque tampoco les pertenece ni les importa: “lo encontré envejecido. Tanto como seguramente estaba yo. Pero no. Él había envejecido mucho más /…/ Miraba el mar y fumaba y de vez en cuando le echaba una mirada a su libro. Igual que yo, descubrí con alarma y apagué el cigarrillo e intenté fundirme entre las páginas de mi libro”. (p.152) Los sujetos antagónicos se reconocen en los signos que los han configurado previamente de forma paradojal, porque son los mismos para unos y otros. Sin embargo, los invierten en otro grado de intensidad y con otro compromiso ético: el que fue observador y quien estuvo al acecho ahora es acechado y observado. Pero este acto se produce no a través de una mirada directa, sino a través del espejo de los libros que llevan en la mano, y que parece contarles lo que está sucediendo fuera de ellos.

Probablemente se trate de una novela policial, como la que Estrella Distante parece emular. De hecho, secretamente la emula, porque más bien toma elementos de un texto codificado a la manera de una intriga, aunque ésta no se exponga claramente en las páginas, como tampoco es importante el oculto deseo de venganza que estructura el desenlace. Se trata de un ajuste de cuentas no buscado, inconciente, para con la misma historia local –o nacional–; para con los modelos que definen novela policial, histórica, o política, un ajuste de cuestas en vista de desacreditar –en voz baja– todos esos clichés.

Si la comunicación significa poner el común, la escritura de Roberto Bolaño  nos comunica sobre la tragedia, pero no con solemnidad romántica, sino más bien con ironía. Oswald Ducrot la definía como un juego dialógico entre un sujeto hablante, un locutor y un enunciador. Son tres voces en una, que a menudo se niegan y que se relativizan en el discurso como una manera de tomar el pelo al lector; y eso es, precisamente, lo que creemos ver en esta novela. De ese modo, los personajes pueden o no ser reales, pueden corresponder al autor o no, pueden ser o no los que hablen en el texto, o pueden mutar o sencillamente desaparecer. Podemos encontrar esa ironía, esa comunicación no fiable, ese “autodidactismo” aparente, esa información trunca pero no por ello falsa, lo que hace de esta Estrella Distante una estrella más cercana. Y quizás por eso más dura.



 

 


 

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