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Pablo Parral
Pablo Primavera

Por Francisco Coloane
El Siglo, domingo 3 de diciembre de 1967


 

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El siguiente es el texto del discurso de Francisco Coloane, Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile y Premio Nacional de Literatura, en el homenaje rendido a Pablo Neruda en el Teatro Municipal de Parral, ocasión en que el poeta fue declarado el Primer Hijo Ilustre de la ciudad.

 

Pueblo de Parral.
Pablo Parral, parralino. Pablo primavera!


En nombre de la Sociedad de Escritores de Chile he venido a sumarme al júbilo con que Parral, tu pueblo natal, te designa hijo ilustre.

Tal vez porque puso sobre la hoja del avellano la palabra “eléctrico”, y ya no podemos mirar nuestras selvas sureñas sin toparnos con el fulgor de esa imagen eterna. ¿Con qué derecho un parralino agrega al verde virginal del avellano un destello que para mí no lo tenía? Desde entonces no puedo mirar ese árbol inocentemente. Es como si los ojos de un dios violador de materias vírgenes se hubiera repartido por la fronda, con un don de ubicuidad inquietante. Dicen que así es la poesía, el arte, transformando a la naturaleza para hacérnosla más bella, profunda y fecunda. ¡He aquí cómo desde entonces  el avellano eléctrico se repartió para mí como una llamarada nerudiana por entre mis arrayanes, robles y aún por sobre nuestro canelo ilustre!

Supe por primera vez de Pablo Neruda cuando tenía diecisiete años, allá en Punta Arenas, en las márgenes del Estrecho de Magallanes. Fue en casa de don José Grimaldi, un viejo pionero italiano, algo poeta él también, en cuya biblioteca me encontré con la novela “El habitante y su esperanza”. Un libro editado por Nascimento en 1926. Ya habían salido “20 poemas de amor y una canción desesperada”, versos cuyo destino era el de recorrer el mundo, pues creo que no hay rincón de la tierra donde no se conozcan.

Así empezaba aquella extraña novela: “Ahora bien, mi casa es la última de Cantalao, y está frente al mar estrepitoso, encajonada contra los cerros.

“El verano es dulce, aletargado, pero el invierno surge de repente del mar como una red de siniestros pescados que se pegan al cielo, amontonándose, salteando, goteando, lamentándose. El viento produce sus estériles ruidos, desiguales según corran silbando en las alambradas o den vuelta su oscura boleadora encima de los caseríos o vengan del mar océano arrollando su infinito cordel”.

Después de esa oscura boleadora que el viento del oeste bornea durante todo el año sobre la Patagonia o el cordel infinito que ata a los marineros con el mar, me hicieron amar a ese “habitante y su esperanza”, que aún hoy conservo como una reliquia, encuadernado en cuero, porque don José Grimaldi me prestó el libro y no se lo he devuelto todavía porque él  ya descansa en paz bajo la tierra. Pero traigo su recuerdo hoy aquí, lleno de gratitud por haberme puesto en contacto con el poeta-novelista. Que las raíces del avellano eléctrico le lleven de vuelta el libro que me prestó y con sus hojas eternamente verdes se lo depositen de nuevo sobre su corazón.

Porque quiero contarte Pablo, que yo también visito un avellano cada vez que viajo a mi tierra natal, Chiloé. Está en el cementerio de Huite, donde se encuentra enterrado mi abuelo Feliciano Cárdenas. Llego generalmente cuando las avellanas se encienden de rojo como lamparillas en contacto con tu imagen eléctrica, y de raíz a copa, me comunica con mi abuelo que me sonríe socarronamente desde su caballo rocillo, se desmonta y a mi requerimiento me lo presta como cuando era niño. Monto entonces y salgo a galopar por la orilla del mar hasta llegar al horizonte donde empieza Cantalao. Y allí me quedo, siguiendo un reguero de luz que lleva a tu poesía oceánica.

Porque muchas veces he pensado que el mar Pacífico te hizo poeta, como nuestra cordillera a Gabriela Mistral. He pensado y querido escribir algo que se llamara “El Mar y Neruda”, porque quien ha nacido y se ha criado entre sus olas descubre su resonancia de génesis que trafica por los caracoles de buena parte de tu poesía.

Recuerdo haber contado una vez esta anécdota: hace muchos años viajaba yo en un barco carbonero desde Magallanes hasta Coronel. Una noche, después de la cena, se me quedó un libro abierto sobre la mesa y lo tomó un tercer ingeniero que se sentaba a mi lado. El libro era la novela “Verano 1914” del escritor francés Roger Martin du Gard, al final del cual se insertaba un poema tuyo.

-¿Usted entiende algo de eso?- me dijo de pronto.
- Más o menos- le respondí dubitativamente. Entonces él me leyó un verso: “Llamaría como un tubo lleno de viento o de llanto”. En esos momentos ululaba el viento en la chimenea del barco, en las jarcias. ¿No siente? –le dije- lo mismo que una sirena, eso es el verso. Y al ver que tampoco me comprendía, con un gesto desesperado, tomé una botella vacía que estaba frente a nosotros y soplé en el gollete arrancándole ese ululado de viento o de llanto. El joven ingeniero me miró extrañamente y se dirigió a sus máquinas. Desde entonces también tengo el proyecto de cómo explicar tu poesía.

Tal vez tendría que descubrir, explicar la resonancia del mar.

¿Cómo hacerlo? Seguramente como lo hacen los viejos marineros cuando ya no pueden navegar y construyen con su habilidad mágica esos hermosos veleros dentro de una botella que a ti tanto te gustan. Esta mañana me habría gustado traerle algo así al pueblo de Parral, para ser digno de él y de su hijo ilustre.

Pero conozco sólo parte de esa montaña de poesía que es la obra de Neruda. Mi vida cultural ha sido a salta de mata, como la mayoría de los escritores que hemos tenido que ganárnosla en diferentes trabajos ajenos a la poesía. Otros, expertos y estudiosos, lo han hecho en el extranjero y en el país. Yo he leído algunos y me han dado la medida del valor que ha alcanzado y alcanzará esta obra literaria en la perspectiva histórica de nuestro país, de América y del mundo entero. En los rincones más insólitos del extranjero al decir “Chile” me han contestado “Neruda”.

El avellano eléctrico ha dejado caer ya sus hojas en nuestra música, en el ballet, en la tonada folklórica, en nuestro teatro. Su fulgor ha despertado al leñador Abraham Lincoln, al bandido Joaquín Murieta; a Bolivar, Carrera, O´Higgins, Recabarren y Manuel Rodríguez. Sé que mañana tendremos otras cantatas y otros poemas con otros fulgores. Porque aunque pareciera que lo hubiera cantado todo, la cantera poética de nuestros Pablo Neruda permanece aún intacta, y porque nuestro pueblo, nuestra América aún le está exigiendo con su entrada a la primavera social del mundo.

Tal vez yo también me he encandilado un poco con el fulgor del avellano eléctrico y el árbol no me ha dejado ver el bosque. ¡Sé, que una gota de agua no es el océano! pero soy de mar y la he traído aquí como mi ofrenda a esta tierra parralina por habernos dado a este nuestro Pablo Neruda, así sin adjetivo alguno.

Soy nada más que un modesto prosista que empezó a admirar a Neruda como novelista hace más de cuarenta años. Ha sido para mí un honor hablar hoy en la tierra que lo dio, la famosa tierra de los huasos parralinos. Si algunas lianas nerudianas se me han enredado entre estas frases no es culpa mía, sino de ustedes y de esta tierra, de estos prados y frondas, de estos cielos y estrellas que nos han dado como hoy una primavera eterna. Pablo Neruda, desde hoy su hijo ilustre, huaso parralino que ha apehualado el universo con el lazo de su poesía.



 

 

 

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Pablo Parral / Pablo Primavera.
Pablo Neruda (12 de julio de 1904 – Santiago, 23 de septiembre de 1973).
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