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La magnífica imprenta que imprimió a Neruda
Enrico Tallone
Alberto Tallone Editore
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En 2015 se celebra el quinto centenario de Aldo Manuzio, príncipe de los editores, creador en Venecia de espléndidos caracteres redondos –todavía actuales– y de la cursiva tipográfica, conocida en todo el mundo como “itálica”, cantada por Pablo Neruda en su Oda a la tipografía:
… caracteres de Aldus,
firmes como
la estatura
marina
de Venecia
en cuyas aguas madres,
como vela
inclinada,
navega la cursiva
curvando el alfabeto…
Precisamente en el mismo atelier tipográfico del siglo XVII [1], la editorial Tallone, dirigida por Enrico Tallone, continúa la tradición marcada por la claridad gráfica de Aldo Manuzio y posee también una letra itálica exclusiva, diseñada por el padre Alberto durante el periodo parisino, antes de su regreso a la patria en 1959. Con este carácter, Alberto publicó en 1963 el primer inédito fidedigno del Poeta, Sumario. Libro donde nace la lluvia, seguido en 1968 por La Copa de Sangre, también en tipo Tallone, así como, acercándonos a la actualidad, la Oda a la tipografía, presentada en la casa de Neruda “La Chascona”, en Santiago de Chile en 2010, junto al Director de la Fundación Neruda, Fernando Sáez y al filósofo Sergio Vuskovic Rojo, amigo de Neruda, en la que por primera vez aparece la trascripción inédita del discurso que el Poeta pronuncio el 12 de noviembre de 1970, en la inauguración de la feria de las ediciones Tallone que el mismo promocionó en Santiago (Homenaje al libro y a Alberto Tallone, en Oda a la Tipografía, Alberto Tallone Editore, 2010):
Hablando de Gutenberg y de la invención de la imprenta, Lamartine tuvo una bella frase: “La imprenta es el telescopio del alma...”. Telescopio que nos comunica a nosotros los hombres con el secreto pensamiento del pasado, con la actividad del presente y el misterio del futuro.
Estos libros que se llaman “de lujo”, que muchas veces tenemos la inclinación de condenar porque parecen ser solo para unos iniciados, no en el camino de la gran expansión del libro popular, papel de ellos que haya libros por millones y millones, que los libros caigan y se repartan por todos los caminos, por todas las casas; el dolor debe ver llevar al libro cada vez más lejos, el libro que hace el gran trabajo del pensamiento, el trabajo errante del pensamiento. Pero, hay la tradición del libro hermoso, del bello libro, de la obra perfecta en el libro, como la hay en la pintura y en la escultura. Obra del hombre. A quien muchos y maravillosos artistas han dedicado su vida.
Entre estos estuvo Tallone de Italia. Tallone de Italia, para muchos de ustedes es solo un nombre; para mí significa muchísimos recuerdos. Le admiré desde antes de conocerlo: sus hermosos libros, su inmaculada tipografía creada por el mismo; como los Gutenberg, también creó a sus copias tipos. Y nunca pensé que la vida me daría tan alto honor como el camino de mis libros.
Algunos fueron impresos por él mismo. Y así fue que un día recibí invitación de él. Vivía cerca de Turín, “presso Torino”, en Alpignano, y allí llegamos, bajando del tren, con Matilde. Sí, sabía dónde estaba la casa, más el impresor me dijo: está por este lado. Allí llegamos, pero de pronto me sentí turbado, porque, no podía ser: había una locomotora con vagones y la locomotora estaba echando humo. Yo le dije a Matilde: “Nos equivocamos, ésta es la estación del pueblo”. !No, señor! Entre otras cosas el gran Tallone coleccionaba locomotoras y había encendido la locomotora para que el humo me anunciara su casa desde lejos.
Pasé a la sala clara en que hay quien trabajaba, el inmenso taller: reproducción casi exacta de la imprenta de Gutenberg. Las grandes mesas, los tipos que se cambian de mano a mano, depósitos del fragante papel maravilloso que produce Italia.
Y luego la conversación, con la cordialidad del vino, el blanco vino de la región de Turín. Pero, su amor por la tipografía, su vocación inmensa de impresor, su dedicación absoluta a cada página de sus libros, era eso lo que llevaba Tallone como una radiación ardiente dentro del alma. Se apagó aquella luz europea, se apagó aquel humanista hace poco tiempo y dejó inconcluso un libro que hice especialmente para él, La Copa de Sangre.
Blanca Tallone me comunicaba, con la muerte del maestro impresor: “Alberto nos ha dejado, pero yo continuaré su libro y continuaré la imprenta de Tallone en Alpignano, como responsable de este gran edificio de la belleza, de este gran taller, de esta gran cualidad de la tipografía talonesca”.
La de Tallone, habiendo tantos expertos, maestros de la tipografía, aquí era la más luminosa, la más clásica, la de mayor rigor, la de mayor exigencia. La mínima falta era un pecado para los libros de Tallone, una tontería, una grabaría que resaltara de cada línea impresa. Para decirles, que algunos de mis libros se los tenía por seis meses, porque un solo acento estaba inclinado de una manera diferente de la que debía tener, para volverlo a su posición verdadera. La exigencia, el decoro, la belleza suprema de sus libros son algo impresionante. Imprimió todos los clásicos italianos y muchos de los grandes poemas de Francia, como Ronsard.
Pero fue en imprimir los grandes italianos, desde Dante hasta Machiavelo, desde todos los ramos de la maravillosa literatura de Italia, en donde él tuvo su mayor excelencia. Aquí, pues, dejo entre vosotros un nombre inolvidable para mí, que ahora nos ilumina con su obra.
Neruda apreciaba las obras de Tallone desde los años cuarenta, cuando ambos estaban en Paris, aunque el acercamiento personal no se dio hasta 1963, con ocasión de la primera visita del Poeta a la nueva casa-oficina que había sido trasladada hacía poco de Paris a Alpignano e inaugurada por el ex presidente de la República Luigi Einaudi, el 15 de octubre de 1960. Tanto en las estrellas negras de la tinta como en las doradas de la poesía estaba escrito que el encuentro entre el forjador de palabras y el director de libros se hiciese un día realidad: rabdomanticamente unidos por elecciones estéticas mucho antes del encuentro, en 1938 sucedió que, en un momento crucial en la vida del poeta, durante la guerra española, se imprimió en el monasterio de Montserrat uno de sus libros de poemas (España en el corazón) para cuyo frontispicio el mismo Neruda eligió las nitidísimas fuentes tipográficas clásicas Ancien Romain; en el mismo momento en que, en Paris, Alberto utilizaba estas mismas fuentes, fundidas en la célebre fundición Deberny & Peignot, para el frontispicio de los Poemas de Ugo Foscolo.
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Con motivo del quinto centenario de Ado Maurizio y en homenaje a su genio, el Editor quiso componer Le Avventure di Pinocchio de Carlo Collodi, recientemente salidas de la imprenta, con 420.000 caracteres Garamond (después de 12 meses de elaboración a mano) de la célebre fundición Debery & Peignot de Paris, cuya forma se inspira en la fuente del Renacimiento Aldino.
Componer a mano e imprimir una obra maestra de la literatura infantil como lo es Pinocchio, necesita una dirección que, pasando por las elecciones filológicas correspondientes, tenga en cuenta la cantidad de caracteres necesarios, la elección del formato, la estética en la disposición de las páginas, la elección de las ilustraciones y del papel sobre el cual imprimirlo, encomendando a éstas la tarea de preservarlo y transmitirlo.
A pesar de los innumerables caracteres móviles de los que disponía la Editorial, éstos resultaron insuficientes para la composición de las más de 300 páginas de la obra. Este problema se solucionó duplicando el ciclo de descomposición-composición, corrección, e impresión para los capítulos sucesivos al XVIII, lo que supone, por un lado, un número virtualmente infinito de caracteres y, al mismo tiempo, una dilatación del tiempo necesario debido a la intrínseca lentitud del trabajo manual. Esta operación era una costumbre de los tipógrafos-editores de los siglos XIV y XV, cuya dotación de preciosos caracteres solo era suficiente para la composición de cuatro, ocho o dieciséis paginas a la vez.
Del Pinocchio se imprimieron 450 ejemplares en seis tipos diferentes de papel de la más alta calidad, producidos en Piescia, en Val di Nievole, municipio al que pertenece Collodi, lugar de origen de la familia del autor que, ligado afectuosamente a la pequeña aldea, tomó prestado de ésta su seudónimo[2]. De este modo, el Editor ha querido unir de forma indisoluble la obra al conocimiento centenario del papel de la región toscana que acoge la Fundación Nacional Collodi y el Parque de Pinocho.
Por otra parte, en homenaje al color del cabello del Hada protagonista de la obra, 190 ejemplares se imprimieron en un papel de color azul de algodón puro creado adrede en Aci Bonaccorsi, a los pies del Etna, donde la fábrica de papel Cartiera di Sicilia recoge el agua pura del río Alcantara que desciende desde el volcán.
En vista de las numerosas adaptaciones y versiones conocidas que carecen de las efectivas y coloridas expresiones toscanas, la edición se mantiene fiel al texto original, el único realmente revisado por el autor, publicado en Florencia en 1883. Siendo conscientes de la creciente hibridación de la lengua italiana debido a la adición de vocabulario inglés, reencontrar la expresividad de la lengua toscana resulta beneficioso para la apreciación de la riqueza lingüística italiana, conditio sine qua non para poder convertirnos en ciudadanos, sino del mundo, al menos de Europa, en un intercambio y enriquecimiento mutuo.
Entre las muchas interpretaciones que el cuento de Collodi sigue inspirando entre los artistas de los cinco continentes, para esta edición se eligieron 77 ilustraciones dibujadas por Carlo Claustros en 1901 y grabadas en madera por Adolfo Bongini, famosas por su expresividad y precisión. En el interior de algunos ejemplares de la edición, también se incluyeron dibujos originales realizados expresamente y con acuarelas por Fulvio Testa, así como las creaciones de otros artistas inspiradas en diferentes episodios de los cuentos de hadas; éstos, mediante diversas técnicas, enriquecieron el nuevo Pinocchio esbelto y de fuerte identidad, de ningún modo coherente con los cánones de la industria editorial: lo hicieron en homenaje a Carlo Collodi que, desentendiéndose de reglas ortográficas, así como de toda restricción y formalismo, despejó el campo de la pedagogía más formal y pedante, renovando la literatura infantil (y mucho más).
Para informaciones: <www.talloneeditore.com>.
-Artículo aparecido en el suplemento virtual n°11 de Cuadernos Ibero-Americanos, marzo, 2015.
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Notas
[1] El taller, con su rica y diversificada dotación de caracteres originales, herramientas tipográficas y prensas que hoy siguen funcionando, la fundó en Dijon, en la época de la Revolución Francesa, Jean Baptiste Noellat. A él le sucedió Nicolás Odobe en 1827, seguido por Charles Brugnot, Duvollet-Brugnot, Lazare Loireau-Feuchot y Jean-Emile Rabutot, de cuya actividad se hizo cargo Victor Darantiere en 1870 y su hijo Maurice en 1908, quien, a su vez, se la dejó a Alberto Tallone en 1938.
[2] Carlo Lorenzini conocido como Collodi.