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Pablo Neruda, lector antilibresco[1]

Por Darío Oses
Fundación Pablo Neruda
Publicado en A Contracorriente, Vol 8 N°1, Fall 2010





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Neruda fue un gran lector y además, bibliófilo. Pero en 1954 decía: “Mi generación fue anti-libresca y anti-literaria por reacción contra la exquisitez decadente del momento”.[2] En su “Oda al libro” proclama: “Libro, cuando te cierro/ abro la vida...” o “Libro, déjame libre”.

En otras partes, en cambio, exalta al libro. En su “Oda a la tipografía” habla de las letras “extendiendo / el tesoro acumulado, / esparciendo de pronto / la lentitud de la sabiduría / sobre la mesa / como una baraja, / todo el humus / secreto /de los siglos...” En Memorial de Isla Negra, escribe: “Los libros tejieron, cavaron,/deslizaron su serpentina /y poco a poco, detrás /de las cosas, de los trabajos,/surgió como un olor amargo/ con la claridad de la sal/ el árbol del conocimiento”. Y en Confieso que he vivido, anota: “Me place el libro, la densa materia del trabajo poético, el bosque de la literatura...”

Así, sobre “el humus secreto de los siglos”, Neruda hace crecer “el árbol del conocimiento”, por una parte, y “el bosque de la literatura” por otra. Esta distinción me parece de primera importancia, ya que Neruda fue un gran lector de poesía y de novelas. Pero también leyó y mucho, libros relacionados con el árbol de conocimiento, historia natural, historiografía, obras de taxonomía y libros de exploraciones y de viajes. Y estas otras narrativas no sólo son textuales. Los libros que tuvo el poeta están lleno de grabados, de planos y de mapas. Neruda leyó las ilustraciones y ésta podría ser la transición hacia su lectura más importante: la lectura del mundo.

Neruda se deslumbró también con la materialidad el libro, con su visualidad y su consistencia, y con los oficios y las artes del libro. En “Oda a la tipografía”, rinde homenaje a los impresores clásicos: los Aldos, Bodonis y Elzevires. El tono de esta oda es de celebración del soporte material de la palabra y también de lo que se ha llamado la “galaxia de Gutenberg”, es decir, un universo plasmado por la palabra escrita: “Debajo/ de las nuevas pirámides escritas/ la letra/ estaba viva,/ el alfabeto ardiendo...”

El poeta celebra este mundo donde la letra llena “el corazón y los ojos” de los hombres y tiene la capacidad de fecundar a las cosas, al canto y a la memoria, y además posee una potencia emancipadora: “La letra/ fue la madre de las nuevas banderas, /las letras/ procrearon/ las estrellas/ terrestres/ y el canto, el himno ardiente /que reúne /a los pueblos/...

Sin embargo, este poeta deslumbrado por el libro se declara antilibresco. El 24 de abril de 1929, Neruda le escribía desde Ceilán una carta a Héctor Eandi, en la que decía:

Borges, que usted me menciona, me parece más preocupado de problemas de la cultura y de la sociedad, que no me seducen, que no son humanos. A mí me gustan los grandes vinos, el amor, los sufrimientos y los libros como consuelo a la inevitable soledad. Tengo hasta cierto desprecio por la cultura, como interpretación de las cosas, me parece mejor un conocimiento sin antecedentes, una absorción física del mundo...”[3]

En 1941, tradujo algunos versos de Canto a mí mismo en los que tal vez reconoció sus propias reticencias librescas: “No seguirás en lo sucesivo/ recibiendo las cosas de / segunda o tercera mano, ni/ mirarás a través de los ojos de los muertos,/ ni te alimentarás de los espectros / que yacen en los libros...”

En materia de lecturas, el poeta expresó algunas preferencias y aversiones generales. En Confieso que he vivido escribe: “Me place el libro (...) pero no las etiquetas de las escuelas. Quiero libros sin escuelas y sin clasificar, como la vida.” Y en esas mismas Memorias, anota:

Nunca he tenido interés en las definiciones, en las etiquetas. Me aburren a muerte las discusiones estéticas. No disminuyo a quienes las sustentan, sino que me siento ajeno tanto a la partida de nacimiento como al post mortem de la creación literaria. "Que nada exterior llegue a mandar en mí’ dijo Walt Whitman. Y la parafernalia de la literatura, con todos su méritos, no debe sustituir a la desnuda creación.[4]

Para Neruda parece haber dos tipos de textos y dos tipos de lecturas: aquellas directas, sencillas, transparentes, legibles, casi naturales y las otras, las que se hacen con la mediación de aparatos analíticos, lecturas dirigidas por escuelas, libros encasillados por las clasificaciones.

También habría textos más o menos apropiados para uno y otro lector. Así, la poesía, capaz de reproducir “el fuego y la fertilidad” de la naturaleza, merecería una lectura afín con esa potencia reproductora: “en la casa de la poesía no permanece nada sino lo que fue escrito con sangre para ser escuchado por la sangre”, apuntó el poeta en uno de los prólogos de Caballo Verde para la Poesía[5] y ésta escucha por la sangre es, desde luego, una posibilidad de lectura.

“Libros sagrados y sobados, libros/ devorados, devoradores, / secretos,/ en las faltriqueras: / Nietzsche, con olor a membrillos, / y subrepticio y subterráneo, / Gorki caminaba conmigo.” En estos primeros versos del poema “Los libros”, de Memorial de Isla Negra, se advierte una posible conciliación entre lo libresco y lo antilibresco del libro que aparece como secreto, pero en las faltriqueras, donde se llevan las cosas de uso corriente. Nietzsche devuelto a la corriente cotidiana por su proximidad con el membrillo, y Gorki, por un lado “subrepticio y subterráneo”, pero caminando al lado del poeta.

Para Neruda la lectura fue una forma inicial de apertura hacia el mundo. Desde su habitación de niño, en el aislamiento de la noche y de la lluvia, despegaba hacia las islas de los piratas de Mompracem. La lectura fue la primera forma del viaje. En ella iba encontrando lugares insospechados, regiones de misterios y maravillas: “La vida y los libros poco a poco me van dejando entrever misterios abrumadores”—escribió al recordar sus primeras lecturas.

Su biógrafo Volodia Teitelboim indica que el joven Neruda "salta desordenadamente" desde los libros de aventuras a Vargas Vila y luego a otros autores, como Strindberg y Felipe Trigo. El tránsito desde Salgari a Trigo, podría coincidir con el paso a la adolescencia del poeta, y con el despertar de su sexualidad. Tal vez la lectura de autores como el sicalíptico Felipe Trigo, anticipó el conocimiento del amor y la sexualidad. Es posible que ésta y aquél sean parte de los “misterios abrumadores” a que se refiere el poeta.

Desde muy joven Neruda comienza a construir su propio canon, con la lectura de Whitman, Rimbaud, Mayakovsky, Baudelaire, Víctor Hugo, luego Shakespeare, Quevedo, Góngora, Ercilla, Villamediana, Lautremónt, Darío y algunos otros autores a los que siempre vuelve.

Sus lecturas infantiles de libros de aventuras, continuaron en la juventud con otros autores: principalmente Loti y Conrad, y posteriormente en Melville, Stevenson y con los muchos libros de expediciones marinas, viajes de exploración e historias de piratas que el poeta dejó en sus bibliotecas.

En 1927 viaja a Oriente, a los mismos parajes que ya había visitado imaginariamente a través de los libros. En una carta a Eandi le dice que se siente como uno de los vagabundos de Conrad. Las mujeres árabes que encuentra en Port Said le parecen “una resurrección más bien triste de las lecturas de Pierre Loti”. Y en una crónica de viaje escrita en Singapur, comenta con desolación que el malayo ya no es noble sino servil. “Eso han devenido los viejos héroes piratas: ahí están los nietos de los tigres de la Malasia. Los herederos de Sandokán han muerto...” anota.

Neruda siempre está contrastando el mundo con sus referencias literarias. Los libros, lo mismo que el planeta, contienen a los seres y a los objetos del mundo. Cuando el poeta abre sus atlas de historia natural, encuentra pájaros, peces, moluscos, animales de todos los continentes y los mares. Sus propios libros—los de su autoría—sobre los pájaros, las piedras, el océano, son una forma de leer el mundo natural. Los límites entre la lectura de libros y la lectura del mundo se van haciendo cada vez más tenues.

Asimismo, su proyecto totalizante de hacer el inventario poético del mundo, requirió tanto de la experiencia directa de la vida como de los libros, y puede encontrarse cierta correspondencia entre el poetizar la compleja diversidad del mundo, y el reunir las enciclopedias y bibliotecas, que por una parte dan cuenta de ese mundo y por otra son parte de él. Los libros y el mundo aparecen así como dos infinitas cajas de sorpresas que se contienen mutuamente: el poeta abre el mundo y encuentra libros, luego abre los libros y allí está el mundo.

Creo que Neruda resuelve su propia contradicción de lector antilibresco, construyendo cierta continuidad y consistencia entre sus lecturas, sus viajes y su observación y experiencia directa del mundo, hasta el punto de llegar a leer el mundo. Por otra parte los libros le aportan a su creación poética, ciertos modelos como el de la enciclopedia, los libros de exploraciones y viajes, y los repertorios, catálogos y taxonomías del mundo natural.

Todos estos intentos de conciliar las contradicciones de un lector antilibresco se ponen a prueba ante el testimonio poético más enigmático sobre la lectura de Neruda, que se encuentra en el poema “El sobrino de Occidente”, del libro Cantos ceremoniales (1961). El poema se inicia con el relato de un tío que trae uno de esos libros, que abren el camino hacia el mundo: “El libro era Simbad el marino y supe de pronto/ que más allá de la lluvia estaba el mundo...” Más adelante vienen estos versos inquietantes:

Pregunto libro a libro, son las puertas, hay alguien
que se asoma y responde y luego no hay
respuesta, se fueron las hojas,
se golpea a la entrada del capítulo,
se fue Pascal, huyó con los Tres Mosqueteros,
Lautréamont cayó de su tela de araña,
Quevedo, el preso prófugo, el aprendiz de muerto
galopa en su esqueleto de caballo
y, en suma, no responden en los libros:
se fueron todos, la casa está vacía.
Y cuando abres la puerta hay un espejo
en que te ves entero y te da frío.


Desde luego, son versos crípticos, pero me atrevo a conjeturar que aquí aparece la muerte como el silencio de los libros, la muerte como los libros vaciados de palabras, de personajes y de autores, y ante ella, este lector desnudo de lecturas, se encuentra con su propio reflejo especular, también vacío.

El poema es apocalíptico. Termina diciendo que el mundo tomó un gusto de gusanos y ya no tuvo más hierba ni rocío. Tal vez Neruda, como vate, adivinó el apocalipsis como la muerte de la lectura que deja a los libros, a los lectores y al mundo vacíos.


 

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Notas

[1] Ponencia en el Encuentro Internacional: Poesía y diversidades. Perspectivas críticas en el bicentenario. Santiago, Universidad de Chile. 30 de agosto - 2 de septiembre, 2010.

[2] Neruda, Pablo, “El rector ha tenido palabras magníficas...” Discurso pronunciado en la donación de su biblioteca personal a la Universidad de Chile, 20 de junio de 1954. Obras completas de Pablo Neruda, Tomo IV, Nerudiana dispersa I. Edición de Hernán Loyola. (Barcelona. Ed. Galaxia Gutenberg Círculo de Lectores, 2001), 948–949.

[3] “Carta de Neruda a Héctor Eandi”, 24 de abril de 1929. Obras completas de Pablo Neruda, Edición de Hernán Loyola. T. V, Nerudiana dispersa II, 942–943.

[4] Neruda, Pablo, Confieso que he vivido (Barcelona. RBA Editores, 1999), 457.

[5] Neruda, Pablo, “Conducta y poesía”. En Caballo Verde para la Poesía, N° 3, Madrid, diciembre de 1935. Obras completas de Pablo Neruda. Edición de Hernán Loyola. Tomo IV, Nerudiana dispersa I, 384 .


 

 



 

 

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