"Pueblo mío, verdad que en primavera/ suena mi nombre en tus oídos/ y tú me reconoces/ como si fuera un río/ que pasa por tu puerta?", escribe Pablo Neruda en "Cuándo de Chile", poema escrito en los últimos días de su exilio y publicado en Las uvas y el viento, en 1954. En él, Neruda entrelaza su nostalgia por la patria perdida con la esperanza de un cambio político en ella. De gran belleza y sentido, algunas de sus estrofas circulaban impresas en afiches de papel, cobre o láminas de corcho en los años ochenta, cuando el poeta ya estaba muerto, pero otros miles de chilenos repartidos por el mundo añoraban volver a su tierra. "Ay Patria, sin harapos,/ ay primavera mía,/ ay cuándo/ ay cuándo y cuándo/ despertaré en tus brazos/ empapado de mar y de rocío".
En plena Guerra Fría, el gobierno del radical Gabriel González Videla promulgó la Ley de defensa permanente de la democracia —conocida popularmente como "Ley maldita"—, que dictaminaba la ilegalidad del Partido Comunista, pese a haber llegado al poder con el apoyo y la colaboración de esa colectividad política. Neruda no se guardó epítetos para denostar al presidente —así como antes lo había ensalzado en el poema "El pueblo lo llama Gabriel"—, y lo hizo con toda la resonancia que le otorgaba su lugar en el Senado, lo que culminó con su famoso discurso titulado "Yo acuso", usando la expresión de Émile Zola. Aunque ahora resulte inverosímil, entonces no era extraño que se eligieran poetas, narradores o intelectuales para representar al pueblo en el Congreso y que estos fueran capaces de citar a los autores clásicos.
El "atrevimiento" de Neruda, convertido a esas alturas en "el" poeta del PC, en desmedro de Pablo
de Rokha, militante leal pero su archienemigo, fue castigado con el desafuero y más tarde con una orden de detención. Como toda la biografía del premio Nobel chileno, su presencia encubierta en casas de amigos junto a Delia del Carril, la Hormiguita, y el episodio de su huida a caballo a través de un paso cordillerano y con identidad falsa han sido profusamente comentados e investigados. Lo mismo ocurre con la creación del Canto General, que empezó a escribir en 1938, se publicó en México en 1950 y circuló de manera clandestina en Chile. El anecdotario es abundante y de él han dado cuenta sus numerosos biógrafos y amigos, como Volodia Teitelboim, José Miguel Varas, Hernán Loyola. O René de Costa y Emir Rodríguez Monegal, entre los extranjeros.
A pesar de su cercanía cronológica, la monumentalidad y vocación latinoamericana del Canto General —considerado por Neruda su libro más importante— se distancian de la alabanza al socialismo que registra en Las uvas y el viento y cuya inspiración surge de su periplo de exiliado a través de lugares diversos: Checoslovaquia, Unión Soviética, Hungría, México, Rumania, Italia, Francia, República Democrática de Alemania, Polonia, donde recibe el Premio Internacional de la Paz por el poema "Que despierte el leñador". Ya de vuelta en Chile obtiene el Premio Stalin de la Paz.
De manera anónima, en la misma época publicó en Italia Los versos del capitán, dedicados a exaltar su amor por Matilde Urrutia, mientras en Chile ya lo esperaba su segunda esposa, Delia del Carril. Política, militancia, exilio, amor, cantos épicos latinoamericanos se expresan en la voz de este artista monumental que por querer abarcarlo todo, también escribió páginas prescindibles.
Pero así como muchos de esos versos que no aportan a su obra, e incluso opacan la excelencia de otros, permiten conocer al poeta en su totalidad, con sus alturas y llanos, sus conductas hoy cuestionadas y censuradas —aunque él mismo las hubiera "confesado" en sus memorias hace casi cincuenta años— dan cuenta de la persona que fue Pablo Neruda, con luces y sombras, como todos y todas. Cabe preguntarse, además, si habría llegado a ser el poeta que fue, leído y admirado en el mundo entero, sin esas fisuras que formaban parte de él.
"El mes de octubre ha llegado hace/ tan poco tiempo del pasado octubre/ que cuando éste llegó fue como si/ me estuviera mirando el tiempo inmóvil", escribe Neruda mientras se encuentra a miles de kilómetros de su país, cruzando la estepa siberiana. Y recuerda, nostálgico: "En mi país la primavera/ viene de norte a sur con su fragancia./ Es como una muchacha/ que por las piedras negras de Coquimbo,/ por la orilla solemne de la espuma/ vuela con pies desnudos/ hasta los archipiélagos heridos./ No sólo territorio, primaveral llenándome, me ofreces./ No soy un hombre solo./ Nací en el sur". En este octubre que se inicia, en esta primavera nuestra, y a cincuenta años de su muerte, traigamos de vuelta a Pablo Neruda, volvamos a su poesía, no lo dejemos solo. A cambio, también nos sentiremos más acompañados.
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Por María Teresa Cárdenas
Publicado en EL MERCURIO, 8 de octubre de 2023
