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LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DE NERUDA
LAS DUDAS Y EL TIEMPO

Por Jorge Carrasco



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En una entrevista televisiva el amigo y biógrafo de Neruda, Jorge Edwards, afirmó que cuando Salvador Allende fue elegido presidente de Chile, Pablo Neruda le expresó: “Lo veo todo negro”.

Las fuerzas de izquierda habían llegado al poder y uno de sus líderes más queridos había perdido la confianza en el proyecto socialista. ¿Qué ideas y circunstancias alentaron su pesimismo? ¿Qué había pasado para que, según la imagen del propio Edwards, el revolucionario convencido se transformara en una especie de cardenal togado que cumple con la formalidad de los ritos religiosos pero que carece de toda fe?

Este trabajo intenta mostrar, brevemente, su evolución política e ideológica desde su origen y en sus diversas  etapas. El recorrido nos mostrará a un Neruda flexible en su inmovilidad ideológica, ajeno al dogma y a la obediencia ciega. Es opinión compartida por muchos estudiosos de su obra asumir que Neruda fue un revolucionario inclaudicable, seguro de sus ideas políticas, festejado por la complacencia y el ditirambo de gobernantes izquierdistas. Pero vamos a ver que su aparentemente sólida posición doctrinaria estaba llena de porosidades, dudas y desencuentros, y que su relación con el poder, incluso el de izquierda, le ocasionó muchos sinsabores.

A través del tiempo, el dogmatismo fue perdiendo consistencia, combatido desde adentro por su ingobernable conciencia, por su apego inquebrantable a los valores que fundaron su compromiso.

Este trabajo se basará, para confirmar los argumentos, en la expresión del poeta. En Neruda, como en pocos poetas, obra y existencia estuvieron siempre ligadas. En su obra hallamos todo lo que el poeta vivía, imaginaba, sentía y pensaba. Es justamente a través de un repaso de sus poemas como vamos a encontrar su posición precisa, circunstancial a veces, profunda en otras, en el contexto de todo su panorama ideológico.

Desde los primeros poemas manifiesta “una sensibilidad abierta al dolor y al sufrimiento de los demás, un ánimo de identificación y de redención de las tristezas ajenas“, según opinión de Hernán Loyola, uno de los principales estudiosos de su obra. Agrega Loyola que el propósito inicial de Neruda era “oponer el poderío del canto lírico a las fuerzas sórdidas que envilecen la realidad. En cambio, como buen anarquista, desconfiaba de la acción y de la lucha organizada”.

Su tendencia política no se decidió por un hecho abrupto. La conciencia social de Neruda fue precoz. Ya en su adolescencia se rebela contra la injusticia y la explotación del hombre por el hombre. Y en un texto que no apareció en libro, escrito en la adolescencia, manifiesta una postura antimilitarista que más adelante desarrollará en la última etapa de su vida.

Aún se detuvo a interrogar a otro hombre.
Y éste le dijo: -Soy soldado. En la paz no hago
nada, en la guerra, mato. Encarno la Fuerza de
la lucha con la Idea. Soy el recipiente del
Pasado. Por dos cuartas de tierra mataré
hombres, destrozaré ciudades, robaré, violaré,
moriré. Mando sin "para qué" y obedezco sin
"por qué". Soy soldado.
Y díjole el Maestro: -Hermano, desgarra tu
vestidura de guerrero, arroja tus armas y
rebélate, que estás ahogando el Porvenir.
Pero el soldado no le escuchaba.  

El sentimiento solidario, sin embargo, todavía es vago, ambiguo, y sólo da cuenta de la angustia general que padece el poeta. Esta angustia traspasó varios de sus libros: Crepusculario, Veinte poemas de amor, el ciclo de las tres Residencias, entre otros.

Su militancia comunista comienza en España, después de su llegada en 1934 para hacerse cargo de su cargo consular. Allí Neruda, aunque ya casado, conoce a Delia del Carril, una argentina descendiente de ricos hacendados que se había hecho comunista. “La comunista era ella”, dijo alguna vez Rafael Alberti, el poeta comunista español que se convertiría en su amigo y en una especie de instructor de doctrina, y agregó que por entonces Neruda era muy tibio en cuestiones políticas.

La entrada en el partido comunista fue un hecho decisivo en la vida y en la obra de Pablo Neruda. El poema Reunión bajo unas nuevas banderas, de Tercera residencia marca su introducción en la contingencia histórica. De la poesía pura, alejada de la realidad, pasa a “la poesía sin pureza”, a la poesía manchada por el acontecer humano. Y en ese compromiso superador su objetivo es doble: “cambiar la vida”, como pretendía Arthur Rimbaud, y “transformar el mundo”, como postulaba Karl Marx. Unir en una misma voluntad la rebeldía moral y la militancia política.

El nuevo compromiso no sólo cambió el ritmo de su existencia, sino que perforó su sentido estético y el tejido lúgubre de su poesía. En el poema A mi partido, escribió: “Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la victoria de todos”. Su posición lo convertirá en portavoz de su verdad doctrinaria y dejará profundas huellas en su obra. Su escala de valores se modifica y coloca en el tope de la jerarquía la solidaridad y el compromiso. Canto general se erige así en una obra que da una nueva visión de la historia americana. Es la actitud reivindicatoria del aborigen frente al conquistador, la voz del oprimido frente al poderoso, la dignidad de los pueblos americanos enfrentados al poder devorante de potencias extranjeras.

Para Neruda la poesía debe estar a las órdenes de causas justas, tiene que cumplir una misión: procurar el cambio social, luchar contra la injusticia. Su alegato se parece al que, en su tiempo, hiciera el filósofo inglés Francis Bacon en contra de la filosofía aristotélica por carecer de un fin práctico. Una poesía sin voluntad de cambio es una poesía vacía, hueca, egoísta, cerrada en sí misma. En Las uvas y el viento se rebela contra los poetas intelectualistas:

     (...) y bajo la basura
      el poeta Eliot
      con su viejo frac
      leyendo a los gusanos. (poema Pasando por la niebla).

      En otra parte haremos
      una revista Sur de ganaderos
     profundamente preocupados
     de la métaphysique. (Poema Ahora canta el Danubio).

     Viejos verdugos nazis
     salen de nuevo y ladran
     en los cafés, olfateando la sangre,
     el arte abstracto y el conflicto del “alma”
     son temas de las artes, salpicadas
     con sangre y sexo (...) (Poema La ciudad herida).

La poesía, entonces, debe ser el despertador de la sociedad, el motor de la transformación humana y social. Para el poeta no hay otro camino que el que le impone su deber profético. Sus ansias de reforma radical lo llevarán a ensalzar sin tapujos revoluciones lejanas, personajes históricos y epopeyas cotidianas del hombre común, todo bajo una interpretación materialista de la historia. Indignado, colérico a veces, el poeta envía su denuncia urgente, desvela injusticias y oscuras realidades. Así lo manifiesta Hernán Loyola:“Entre 1949 y 1957 la obra de Neruda reflejó un cierto optimismo voluntarista, fundado en una visión de la realidad que tendía a ignorar las contradicciones en las zonas extremas: un panorama idílico del mundo socialista, una simplificación empobrecedora del mundo burgués”.

    
El mesianismo del poeta está presente en textos como Oda a la claridad.

       Debo

       cumplir mi obligación
       de luz(...)
       Yo debo repartirme
       hasta que todo sea día,
       hasta que todo sea claridad
       y alegría en la tierra.

El siglo era un gran árbol verde, viviendo bajo el peso de la frutos maduros de la esperanza. El hombre sólo debía levantar su mano entre las ramas para adueñarse de los frutos. La vida nueva, la alegría, corría por las savias del siglo hasta la cercana luz solidaria. Así lo afirma en el poema La ciudad de Las uvas y el viento:

     Creo que vamos subiendo
     el último peldaño.
     Desde allí veremos
     la verdad repartida,
     la sencillez implantada en la tierra, 
     el pan y el vino para todos.

En esta carrera de desenfrenado optimismo, ciego de confianza, pone todas sus fichas laudatorias en un hombre que a la postre se convertirá en el verdugo de su militancia: Stalin. En las Las uvas y el viento dice:

     Stalin, con su paso tranquilo
     entró en la Historia acompañado
     de Lenin y del viento...

     Stalin es el mediodía,
     La madurez del hombre y de los pueblos.

     Stalinianos.
     Llevamos este nombre con orgullo(...)

     Levantando el amor sobre la tierra
     con la palabra Stalin
     en millones de labios.

De Stalin pasa a Mao Tse-tung, el hermano sonriente saludado por los siglos, el libertador de una China con voz de cuero y de tiempo enterrado. La vida renacía en China y el responsable de la hazaña era el partido comunista, que difundía su doctrina a todo el pueblo:

     Porque de la enseñanza del Partido,
     en pequeñitos libros mal impresos,
     salió esta lección para el mundo.
     Mao y su régimen se convierten en ejemplos para la humanidad:

     Respirando la patria
     desfilaban los hombres
     frente a Mao
     y con zapatos nuevos
     golpeaban la tierra,
     desfilando,
     mientras el viento de las banderas rojas
     jugaba y en lo alto
     Mao Tse-tung sonreía.


EL HABITANTE Y SU DESESPERANZA

Pero el drama de Neruda se desencadena cuando en sus construcciones imaginarias hace irrupción la realidad. Y tiene una fecha precisa: 1956. En este año, Nikita Kruschev, el líder soviético, da a conocer los crímenes de Stalin. En el poema El culto (I) desgrana su desesperanza:

     Ay qué pasión la que cantaba
     entre la sangre y la esperanza:
     el mundo quería nacer
     después de morir tantas veces:
     los ojos no tenían lágrimas
     después de haber llorado tanto(...)

     Y cuando ya crecieron las flores,
     las cinerarias del olvido,
     un hombre volvió de Siberia
     y recomenzó la desdicha.

     (...) y ahora sin comprender nada
     y sin conocer la verdad
     nos pegamos en las paredes
     de los errores y dolores
     que partían desde nosotros
     y estos tormentos otra vez
      se acumularon en mi alma.

El Sentimiento de culpa lo sacude entero. De la culpa pasa al arrepentimiento y del arrepentimiento a la duda. Pero se superpone a la crítica feroz y a la autocrítica, que fue más feroz aún. Confiesa en Fin de mundo:

            Yo fui férreo en este dolor
            y registrando los tormentos
            dentro de mi alma desollada
            después de cargar con la muerte
            me puse a cargar con la duda
            y luego es mejor el olvido
            para sostener la esperanza.

Neruda postula una curiosa salida, coherente con su prédica humanista. El ser humano, a pesar de todos sus defectos, no es malo por naturaleza. Su maldad emerge cuando fuerzas exteriores lo condicionan o lo obnubilan dejándolo a merced de fuerzas ciegas. Esta postura la aplica a la política. Stalin no es perverso por naturaleza, parece decirnos. Fue el demonio, el poder, las tinieblas, o cualquier otra cosa, lo que lo indujo a cometer el crimen múltiple contra su pueblo. Opina que una cosa es el comunismo y otra, los hombres que lo llevan a cabo. Esta es sencillamente la única vía que todos los comunistas debieron tomar para seguir firmes en sus convicciones. El comunismo es entonces una abstracción incólume, perfecta en su inaplicabilidad. Para remediar este mal, en el poema XXVII del libro Elegía ataca el individualismo autoritario:

          Que nunca más la tierra deje entrar
          la materia de dioses o demonios
          al corazón de los gobernadores:
          que no se muestre el cielo individual
          o el caprichoso infierno solitario:
          pégale con la piedra del Partido,
          pícalo con la abeja colectiva,
          rompe el espejo, córtale la soga,
          para que en el jardín triunfe la rosa.

Neruda creía ya que los excesos de los gobernantes impedían cristalizar la esperanza colectiva. Los líderes no deben tener todo el poder, decía. El equilibrio fiscalizador ha de estar en manos del Partido (no en una oposición extrapartidaria) y en manos del pueblo (sin proponer una mediación institucional concreta).

En otras palabras, no se debe dejar que líderes buenos como el Stalin de la primera época se corrompan y destruyan todo el proyecto social del sistema. Una postura nada creíble en nuestros días. Esta postura antipersonalista le traerá problemas con otros líderes comunistas. En el poema A Fidel Castro dice:

    . . . . . .  Está llena de tantas esperanzas

                 que al beberla sabrás que tu victoria
                 es como el viejo vino de mi patria:
                 no lo hace un hombre sino muchos hombres
                 y no una uva sino muchas plantas:
                 y no es una gota sino muchos ríos:
                 no un capitán sino muchas batallas...

En estos versos Neruda le advierte a Castro que el dueño de la revolución es el pueblo y no un líder. Castro nunca le perdonó la osadía. Ese rencor fue, según el poeta, el móvil de la acusación en su contra que firmaron los intelectuales cubanos cuando viajó a Estados Unidos, invitado por el Pen Club, en junio de 1966, acusación que tomó en cuenta la condecoración que recibió en Perú de manos de Fernando Belaúnde, el presidente que en aquel tiempo combatía a la guerrilla peruana apoyada por La Habana. La herida que dejó la acusación no cicatrizó hasta la muerte del poeta. En su poesía quedaron rastros de los ataques que propinó a Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y Fernández Retamar.

     A uno conocí, cínico negro,
     disfrazado hasta el fin de camarada (...)

     Y a otro conocí neutral eterno,
     que huyendo de los nazis como rata 
     se portó silencioso como un héroe
     cuando era su voz más necesaria.

     Y otro tan retamar que despojado
     de su fernández ya no vale nada
     sino lo que les cuesta a los cubanos
     vendiendo elogios y comprando fama.

Hasta su muerte proclamó su lealtad al Partido Comunista, a la revolución cubana, al comunismo soviético, pero en privado opinaba de otra manera. Nunca más creyó en la verdad de un solo hombre, sea éste un jerarca soviético, Fidel Castro o Mao Tse Tung. Al líder chino, más de cinco lustros después, dirigió unos versos que son la antítesis de las alabanzas aparecidas en Las uvas y el viento. El rostro del líder chino no aparece alterado por una sonrisa paternal, frente a su pueblo, sino velado por una máscara. La máscara del silencio, de la mentira, de la perfidia. Critica también su personalismo y su pretensión de ser el dueño de la verdad absoluta:  

                 Sus oraciones reunidas
                 en un cuaderno escarlata
                 formaron el frasco infalible
                 de píldoras medicinales.
                 Lo cierto es que nadie mandó,
                 sino aquel hombre enmascarado.
                 Él otra vez pensó por todos.

Era el tiempo de la Guerra Fría. La actuación del poeta tenía el respaldo de su partido, pero también la ácida crítica de sus detractores. A nivel internacional el comunismo soviético sometía a sangre y fuego a los países del este de Europa. Públicamente el poeta se mostraba fiel a la actuación del Kremlin, pero íntimamente su reticencia crecía. Así lo hace en el poema 1968, publicado por el poeta cuatro años antes de su muerte:

          La hora de Praga me cayó
          Como una piedra en la cabeza (...)

         Sufrimos de no defender
         la flor que se nos amputaba
         para salvar el árbol rojo
        que necesita crecimiento.

         Fue fácil para el adversario
         echar vinagre por la grieta
         y no fue fácil definir
         y fue más difícil callar.
         Pido perdón para este ciego
         que veía y que no veía.

Sabía que sus críticas debían ser cuidadosas, medidas, para no avivar las razones del enemigo y no encender las críticas de sus camaradas. Más aún en momentos en que el candidato de los socialistas, Salvador Allende, sumaba cada vez mayor apoyo popular. En sus obras, subrepticiamente, empieza a mostrar su desencanto. Y a sus allegados más cercanos deja caer su pesimismo. Cuando Jorge Edwards, su amigo, terminó de escribir Persona non grata, un libro que denostaba al régimen cubano de Fidel Castro, no se siente con la altura moral para acallar su contenido. Sólo le aconseja que lo publique en el momento apropiado.


NO HAY VERDAD

En Fin de mundo la visión histórica del poeta se vuelve pesimista. Comienza a perder las esperanzas de que los cambios sociales y políticos impulsados en su obra se realicen durante los últimos años de su vida. El siglo parecía avanzar por caminos paralelos, movido por fuerzas complejas, contradictorias. Al admitir que “la verdad es que no hay verdad “, Neruda comprende que todo dogmatismo es inviable y que hasta los enemigos, a veces, pueden tener la razón. Hernán Loyola sostiene que toda su poesía final incluía una “meditación sobre la realidad desde la situación de un hombre comprometido que incluía su propio compromiso como parte del problema, como parte del paisaje de sus reflexiones”.

Pero el vate no se aparta de la política. En Chile los socialistas y comunistas vivían momentos de agitación y euforia. Los partidos de izquierda, frente a la posibilidad cierta de llegar por fin al gobierno, intentaban ponerse de acuerdo. Neruda recorre el país para ganar adeptos y afianzar la unidad de los partidos de izquierda. Su mediación resulta crucial en la conformación de un frente común.

En 1970 la Unidad Popular llega al poder. Neruda es nombrado embajador de Chile en Francia. En sus escritos defiende la experiencia socialista del presidente Salvador Allende y acusa al imperialismo de Estados Unidos que opera en Vietnam y en América Latina. El régimen de Richard Nixon, en complicidad con sectores del centro y de la derecha chilena, toma represalias económicas contra el gobierno de Allende. Neruda contraataca con un libro combativo: Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. El libro comienza con estos versos:

           Es por acción de amor a mi país
           que te reclamo, hermano necesario,
           viejo Walt Whitman de la mano gris,
          para que con tu apoyo extraordinario
          verso a verso matemos de raíz
          a Nixon, presidente sanguinario.

Sin embargo, en versos de sus últimos libros continúa la crítica al régimen comunista ruso y a lo que a veces llamaba el falso realismo en el arte. En sus dudas y en su dolor de conciencia está su grandeza. El desengaño carcome su confianza en la concreción del socialismo. Y es un desengaño de poeta, de hombre combatido por sus propios remordimientos, más que de camarada frustrado. Las loas a Stalin fueron un lamentable error, un producto de la ceguera militante de principios de los años cincuenta, cuando creía que la verdad cristalina de la utopía se propagaría por toda la geografía terrestre. No supo, no pudo saber lo que estaba sucediendo en la Unión Soviética. Y si se enteró de algo, percibió que era una mentira más del enemigo, un truco más del poderoso, del insensible,  para destruir el socialismo y desorientar a la opinión pública.

Los versos que corresponden a su última etapa política implican, en este sentido, una vuelta a su poesía inicial. El poeta sexagenario, aunque nunca renegó de su militancia comunista, va acallando su prédica mesiánica, su mensajería de profeta y en cierta manera retorna a una crítica de carácter anarquista, vehemente pero sin solución programática, de su rebeldía adolescente. Incita a la acción, aunque no en la perspectiva de una meta ideológica predeterminada. Al leer sus escritos es palpable su pérdida de fe no sólo en el marxismo sino en cualquier forma de gobierno, imbuido ya de la creencia de que en el fondo de los tiempos, en una continuidad inmutable, el comunismo no es la única vía para todos los hombres. Su prédica, entonces, precedida de un omnipresente desencanto, toma un nuevo rumbo: el ataque al imperialismo yanqui y a todas sus manifestaciones fascistas, como en el poema Aquel amigo, de Canción de gesta.

     Después Sandino atravesó la selva
     y despeñó su pólvora sagrada   
     contra marinerías bandoleras
     en Nueva York crecidas y pagadas.

Su discurso se convierte en un alegato más de oposición que de proposición. Deja de hablar de “primaveras rojas” y ya no invita a dar “el paso / de la organización y la victoria”. Se desvanece el optimismo espontáneo que lo llevaba a hablar de “usinas que hablan al cielo” bajo la dirección de “la semilla del tiempo socialista”. La pérdida de fe, sin embargo, no implica una renuncia a los valores que nutrieron buena parte de su poesía. Así lo expresa, enfáticamente, en el prólogo  del libro Canción de gesta, en 1968: “Juro, pues, que mi poesía seguirá sirviendo y cantando a la dignidad en contra de los indignos, a la esperanza a pesar de los desesperados, a la justicia a pesar de los injustos, a la igualdad en contra de los explotadores, a la verdad en contra de los mentirosos y a la gran fraternidad de los verdaderos combatientes“. 

El tiempo le daría la razón. Decía a sus amigos íntimos que la experiencia socialista en Chile no era de fácil aplicación. La veía jaqueada por fuerzas internas y externas. Una vez más la concreción de los ideales chocaba con la realidad.  Los intereses mezquinos, la insensibilidad, la pugna por el poder, los errores propios y ajenos, terminaron por derribar la ilusión de un mundo mejor para los desamparados y más humano para todos los hombres. Neruda, como nadie, llora el fracaso desde su eterna trinchera de combatiente.

El tiempo irrumpe en la vida y la materia, y lo modifica todo. Detrás de la acción del tiempo pervive un nuevo nacimiento, y es sabido que Pablo Neruda se sintió destruido muchas veces, pero siempre emergió de las ruinas con un nuevo rostro y con el mismo pájaro de rigor que cuida su cabeza, con el mismo ángel invariable que vive en su espada. El dogmatismo insensible y la apostasía fueron actitudes rechazadas por su carácter. Antes que nada era hombre, y antes que hombre, poeta. Una vez más el Neruda militante vuelve al Neruda insatisfecho, trasgresor, anárquico. Una vez más el viajero inmóvil corta los lazos externos y regresa a su centro de rebeldía permanente. 



 

 

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LAS DUDAS Y EL TIEMPO
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