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Pablo Neruda visto por otros escritores

Patricio Tapia
El Mercurio, 23 de septiembre de 2012



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Sin la aventura poética de Neruda, no habría literatura moderna en America Latina. O por lo menos, no la que conocemos, admiramos y sustentamos. Su enorme alcance se debe a que Neruda asumió los riegos de la impureza, de la imperfección y, también, de la banalidad. Estaba obligado a hacerlo, a fin de nombrar todo un mundo. Nuestro mundo. Lo condujo a las zonas salvajes de nuestro idioma olvidado.

(…)

Recuerdo a Neruda.

Si sus disputas con los hombres de su generación fueron a menudo amargas; con nosotros, los escritores entonces jóvenes, siempre fue generoso, abierto, inteligente, capaz de dialogo, razón y disensión. Y es que lo que nos unía era muchísimo mas grande que lo que pudiese sepáranos. Escribimos nuestras novelas bajo el signo de Neruda: darle al pasado inerte un presente vivo, prestarle voz actual a los silencios de la historia. Esta raíz genética fue mucho más importante que nuestras discrepancias acerca de la forma que el futuro debiese adoptar, porque si no salvábamos nuestro pasado para hacerlo vivir en el presente, no tendríamos futuro alguno.

El día en que murió mi amigo Neruda, recordé sobre todo la comunidad de valores que compartimos y quisimos mantener. La velación de Neruda tuvo lugar en una casa tomada. Soplan los vientos finales del invierno austral a través de ventanas rotas, removiendo las cenizas de libros quemados. Una casa saqueada, una nación violada. Esta terrible coincidencia de dos agonías me hace recordar algo que una vez me dijo Pablo:

-Nosotros, los escritores latinoamericanos, quisiéramos volar. Pero nuestras alas cargan el peso de la sangre de nuestros pueblos.

(…) ¿Hemos, Bolívar, arado en el mar? La vida y la obra de Neruda nos dicen que no es así. Hemos llorado por el poeta y su pueblo. Pero un poeta no es su cuerpo, ni su posición política, ni sus opiniones personales. Un poeta es la totalidad de un lenguaje. Y el lenguaje del Canto general, Residencia en la tierra, Odas elementales y Veinte poemas de amor no ha muerto. Conoce, aun, ya lo dije, la gloria del anonimato: los poemas de Neruda son cantados con desafío y gritados con rabia y murmurados con amor por millones de latinoamericanos que, a veces, ni siquiera saben el nombre del poeta que escribió las palabras:

“Eres, Chile (…) un niño
que no sabe su nombre todavía”.

Una poesía sin forma. Como un templo, como una montaña.

Las cosas no nos pertenecen a todos, pero las palabras si. Las palabras son la primera y mas natural instancia de una propiedad común. La escritura, lo quiera o no el escritor, es siempre una comunidad y una comunión. Pablo Neruda no es dueño solo de las palabras que escribió porque él no es solo Pablo Neruda. Es el poeta: es todos. El poeta nace después de su acto: el poema. El poema crea el autor así como crea al lector.

 

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Pablo Neruda viene volando

Por Agustí BARTRA

Tú también vienes volando como el Alberto Rojas
Jiménez de tu terrestre residencia.
Vienes volando dentro de la tierra como un río de cadenas.
Vienes volando, vienes volando, padre del verso innúmero
que cerealmente llama a horizontes y ventanas.
Vienes volando, Pablo abierto, negativa de tumba.
afónico de tanto grito de azucena cabizbaja.
Mas allá del vinagre y los tristes notarios,
hecho fénix furioso de febril cabalgata,
vienes volando, vienes volando hacia el vino de los orígenes,
hacia espigas que inclinan su peso enamorado
en mi corazón lacustre.

Fragmento del poema “Pablo Neruda viene volando”, 1974, que publicó Bartra en el primer aniversario de la muerte de Neruda.

 

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Amigo leal y generoso

Por Mario VARGAS LLOSA

Había en él algo de niño caprichoso y juguetón, con sus manías coleccionistas y sus apetitos materiales, que exhibía ante el mundo sin la menor hipocresía, con la buena salud y el entusiasmo de un adolescente travieso. Era un amigo leal y generoso, que volcaba su afecto a manos llenas a quienes lo rodeaban y a los jóvenes que llegaban hasta él llenos de timidez y admiración.

Detrás de su apariencia bonachona y materialista, se agazapaba un astuto observador de la realidad literaria y política, y en ciertas ocasiones, en grupos muy reducidos, luego de una buena comida rociada de excelentes vinos, podía de pronto mostrar una intimidad desgarrada. Aparecía entonces, detrás de esa figura olímpica, pública, consagrada en todas las lenguas, traducida y leída en todos los países, el muchachito humilde y provinciano, lleno de ilusiones y de estupefacción ante las maravillas del mundo, que nunca dejo de ser.

Fragmento del texto “Océano de mares diversos” del libro “Imagen y testimonio” (Comisión Bicentenario, 2004) realizado en homenaje al centenario del nacimiento de Neruda.

 

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Neruda entre nosotros

Por Julio CORTÁZAR

Conocí muy poco al hombre Pablo Neruda, porque entre mis defectos esta el de no acercarme a los escritores, preferir egoístamente la obra a la persona. Dos testimonios había tenido de su afecto por mi: un par de libros dedicados que me hizo llegar a Paris, sin que jamás hubiera recibido nada mío, y una pagina que envío a alguna revista cuyo nombre no recuerdo, y en la que generosamente trataba de aplacar una falsa, absurda polémica entre Arguedas y yo. (…)

Cuando Salvador Allende asumió la presidencia en noviembre de 1970, quise estar en Santiago cerca de mis hermanos chilenos, asistir a algo que era harto mas que una ceremonia, la primera apertura hacia el socialismo en el sector austral del continente.

Alguien llamo a mi hotel con una voz de lento río: “Me dicen que estas muy cansado, ven a Isla Negra y quédate unos días, ya sé que no te gusta ver gente, estaremos solos con Matilde y mi hermana, Jorge Edwards te traerá el auto, vendrán Matta y Teresa a almorzar, nadie mas”. Fui, claro, y Pablo me regalo un poncho de Temuco y me mostró la casa, el mar, los solitarios campos. Como si tuviera miedo de cansarme, me dejo andar por los salones vacíos, mirar despacio y a mi gusto la caverna de Aladino, su Xanadu de interminables maravillas. Casi inmediatamente comprendí esa correspondencia rigurosa entre la poesía y las cosas, entre el verbo y la materia. Pensé en Anna de Noailles preguntándole a una amiga el nombre de una flor entrevista en un paseo, y asombrándose: “Ah, pero si es la misma que tanta veces he nombrado en mis poemas”, y sentí lo que iba de eso a un poeta que jamás nombro sin antes palpar, vivir lo nombrado. Cuanto resentido, cuanto envidioso ironizo en su día sobre los mascarones de proa, los atlas, los compases, los barcos en las botellas, las primeras ediciones, las estampas y los muñecos, sin comprender que esa casa, que todas las casas de Neruda eran también poemas, réplica corroboración de las nomenclaturas de Residencia y del Canto, prueba de que nada, ninguna sustancia, ninguna flor había entrado en sus versos sin ser lentamente mirada y olida, sin darle y ganarse el derecho a vivir para siempre en la memoria de los que recibirían en pleno pecho esa poesía de encarnación verbal, de contacto sin mediaciones.

Incluso la muerte de Pablo Neruda (…) ¿no es un último poema de combate? Sabíamos que estaba condenado por el cáncer que era una cuestión de tiempo y que acaso hubiera muerto el día en que murió aunque la ralea vencedora no le habría destrozado y saqueado la casa. Pero el destino habría de dibujarlo hasta el fin como lo que él había querido ser; voluntariamente o no, ya ajeno a lo circundante o mirando las ruinas de su casa con esos ojos de alcatraz a los que nada escapaba, su muerte es hoy su verso mas terrible, el salivazo en plena cara del verdugo. Como en su día el Che Guevara, como Nguyen Van Troy, como tantos que mueren sin rendirse.

Me acuerdo de la ultima vez que lo vi, en febrero de este año; cuando llegué a Isla Negra me basto ver la gran puerta cerrada para comprender, con algo que ya no eran las certidumbres de la ciencia medica, que Pablo me citaba para despedirse. Mi mujer había esperado grabar una charla con él para la radio francesa; nos miramos sin hablar, y el grabador quedo en el auto. Matilde y la hermana de Pablo nos llevaron al dormitorio desde donde él continuaba su dialogo con el océano, con esas olas en las que había visto los gigantescos parpados de la vida. Lucido y esperanzado (eran las vísperas de las elecciones en las que la Unidad Popular afirmo su derecho a gobernar) nos dio su ultimo libro.

“Ya que no puedo ir a las manifestaciones ni hablarle al pueblo, quiero estar presente con estos versos que escribí en tres días”.

El titulo lo explicaba todo: Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena (…). Un televisor a los pies de la cama lo mantenía al tanto del proceso electoral; novelas policiales, que tanto le gustaban eran mejor sedante que las inyecciones cada vez mas necesarias. Hablamos de Francia, de su ultimo cumpleaños en la casa de Normandía donde los amigos habíamos llegado de todas partes para que Pablo sintiera un poco menos la geométrica soledad del diplomático famoso, y donde con gorros de papel, largos tragos y música lo despedimos (él lo sabia, y nosotros sabíamos que él lo sabia). Hablamos de Salvador Allende que había venido a visitarlo en esos días sin previo aviso, sembrando la estupefacción con un helicóptero inconcebible en Isla Negra; y por la noche, aunque insistíamos en irnos, en que descansara, Pablo nos obligo a mirar con él un horrendo folletín de vampiros en la televisión, fascinado y divertido al mismo tiempo, abandonándose a un presente de fantasmas mas reales para él que un futuro que sabia cerrado. En mi primera visita, dos anos atrás, me había abrazado con un hasta pronto que habría de cumplirse en Francia; ahora nos miro un momento, sus manos en las nuestras, y dijo: “Mejor no despedirse, verdad”, los fatigados ojos ya distantes.

Fragmento de texto la compilación de Julio Ortega “Palabra de escándalo” (Tusquets, 1974)



 



 

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