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El oscuro realismo de las Residencias

Por Ignacio Valente

Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 9 de julio de 2004



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La potencia creadora del poeta, analizada en los versos de «Vuelve el otoño», apunta infaliblemente a la realidad en el mundo
preciso y atroz de «Residencia en la tierra».


El lenguaje de las dos Residencias, el más alto de Neruda, suele asociarse al surrealismo por sus tonos herméticos y su hermosa oscuridad. Sin embargo, esa relación es imprecisa e incluso inexacta: no designa sino un cierto aire de época. El libre juego de la imaginación surrealista se subordina siempre, en Neruda, a su realismo profundo, todo lo subliminal que se quiera, pero siempre realismo. Con vistas a una ilustración detallada de este atributo, tomaré la magnífica cuarta estrofa de su poema «Vuelve el otoño», un cuarteto de verso alejandrino que me he repetido de memoria por muchos años, como un verdadero arquetipo poético:

El caballo del viejo otoño tiene la barba roja
y la espuma del miedo le cubre las mejillas
y el aire que le sigue tiene forma de océano
y perfume de vaga podredumbre enterrada.

Las tres estrofas anteriores mencionaron ya el "corcel del otoño", así como también el miedo, la sangre y lo vago, que se reiteran aquí. Ahora se continúa la prosopopeya esencial: la identidad caballo/ otoño, como sujeto que en su concreción zoológica permite revelar esas desintegraciones profundas (¡otoñales!) de la naturaleza en las Residencias. Él caballo del otoño, por ser viejo como la naturaleza misma, tiene esas crines barbadas que le otorgan, además, un leve aire fantasmagórico.

El color de la barba —primera definición poética del primer verso— no puede ser blanco (resultaría convencional), ni amarillo (más convencional aun, a causa del otoño), ni negro ni verde (por desviado y "antirrealista"), ni azul (por lúdico y, digamos, huidobriano). Es rojo, debe ser rojo, por fantasmal y fuerte al mismo tiempo, y por cierta sugerencia subliminal de crueldad y sangre, de vida y muerte a la par, propias de la estación.

Nuestro caballo/otoño viene corriendo por las estrofas anteriores. La espuma de su galope es natural pero obvia, y exige, por eso, la determinación de una imagen más fantasiosa: "y la espuma del miedo le cubre las mejillas". Esa testa con su entorno vagamente cubierto prolonga bien el tono espectral de la figura. Pero la prosopopeya necesita en este punto una nota antropomórfica, o al menos perteneciente al dominio del ánimo: el miedo, sentimiento que ajusta con la residencia nerudiana y con la desintegración otoñal. Se deja en la ambigüedad el hecho de que el caballo tenga miedo o bien que lo produzca, o las dos cosas: así el miedo se irradia alrededor, crea una atmósfera indefinida.

¿Cómo prolongar, a esta altura, la intuición del caballo/otoño? Agregarle más propiedades visuales e intrínsecas sería arriesgado por repetitivo. Neruda ópta sabiamente por definir su atmósfera: "y el aire que le sigue tiene forma de océano". El aire no le sigue; su propio galope sugiere —acertadamente— un como seguimiento del aire, que da mayor dinamismo a la imagen. El aire tampoco tiene forma, pero aquí necesita tenerla, por razones de sentido poético. ¿Forma de qué? La "forma de océano" es un excelente hallazgo, porque no es propiamente una forma, pero con su carácter difuso sugiere más poder, pavor, y sobre todo inmensidad, sentido cósmico. Para constatar la justeza de esta imagen podemos ensayar la sustitución de "océano" por el nombre vecino de "mar": "forma de mar": la expresión se empequeñece, se debilita porque se delimita, se cae. Debía ser "océano".

El cuarto verso introduce una ventajosa variación de planos: abandona lo plástico y, siempre dentro del contexto de las Residencias y del otoño —naturaleza en descomposición—, desciende logradamente a un sentido inferior, el olfato: "y perfume de vaga podredumbre enterrada". Escribir "hedor" habría sido un lugar común y una especie de degradación, casi un juicio de valor negativo. El "perfume" es un acertado contrapunto. "Podredumbre" ajusta del todo, una vez más, con el otoño del mundo de las Residencias; "vaga" continúa la imprecisa sfumatura de la estrofa (y del poema); y "enterrada" es el final que agrega a esa atmósfera imprecisa su concreción terrestre y telúrica, su necesaria "toma de tierra".

He aquí la estupenda imaginación creadora de Neruda, libre pero no lúdica ni gratuita, porque no se recrea en su propio juego sino que apunta infaliblemente a la realidad del otoño en el mundo preciso —y atroz— de Residencia en la tierra: una bella oscuridad dentro de la clave formal de un esencial realismo.


 



 

 

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El oscuro realismo de las Residencias
Por Ignacio Valente
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 9 de julio de 2004