Tras tres años y medio de exilio forzado, Neruda decidió regresar al Chile de González Videla. Venía de una estadía en Capri, en casas veraniegas de Erwin Cerio, y de un recorrido por países de Europa. Julio de 1952. Lo acompañaba Matilde Urrutia, su amante, y no Delia del Carril, la mujer argentina con quien compartía su vida desde la Guerra Civil Española.
Para evitar ser visto y delatado, Neruda pidió ayuda a Pablo Picasso. Su misión era despistar a los amigos de Delia que pudieran ir a despedirlo al puerto de Cannes, en Francia. Neruda tenía una capacidad de persuasión muy fina para convertir a sus amigos en cómplices. Así ocurrió también con el poeta cubano Nicolás Guillén y con el poeta turco Nazim Hikmet. Así ocurrió con los Mántaras.
Alberto Mántaras conoció a Neruda en el barco del regreso. En el instante en que los altavoces anunciaban los nombres de los pasajeros del Giulio Cesare, Mántaras advirtió presencia del poeta y se prometió saludarlo mientras navegaban. Una chilena, cuenta Mántaras, al oír el nombre de Neruda manifestó su "horror de tener que viajar con un comunista". El arquitecto dice que le respondió: "Señora, él es un gran poeta, y usted debería estar orgullosa".
Los Mántaras fueron para el poeta el modelo de la lealtad. Así aparece en el poema La amistad del libro La barcarola: “Amigos, oh todos, Albertos y Olgas de toda la tierra”. María Antonieta Hagenaar, Maruca, su mujer legal, murió en 1966; en 1967se casó con Matilde; la invitación a la boda decía: “Los esperamos como testigos, hermanos y cómplices”.
La correspondencia, los encuentros y desencuentros, dan cuenta de una relación amena, que se extendió durante veinte años. En su rol de cineasta, Alberto filmó en la sala de estar de la casa de Isla Negra, junto a la chimenea china que él confeccionó, un documental sobre los versos de Oda al mar, y también recorrió con el poeta algunos lugares de Chile. De paso a Europa, Neruda se reúne en Uruguay con Mántaras en 1962. En Plenos poderes, publicado en 1968, aparece el poema XLIX, titulado Casa de Mántaras en Punta del Este, ubicada en calle Brasil. De nuevo el protagonismo, esta vez unánime, del pino en sus versos.
Neruda visitó dos veces Atlántida. La primera estadía fue del 29 de diciembre de 1952 al 21 de enero de 1953 (abandonaron Atlántida en auto con Alberto y Olga a las 10:19 de ese día, según información de los agentes policiales); la segunda estadía, 23 de octubre hasta mediados de noviembre de 1956. En la primera permanencia estaba casado con Delia del Carril, a quien engañaba con Matilde Urrutia; en la segunda, estaba separado y viviendo con Matilde. Datitla es una cuestión de amores prohibidos.
Pablo Neruda y Alberto Mántaras en "Datitla"
AMOR DE AGUAS SALOBRES
Datitla es el anagrama, sin ene, del nombre del balneario. El amante ocultaba los nombres de lugares geográficos para mantener en secreto su relación con Matilde Urrutia.
Atlántida es una pequeña ciudad que pertenece al departamento de Canelones. Está a cuarenta y cinco kilómetros de Montevideo y a setenta y ocho de Punta del Este. El lugar nació como balneario en 1911, cuando se unieron las dos empresas dueñas de los terrenos: La Arborícora Uruguaya y la Territorial Uruguaya. La nueva empresa, Territorial Uruguaya Sociedad Anónima, mientras vendía terrenos para urbanización, se abocó a plantar pinos y eucaliptos, cuyo bosque vio Neruda cuarenta años después.
La suntuosidad de las primeras mansiones costeras, pertenecientes a médicos y profesionales, contrastaba con la humidad de las viviendas periféricas. La construcción y la instalación de sus servicios demandaron un importante número de mano de obra. Alejadas de la costa, las familias obreras levantaron sus casas con maderas de eucalipto, paredes de barro, ramas de chirca y techos de paja brava. Como verán, en este caso también, Neruda luchaba por ellos, pero compartía con la clase que los explotaba.
En Atlántida el poeta escribió un puñado de versos que, en su conjunto, aúnan la temática amorosa y el contexto natural: Oda a las flores de Datitla y Datitla. El primer texto está incluido en un herbario que confeccionó con Matilde Urrutia en 1956, y el segundo poema fue publicado en el libro La barcarola (1964).
ODA A LAS FLORES DE DATITLA
Bajo los pinos la tierra prepara pequeñas cosas puras: hierbas delgadas desde cuyos hilos se suspenden minúsculos faroles, cápsulas misteriosas llenas de aire perdido, y es otra allí la sombra, filtrada y floreada, largas agujas verdes esparcidas por el viento que ataca y desordena el pelo de los pinos. En la arena suceden pétalos fragmentarios, calcinadas cortezas, trozos azules de madera muerta, hojas que la paciencia de los escarabajos leñadores cambia de sitio, miles de copas mínimas el eucaliptus deja caer sobre su fría y fragante sombra y hay hierbas afraneladas y plateadas con suavidad de guantes, varas de orgullosas espinas, hirsutos pabellones de acacia oscura y flor color de vino, espadañas, espigas, matorrales, ásperos tallos reunidos como mechones de la arena, hojas redondas de sombrío verde cortado con tijeras, y entre el alto amarillo que de pronto eleva una silvestre circunferencia de oro florece la tigridia con tres lenguas de amor ultravioleta. Arenas de Datitla junto al abierto estuario de La Plata, en las primeras olas del gris Atlántico, soledades amadas, no sólo al penetrante olor y movimiento de pinares marinos me devolvéis, no sólo a la miel del amor y su delicia, sino a las circunstancias más puras de la tierra: a la seca y huraña Flora del Mar, del Aire, del Silencio.
Este texto fue incluido en Tercer libro de las odas, publicado en 1957. Es un poema recargado de imágenes visuales y táctiles. Tras la lectura, es posible advertir una suerte de división en la estructura semántica del texto. En el inicio dice: Bajo los pinos la tierra prepara/ pequeñas cosas puras. Desde la altura de los pinos, especie vegetal no nativa, plantada cuarenta años antes, nos introduce en el mundo de lo pequeño y puro que fue objeto de su manipulación: hierbas delgadas, minúsculos faroles, cápsulas misteriosas y agujas de los pinos.
Tras esta muestra de lo más evidente, nos ilustra el mundo mínimo, casi invisible, que se desenvuelve en la arena: pétalos, cortezas, madera muerta, desechos de eucaliptus y hojas (trasladadas en este caso por el único representante de la fauna del lugar que se menciona en el poema: los escarabajos leñadores).
Y luego vuelve al mundo vegetal más evidente, que vive con más elegancia su existencia: hierbas afraneladas y plateadas, acacias, espadañas, espigas, matorrales, tallos, hojas redondas y la flor de la tigridia.
Finalmente, en la última estrofa, inserta la exposición anterior en un marco geográfico: la ubicación de las arenas de Datitla al costado del estuario del río de La Plata, en las primeras fusiones con el océano Atlántico.
El poema apunta también que el poeta regresó a las soledades amadas, al olor de los pinos y a la dicha del amor compartido, lo que prueba que el poema se escribió en su segunda estadía en el balneario y no enero de 1953. Para Neruda Datitla fue un manojo, una anarquía de mínimos vegetales reunidos en el amor de un herbario. Pero también fue la amistad. Datitla es un invento del amor. Sin amor, sin amor clandestino, no hay Datitla. Los atlantidenses lo saben. Por eso lo aceptan con guiños y sonrisas.
El segundo grupo de poemas es breve y constituye una suerte de resumen del contenido de Oda a las flores de Datitla.
Y cuando de regreso brilló tu boca bajo los pinares de Datitla y arriba silbaron, crepitaron y cantaron extravagantes pájaros bajo la luna de Montevideo, entonces a tu amor he regresado a la alegría de tus anchos ojos; bajé, toqué la tierra amándote y amando mi viaje venturoso.
Los versos dan cuenta de una necesidad de localización geográfica (Montevideo, Atlántida) y una inalterable voluntad descriptiva: extravagantes /pájaros y pinares y sonrisas de la amada en el momento del regreso venturoso al refugio del amor prohibido. Entró en contacto con la tierra y el aire para reencontrarse con el amor en consonancia con el viaje dichoso de su destino.
La felicidad para Neruda fue siempre entregarse a la exploración de sus sentidos, a la anarquía de su sensualidad. Para él la felicidad traducía la dicha exterior de los elementos, y la tristeza, por el contrario, su falta de conexión o su conexión melancólica con lo sombrío del destino o de la marcha de los procesos de la naturaleza.
Neruda escribió durante su primera estadía algunos poemas de Las uvas y el viento. En el colofón de la edición de 1954 explica: “Fue comenzado este libro el 10 de febrero de 1952 en la Isla de Capri. Algunos de sus textos fueron escritos en Praga, París, Pekín, en el ferrocarril transiberiano, en el avión entre China y la URSS, en el puerto de Sant Angelo, de la isla de Iscjia, en la aldea suiza Vésénaz, en el transatlántico Giulio Cesare, en Datitla, del Uruguay y en el litoral chileno. Se terminó de escribir el día 4 de junio de 1953, a las 6 de la tarde”. Como se aprecia, algunos poemas fueron escritos en el balneario uruguayo en la primera estadía de Neruda.
El informe de la policía secreta uruguaya, en un memorándum mal redactado del 5 de enero de 1953, daba cuenta de la rutina desconcertante del poeta: «El Señor Pablo Neruda, no siendo las salidas a la playa (cosa que hace de mañana y de tarde) en compañía de su ‘amiga’ no se ha dirigido hacia ningún otro punto, ni ha mantenido contacto con ninguna persona». El espionaje registró asimismo el contenido de todas sus llamadas telefónicas y las visitas a un bar cercano.
“LA CASA COPIOSA DE LA SOLEDAD”
El fin de la Segunda Guerra Mundial dio paso a la Guerra Fría. Su fuga de Chile transparenta la toma de postura del presidente González Videla con la prohibición del Partido Comunista chileno en 1948. Neruda cruza la cordillera, llega a San Martín de los Andes, norte de la Patagonia argentina, y pasa a Europa en 1949.
Cuando, tres años después, arriba al aeropuerto Carrasco de Montevideo en vuelo de KLM, a fines de 1952, proveniente de Europa, por lo menos tres agentes de inteligencia uruguayos vigilan minuciosamente sus pasos. Los datos personales aparecían incluidos en la ficha personal N° 213166 de Archivos de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia, Ministerio de Interior, Montevideo (ADNII). En la ficha aparecía erróneamente Temuco como lugar de nacimiento. El informe policial da cuenta de que Walter (no Alberto) y Olga Mántaras iban acompañados de “una señorita chilena que recibió muy afectuosamente al Sr. Pablo Neruda”. Lo que no sabía Delia, lo sabía detalladamente la policía uruguaya. Los resultados no fueron los esperados; la visita no obedecía a una trama secreta del comunismo internacional, sino a motivos sociales y sentimentales, que quizás los agentes uruguayos comprobaron con impotencia al final de la operación.
La residencia veraniega se ubica en la rambla Mansa, a cincuenta metros al este de la casa estilo Liberty de tres pisos, cuyo dueño fue inicialmente un médico de apellido Cóppola, convertida durante un tiempo en museo Paseo de Neruda, que se daba erróneamente como su lugar de alojamiento.
Cerca de allí se encuentra el hotel Atlántida, lugar que al parecer acogió durante unas horas a Federico García Lorca, Enrique Amorim y Alfredo Ferreiro el 30 de enero de 1934. Pocos meses antes, el 13 de octubre de 1933, Neruda había conocido a García Lorca en Buenos Aires, en casa de Pablo Rojas Paz. En Atlántida, el poeta español vestía pantalón blanco y blusa marinera (regalo de Amorim), tocó según algunos unas melodías en el piano del hotel y se bañó alborozado como un niño en las aguas de la ensenada. De 19 a 21 improvisó un recital de poemas de su próximo libro para sus dos interlocutores sentados en una roca. El libro que fue publicado en 1940 con el título Poeta en Nueva York, fue presentado a los escritores uruguayos esa tarde con el título Introducción a la muerte, nombre que fue sugerido por Neruda en los intercambios de lectura de tres meses antes en Buenos Aires.
Neruda llamó Datitla a la casa y al balneario. Inicialmente, el nombre yacía estampado en letras blancas sobre una piedra laja gris. Hoy el nombre aparece tallado sobre una superficie de madera en un cartel que colgó en el jardín el último dueño de la vivienda.
La vivienda veraniega está en la calle República de Paraguay. Es una casa de ladrillos de una planta, con techo a dos aguas. Tenía en aquel tiempo cuatro dormitorios, tres baños (un baño y una habitación para la empleada doméstica, ausente, por supuesto, durante la permanencia de los amantes) y un living-comedor con un gran ventanal orientado hacia la playa. Desde su fachada a la calle hay un pequeño parque con su superficie cubierta de césped, como en el tiempo de la estadía de Neruda. Era una casa pequeña, instalada entre las siete casonas lujosas de los médicos que fundaron el poblado.
La verdadera casa tenía una confección moderna y humilde, de una planta, apta para pasar las vacaciones de verano, por eso cobijó a varios dueños y transitorios arrendatarios. Hoy pertenece a la familia Álvarez Díaz, que la compró sin saber la historia del insigne residente que hoy incrusta misterio y épica a su cotidianidad.
Nicolás Beniuc, vecino y tercer dueño de la casa, asegura que cuando la compró a sus dueños de Canelones encontró en el depósito una gorra del poeta y una capelina de Matilde, prendas hoy desaparecidas. Asegura también que recibió en aquel tiempo a Don Francisco, el animador chileno; buscaba también información sobre los amantes.
De la casa al comienzo de la playa hay una distancia aproximada de sesenta metros; tras la calle (hoy asfaltada, en su tiempo de tierra) hay una llanura de unos treinta metros que se angosta y enancha a lo largo de los kilómetros de costanera. Esa superficie está poblada de pinos y esporádicas palmeras. Junto a la calle, enfrente de la casa, hay un monolito con dos placas que recuerdan el paso del poeta por el lugar. Fueron instaladas por la Cámara de Turismo de Canelones.
Una placa dice: “Bajo estos pinos el poeta chileno Pablo Neruda se inspiró para escribir muchos de sus poemas, entre ellos Oda a Datitla”. En la parte inferior tiene un retrato de Neruda.
En la otra placa aparece un fragmento de Oda a Datitla y la imagen simbólica de los dos círculos armilares y un pez rodeados de la palabra NERUDA.
Desde el inicio del acantilado de paulatina caída hasta la playa hay un espacio con enormes eucaliptos de corteza colorada. Hoy son árboles viejos, altos, de enorme troncos y enmarañadas raíces salientes (por cuya razón hoy se da el nombre Las Raíces a ese sector). Las primeras viviendas se vieron amenazadas por la invasión constante de las dunas costeras y la fuerza implacable del viento y las tormentas. Su plantación tenía el objetivo de evitar la dispersión de la arena. Es posible, quizás, saber el tamaño del balneario de aquel tiempo: se extendía bajo todo el perímetro que hoy cubren los eucaliptos, sector que corresponde a la orientación suroeste. El balneario continúa hacia el sector sureste, detrás de una curva y un sector rocoso, llamado Las Toscas. Allí está permitida la pesca y el viento golpea con más fuerza. Hacia el oeste se alarga la playa llamada hoy Villa Argentina.
En la playa el poeta ha de haber mirado hacia el horizonte las aguas verdes amarronadas del Río de la Plata, la extensión ininterrumpida del acantilado hacia el oeste y del desarrollo marino sin interrupciones hacia el este. Arriba del mar, el sol; un sol acompañado de nubes de diferentes tonalidades, sin faltar nunca las nubes negras que amenazan soltar tormentas y lluvias de verano, como lo menciona en su Oda a Datitla.
¿En qué habrá pensado mientras caminaba por las arenas del balneario? ¿Con remordimientos, en Malva Marina, su hija muerta de hidrocefalia, después de ser abandonada por el poeta, una década atrás? ¿En la vida desgraciada de María Antonieta Hagenaar, su esposa legal? ¿Una y otra vez en Delia del Carril, con el doble de remordimientos? ¿En Josie Bliss? ¿En Albertina Azócar, Teresa Vásquez y María Parodi, las musas de Veinte poemas de amor?
La situación amorosa guardaba semejanzas con la ubicación geográfica de los implicados. Delia, vencida, cerca del frío Océano Pacífico, y Matilde, triunfal, mojada por las tibias aguas salobres del Río de la Plata. Los amigos, los enemigos no dejaban de murmurar. En Oda al secreto amor de Nuevas odas elementales (1956) reconoce la acechanza:
Tú sabes que adivinan el misterio: me ven, nos ven, y nada se ha dicho, ni tus ojos, ni tu voz, ni tu pelo, ni tu amor han hablado, y lo saben de pronto, sin saberlo lo saben: me despido y camino hacia otro lado y saben que me esperas.
A nivel político, su estado de ánimo en una y otra estadía era muy diferente. En la primera permanencia, a comienzos de 1953, ya instalado en Chile otra vez, su entusiasmo ha debido ser desbordante, escribía su libro Las uvas y el viento con toda la esperanza de extender el sistema comunista al mundo y la creencia sin fisuras en un futuro mejor para la humanidad. En la segunda estadía, tras la difusión de los crímenes de Stalin, su ánimo ha debido tomar ribetes negativos, con una fuerte carga de culpa y autorreflexión. Neruda, sin embargo, siguió fiel al Partido Comunista hasta su muerte.
Jaspean las arenas pequeñas conchas de diferentes tonalidades. Para construir el herbario con Matilde recorrió los sectores bajos de los acantilados. Allí se encuentran, repartidas en las dunas y en los manojos de matorrales, las plantas poéticas de la recolección.
¿Por qué no le dedicó escritos a la fauna de la zona? ¿No existían setenta años atrás los pájaros que hoy cruzan el cielo de la playa: palomas silvestres, playeritos, gaviotas, gaviotines, petreles, cormoranes, albatros, etc.? En Villa del Totoral, pueblo de Córdoba, a fines de 1955 y comienzos del 1956 escribió una Oda a la mariposa y una Oda al nacimiento de un ciervo. ¿Será que la construcción del herbario de Matilde desvió su atención excesivamente a la flora del lugar en su segunda estadía? ¿Será que en la primera estadía la escritura de textos para su libro Las uvas y el viento lo tenían ocupado en otra propuesta de creación?
INTRUSOS EN LA SOLEDAD
Mántaras cuenta que cuando viajaban en su auto, en el primer viaje de Montevideo a Atlántida, Neruda se mostró incómodo por el temor de ser descubiertos. El balneario estaba muy poco poblado. Entre una y otra permanencia se advierte un cambio en la rutina de la pareja. En la primera estadía bajaba a la playa durante la mañana y la tarde de forma más discreta, preocupados quizás de ser descubiertos, y en la segunda estadía, más distendidos, sin la presión de un posible espionaje, ocupaban su tiempo en la recolección de vegetales para confeccionar el herbario que dejaron como devolución o regalo al matrimonio Mántaras. El herbario se publicó el año 2002, cuarenta y seis años después, en la editorial Sintesys, con el nombre Oda a las flores de Datitla.
La pareja llegó acompañada del secretario de Neruda, Vicente Naranjo. Tras el arribo al aeropuerto, subieron al auto de la mujer de Mántaras y luego a otro perteneciente al arquitecto, y se dirigieron a Atlántida. El matrimonio uruguayo regresó ese mismo día a Montevideo. Neruda, Matilde y Naranjo efectuaron dos llamadas desde la central telefónica, una a Héctor Gómez Guillot y otra al aeropuerto de Carrasco. El 31 de enero Naranjo concurrió al aeropuerto a esperar a su esposa Elvira Llambí Alonso. La mujer no apareció.
En los días siguientes Naranjo envió telegramas a Chile. El matrimonio Mántaras volvió el sábado 3 de enero y se quedó hasta la noche del domingo 4, momento en que regresan a Montevideo en compañía de Naranjo. El 5 de enero Naranjo regresó a Atlántida en compañía de su esposa. Dos días después el secretario partió solo a Buenos Aires. Regresó el 9 y ese día volvió a Santiago de Chile con su mujer.
El matrimonio Mántaras volvió el sábado 10. Neruda y Matilde agasajaron a sus amigos con una cena de agradecimiento. Finalmente, el 21 de enero, a las 10. 19 hs, las dos parejas abandonaron Atlántida con rumbo a Montevideo.
En Montevideo se produjo una extraña y aclaratoria disociación. Matilde tenía pasaje de regreso a Santiago en LAN y Neruda en SAS. El avión de Matilde no llegó y la pareja debió alojarse en habitaciones separadas en el hotel España de la capital. Al día siguiente, a las 16:05, almorzaron en el restaurante Danubio Azul y luego reservaron los pasajes de regreso a Chile. Neruda recibió una llamada de Delia del Carril desde Buenos Aires. Abandonaron Uruguay con una diferencia de dos horas -7:30 el poeta y 9:30 su compañera. Concluía así también el espionaje del Servicio de Inteligencia y Enlace de la policía uruguaya.
DATITLA EN “LA BARCAROLA”
DATITLA Amor, bienamada, a la luz solitaria y la arena de invierno recuerdas Datitla? Los pinos oscuros, la lluvia uruguaya que moja el graznido de los benteveos, la súbita luz de la naturaleza que clava con rayos la noche y la llena de párpados rotos y de fogonazos y supersticiosos relámpagos verdes hasta que cegados por el resplandor de sus libros eléctricos nos dábamos vueltas en sueños que el cielo horadaba y cubría. Los Mántaras fueron presencia y ausencia, arboleda invisible de frutos visibles, la casa copiosa de la soledad, las claves de amigo y amiga ponían su marca en el muro con el natural generoso que envuelve en la flor la ambrosía o como en el aire sostiene su vuelo nocturno la estrella bruñida y brillante afirmada en su propia pureza y allí del aroma esparcido en las bajas riberas tú y yo recogimos mastrantos, oréganos, mentzelia, espadañas: el herbario interregno que solo el amor recupera en las costas del mundo.
En el poema aparecido en el libro La barcarola (1964) queda la impresión de que fue escrito en otro lugar (junto a las arenas de su casa de Isla Negra o Valparaíso, al parecer), en otro tiempo (invierno) en una suerte de evocación melancólica. Es un canto de la nostalgia; el recuerdo quizás de una vida electrificada en la aventura que tocaba su fin.
Tal como ocurrió en su estadía en Villa del Totoral, donde escribió una Oda a las tormentas de Córdoba, Neruda se siente apabullado por la repentina irrupción de la furia de la naturaleza. Recuerda otra vez los pinos, la lluvia, los truenos, los relámpagos, los rayos de las tormentas costeras. Es un poema con tintes elegíacos de un amor clandestino que creció bajo la complicidad de Olga y Alberto Mántaras.
BIBLIOGRAFÍA
Aparicio, Fernando y García Ferreira, Roberto. Pablo Neruda y una estadía signada por la vigilancia policial. Colección Avances de Investigación. Universidad de la República, Uruguay, 2010.
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Neruda en Atlántida.
Por Jorge Carrasco